- XI - A las doce, cuando los tertulios desfilaron, Cadalso se acomodó en el sofá del comedor, cubriéndose con la manta que Abelarda le diera. Ignoraba él que su cunada se acostaría vestida aquella noche por carecer de abrigo. Retiráronse todos, menos Villaamil, que no quiso recogerse sin tener una explicación con su yerno. La lámpara del comedor había quedado encendida, y el abuelo, al entrar, vio a Víctor incorporado en su duro lecho, con la manta liada [103] de medio cuerpo abajo. Comprendió al punto el yerno que su padre político quería palique, y se preparó, cosa fácil para él, pues era hombre de imaginación pronta, de afluente palabra, de salidas ágiles y oportunas, a fuer de meridional de pura sangre, nacido en aquella costa granadina que tiene detrás la Alpujarra y enfrente a Marruecos. >>Ese tío -pensó-, me quiere embestir. A buena parte viene... Empiece la brega. Le trastearemos con gracia<<. >>Ahora que estamos solos -dijo Villaamil con aquella gravedad que imponía miedo-, decídete a ser franco conmigo. Tú has hecho algún disparate, Víctor. Te lo conozco en la cara, aunque tu cara pocas veces dice lo que piensas. Confiésame la verdad, y no trates de marearme con tus pases de palabras ni con esas ideas raras de que sacas tanto partido<<. -Yo no tengo ideas raras, querido D. Ramón; las ideas raras son las de mi senor suegro. Debemos juzgar las ideas de las personas por el pelo que estas echan. ?Le han colocado a usted ya? Se me figura que no. Y usted sigue tan fresco, esperando su remedio de la justicia, que es lo mismo que esperarlo de la luna. Mil veces le he dicho a usted que el mismo Estado es quien nos ensena el derecho a la vida. Si el Estado no muere nunca, el funcionario no debe perecer tampoco administrativamente. Y ahora le voy a decir otra cosa: mientras no cambie usted [104] de papeles, no le colocarán; se pasará los meses y los anos viviendo de ilusiones, fiándose de palabras zalameras y de la sonrisa traidora de los que se dan importancia con los tontos, haciendo que les protegen. -Pero tú, necio -dijo Villaamil enojadísimo-, ?has llegado a figurarte que yo tengo esperanzas? ?De dónde sacas, majadero, que yo me forje ni la milésima parte de una condenada ilusión? !Colocarme a mí! No se me pasa por la imaginación semejante cosa, no espero nada, nada, y digo más: hasta me ofende el que me supone pendiente de formulillas y de palabras cucas. -Como siempre le he conocido a usted así, tan confiado, tan optimista... -!Optimista yo! (muy contrariado). Vamos, Víctor, no te burles de estas canas. Y sobre todo, no desvíes la cuestión. Ahora no se trata de mí, sino de ti. Vuelvo a mi pregunta: ?Qué has hecho? ?Por qué estás aquí, y por qué te escondes de la gente? -Es que las tertulias de esta casa me cargan. Ya sabe usted que soy muy extremado en mis antipatías. Yo no me escondo; es que no quiero ver la cara de Ponce con sus ojos pitanosos, ni que me hable Pantoja, el cual tiene un aliento que da el quién vive. -No se trata del aliento de Pantoja, sino de que tú no has dejado tu destino con la frente alta. [105] -Tan alta que si mi jefe dice algo contra mí, tengo medios de mandarle a presidio (acalorándose). Sepa usted que he prestado servicios tales, que si el Estado fuera agradecido, ya sería yo jefe de Administración. Pero el Estado es esencialmente ingrato, bien lo sabe usted, y no sabe premiar. Si el funcionario inteligente no se recompensa a sí propio, está perdido. Para que usted se entere: cuando fui a Valencia a encargarme de Propiedades e Impuestos, el Negociado estaba por los suelos. Mi antecesor era un cómico sin voz, que recibió el empleo como jubilación de la escena. El infeliz no sabía por dónde andaba. Llegué yo, y !arsa!, a trabajar. !Qué lío! Las cédulas personales no se cobraban ni a tiros. En Consumos había descubiertos horribles. Llamé a los alcaldes, les apremié, les metí el resuello en el cuerpo. Total, que saqué una millonada para el Tesoro, millonada que se habría perdido sin mí... Entonces reflexioné y dije: >>?Cuál es la consecuencia natural del inmenso servicio que he prestado a la Nación? Pues la consecuencia natural, lógica, ineludible de defender al Estado contra el contribuyente es la ingratitud del Estado. Abramos, pues, el paraguas para resguardamos de la ingratitud, que nos ha de traer la miseria<<. -No se puede decir más claro que tus manos no están muy limpias. [106] -No hay tal, no senor (incorporándose y accionando con mucha energía); porque mediador entre el contribuyente y el Estado, debo impedir que ambos se devoren, y no quedarían más que los robos si yo no los pusiera en paz. Yo formaba parte de la entidad contribuyente, que es la Nación; yo formo parte del Estado, como funcionario. Con esta doble naturaleza, yo, mediador, tengo que asegurar mi vida para seguir impidiendo el choque mortal entre el contribuyente y el Estado... -Ni te entiendo, ni te entenderá nadie (con gesto de ira y desprecio). El mismo de siempre. Con esas chuscadas de tu ingenio quieres ocultar tus trapisondas. ?Pues sabes lo que te digo?, que en mi casa no puedes estar. -No se acalore mi querido suegro. Entre paréntesis, no he pretendido que me tengan aquí por mi linda cara. Pagaré mi pupilaje... Será por pocos días, porque en cuanto me asciendan... -!Ascenderte!, ?qué dices? (como si le hubiera picado un escorpión). -!Ay!, ?pues usted qué se creía? !Qué inocente! Siempre el mismo D. Ramón, la virginal doncella. Que le traigan tila. Ya... ?qué creía usted?, ?que yo no soy de Dios y no debo ascender? ?Sabe que llevo dos anos de oficial primero y me corresponde el ascenso a Jefe de Negociado de tercera, por la ley de Cánovas? !Y usted, [107] que tan optimista es en lo propio y tan pesimista en lo ajeno, creerá que me voy a pasar la vida escribiendo cartas, espiando la sonrisa de un Director general o quitándole motas a Cucúrbitas! No, senor mío, yo no voy al trapo rojo, sino al bulto. -Sí, sí, lo que es a descarado no te gana nadie; y digo más... por lo mismo que no tienes vergüenza (lívido de ira y tragándose su propia amargura), consigues todo lo que quieres... El mundo es tuyo... Vengan ascensos, y ole morena. -En cambio usted (con cruel sarcasmo), siga meciéndose en esos dulces éeextasis, siga creyendo que las mariposillas le traen la credencial, y despiértese todos los días diciendo: >>hoy, hoy será<<, y lea La Correspondencia por las noches con la esperanza de ver su nombre en ella. -Te repito de una vez para siempre (deseando tener a mano una botella, tintero o palmatoria que tirarle a la cabeza), que yo no espero nada, ni pienso que me colocarán jamás. En cambio estoy convencido de que tú, tú, que acabas de defraudar al Tesoro, tendrás el premio de tu gracia, porque así es el mundo, y así está la cochina Administración... !Dios mío!, !que viva yo para ver estas cosas! (levantándose y llevándose las manos a la cabeza). -Lo que tiene usted que hacer (con cierta fatuidad) es aprender de mí. [108] -!Bonito modelo! No quiero oírte, no quiero verte ni en pintura... Adiós (marchándose y volviendo desde la puerta). Y ten entendido que yo no espero ni esto; que estoy conforme, que llevo con paciencia mi desgracia, y que no se me ocurre que me puedan colocar ahora, ni manana, ni el siglo que viene... aunque buena falta nos hace. Pero... -?Pero qué?... (echándose a reír malignamente). Vamos, ?a que le coloco yo a usted si me atufo? -!Tú... tú! !Deberte yo a ti...! Y fue tal su indignación, que no quiso hablar más, temeroso de hacer un disparate, y pegando un portazo que estremeció la casa, huyó a su alcoba y arrojose en la inquieta superficie de su camastro, como un desesperado al mar.