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El terna es complejo y se escapa de los límites lógicos de ešte trabajo, por lo que, si me permiten, y antes de centrarme en el análisis de las formas afijales, procedo simplemente a esbozarlo. En primer lugar, habría que recordar que si el diccionario refleja lo consen-suado socialmente en el ámbito del léxico, y ešte consenso se acepta con la inclusion en la macroestructura de palabras generalizadas, se limitan, en principio, crea-ciones adecuadas a los resortes propios del sistema. Esta concepción lexicográfica posibilita que el hablante distinga entre las voces prestigíosas (aquellas que se pue-den decir, porque «existen») de las nos prestigíosas o inventadas (pues, aunque se digan, «no se deben decir», ya que, en teória, «no existen»). Y esta existencia en-ťrecomillada no obedece, en ocasiones, a más razón que a la inclusion caprichosa de determinadas palabras ancladas en la tradición o atestiguadas en un corpus más o menos representativo (pero no exento de subjetividad), frente a las que han tenido peor suerte y, como mucho, Hegan a recopilarse en los catálogos de neologismos. Y aunque con el tiempo lo neológico se sancione académicamente (y, por lo tanto, se desneologice), se seguirá haciendo hincapié en lo descodíficador y no en los meca-nismos lexicogenésicos. Pero el diccionario es un producto comercial y atiende a las demandas de unos usuarios que pretenden asegurarse de la confirmación social de un vocablo. Es decir, generalmente se buscan consensos, no potencialidades. Dada la tradicional finalidad normativa de los repertorios lexicográficos, lo ideal es proporcionar la distinción entre lo potencia! consensuado y lo que no figura entre los hábitos de la generalidad de hablantes, por más que la tendencia analó-gica del idioma lo permita, y, en este sentido, deben orientarse las mejoras de estas obras. En la confección de los diccionarios se tienen en cuenta, aunque sea unica-mente por razones de espacio, las posibilidades sistemáticas a las que estoy hacien- 208 "JAN MANUEL GARClA PLATERO do referencia, lo que conlleva que en la macroestructura no se incluyan únicament los elementos que de forma tradicional llamamos palabras, sino también morfenr de tipo gramatical (Werner 1982). Pero en este caso las restricciones de uso lleg-a descuidarse, lo que plantea no pocos problemas que ponen en entredicho la pro-' pia conception normativizadora de los repertonos. Conviene, en este sentido, ana lizar tanto los valores contenidos en los aiticulos lexicográficos que los dicciona-rios dedican, por las razones seňaladas, a las formas afijas (aunque en ocasiones se ubican en cuadros gramaticales) como la inclusion de las voces derivadas predeci--bles. Si los planteamientos resultan adecuados, se acertará en la deseada fusion en-tre la analógia del sistema y lo socialmente aceptado. Si nos centramos en la afijación antepuesta, en ocasiones basta con incluir entradas especificas para cada uno de los constituyentes con actualization de valo-", res significativos de consenso. De ahi que se pueda prescindir de la mayor parte de las voces prefijadas (dejando a un lado las lexicalizaciones), dado que, en muchos casos, lo predictible no suele entrar en competencia con lo aceptado socialmente, sobre todo si nos fijamos en los mecanismos de intensificación, de especial renta-bilidad en el espaňol contemporáneo. En efecto, las creaciones con ultra-, mega-, super-, hiper-, etc. son fácilmente transparentes (incluso contextualmente inter-cambiables) y no causan especiales problemas de validación normativa, por lo que la ausencia en los repertonos del vocablo creado por este procedimiento no implica que hablemos de incorrección, sino de potenciál o real existencia en el uso, aunque generalmente ocasional. En todo caso, el artículo lexicográfico correspondiente al afijo debe incluir información nečesaná para la adecuada producción de vocablos, como puede ser la referente a la combinación categorial y, por su supuesto, la ca-racterización semántica, que no ha de ceňirse al valor iniciál locativo característico de muchos de estos constituyentes, sino que tiene que atestiguar el sentido de apre-ciación que, a veces, deriva en lo disfemístico, como ocurre, por ejemplo, con infra- (Rodriguez Ponce 2002: 157-158). Por lo tanto, en el ámbito de la prefijación intensificadora, al igual que suce-de con la sufijación apreciativa, con la que guarda innegable similitudes funciona-les (Garcia Platero 1997), resulta especialmente eficaz la inclusion de artículos lexicográficos en los que se especifiquen con exactitud los distintos valores de los afijos y la incorporación en la macroestructura las lexicalizaciones, dada la predic-tibilidad de los componentes del vocablo neológico. Además, la mayor parte de las veces nos encontramos con creaciones ad hoc que dificilmente tienen cabida en un diccionario. Se trata de una tendencia sustitutiva del superlativo pospuesto, con absolute predominio de la formante super-, por encima de cualquier otro, que nace de los usos periodísticos y que, con frecuencia, pasa a formar parte de los hábitos fun-damentalmente orales de los hablantes. De forma consensuada, se entiende que nos encontramos con palabras espontáneas conformadas por mecanismos admisibles por el hablante, sin necesidad de que obtengan la sanción lexicográfica. EL TRATAMIENTO DE LOS AFUOS EN LOS DICCIONARIOS 209 Los constituyentes intensivos se suelen encuadrar dentro de los llamados elementos prefijales o prefijoides, al considerarse elementos cultos que, desde una perspectiva diacrónica, tuvieron existencia como palabra aislada. En todo caso, dada su disponibilidad generadora pasan a ocupar el estatuto de formantes afijales en el continuo existente entre composition y derivación (Garcia Platero 1998). Pero no resulta tan interesante la creación neológica como la propia tendencia lexicoge-nésica. Otros elementos cultos no ponderativos como tele-, auto-, foto- o radio- han servido para crear vocablos localizados en el ámbito científico, aunque después se-an productivos en el discurso estándar (más modernamente habria que referirse a ciber- o euro-). En todo caso, dado que no se tiende a la lexicalización, conviene, de nuevo, subrayar la necesidad de registrar de forma rigurosa los valores adecuados de los seudoprefijos y no necesariamente las unidades creadas por anteposi-ción, por otro lado fácilmente deducibles. Si se intentan evitar problemas de codificación, habria que abogar, por ejemplo, por un tratamiento lexicográfico del formante auto-. Existen ciertas incompa-tibilidades con los verbos que presentan reflexividad de manera inherente o con ad-jetivos en -ble, siempre y cuando el elemento prefijal la conserve y no adquiera una modalidad enfática (Felíu Arquiola 2003: 53), pues en caso contrario no cabria ha-blar de restricción («se resalta la ausencia de una causa externa al evento», como en autogestionar). Pese a la validez de estos planteamientos, los diccionarios se li-mitan a distinguir los valores 'uno mismo' y 'automóviľ, aunque en ocasiones, se incorpora alguna información normativa referente al valor redundante con verbos reflexivos. En la prefijación negativa aparecen varios casos de concurrencia de especial interes. Al margen de tenues precisiones semánticas no siempre convincentes, lo cierto es que estos constituyentes confluyen con regularidad, por más que en ocasiones el consenso no sistematice las tendencias: [...] en la mayoria de las ocasiones, el sistema podria admitir formas como *acohe-rente, *ahumanidad, *no profesor o *deslimpiar; sin embargo, en éstas que ahora aparecen como formas de asterisco, y son fácilmente inteligibles por cualquier hablante, el empleo por parte de la comunidad de hablantes y la aceptación las trans-forma en vocablos habituales, como ha sucedido con muchos de los que hoy dia han llegado incluso a ocupar un lugar entre las entradas de un diccionario (Montero Cu-riel 1999: 196). Aqui se percibe la necesidad de incluir lo sancionado bien en artículos lexicográficos independientes, bien en la información de la entrada clave no derivada. Se trata de un criterio especialmente válido, como veremos, para abordar la sufijación. 210 JUAN MANUEL GARCÍA PLATERO En el tratamiento de las voces sufijadas nos solemos encontrar con carencias dificilmente justificables en la lexicografia didáctica, sobre todo en la orientada al aprendizaje del espaflol como segunda lengua. Es lógico que la macroestructura de los diccionarios sufra restricciones (no ha habido, ni habrá, ningún diccionario que refleje todas las palabras de una lengua), de ahi que se elimine buena parte de estas voces. Pero cabría esperar, en el ámbito en el que nos movemos, la inclusion de unos valores de aplicación adecuados a la realidad léxica y que, por lo tanto, ten-gan en cuenta las posibles restricciones de uso en la combinación de los constitu-yentes de los vocablos (sin olvidar el comportamiento de los alomorfos). En estos caso, aunque se incluyan en el artículo lexicográfico concerniente a la forma afijal los distintos valores consensuados, no siempre es conveniente pres-cindir de la forma derivada, ya que la facilidad deductiva del valor significativo del vocablo no conlleva necesariamente la generalización de uso. Si nos fijamos, por ejemplo, en la nominalizacion deadjetival, nos encontra-mos con un numero significativo de afijos pospuestos de idéntico valor. Como re-cuerda Lang, «no existe una gran consistencia en la elección de un sufijo si se atiende a una función semántica específica» (1992: 181). Y asi (torno alguno de los ejemplos que menciona) de estrecho tenemos estrechez, de largo, largueza y de an-cho, anchura. Resulta dificil aducir un valor significativo distinto para cada una de estos formantes y especificar en su artículo lexicográfico correspondiente reglas de incompatibilidad realmente válidas, por lo que no se debe prescindir lexicográ-f icamente del derivado, por más que el usuario deduzca con facilidad los elemen-tos que lo integran. De lo contrario, se sobrentendería que el uso ha normalizado la combinación de estos adjetivos con cualquiera de los sufijos sefialados. Es decír, no bašta con el registro de la anomália signif icativa; lo regular ha de incluirse (bien en la macroestructura, bien en la microestructura, dependiendo del tipo de diccionario), si no queremos dejar a un lado el reflejo del consenso entre los hablantes. Más de una vez se ha hecho hincapié en el deficiente tratamiento lexicográfico de los sustantivos deverbales (Garcia García-Serrano 2003-2004), en la medida en que se peca de excesiva simplificación en las definiciones, asi como de olvido de las restricciones combinatorias (Mas Álvarez 1999). Los problemas son espe-cialmente complejos en los casos de los sufijos -ción y -miento, con igual tratamiento lexicográfico, pese a que se ha subrayado la vigencia de los vocablos for-mados con el primer constituyente, en detrimento del segundo. Además frente a la predictibilidad de los sustantivos deverbales en -miento, las formas en -ción ad-quieren valores significativos específicos: Asi, por ejemplo, mientras que relajamiento,poblamiento,preparamiento,pulsa-miento o plantamiento únicamente se definen lexicográficamente por la 'acción o efecto' del verbo base correspondiente, los lemas en -ción concurrentes ofrecen, en cambio, varias acepciones: relajación designa fenómenos físicos y metalúrgicos; EL TRATAMIENTO DE LOS AFIJOS EM LOS DICCIONARIOS preparation se especializa en farmácia y en história natural; infláciou en economía; revolution, en geometria y mecánica, etc. (Lliteras 2002: 75). A veces nos encontramos con vocablos arcaicos, como desviamiento, perdi-miento, agrupamiento, etc. (Lliteras 2002: 74) o con couvivencia con otros deriva-dos sean denominales o regresivos (Lang 1992: 192): tratamiento/trato; ablanda-miento/ablandura. Si bien podemos hablar de cierta productividad de ešte sufijo, no parece que se trate de un formante con el que haya que contar desde el punto de vista lexicogenésico. Las restricciones derivativas de -miento y su regresión gené-sica aconseja que se incluyan las voces sancionadas. En cuanto a -ción, pese a su frecuencia de uso y su regularidad con las formas verbales en -ificar e -izar (Lang 1992:187), la tendencia a crear deverbales polisémicos es motivo suficiente para incluirlos en la macroestructura, por razones descodificadoras. En su día me referí al deficiente tratamiento lexicográfico de la llamada seu-dosufijación (Garcia Platero 2001b), en la medida en que se tiende a una monose-mia inexistente, pues junto con el valor etimológico iniciál se olvidan sentidos se-cundarios atestiguados en el uso. Al igual que la seudoprefijación, se trata de ele-mentos recurrentes de origen culto (en su origen voces de existencia independien-te), como ocurre, por ejemplo, con -cracia, -dromo, -oide, etc. Se ha discutido tanto la designación de estos formantes como su dificil estatuto morfológico (Gonzalez Pérez 2002), pero lo cierto es que en muchos nos encontramos con una vitali-dad en el léxico actual similar a la de otros sufijos vulgares. En todo caso, se re-quiere una actualización permanente de valores. Si, por ejemplo, tomamos el vocablo medallitis, que en los Ultimos tiempos ha aparecido en los diferentes medios de comunicación con motivo de la celebración de las Olimpiadas, y entendemos que se trata de una creación ad hoc, bastaría con aplicar el sentido otorgado al elemento sufijal. Pero si buscamos ese valor en el DRAE, nos encontramos únicamente con 'inflamación', y se obvia toda la intención disfemística del discurso. Merece la pena, por otra parte, aludir al problema del tratamiento de los ad-verbios en -mentě, dada la imposibilidad de incluir una entrada para ešte formante que tenga en cuenta las incompatibilidades consensuadas. En el DEA, M. Seco y sus colaboradores abordan el problema con acierto: Es norma frecuente en los diccionarios espafioles la exclusion, salvo en casos espe-ciales, de los adverbios en -mente, por considera que, al menos en potencia, son tan-tos como los adjetivos sobre los que se forman, y que su significado casi siempre emana directamente de los mismos adjetivos. Pero el hecho es que el uso consagra unos y desecha otros. Se dice, por ejemplo, serenamente y claramente, pero no *bo-rrachamente y *amarillamente (aunque cualquiera «podría» decirlo). En ešte diccionario se incluyen todos los adverbios de esta clase -tanto si su significado está ya en el adjetivo primitivo, como si han desarrollado otros- cuya circulación real ha quedado comprobada (1999: xvi). 212 JUAN MANUEL GARCÍA PLATERO La Academia ha ido perfilando poco a poco sus planteamientos. Si en la edi-ción del DRAE de 1992 se hada alusión en las advertencias iniciales a la no inclusion de todos los adverbios en -mente (junto con diminutivos y despectivos) «por ser de formación fácil y a menudo ocasional» (DRAE-1992: xxvn), en la de 2001 se lee: Todas las voces derivadas de otras o formadas mediante composición, sin tener en cuenta la posibilidad de que su significado sea claramente deducible a partir de los elementos que las constituyen, pueden entrar a formar parte del Diccionario. Asi su-cede con los adverbios terminados en -mente, las voces que contienen los prefijos anti-, des-, etc. Podrá objetarse que las posibilidades de formación de nuevas pala-bras mediante estos procedimientos son prácticamente infinitas; pero lo cierto es que el uso real, en Espafia y en America, acepta solo algunos neologismos de este ti-po, mientras que rechaza otros. En este Diccionario solo aparecen aquellos términos que, vista la documentation de su empleo real, el Pleno académico ha decidido in-cluir (2001: xxxvi). Pese a lo dicho, la realidad parece ser otra. Y si con anterioridad se procedió a eliminar parte de estas terminaciones deducibles, sin unos criterios rigurosos (la mayor parte de las supresiones se limitaban a las primeras letras del diccionario), actualmente quedan sin sancionar formas adverbiales «de uso real». Si volvemos a las palabras incluidas en el prólogo del DEA, se afirmaba que, *borrachamente o *amarillamente «no se dicen», aunque desde el punto de vista del sistema no hay nada que lo impida, frente a, por ejemplo, serenamente o claramente, que «si se dicen». Pues bien, en el DRAE encontramos la segunda, pero no la primera voz, por más que ambas sean fácilmente deducibles, y la frecuencia de uso coincida con la de otras formaciones admitidas. Otros repertorios más restrictivos, como los escolares o los destinados al aprendizaje del espaňol como segunda lengua, han optado por la exclusion de este tipo de formaciones, salvo en los casos de cierta dificultad deductiva de los elementos conformantes, al restringirse el uso a una acepción determinada del adjeti-vo con el que se combina el sufijo (como sucede, por ejemplo, con últimamente). Si se sigue este criterio (más coherente, al menos, que el académico), se pone en entredicho el carácter normativo del diccionario, lo cual es discutible, ya que junto con empleos consolidados se Uegan a admitir potencialidades del sistema todavia no consensuadas. Es deck, se sancionaria el uso de claramente, pero también de *amarillamente, ya que la lengua en potencia lo permite y en el diccionario no se incluyen ninguna de las dos voces, al ser fácilmente deducibles. Este pianteamiento conllevaria problemas de codificación, sobre todo si nos centramos en los repertorios que se ocupan del aprendizaje del espaňol. La diferenciación entre la perspectiva apreciativa o no apreciativa de los for-mantes o el desarrollo de sentidos, convenientemente generalizados, que se apartan EL TRATAMIENTO DE LOS AFIJOS EN LOS DICCIONARIOS 213 del iniciál son otros problemas que han de tenerse muy en cuenta. Se ha hablado de la dificultad de establecer unas reglas de compatibilidad entre la base léxica y los sufijos diminutivos (Lázaro Mora 1999). Por otra parte, la información que propor-cionan los diccionarios es desigual, y, salvo excepciones, deficiente (Jimenez Rios 2002). Una vez más, hay que diferenciar la forma afija de la voz derivada. El trata-miento debe ser, en este sentido, similar al de los formantes anteriormente analiza-dos. Ya que toda base léxica es susceptible de adquirir un valor minorativo o de apreciación, el contexto resulta fundamental (piénsese, por ejemplo, en la aprecia-ción ameliorativa o disfemística, según los contextos, del diminutivo -Hlo: asuntillo o trabajillo, frente a chulillo opolitiquillo, por ejemplo), por lo que no siempre podrán tratarse lexicográficamente los derivados (Garcia Platero 1997). En todo caso, es deseable que las formas afŕjas registren, en la medida de lo posible, sus posibilidades semánticas en artículos o apéndices adecuados. En resumen, aunque el problema parezca complejo, la solución no es otra que adoptar una posición coherente y siempre en relación con las limitaciones de la macroestructura de cada diccionario. Es decir, si el repertorio lexicográfico no es especialmente restrictivo, bašta con incorporar las voces de uso generalizado, inde-pendientemente del carácter deducible de los elementos que conforman la unidad léxica que se ha de sancionar. Esta resolución se debe a la imposibilidad de incluir en la entrada correspondiente a la forma sufijal una certera información relativa a las incompatibilidades que el uso ha extendido entre la base léxica y el formante pospuesto. En los diccionarios que poseen un numero especialmente limitado de entra-das, sería deseable que el problema se abordara mediante el aňadido, como información microestructural, de la forma derivada al final del artículo correspondiente a cada vocablo base. Este pianteamiento (no eficaz, como acabamos de ver en los apreciativos o en la seudoafijación antepuesta o pospuesta) resulta igualmente váli-do para la prefijación negativa, en la que el sistema permite concurrencias no san-cionadas por el uso. Si se sigue este criterio, la ausencia del derivado supondría no la negación de lo que el sistema posibilita, en aras de la libertad creativa del hablante, sino la constatación de la escasa frecuencia de uso, y por lo tanto, la falta de consenso en el empleo del vocablo. De esta manera, se posibilita una codificación que no niega la exigida función normativizadora de los repertorios léxicos. Para esto es necesa-rio contar con datos adecuados y con la voluntad por parte de los lexicógrafos de no caer en inexplicables lagunas accidentales. A este fenómeno se refería Pena (2002), a propósito de la anterior edición del DRAE: «mientras para estabilizar se registra el nombre en -ción (estabiiización), no se hace lo mismo para desestabili-zar (desestabilización). Del mismo modo, figura el adjetivo en -ble pavajustificar (justificable) pero no para clasificar (clasificable). Estas lagunas no son lagunas del espaňol, sino del diccionario, del lexicógrafo» (2002: 288). 214 JUAN MANUEL GARCf A PLATERO Estos problemas se podrian paliar, en parte, si acudimos a un corpus lingüis-tico bien seleccionado, por más que, como se dijo más arriba, sean inevitables sub-jetividades y soluciones poco lógicas. En todo caso, conviene tener en cuenta que el diccionario no es ni mucho menos una obra acabada, ya que refleja una realidad léxica en continuo avance, y satisface las necesidades del usuario en un momento y lugar determinados. 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