Leyendas vascas. Mariurrika amboto.jpg Otra leyenda en la que se cuenta como, si haces algo mal se te llevará el diablo y vagaras eternamente por las cuevas vascas. Se mantiene la existencia de Mari aún ha pesar de la instauración del catolicismo. ¿Seguirán vagando por las cuevas de Amboto? Cierto rey de Navarra había prometido solemnemente: -Entregaré a mi hija, como esposa, al hombre que venza a uno de mis súbditos negros. Un hombre de Abadiano, del caserío Muntzas, aceptó la propuesta del rey y logró vencer al hombre negro. El rey cumplió su promesa, le concedió la mano de su hija y el matrimonio se instaló en el palacio de Abadiano, sitio en el barrio de Muntzas. Fruto del matrimonio fueron un hijo y una hija: Ibon, el mayor, y Mariurrika, la menor, que, como tal, la tenían excesivamente mimada. Un día Mariurrika y una criada tuvieron la cruel idea de dar muerte ha su hermano Ibon para hacerse con su herencia. Con tal fin se fueron todos a pasar un día a Amboto. Durante la comida, le dieron a Ibon excesiva cantidad de vino, hasta tal extremo que se emborrachó completamente. Cuando Ibon estaba profundamente dormido por efecto de la borrachera, empujaron a Ibon, peñas abajo, entre Mariurrika y la criada. Ibon murió despeñado. Cuando Mariurrika volvió a su casa, dijo que Ibon había tenido un accidente y se había despeñado. Pero no podía acallar el grito de su conciencia, que le acusaba de la muerte de su hermano. Aquella noche, estaba Mariurrika en la cocina, cuando observó que los diablos bajaban deslizándose por la chimenea. Murió Mariurrika, y, desde entonces, se pasa la vida volando de Amboto a Oiz en figura de llama de fuego. Se refugia en dos cuevas: una en Amboto (la cueva de Mari) y la otra en Sarrimendi. Las brujas vascas. ¿Satánicas o religiosas? 300px-goya_le_sabbat_des_sorcieres.jpg La palabra espiritismo va mucho más allá de lo que hoy conocemos como una religión o modo de vida. De hecho, en la Biblia ya se narra como el rey Saúl recurre a una espiritista para invocar a profeta Samuel, el cual le recrimina que haya hecho eso ya que es una de las cosas que estaban prohibidas por la ley que Dios les había dado. También se habla de endemoniados, y de como Jesús y los apóstoles van realizando exorcismos, con una facilidad que nada tiene que ver con los largos exorcismos de hoy en día. Sin embargo, a pesar de que en la religión judía el espiritismo y las “artes oscuras” estaban vetadas, en el resto de culturas del planeta eran prácticamente una constante. Desde los griegos a los romanos, pasando por las más diversas tribus de África o América, sin olvidar Asía o los aborigenes australianos. En el momento de la instauración del cristianismo en Europa, la cultura romana se empezó a desvincular de las practicas espiritistas y adivinatorias a nivel oficial. Sin embargo a lo largo de los siglos la vinculación a permanecido. De manera oficial se ha perseguido herejias claramente satánicas como la catariense en la edad media, y de manera extraoficial se ha recurrido a adivinadoras y tarotistas. Existen casos como el de Zugarramurdi, en el que se procesaron a más de cincuenta personas por actos de brujeria. En el Pais Vasco estos actos estaban relacionados con la veneración al fausto Akerbeltz. Este era un macho cabrio negrol que se creía que vivía en alguna cueva, bajo tierra, y al que se le atribuían propiedades curativas contra la enfermedad e influencias benéficas sobre los animales y rebaños encomendados a su protección. Por esta razón, todavía hoy en día se cría un macho cabrío negro en muchos caseríos. En los famosos akelarres se adoraba a este fauno, se sacrificaba algún animal y se le pedía a Akerbeltz suerte en el amor; fertilidad para las mujeres, la tierra y el ganado; protección contra enfermedades como la peste, que en aquellos tiempos asolaba las aldeas; lluvia en tiempos de sequía… y todas esas cosas que cualquier ser humano ha pedido -y pide- a los dioses en los que cree. En estas reuniones se consumian diversos brebajes y orujos destilados a partir de endrinas y otras bayas producía efectos muy parecidos a los causados por el LSD y el peyote. Las danzantes entraban en estado de trance, lo que a ojos de los no iniciados semejaba que eran poseídas por un espíritu diabólico. Todas estas practicas son anteriores a la llegada del cristianismo, sin embargo a pesar de las persecuciones anti herejia, se mantuvieron las practicas. De hay que la iglesia empreara tácticas virales como extender el rumor de que las brujas sacrificaban niños para luego beberse su sangre. Aunque algunos salieron absueltos, muchas mujeres fueron quemadas en la hoguera. Callejeando por Zugarramurdi aún pueden verse los diez cruceros que la Iglesia mandó plantar para proteger al pueblo y sus habitantes de las influencias del maligno. También siguen en pie las casas que habitaron aquellas mujeres que fueron acusadas de ser brujas y quemadas vivas: María Ttipia, Gratzina de Barrenetxea, María de Iurretegia, Estebanía de Telletxea… En Zugarramurdi hay un río al lado de la cueva donde se llevaban a cabo estos ritos. Un río que tiene un nombre antiguo e inquietante. Ni los más ancianos recuerdan quién se lo puso. El río se llama Arroyo del Infierno. Las lamias en la cultura vascona En el folklore de los países europeos son característicos unos seres que habitan en el bosque, pero casi siempre relacionadas con los arroyos, lagos y ríos: son las hadas. Son personajes de sexo femenino, aladas y muy bellas. En la mitología vasca estas vienen a ser las lamias. A estas hadas vascas unas veces las leyendas las describen como seres malévolos (las que menos) y otras como seres benignos. Las lamias son seres nocturnos que poseen una figura antropomorfa y sexo femenino, pero sus pies en realidad son patas, por lo general de ave palmípeda. Poseen una gran belleza, son nobles y tienen un gran poder. Se las suele describir también con una larga cabellera, por lo general rubia. Viven en las riveras de los ríos, donde se suelen sumergir cuando detectan presencia humana. Por el día intentan ocultarse (ya que el sol anula su poder) y por las noches salen a lavar la ropa al río, a hilar con la rueca y a peinarse su larga cabellera con un peine de oro. Este peine viene a simbolizar su poder, y la atracción y ambición que sufren los humanos por poseerlos los ha llevado muchas veces a sufrir la ira de las lamias. Muchas son las leyendas que cuentan como los humanos robaban estos peines y se veían envueltos en una serie de desgracias hasta que los devolvían. Se dice también que las lamias se alimentan con tocino y con pan de trigo y que beben sidra y leche que les ofrecen los humanos. Este debe ser el secreto de su longevidad, porque se afirma que viven cientos de años. Las lamias, cuando reciben ayuda de sus vecinos los humanos (ya sea con favores u ofreciéndoles comida) suelen recompensarles generosamente, aunque en un principio no lo parezca: carbón que se convierte en oro, tocino que se transforma en plata, cenizas que se convierten en dinero, etc. La siguiente leyenda es un ejemplo de cómo las lamias recompensan los favores a los humanos: Una noche la comadrona de un pueblo fue llamada por un grupo de lamias, ya que una de ellas se había puesto de parto. Cuando llegó al remanso del río donde estaba la lamia la comadrona le ayudó a dar a luz. Cuando terminó le pusieron delante un tarro lleno de miel y otro lleno de manteca. Las lamias le dijeron que eligiera el que quisiese. La comadrona pensó que la manteca le sería más provechosa. Aunque las lamias le recomendaron que se llevase el tarro de miel, la comadrona acabó por llevarse el de manteca. Al llegar a casa metió el tarro en un armario y se fue a dormir. A la mañana siguiente abrió el armario y vio que en el tarro que le habían dado ya no había manteca sino monedas de plata. Entonces comprendió que si se hubiera llevado la miel se hubiera convertido en monedas de oro. Es sabido que las lamias intentan esquivar a los humanos, pero hay una leyenda muy extendida que cuenta como un pastor y una lamia se enamoraron. El pastor volvía a casa con su rebaño al atardecer y en medio del monte se encontró con una joven y bella lamia. Se enamoraron al instante y se comprometieron para casarse. Al llegar a casa el pastor le comentó a su madre lo que le había pasado y a ésta le extrañó que su hijo se hubiera encontrado a una mujer sola en el monte cuando estaba anocheciendo. La madre le avisó al hijo de que podía ser una lamia y que de ser así no aprobaría el matrimonio. Le dijo que antes de casarse con ella le mirara los pies a la dama. Al pastor le entraron las dudas y al día siguiente cuando la vio le miró los pies y descubrió que su enamorada tenía los pies de pato. Entonces rompió el compromiso de matrimonio y volvió a casa. Aún así, el muchacho seguía enamorado de la lamia y no tardó en enfermar de amor. Al poco tiempo murió. Cuentan que la lamia asistió al funeral, pero que no pasó de la puerta de la iglesia. De todos los personajes mitológicos unidos a la Tierra, en Euskal Herria, la más difundida es Mari, divinidad de carácter femenino conocida por diversos nombres, pero siempre asociados al nombre del monte en el que habita (la Dama del Anboto, Mari de Txindoki, la Dama de Aralar…). Se dice que su morada favorita es la Cueva de Mari, en la cara Este del monte Anboto, en el Duranguesado. Mari es la reina de los genios vascos. Se la relaciona con Herensuge o Sugaar (serpiente macho), generándose fuertes tormentas cuando ambos se encuentran en el exterior de sus cuevas. Mari se ha representado de diferentes maneras, pero generalmente se la distingue como una mujer bella y elegante. Cuando está en el interior de su cueva es habitual representarla con extremidades de animal, mientras que, cuando es vista en el exterior, Mari viaja envuelta en forma de nube de fuego o como una ráfaga de viento. La Dama vive bajo tierra, en cuevas de altas montañas, saliendo de vez en cuando al exterior a través de pozos, cavernas y conductos subterráneos. Una vez que sale, se desplaza volando para visitar sus diferentes hogares en las sierras montañosas vascas. No está muy claro el origen de la leyenda de Mari. Lo único claro es que es un mito precristiano, que el campesino vasco no ha conseguido sincretizar con otros mitos cristianos. Hay diferentes versiones del mito de Mari, pero quizá el más emotivo es el relato de Zumaia. Dice la leyenda que una mujer casada y sin hijos, deseaba una hija “aún cuando a los veinte años se la llevara el diablo”. Algún tiempo después, nació una hermosa niña, de tez pálida y cabellos dorados. Cuando la joven estaba a punto de cumplir veinte años, su madre, ante el temor de perderla, la encerró en una urna de cristal, y sólo vivía para vigilarla noche y día. Pero su esfuerzo fue en vano, ya que, en el mismo momento en que cumplía los veinte años, apareció el diablo, quien, rompiendo la urna, se la llevó hasta la cima del Anboto. Según se cree en la zona de Zegama, Mari aparece en su cueva de Aketegi cada seis años, permaneciendo en ella por tres años. Cuando pasa este tiempo, vuela hasta Txindoki y Anboto, donde se instala por otro trienio. Mientras la Dama está en Txindoki, abundan las nubes en la zona, favoreciendo las cosechas durante esos tres años, y cuando está en Aketegi, se dice que de la sima de la montaña emana un delicioso aroma a pan recién horneado. Cuenta la leyenda que, si te fijas bien, es posible verla viajando de Txindoki a Anboto en forma de una bola de fuego, visible desde la lejanía en las noches de luna llena. Una de las principales labores de Mari es propagar tempestades, que pueden aplacarse llevando a su cueva diferentes ofrendas, principalmente carneros, aunque, como se dice en Kortezubi, “jamás cae pedrisco en las propiedades de aquellos que anualmente le hacen algún obsequio”. El aldeano vasco ve a Mari como una diosa poseedora de gran justicia, pero también plena de severidad, ya que premia a los hombres de bien, castigando severamente a los que no cumplen sus mandatos. Si alguien necesita ayuda, y la llama con fervor tres veces diciendo: “Aketegiko dama”, Mari se coloca sobre su cabeza, dispuesta a ayudar a quien cree en ella. Y tú, ¿crees en ella? Dentro de la mitología de Euskadi, hay unos seres femeninos, generalmente asociados con los arroyos, ríos y fuentes, que son las lamias. Estas siempre se han asociado con las hadas, siendo inicialmente en la mitología unos seres femeninos que coexistían con las ninfas y las dianas. Con el tiempo y la llegada del cristianismo, las lamias llegaron a identificarse con seres malignos, e incluso con los súcubos, como una forma de acabar con el mito. Las lamias son aladas y muy bellas, con largas cabelleras doradas, pero con la peculiaridad de que sus pies son en realidad patas de ave palmípeda. Además son muy nobles y tienen un gran poder. Se dice que viven cientos de años, y que se alimentan de tocino, pan de trigo, sidra y la leche que les ofrecen los humanos. Habitan en las riberas de los ríos, entonando hermosas canciones con voz dulce y melodiosa, pero se sumergen en el agua cuando detectan alguna presencia humana. Habitualmente sólo salen a la superficie por las noches para lavar la ropa en el río, peinarse sus largas cabelleras con peines de oro y para hilar con la rueca. El peine de oro simboliza el poder material y, sobe todo, erótico de las lamias, y desde siempre, ha sido el objeto de deseo de los humanos, que intentaban conseguirlos por cualquier medio, provocando en ocasiones la ira de las lamias, que envolvían en desgracias a los ladrones hasta que devolvían el peine. Una leyenda de Azcarate, en las cercanías de Mendaro, cuenta que un hombre encontró un precioso peine de oro en un prado cercano, lo recogió y se lo llevó a su casa. Al día siguiente se encontró que todo el prado estaba lleno de piedras. Mientras observaba la escena atónito, se le acercó una lamia, y le dijo que si le devolvía el peine, desaparecerían las piedras del prado. El hombre devolvió el peine y, esa noche, las lamias quitaron las piedras del prado. Eran tantas, que cada lamia sólo tuvo que retirar una piedra. No siempre las lamias se mostraban tan amables. Otras leyendas, con diferentes versiones, cuentan cómo un hombre roba el peine de oro a una lamia, que lo persigue para recuperar su peina. Pero el hombre, más astuto que ella, se refugia en las zonas soleadas de los bosques, donde la lamia pierde su poder. Otras veces, las lamias amenazan con acabar con la descendencia de aquellos que osan arrebatarles su peine de oro. Pero las lamias también eran generosas con quienes les ayudaban. Solían regalar a los humanos objetos aparentemente sin valor, como tocino, miel, o cenizas, que se convertían en oro o plata, según el objeto elegido. Una leyenda cuenta que las lamias, en una ocasión, llamaron a la comadrona de un pueblo para que asistiera en el parto de una de las lamias. La comadrona llegó hasta la orilla del río y ayudó en el parto de la lamia, que, en agradecimiento, ofreció a la mujer un tarro de manteca y otro de miel. Le pidieron que escogiera el tarro que más deseara. Aunque le recomendaron aceptar el tarro de miel, la comadrona pensó que la manteca le sería más útil en su casa. Cuando llegó a casa, guardó el tarro de manteca, que, a la mañana siguiente, se había llenado de monedas de plata. Entonces comprendió que, si hubiera elegido el tarro de miel que le recomendaron las lamias, el tarro se hubiera llenado de monedas de oro. Las lamias ayudan en sus trabajos a los humanos que les dejan ofrendas por las noches. Se dice que algunos puentes fueron construidos por las lamias. Según las diferentes versiones de la leyenda, en pueblos de montaña, con accesos difíciles, los aldeanos planeaban construir puentes para mejorar las comunicaciones entre los pueblos, pero eran trabajos complicados, por la situación geográfica de dichos lugares, por lo que pedían ayuda a las lamias, dejándoles comida. Por la noche, cuando todos se habían acostado, las lamias levantaban el puente desde un extremo del río al otro. Se dice que un día, un panadero que tenía el horno cerca del puente, encendió el horno a medianoche, de forma que el gallo del panadero, pensando que ya estaba amaneciendo, comenzó a cantar, asustando a las lamias, que, cuando iban a colocar la última piedra sobre el puente, se asustaron por el canto del gallo, cayendo la piedra al fondo del río. De esta forma se dice que, si te fijas bien, encontrarás algunos puentes con un agujero en el estribo, identificándose así los puentes construidos por las lamias. Habitualmente se dice que las lamias son esquivas con los humanos, pero nos encontramos en el folklore vasco numerosas historias de amor entre lamias y humanos. La versión más extendida es la que cuenta cómo un joven pastor que volvía a casa con el rebaño a última hora de la tarde, se encontró con una bella lamia en la orilla del río. La pareja se encontraba todos los días, hasta que surgió el amor entre ellos, y decidieron casarse. Al llegar a su casa, el pastor contó a sus padres lo ocurrido, y cómo había decidido casarse con esa bella mujer que estaba en la orilla del río. Su madre estaba extrañada de que hubiera una mujer sola en la orilla del río a esas horas tan avanzadas, por lo que le recomendó a su hijo que, antes de casarse con esa joven, le mirase los pies, ya que podía ser una lamia. El pastor hizo lo que le pidió su madre, y, cuando se encontró de nuevo con su amada, le miró los pies, comprobando con terror que eran pies de pato. A pesar de seguir enamorado de la bella lamia, el joven anuló el compromiso de matrimonio y acabó enfermo de tristeza, muriendo poco tiempo después. Dice la leyenda que la lamia, enamorada del pastor, acudió a su funeral, pero no pasó de la puerta de la iglesia. Leyendas vascas. Dos cuerdos y uno loco 310777w.jpg Curiosa leyenda que refleja la importancia de la familia por encima de todo que había en la cultura vasca en la antigüedad. Sorprende que la narración refleje esto ya que es una leyenda con un comienzo más que macabro. Vivía en una casa una madre con sus tres hijos. Uno de ellos era medio loco. La madre cayó enferma, y el médico le había prescrito que tomase un baño de agua caliente. Dos de los hermanos tenían que ir, necesariamente, a trabajar al monte. El único que quedaba en casa era el medio loco. A él le encargaron sus hermanos que atendiera a su madre a efectos del agua caliente. Efectivamente, puso a calentar el agua en un gran caldero, y a continuación, introdujo a su madre en el caldero de agua hirviente. Después, la sacó muerta, la metió en la cama, la vistió, y colocándose la rueca en la cintura, la dejó en disposición de estar hilando. Vinieron los dos hermanos, al anochecer, de vuelta ya del trabajo. -¿Cómo esta la madre? -preguntaron. -¡Ah, muy bien! La he bañado y ha quedado muy descansada. En este momento está hilando. ¡Cual no sería la impresión de aquellos hermanos, cuando, al entrar en el dormitorio de su madre, la encontraron muerta! Como eran muy pobres, decidieron salir por el mundo para tratar de buscar algún trabajo más rentable. Y, así, cargaron sobre sus hombros el portón del zaguán y se fueron a un monte. Cuando fue subiendo la tarde se subieron a un corpulento roble, arrastrando su portón y dispuestos a pasar allí la noche. Al poco tiempo, vino a instalarse, debajo de aquel mismo árbol, una cuadrilla de ladrones, quienes, después de haber encendido el fuego, se dispusieron a preparar la cena. Pusieron un trozo de carne a freír en la sartén. Los tres hermanos, entre tanto, guardaban silencio en lo alto del árbol. Pero, de pronto, el hermano medio loco manifestó que tenia necesidad de orinar. -Pues acércate, con mucho cuidado, a una esquina y vete orinando muy poco a poco -le contestaron. Hizo, pues, lo uno… y también lo otro, y todo cayó directamente en la sartén de los ladrones. Los ladrones daban saltos de alegría. -¡Qué bueno es Dios -decían-, que así nos manda desde el cielo grasa y manteca! Después de la cena, comenzaron los ladrones a hacer el recuento de sus dineros robados. Cuando más enfrascados estaban en su trabajo, los tres hermanos dejaron caer sobre ellos el portón, matando a algunos y provocando en el resto una desbandada general. Fue tal el pánico que se apodero de ellos, que no se acordaron de rescatar el dinero robado, quedando abandonado bajo el roble. Los tres hermanos aprovecharon el momento para bajar del árbol y hacerse con el dinero. Después, volvieron a su casa y vivieron felices. Leyendas vascas. Llevada por el diablo Extraído del libro “Antología de fabulas, cuentos y leyendas del Pais Vasco” de Luis de Bandiaran Iziar. Editado en 1981 por editorial Txertoa. En Cerain, hay un caserío que le distinguen con el nombre de Euzkita. Un día, mientras se desataba una espectacular tormenta, la madre mandó a su hija que subiera a cerrar las ventanas del desván. La joven no quiso obedecer a su madre. Entonces, la madre la maldijo pidiendo que se la llevasen los diablos. Por fin, la hija subió a cerrar las ventanas, pero ya nunca más volvió a bajar. Se la había llevado el diablo. Desde entonces, anda errante, vagando de un lugar para otro. Unas veces, se la ve en Aizkorri, otras en Aralar y otras en Amboto. Estando en Aizkorri, se llevó a su cueva un carnero. Los pastores fueron a pedirle que les devolviese el carnero. Durante la visita de los pastores, ella se mantenía sentada sobre el carnero, al mismo tiempo que una joven la peinaba. Los pastores terminaros recobrando el carnero gracias a la cera bendita con que habían entrado en la cueva.