Bernardo Atxaga Nueva lección sobre el avestruz «Sequitur natura avium quarum grandissimi et paene bestiarum generis struthocameli Africi vel Aethiopici altitudinem equitis insidentis equo excedunt, celeritatem vincunt, ad hoc demum datis pinnis, ut currentem adiuvent. Cetero non sunt volucres nec a terra tolluntur ungulae eis cervinis similes, quibus dimicant, bisulcae et comprehendendis lapidibus utiles, quos in fuga contra sequentes ingerunt pedibus. Concoquendi sine dilectu devorata mira natura sed non minus stoliditas in tanta reliqui corporis altitudine, cum colla frutice occultaverint, latere sese existemantium». (Plinio, «Naturalis Historia») Plinio murió hace ya veinte siglos, y, sin embargo, a pesar del mucho tiempo transcurrido, sus consideraciones sobre el avestruz siguen teniendo vigencia: que el avestruz es un ave -dice Plinio-, y la mayor de las conocidas, ya que alcanza fácilmente la altura de un jinete montado a caballo. Y que sus patas y pezuñas son como las de un ciervo, valiéndose de ellas para arrojar piedras al enemigo que le persigue. Y que resulta asombrosa y maravillosa la capacidad que tiene para engullir cualquier cosa, sea piedra, papel, hierba o hierro. Y que es un ave de lo más estúpido, que su estupidez es por lo menos tan grande como su cuerpo, es decir, una estupidez que alcanza fácilmente la altura de un jinete montado a caballo. Y que no es capaz de volar, y que pone huevos y los oculta bajo tierra... Detengámonos ahora en esa costumbre de ocultar los huevos bajo tierra, pues, como han señalado muchos estudiosos, se trata de una cuestión muy notable. Veamos, por ejemplo, lo que al respecto dicen el Bestiari català escrito hace unos cuantos siglos, o un poema antiguo de Richard de Fournival. El «Bestiari català»: «...e com fa sos ous, si.ls pon en la arena, e garda vers lo çel e té sment a una stela qui s'apella Virgo, qui appar de març e d'abril, e com ell ha vista aquella stela, sí lexa star los ous e no y torna fins que los sturç són nats; e por lo poder de Déu lo sol scalfa aquells ous tan fins que los sturç són nats.» El poema de Richard de Fournival: «Así le sucede al huevo del Avestruz. Porque este pájaro es de tal naturaleza que deja su huevo en la arena y ya no vuelve a prestarle atención. Pero el sol, que es fuente universal de calor, le calienta y le alimenta en la arena. Así llega a la vida, sin que precise ser empollado de otra manera. Así digo de mí, que soy el huevo que nadie ha empollado, y ha faltado muy poco para que me echase a perder. Pero una cierta alegría me sostiene y es como mi sol. Éste es un consuelo común a todos los hombres, y cada uno tiene la parte que Dios le ha dado.» Así pues, resumiendo lo dicho hasta ahora y destacando lo más importante sobre los huevos de avestruz, podríamos decir lo siguiente: UNO. - Que antes de poner sus huevos, el avestruz mira al cielo para asegurarse de que la estrella denominada Virgo o Virgilio está allí. DOS. - Que esa estrella denominada Virgo o Virgilio anuncia la proximidad del verano y del calor. TRES. - Que si ve esa estrella, el avestruz pone sus huevos. CUATRO. - Que si no ve esa estrella, el avestruz no pone huevo alguno. CINCO. - Que el avestruz no pone sus huevos en cualquier sitio, sino bajo la tierra o bajo la arena. SEIS. - Que el sol calienta la tierra o la arena, empollando así los huevos y ahorrando ese trabajo al avestruz. Por un lado, esas costumbres del avestruz son sin duda admirables, pero por otro lado, y si se me permite una vulgaridad, no dejan de ser una mierda. Porque imaginemos qué difícil le ha de resultar a una mujer africana, a una mujer cuya familia está pasando hambre, dar con esos huevos ocultos bajo tierra... ¡con todo su valor energético! Porque no hay que olvidar que un huevo de avestruz es veinte veces más grande que un huevo de gallina, y que su valor energético guarda la misma proporción. Naturalmente, hay veces en que -gracias a un golpe de viento que dispersa la arena y los deja al descubierto- esa mujer africana sí logra encontrar un buen montón de huevos de avestruz; un buen montón, digo, pues no olvidemos que los avestruces andan siempre en grupo y hacen unas puestas colectivas enormes, de tal modo que allí donde hay un huevo suele haber por lo menos otros cuarenta o cincuenta más. Pues bien: para esa mujer africana cuya familia está pasando hambre, encontrar ese tesoro supone una alegría tremenda, y no es raro que ante su hallazgo sufra incluso un ataque de hipo y que en lugar de exclamar qué alegría!, exclame qué ale-ale-alegría! Sin embargo, una mujer africana pocas veces tiene la oportunidad de sentir esa alegría, y ello por el motivo expuesto anteriormente y por otros que aún no he mencionado. El motivo expuesto anteriormente, ya lo conocéis: que el avestruz oculta sus huevos. Los que todavía estaban por mencionar, son estos dos: UNO. - Que para encontrar una cosa enterrada bajo tierra hace falta tener mucha suerte, y que -al. igual que la mayoría de los pobres de este mundo- las mujeres africanas jamás gozan de tal suerte. DOS. - Que para que una mujer africana que está pasando hambre pueda dar con un huevo de avestruz, es imprescindible, en primer lugar, que en la zona de África donde vive haya avestruces. Y en esas zonas -Somalia, Mozambique, Etiopía- ya no quedan avestruces. -¿Por qué ya no hay avestruces? -pregunté hace unos meses a un economista que trabaja en Somalia. Se llama Pedro Wainer y trabaja para las Naciones Unidas, en el programa que pretende ayudar al Tercer Mundo. -Porque se los han comido todos -me respondió. -¿Todos todos? -le dije asombrado. -Quizás no todos todos. Quizá quede alguno que todavía no han capturado. Me quedé pensando en lo que Pedro Wainer me había dicho y, de pronto, vi un avestruz en ese lugar que hay detrás de los ojos y que llamamos Imaginación, vi el único avestruz que queda en Somalia, y luego enseguida vi sus muslos asándose poquito a poco y dorándose, y aquellos muslos eran como los de pollo, sólo que veinte veces más grandes, y además rezumaban una manteca cuyas exquisitas gotas producían chisporroteos al caer sobre el fuego. Y enseguida, se esfumó aquella imagen y ocupó su lugar otra, similar pero coloreada de rojo: era el mismo muslo de avestruz, pero preparado en salsa de tomate, y en el tomate aparecían aquí y allá unas torres diminutas que sin duda alguna eran champiñones. Pero también aquella segunda imagen se disipó, y en su lugar apareció una casa llamada Betani, y pensé: ¿Me habré librado del muslo de avestruz? -pues en esa casa de Betani estaba la panadería de mi pueblo natal, y en las panaderías lo normal es que haya panes, no muslos de avestruz. Entonces vi a Mariatxo, la hermana del panadero, y Mariatxo me llevó hasta la sala donde tenían el horno. Miré por la abertura del horno y he ahí que, una vez más, veo el muslo de avestruz. Pero ahora, más que dorado parecía miniado en oro, y en vez de salsa de tomate, llevaba una reluciente corona negra confeccionada con ciruelas pasas. No había hecho más que sentir el vaho caliente del horno, cuando me pareció que dos de las ciruelas pasas estaban en una cara. Y resultó ser así: delante no tenía horno alguno, no tenía un muslo de avestruz preparado según una receta francesa, sino la cara de un hombre negro, todo piel y huesos; piel, huesos y dos ojos como ciruelas pasas. Detrás de él se extendía una llanura agrietada y sin hierba: África, o más exactamente, Somalia. Sin que nadie me lo dijera, supe cómo se llamaba aquel hombre: Ibrahim AL Kismayu. Me pareció que decía algo, entre dientes, como balbuceando. Agucé el oído, y pude oír lo que con voz abatida decía aquel hombre. Decía: n di yere ke bobo di, n di yere ke fiyento di, n di yere ke naloma di, ja ko n di yere ke tulogeren di... Era inútil, no podía entenderle, África está demasiado lejos para nosotros. Entonces, recordando todas las cosas que había visto en mi imaginación, escribí este poema: Soomaaliya. SOOMAALIYA El lunes, Ibrahim Ali Kismayu comió un puñado de arroz. ¡Y qué alegría! ¡Qué alegría! ¡Qué alegría más grande! El martes, Ibrahim Ali Kismayu comió unas hortigas hervidas. ¡Y qué alegría! ¡Qué alegría! ¡Qué alegría más grande! El miércoles, Ibrahim Ali Kismayu comió una lagartija asada. ¡Y qué alegría! ¡Qué alegría! ¡Qué alegría más grande! El jueves, Ibrahim Ali Kismayu comió nueve moscas y dos avispas. ¡Y qué alegría! ¡Qué alegría! ¡Qué alegría más grande! El viernes, Ibrahim Ali Kismayu encontró un hormiguero. ¡Y qué alegría! ¡Qué alegría! ¡Qué alegría más grande! El sábado, Ibrahim Ali Kismayu comió un papel que decía «Help Somalia Now». ¡Y qué alegría! ¡Qué alegría! ¡Qué alegría más grande! El domingo, Ibrahim Ali Kismayu vio desde su ventana un avestruz. ¡Y qué aa, qué aale alelele alelelele le lele qué ale qué alegría más grande! ¿Atraparía al avestruz Ibrahim Al¡ Kismayu? ¿Comería sus huevos -en el caso de que fuera hembra- durante los meses siguientes? ¿Comería -en el caso de que fuera macho- sus buenas piezas de muslo? No lo sabemos. Y es que el avestruz no es presa fácil. Y no sólo por lo que decía Plinio, ungulae eis cervinis símiles, quibus dimicant, bisulcae et comprehendendis lapidibus utiles, quos in fuga contra sequentes ingerunt pedibus... o sea, no sólo porque arroja piedras contra los que le persiguen, sino también por su velocidad. Porque resulta que un avestruz puede correr a sesenta kilómetros por hora. No, el avestruz no es presa fácil. Si lo fuera, el avestruz no hubiera durado tanto sobre la faz de la tierra, en la que, dicho sea de paso, lleva sus buenos 7 millones de años. Y además -si fuera presa fácil, como digo- los bosquimanos no le habrían dedicado un canto de caza tan hermoso como éste: CANTO BOSQUIMANO A LA CAZA DEL AVESTRUZ Tú, con el vientre lleno de piedras, y las pezuñas grandes, que con las plumas dices tsam-tsam, que comes el corazón de los melones, dame una de tus plumas. Avestruz, que te levantas y vuelas, con el cuello largo y las pezuñas grandes, con el estómago lleno de piedras, gran ave, avestruz macho con el pico largo, que vuelas y corres, gran ave dame una de tus plumas grises. Avestruz, con el costado polvoriento, gran ave que corres aquí y allá batiendo tus plumas, vientre que dice khou-khou, avestruz macho que corres y caminas, dame una de las plumas de tu cola. Avestruz macho, que alzas la cabeza, vientre que dice khari-khari, avestruz... sólo tus tripas no se pueden comer, ¡Dame un hueso de tus plumas, avestruz! El, que tiene dos huesos que dicen hui-hui, avestruz macho, que tienes la médula suculenta, que con la cara dices gou-gou... ¡Ojalá pueda poseerte, avestruz mío! Los cazadores lo quieren, los cazadores le requieren con cantos, pero ese pájaro que con la cara dice gou-gou se da a la fuga a una velocidad de 60 kilómetros por hora. Después, cuando obtiene la suficiente distancia, se inclina y arrima a la tierra ese cuerpo suyo tan grande, tan grande y tan difícil de ocultar, y luego encuentra un agujero e introduce en él la cabeza. De esa manera, pasa desapercibido; de esa manera, tal como escribió Oteiza, busca una solución fuera de la muerte. Porque, claro está, el avestruz no es un Rambo, y no se parece en nada al toro. Escribe Oteiza: «El bisonte -el toro-, torpe y primario animal, sin capacidad espiritual para reconocer o confesar el miedo existencial, muere sin descubrir antes la muerte. ¿Quién ha dicho que el avestruz es torpe porque esconde la cabeza ante el supremo peligro? Tiene miedo y por esto encuentra solución, pero solución única, espiritual, fuera de la muerte. Maravilloso y calumniado, metafísico animal, que crea su propio cromlech. Tiene alas y no puede volar, como el hombre.» ¿Quién ha dicho que el avestruz es torpe? La respuesta es: muchos lo han dicho. Y no sólo porque esconde la cabeza y de esa manera se aleja mucho de Rambo y de otros modelos que admiramos, sino también debido a su aspecto. Efectivamente, el avestruz es un animal feo, feísimo. Si sus muslos no fueran tan evidentes las cosas podrían ser distintas. Pero así y todo... Aunque tuviese los muslos envueltos en seda, ¿qué se puede hacer con esa cabeza suya donde no asoma casi pelo alguno? Recordemos el testimonio de Séneca: «En el Senado vimos a Fidio Cornelio llorando. Al parecer -cuenta Séneca- Corbulion le había dicho que su cabeza era calva como la de un avestruz...» Cierto es que los senadores de ahora no lloran por esas nimiedades, y por ello quizás os resulte difícil calibrar las palabras de Séneca; pero lo que está claro es que el avestruz dista mucho del aspecto y de las medidas de una Claudia Schiffer. Porque, esa es otra... las medidas del avestruz: treinta, ciento ochenta, ciento diez -treinta de cabeza, ciento ochenta de pecho y ciento diez de caderas. Es evidente: la cabeza es demasiado pequeña para un cuerpo tan grande; no hay armonía entre la cabeza y el cuerpo. Es lo que, por otra parte nos dice la etimología... en efecto, avestruz es una palabra compuesta de ave y el antiguo término estruz, tomado éste del occitano estrutz, procedente a su vez del latín struthio. Struthio, que no es sino un apócope de la palabra griega struthiokamelos. ¿Y qué es kamelos? Pues ese animal que aparece en los paquetes de tabaco Camel. ¿Y struthio? El pájaro más común, el gorrión. Así pues, ahí lo tenemos: avestruz igual a camello más gorrión. Un híbrido monstruoso, realmente. Hubo un poeta vasco, Lizardi, que escribió un poema sobre los gorriones de París. El poema terminaba con estos versos: «Gorrión parisino: ¿en qué se distingue de ti el gorrión de mi país? Los dos sois de color pardo, y ninguno de los dos sabéis francés. Con igual desahogo sois inquilinos, aquél de los viejos campanarios, tú de las insignes Tullerías. Seguro estoy de que si lo trajera aquí aquél volaría contigo sin encogerse. En cambio, ¡mirad al hombre! ¡Qué desmañado pájaro en su perpetuo afán de cosmopolitismo! Sale de su casa y ya está perdido. En resumen: que viéndome en París tan extraño, me quejé al cielo expresándole cuánto más me alegrara de ser gorrión, que no hombre.» Alegrarse de ser gorrión sí. Pero, ¿alegrarse de ser avestruz? No, en absoluto. Nadie quiere ser avestruz. Oteiza dirá lo que quiera, pero -bien por su cobardía, bien por su fealdad- lo cierto es que el avestruz no tiene hoy prestigio alguno. No sale en las películas como todos esos forzudos; no sale en las revistas como las modelos; y por si eso fuera poco, tampoco sale en ninguna fábula. El zorro, el lobo, el perro, el gato, el ratón, el león, el tigre, el águila, la serpiente, el conejo, la paloma, la tortuga, el erizo... todos ellos y mil más aparecen en las fábulas, pero no así el avestruz. Podía haber sido presentado como un Cyrano del mundo animal, pero también ese honor le fue arrebatado: más exactamente, se lo arrebató un pato, el famoso patito feo. Ahora se erigen monumentos al pato; en los parques de muchas ciudades pueden verse patos de bronce o de piedra con una leyenda que dice: «El más feo resultó ser el más hermoso.» Un insulto para el avestruz. Nos lo presentan como un pato negro y total que al final es un cisne. Una bajeza. ¿Qué diría la persona más cabezona y fea de Euskadi si fuera a Kortezubi -a una de esas competiciones de feos tan famosas- y alguien le arrebatara el primer puesto, un alguien que luego, tras quitarse la máscara y demás, resultara ser Claudia Schiffer? Pues así es como se sienten los avestruces con respecto al patito feo. Además, la debilidad llama a la debilidad, y la gente no perdona al avestruz el carecer de las cualidades debidas, y le culpa de cualquier mal. Hace poco leí estas palabras en un anuncio colocado en la puerta de mi casa: «S.O.S. Angola está en guerra. No escondas la cabeza como el avestruz. Nuestros hermanos no tienen medicinas ni alimentos. Alimentos que no se estropean y las medicinas que tienes arrinconadas las puedes entregar en la Parroquia del Sagrado Corazón. La solidaridad es un nuevo nombre de la justicia.» O sea, que además de feo y cobarde, es también egoísta y -si recordáis lo que decía Plinio, sed non minus stoliditas in tanta reliqui corporis altitudine—... un animal de lo más estúpido. Así las cosas, no es de extrañar que los avestruces hayan desaparecido de los zoológicos. Hoy en día no hay avestruces en los zoológicos. Verdad es que en el zoológico de La Habana queda uno, el que suministra plumas a las bailarinas del Tropicana, pero sí alguien no lo remedia, es decir, si alguien no soluciona la situación económica que ahora sufre la isla, sus días están contados. Pero, cuidado, nada de compasión. El avestruz es un ave salvaje, y tal como Lawrence escribió: Jamás he visto un ser salvaje que sienta compasión de sí mismo. Un pajarillo caerá de su rama muerto de frío sin sentir compasión de sí mismo jamás. Viendo que los avestruces estaban a punto de desaparecer, hace un año compré en Londres un pequeño avestruz. Es de bronce, y alcanza una altura de cinco centímetros sobre el nivel del suelo; en este caso sobre el nivel de la mesa, ya que siempre lo tengo sobre mi mesa de trabajo a modo de talismán. Algunas veces cojo mi pequeño avestruz en la mano y -como hicieran otros con el diablo de la botella o la garra del mono- le formulo un deseo, le pido que me conceda un buen poema o una buena idea. Pero por ahora, sólo me ha concedido una imagen: la de la carretera comarcal número nueve de Guipúzcoa, la misma que pasa por mi pueblo natal. Y me pongo a mirar a esa carretera y veo un niño que montado en una bicicleta roja pedalea a todo pedalear, y ese niño soy yo, soy yo con nueve años, y vuelvo a casa después de pasar toda la tarde en la escuela de Zizurkil, y es invierno, y es de noche, está lloviendo, y pedaleando sin parar adelanto a los obreros que vienen de la fábrica Sacem, porque los obreros, que van en grupo y envueltos en capotes de lona negra, pedalean con desgana; y luego adelanto a dos chicas, que también pedalean con desgana con el cuello bien abrigado y charlando entre sí; y luego, a la luz de mi farol, veo a un hombre solo que camina sin paraguas bajo la lluvia. Me dispongo a adelantar a ese hombre, pero he ahí que me llama y me dice: -¿Quieres que te lea mi poema? -¿Eres castellano? -le pregunto yo. -Me llamo Leopoldo María Panero. ¿Quieres que te lea el poema? -me dice él de nuevo. Al ver mi gesto afirmativo, saca del bolsillo un papel mojado, y a continuación enciende un mechero con el que alumbra las líneas de su poema Peter Punk: Peter Punk es el amor y Campanilla su princesa en el cielo están buscando el secreto de la nada todos los Niños Extraviados. Peter Punk es el amor y Campanilla su princesa Garfio busca en vano el secreto de su mano y Campanilla llora al pie del Árbol Extraviado adónde las sirenas y adónde los enanos Peter Punk intenta en vano su amor explicar, en una playa desierta Campanilla lo dejó. Termina el poema y los dos guardamos silencio por un momento, y luego el hombre sin paraguas sigue su camino a pie y yo sigo mi camino en bicicleta, y de nuevo adelanto a los obreros de Sacem, y también a las dos chicas, y pedaleando con fuerza me voy acercando a mi pueblo natal, ahí están las luces de Panaderi, y las de Altzarte, y las de Ibarrazpi, y las de Ihartzane, y yo entro con mi bicicleta en la calle mayor y sin pararme la atravieso hasta llegar a Betani, la panadería, porque desde que empecé a ir a la escuela de Zizurkil todos los días recibo como premio un bollo de leche. Cuando bajo de la bicicleta veo a Mariatxo, la hermana del panadero, que está atendiendo a unos viajantes. -Coge tú mismo el bollo de leche -me dice Mariatxo-. Abre la puertecilla del horno y coge el que quieras. Obedezco a Mariatxo, pero cuando miro por la abertura del horno, no encuentro allí ni un solo bollo de leche, sino el muslo de un avestruz, más que dorado miniado en oro, y con una reluciente corona confeccionada con ciruelas pasas. Pero, cuidado, las ciruelas pasas no relucen tanto, al menos dos de ellas parecen más bien opacas, vidriosas... y es que en realidad no son dos ciruelas, sino dos ojos muertos: los ojos de Ibrahim Ali Kismayu, que murió de hambre por no haber podido dar caza al avestruz que un domingo vio desde su ventana. Y se acabó la lección.