Las 13 rosas 'rojas' que fusiló Franco Nacho Gay, El Confidencial - 19/10/2007 Esta no es otra película española sobre la Guerra Civil porque, en realidad, y por mucho que en el imaginario colectivo se haya estipulado lo contrario, películas españolas sobre la Guerra Civil hay realmente pocas. O al menos no son muchas las que no se limitan a tocar el conflicto tangencialmente y a utilizarlo como un mero leit motiv estético y contextual propicio para el drama. De hecho, la mejor cinta que tenemos sobre la Guerra, una de las pocas que se preocupa por estudiar ciertos pormenores del conflicto, Tierra y libertad, la ha tenido que hacer un británico, Ken Loach. Las Trece Rosas es una de tantas. Aunque aquí el conflicto es un contexto necesario y no un simple pretexto para otorgar al metraje un aire demodé. Y es un contexto necesario, porque la película narra la historia de trece chicas ingenuas, ocho de ellas menores de edad, que fueron fusiladas en 1939 por creer que las guerras son un juego y que un grupo de mocosas de gesto naïf y 'hercúleos' ideales podían dictar las reglas del mismo. Como cualquier otra película histórica, ésta también es, en parte, una traición a la historia. Su director, Emilio Martínez Lázaro, obvia todos aquellos acontecimientos que cree suplementarios y no muestra ningún interés por analizar las miserias del régimen, el origen de la violencia o el ‘corpus’ reivindicativo de las protagonistas. También se muestra maniqueo, pero el maniqueísmo se le compra. Al fin y al cabo, la suya es una película sobre la Guerra Civil. Qué otra cosa se puede esperar y desear... Pero el aislamiento total del microrelato limita las pretensiones del film y pone de manifiesto que una de las fundamentales no es otra que la de llegar a un público amplio. Eso explicaría, por ejemplo, la invención de ciertos episodios narrativos de corte íntimo -noviazgos y dramas familiares- que alejan a la cinta del tono pseudo-documental que tendría sin ellos y facilitan el proceso de identificación del espectador con los personajes. O la elección de un plantel de actores muy televisivo, con Marta Etura, Verónica Sánchez o la siempre perfecta Pilar López de Ayala . Trece buenas actrices. Trece rosas inconmensurables que aprovechan los pliegues dramáticos de la trama, que son muchos, para construir unos personajes no del todo bien fundados, pero lo suficiente como para que el espectador sufra con y por ellos durante un par de horas. Dos horas de buen cine, porque ésta es una película con una formidable contundencia en el apartado técnico, de fulgurante estética y suculentos esfuerzos de producción. No obstante, en ella los planos de masas son escasos y, aunque la recreación escénica es estupenda, se observan, como casi siempre cuando se trata de cine patrio, ciertas carencias presupuestarias. El talento de Roque Baños (Música), José Luis Alcaine (Fotografía) y el del propio Mártínez Lázaro, que hasta el momento había demostrado estar más dotado para la comedia que para el drama, consiguen levantar un film verdaderamente notable en el plano del continente. Lástima que en el apartado narrativo se haya recurrido tanto al sentimentalismo para sacar adelante un proyecto que desprovisto de él -nunca del todo- probablemente auguraba menos público en las salas, pero mejores frutos en lo artístico. Suele ser más productivo intentar que los hechos hablen de injusticia por sí mismos que recurrir de forma permanente a la lágrima. Eso sí, como dramón, y aceptando lo inevitable, éste es de los buenos. Su última media hora resulta completamente insoportable para el espectador. Quizás demasiado. Siempre queda la excusa, eso sí, de que hay historias tan lúgubres, tan macabras, tan indebidas, que es difícil contarlas de otra manera.