Lucía Etxebarria – Beatriz y los cuerpos celestes: El amor y el sexo El hilo de la obra recorre la marcada y desolada vida de Beatriz en el hogar familiar, en un ambiente depresivo del que Beatriz busca escapar. El Madrid de los años 80 y 90 como telón de fondo es el escenario de su niñez y adolescencia en la que se describe su acercamiento a las drogas y la búsqueda de su identidad. Mediante Beatriz Etxebarria presenta uno de los temas actuales, es decir la libertad absoluta de elegir sin limitaciones sexuales al objeto amoroso. Beatriz es una mujer en principio más libre y menos reprimida, influida por su madre. Es evidente que la identidad de una mujer contemporánea ya no está determinada por la sociedad, sino que se puede construir libremente, tal vez mediante el amor. El único ejemplo que Beatriz lleva de su niñez es la vida de su madre. Pero es un ejemplo que ella no quiere seguir. Sus padres viven en una relación infeliz. Este matrimonio contratado por conveniencia es beneficioso para ambos, no obstante, le falta el amor. La madre pasa todo el tiempo en casa, el padre está todo el tiempo posible fuera de casa, incluso tiene amantes para recompensar la falta de amor. En aquella sociedad conservadora el divorcio era mal visto, sobre todo por cuestiones religiosas, lo que obliga a la madre de Beatriz a seguir en su vida infeliz. La identidad de la madre se pierde como un sacrificio para el funcionamiento de la familia y así pone toda su esperanza en su hija: De la misma forma que el Sol rige a la Tierra, yo estaba regida por mi madre, era su planeta. Ella me despertaba, me lavaba, me vestía, me daba el desayuno, me acompañaba hasta el colegio y en aquella misma puerta me esperaba a la hora en que acababan las clases para llevarme de vuelta a casa. Se ocupaba de que me quitara el uniforme y me pusiera la bata de estar por casa, me daba la cena, me ayudaba con los deberes y antes de dormir me contaba, apoyando su antebrazo en mi almohada, historias de niños piadosos a los que se les aparecía la Virgen, mientras me acariciaba los rizos y yo me iba quedando dormida. Beatriz necesita mantenerse a cierta distancia de su madre, sin embargo, ésta la va absorbiendo hasta tal punto que Beatriz decide rebelarse y alejarse de ella. La trama gira en torno al amor que Beatriz siente hacia tres personas diferentes – Mónica, Caitlin y Ralph. Mónica es su mejor amiga de los tiempos madrileños, su carácter evoluciona de manera diferente, es arriesgada, alocada, divertida. Beatriz está perdidamente enamorada de ella y como producto de ese amor, Beatriz intentará imitarla en todo con tal de seguir a su lado y llamar su atención. Pero su vida no es la mejor para imitar porque Mónica está metida en líos de drogas. Creo que Mónica es consciente de los sentimientos de su amiga, pero prefiere de alguna manera jugar con ella, para mantenerla a su lado. Beatriz toma a Mónica como su ídolo hasta tal punto de enamorarse profundamente de ella y la convierte en el cuerpo celeste central de su esfera de interés: Si pienso en Mónica y en su cuerpo celeste imagino enormes telescopios capaces de acercarnos a estrellas lejanísimas, galaxias que se expanden hasta el infinito, materia brillante, fuentes de luz y radiación, supernovas fulgurantes y asteroides en perpetua ignición que albergan en su interior inmensos hornos nucleares. Pero pensando en la relación entre Beatriz y Mónica, omitiendo el único contacto corporal, el beso, nunca se acercaron físicamente. Si nos fijamos bien en la metáfora de cuerpos celestes, casi siempre se utilizan en conexión con Mónica. Los otros cuerpos, con los cuales mantiene relación sexual, son cuerpos comunes. Caitlin le parece celestial al principio, pero se vuelve cotidiano mediante el sexo ya que éste le quita el misterio, haciendo imposible cualquier imaginación. Mónica se convierte en el único sentido de la vida de Beatriz quien espera encontrar su identidad perdida de su niñez. Pero Mónica revela abiertamente que ya no necesita ni quiere a Beatriz en su vida y así pone a Beatriz en una crisis espiritual profunda. Resulta que Beatriz pierde el único sentido de su vida. Yo me sentía más cerca del perro que de ella, como si en cualquier momento me pudieran dejar tirada en la carretera, en cuanto me convirtiera en un obstáculo en su camino. Intuí que al clavarme la mirada como lo hacía me estaba asestando también una puñalada de certeza, honda y sostenida. Y aquí encontramos el motivo porque Beatriz huye de Madrid. Pasando al personaje de Caitlin, me encantó el encuentro con Caitlin, igual que antes Mónica, Cat iba a cambiar la vida de Beatriz: —Tú no eres de aquí, ¿verdad? —me preguntó. —No. —Me estaba preguntando, mientras te miraba, de dónde podrías venir... —Adivina. —No sé... ¿El cielo? Con Caitlin convive durante varios años en Edimburgo y a pesar de ello no consigue olvidar a Mónica. Al principio Beatriz parece haber encontrado su alma gemela en Caitlin: Al principio, era como si yo pudiera sentir en mí misma lo que le hacía a ella. Era una sensación desconocida y tremenda, a veces desgarradora: entendía perfectamente todas las necesidades de su cuerpo, me sentía sumergida en sus fluidos. Entonces, cuando sentí dentro de mí cómo ella también me quería, me asusté. Tuve miedo al advertir que, al contrario que Mónica en su día, Cat esperaba algo de mí. Y me aterré, porque no quería perderme a mí misma. Consideraba nuestra intimidad un tesoro, pero empecé a pensar que lo estaba pagando demasiado caro. Supongo que Cat me recordaba demasiado a mi madre, así que en seguida empecé a distanciarme e hice todo lo posible por no quererla, y a veces me pregunto si de verdad la quise mientras viví con ella. Pero recuerdo que la amé, o casi la amé, si esa palabra tiene algún significado, ... Y aquí nos podemos preguntar, ¿la amó o no la amó? Parece que le gustaba la intimidad con ella, pero no sabía definir sus sentimientos. Por lo menos disfrutó del sexo. Mónica y Cat son dos tipos de mujeres completamente distintas; mientras la primera parece ejercer una fuerza gravitacional incontrolable para Beatriz, la segunda se posa en la vida de la protagonista con el sigilo y ligereza propios de un felino. Y en medio de dos mujeres formadas se encuentra Beatriz, que se convierte en un reflejo de ambas porque no es capaz de definirse a sí misma. Eso le lleva a ser reacia a tomar decisiones y a dejarse llevar por cómo los movimientos de los otros le afectan. Me resultaba inevitable establecer una comparación entre la tranquilidad de Cat y la efervescencia de Mónica, la dulzura de la primera y el arrojo de la segunda, la receptividad de la una y el empuje de la otra. Pero podemos ver que mientras Beatriz está con Caitlin, sigue pensando en Mónica: No me llenaba lo que hacíamos. Alquilar algún vídeo entre semana, recibir visitas de amigos y bailar trance los sábados en algún club de moda. ¿Eso era todo? Me parecía que no podía imaginar a Caitlin como la acompañante ideal para el resto de la travesía de mi vida, e, inevitablemente, acababa comparándola con Mónica. Porque hay grandes estrellas y pequeñas estrellas que coexisten en las mismas galaxias. En la Vía Láctea, por ejemplo, existe una tan grande que llenaría todo el espacio que abarca la órbita de la Tierra alrededor del Sol. Se llama Pistola y emite la energía de mil millones de soles, con erupciones cuyas nubes de gases alcanzan cuatro años luz. El problema de esta estrella mamut reside en su propia fuerza: sus fases eruptivas han creado una nebulosa de gas y polvo a su alrededor, que ha tornado irrespirable su atmósfera. Mónica, por supuesto, ha sido mi Pistola. Cat, pensaba yo, habría sido un lastre; Mónica, en cambio, un motor. Porque Mónica inspiraba, proponía, actuaba, mientras que Caitlin se sentaba a ver la vida pasar y la vivía mediante experiencias vicarias: a través de los demás. Cuando Beatriz era pequeña, era su madre quien dirigía todo el universo. Podemos decir que era su Sol. Pero encontró a Mónica, su Pistola. La energía que Pistola emite junto con su tamaño da a entender que Mónica tenía una influencia mucho más grande en Beatriz que antes su madre. Tercer personaje muy importante en la vida sexual de Beatriz es Ralph. Ralph es un amante esporádico gracias al cual Beatriz comprenderá que puede enamorarse de las personas sin hacer distinción de sexo. Cat es toda pausa y ternura, un amor a fuego lento que no le permite olvidar la pasión, los fuertes sentimientos que sentía hacia la ferviente Mónica. Y aunque no es lo mismo, Cat le da calor y amor incondicionalmente. Ralph es rudo y apasionado y es la primera relación que Beatriz tiene con un hombre. Él constituía la parte de pasión que le faltaba a Cat para aproximarse mínimamente a Mónica. Encontramos la declaración de Beatriz donde piensa que había encontrado a su segunda Mónica en Ralph. Me gustó un detalle familiar que me hizo sentir una inmediata simpatía por su persona: miraba por encima de sus gafas igual que hacía Mónica. Los personajes son muy diferentes, se oponen, se atraen, se repelen, se necesitan, se odian y se aman. Cito una parte del libro que me llamó la atención, como Beatriz compara a Ralph y Cat: La mujer que amó a Ralph era la misma que amó a Cat y sé que será difícil comprender, para quien no lo haya vivido, que amó del mismo modo al uno que a la otra. Que no hubo grandes diferencias en lo que hacíamos. Que la fisiología no determinó nunca la mecánica amorosa. Que yo nací persona, y amé a personas. Cuando estaba con Cat una parte de mí se disgregaba en átomos minúsculos. Me diluía y me hacía fuego líquido para fundirme con sus entrañas, transportada por oleajes de lava. Me extendía más allá de mí misma, superando límites físicos y químicos. Con Ralph, al contrario, las cosas estaban bajo control. Los dos, coordinados, sincronizados, a movimientos bruscos y precisos, avanzábamos al mismo ritmo marcial hacia una meta común, como en una competición deportiva. Ella proponía, él se imponía. Ella me moldeaba a su gusto. Él me convertía en una contorsionista, en una equilibrista, en una plusmarquista. Ella era más profunda; él, más aventurero. Ella era detallista y esmerada; a él le sobraba la energía. Ella era sábanas lavadas; él, condones usados. Ella avanzaba, él embestía. Pero su piel, la de ella, no era comparable. Bastaba con acariciarla para sentir placer. Él no contaba con aquella ventaja. Su piel era tan áspera como su carácter. Cuando estaba con ella la besaba con los ojos abiertos y arrastraba mis dedos por sus greñas doradas. Indagaba en sus ojos redondos y limpios y veía una imagen líquida y verde de mi propio rostro. Caitlin de ojos de agua. Tomarla en mis brazos, besar aquel trozo de piel donde el cabello dorado se convertía en una pelusilla blanca y sedosa. El perfume dulzón mezclándose con otro aroma, el mío; su mano que descansa en mi vientre, y las puntas de sus dedos que descienden tamborileando hacia la cumbre de mis muslos; abrir las piernas y adelantar las caderas para facilitar el avance de sus dedos; rodar y revolearnos enredadas en una masa de brazos y piernas; una pulsación bien definida que estremece mi interior a un ritmo salvaje; la habitación que a mi alrededor se fragmenta en trocitos y se disuelve; la gozosa complicidad que sucedía al placer compartido; las huellas de sus dedos impresas en mis caderas como un sello violáceo. Con él, con Ralph, sentía la maravilla de mi propio cuerpo tenso, de mi corazón palpitante, el milagro del fluir de mi sangre, de mis músculos contraídos. Me sentía una corredora de cien metros lisos avanzando hacia la meta con los labios apretados. Cuando estaba con la una pensaba en el otro, y viceversa. Vivía sometida a la tiranía del orgasmo. Lo que se refiere a Ralph, sabemos que Beatriz se enamoró de él, pero yo creo que ella se enamoró solo del sexo con él (según las descripciones de sus contactos sexuales). Algunas veces pienso que Beatriz no veía la diferencia entre el amor y el sexo. Podemos también deducir de las palabras de Beatriz que no sabía que era: Si me hubieran preguntado en ese momento si yo era lesbiana o si era heterosexual, e incluso si era bisexual, que parecía la respuesta más convincente, no hubiera sabido qué responder. Estaba tan perdida como lo estaba tres años antes, cuando deambulaba por las calles de Madrid. Aunque Beatriz no es capaz de definir su sexualidad, llega a una conclusión significativa y es que el sexo no tiene importancia para establecer una relación. Ya no se exige de los seres humanos que se limitaran a las relaciones con el sexo opuesto, sino que pueden elegir libremente según sus gustos, sea a un hombre o a una mujer.