UNAI ELORRIAGA Un tranvía en SP UnTranviaEnSP.qxd 28/3/08 18:36 Página 3 www.puntodelectura.com UUnnaaii EElloorrrriiaaggaa (Algorta, Getxo, 1973), de formación filólogo y de oficio traductor, con su novela Un tranvía en SP (2003) recibió el Premio Nacional de Narrativa 2002 y cosechó un gran éxito de público y crítica. Esta obra ha sido llevada al cine con el título Un poco de chocolate, en una adaptación protagonizada por Héctor Alterio, Julieta Serrano y Daniel Brühl. Además, ha publicado otras dos novelas: El pelo de Van’t Hoff (2004) y Vredaman (2006). Es colaborador habitual de medios de comunicación escritos. UnTranviaEnSP.qxd 28/3/08 18:36 Página 4 UNAI ELORRIAGA Un tranvía en SP UnTranviaEnSP.qxd 28/3/08 18:36 Página 5 Título: Un tranvía en SP Título original: SPrako Tranbia © 2001, Unai Elorriaga López de Letona © 2001, Elkarlanean S.L. © De la traducción: Unai Elorriaga López de Letona © Santillana Ediciones Generales, S. L. © De esta edición: mayo 2008, Punto de Lectura, S. L. Torrelaguna, 60. 28043 Madrid (España) www.puntodelectura.com ISBN: 978-84-663-1914-0 Depósito legal: B-18.313-2008 Impreso en España – Printed in Spain Cubierta: Cartel de la película Un poco de chocolate (detalle), una producción de Tusitala Producciones Cinematográficas, Mundo Ficción y Egutera. Producción asociada, ETB. Productora, Luisa Matienzo. Una película de Aitzol Aramaio. Impreso por Litografía Rosés, S.A. Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de la editorial. UnTranviaEnSP.qxd 28/3/08 18:36 Página 6 Un tranvía en SP UnTranviaEnSP.qxd 28/3/08 18:36 Página 7 UnTranviaEnSP.qxd 28/3/08 18:36 Página 8 1 Lucas veía las paredes de color chicle. De hecho, las habitaciones de los hospitales y las postales de París siempre son iguales. Y Lucas estaba en el hospital. «Estoy en el hospital», les decía a los que le iban a visitar. Estaba en el hospital. Lucas. —Tienes para elegir: pastillas verdes, amarillas, rojiblancas —le dijo la enfermera. —Verdes —eligió Lucas—, cien gramos; sin hueso. La enfermera le dio otras, las que ella quiso. Las enfermeras visten de blanco en los hospitales. El compañero de habitación de Lucas estaba dormido y la silla de las visitas vacía. Lucas tenía la impresión de que la silla se estaba riendo de él. La silla era pura maldad. Cuando se fue la enfermera, Lucas empezó a hablar con la silla: «Ya verás, va a venir; si no es hoy, el día de San Nicolás, si no es el día de San Nicolás... pero vendrá, y se sentará encima de ti y estaremos hablando hasta la noche, y después de la noche también, y después cogeremos el autobús, a casa». Entonces escuchó un tranvía, de los antiguos. Miró hacia la izquierda y en primer plano vio el suero tac-tac y en segundo a Anas, dormido. Era más 9 UnTranviaEnSP.qxd 28/3/08 18:36 Página 9 joven que él. Setenta y siete. Y dormía; y parecía que iba a dormir hasta desintegrarse, y hacía ruidos peculiares. * María se asomó por la puerta. Lucas tardó tres minutos en reconocer a su hermana. María empezó a jugar: —Aquí jefe de expedición a campamento base, cambio —dijo María con la mano en la boca. María estaba a ocho mil metros de altura, en el Shisha Pangma, hablando por radio. —Aquí campamento base, cambio —dijo Lucas, hablando como hablaría un enfermo que estuviera simulando hablar por radio, en el Shisha Pangma, en la pared sudoeste. —Estamos viendo la cumbre, estamos cerca ya. ¿Qué tal la enfermería del campamento base? —Bien. Un jolgorio es esto. En la calle se oían las vacaciones de los niños y los niños oyeron, a su vez, un ruido extraño y aparatoso, que no era más que el beso que le estaba dando María a su hermano, en la habitación del hospital. —¿Hoy no va... —empezó a susurrar Lucas. Pero a María se le estaba gastando el oído: —¿Qué? —... a venir Rosa? —Nocreo,Lucas,mañanaigual,opasadomañanaigual. —Ah. Diecisiete años ya, Rosa. Eso es lo que pensó María. Y le pareció triste. Le pareció triste porque en vez de pensar de verdad en la mujer de Lucas, en lo 10 UnTranviaEnSP.qxd 28/3/08 18:36 Página 10 único que había pensado era en los años que llevaba muerta. Y eso era triste, y pobre. Lucas se dio cuenta de que las paredes del hospital seguían verdes. —¿Qué tal la comida? —cambió María. —Hoy me han traído caviar creo que era —Lucas serio. Anas disertó en sueños. —¿Cuándo me van a quitar el suero, María? —¡El suero! Anteayer te quitaron el suero. —Ah... ¿No has oído el tranvía? ¿Cómo has venido, María? —En autobús. Los ojos de Lucas estaban cada día más claros, más grises. Las paredes le comían el azul. María pensó que tenía que sacar a su hermano cuanto antes de allí, que el hospital le estaba dejando el alma hecha una porquería. —Yo no tengo dinero para el autobús —le cortó Lucas—, ya te pagaré en casa. —¿Comiendo caviar y quieres volver a casa? Tú aguanta hasta que te echen. —O si no, tengo un amigo que conduce tranvías. Llámale sin miedo —se empeñó Lucas. —Además, he pedido una cama, para dormir aquí mismo —María. —Claro que igual no puede traer el tranvía justo hasta el hospital, ¿no? María se quedó mirando a su hermano, que pensaba, seguramente, en las olimpiadas y en las ciudades que habían tenido olimpiadas, y en las que no las habían tenido también, y en las que, pese a no haber tenido olimpiadas, tenían tranvía, etcétera. 11 UnTranviaEnSP.qxd 28/3/08 18:36 Página 11 Lucas no se merecía el hospital. Lucas necesitaba la carpintería y el trabajo de la carpintería y las sierras. Sólo cerraba la carpintería «cuando hay viento». Y eso era lo que necesitaba Lucas: la calle vista desde la carpintería, y hablar a los que pasan, y reírse, de las moscas y de las polillas. Y discutir con su hermano, con Ángel y, como cuando hicieron el bote para ir a pescar, enfadarse el uno con el otro, como se enfadan las suegras y algún que otro yerno y, ni para ti ni para mí, y coger la sierra y, ris-ras-ris-ras, cortar el bote en dos y reconciliarse al de dos días y contárselo a los amigos y reírse, como se reían de las moscas y de las polillas y, Ángel, habrá que empezar a hacer otro bote. «Yo sólo cierro el taller cuando hay viento.» * El médico llevaba puesta una bata, blanca, y por debajo llevaría, con toda seguridad, bastante más ropa. Sacó a María de la habitación, cogida del brazo. María sospechaba que el médico le iba a decir algo importante sobre Lucas. Y se deshizo. Pero solamente se deshizo un poco; se deshizo lo justo. Todavía mantenía sólida gran parte de las piernas y los brazos hasta los codos. Las manos se le movían caprichosa y arbitrariamente, pero conservaba la tranquilidad suficiente para escuchar al médico e incluso para entender lo que le iba a decir. —Tu hermano nos ha aburrido ya —dijo el médico. Sonrisa. El aburrimiento será, posiblemente, el sentimiento más aceptable que pueda producir un enfermo—. 12 UnTranviaEnSP.qxd 28/3/08 18:36 Página 12 Le quiero fuera de aquí en tres horas —a carcajadas ya—; así que ir vistiéndole. María le dio sesenta besos. Se oía a un niño en la calle pidiendo chocolate a gritos, con ansiedad, como se pide un médico en un desembarco. Entonces María: —La verdad es que vosotros también me habéis aburrido a mí. Recordó los cuarenta días que habían pasado en el hospital: los días siguientes a la operación y las enfermeras, con esa personalidad suya de goma de borrar. —Pero... ¿Va a quedar bien? —se preocupó María de pronto. —Con la operación no hay problema. La cabeza es lo que. —Sí, eso ya lo sé. * Anas se durmió a las seis de la tarde. Lucas se quedó solo, sin nadie con quien hablar, pero, aun así, se alegró; Anas llevaba días sin dormir. Entonces pensó un poco en los cementerios y en los panteones. Y en las gominolas de menta. La puerta se abrió con pereza. Entraron a la habitación dos ojos bastante limpios, sin legañas ni zonas enrojecidas, pero necesitaron tres segundos más de lo que la gente tardaba en abrir la puerta y pasar dentro. Era una chica joven. Andaba despacio, muy despacio. Lucas pensó «La sobrina de Anas, o la nieta». Sin embargo, la chica se sentó al lado de su cama. Tenía manos de susto, pegadas al vientre siempre. 13 UnTranviaEnSP.qxd 28/3/08 18:36 Página 13 —Hola —le dijo a Lucas. Lucas hizo un esfuerzo para tratar de recordar quién podría ser aquella chica. —Parece que estás bastante bien —empezó la chica. Y pensó que haber ido al hospital era, probablemente, la peor decisión desde que decidió estudiar Derecho. Lucas, por su parte, se había empezado a marear: quién es, se habrá confundido de habitación... y se atrevió a preguntar directamente: —No sé yo muy bien quién eres. —Rosa... —se sorprendió Rosa. —Rosa, Rosa —dijo Lucas derritiéndose dos veces—. También mi mujer se llamaba Rosa. —Ya lo sé. —Me acuerdo. En la heladería Humboldt. Allí conocí a Rosa. Estaba con su madre, imagínate. Con un helado de limón. Le dije que los limones eran lunas gordas y pedí uno de fresa. Ella me dijo que las fresas eran el sarampión de las zarzas. Así me dijo, el sarampión de las zarzas. Rosa. Cuarenta y siete años después. —Ya lo sé. —¿Y ya sabes que un suizo de sesenta y un años está preparando una expedición al Shisha Pangma? —dijo Lucas alegrándose de lo que había dicho. —No, eso no lo sabía. —¡El bastón! —gritó Lucas de repente—. Mira a ver si está en el armario. Rosa, un poco asustada, se levantó y fue hacia el armario con las manos pegadas al vientre todavía. Cuando estuvo cerca, separó por fin una mano del cuer- 14 UnTranviaEnSP.qxd 28/3/08 18:36 Página 14 po y abrió el armario. Estaba vacío. Pero cómo decirle a Lucas que el bastón no estaba allí, que el bastón que le había regalado su hermano no estaba allí, «Toma, lo he hecho para ti», «Pero...». No estaba en el armario. Ángel murió poco después de terminar el bastón. Lucas estaba convencido de que su hermano había metido en el bastón la poca vida que le quedaba y se la había regalado a él. «Ángel metió aquí lo poco que le quedaba para vivir.» —Sí, está aquí —dijo Rosa, no sin sufrir un poco. —Sólo cerraba el taller cuando hacía viento. Luego me puse viejo y el frío no me hacía bien. Pero tampoco entonces cerraba el taller. Por si venía Ángel, para que entrase directo. —Sí, ya lo sé. * La puerta se abrió de golpe. —Te veo como para hacer una media maratón —le dijo María a su hermano. —¿Y de dónde crees que vengo? Ahora estoy descansando un poco. En esta posada o mesón —dijo Lucas. María se sentó en la silla y se quitó el abrigo; en vez de hacerlo al revés, lo cual habría sido más cómodo e incluso más estético. —¿Y qué? —preguntó Lucas—. ¿Ya habéis hecho cumbre? —¿Y de dónde crees que vengo? Eso sí, tengo síntomas de congelación en los dedos de los pies. 15 UnTranviaEnSP.qxd 28/3/08 18:36 Página 15 Entonces se quitó un zapato y una media, y metió el pie en la cama de Lucas. Dijo «Ahora sí que estoy a gusto», o algo parecido, y empezaron a reírse. Se rieron como se ríen los bolígrafos de las notarías, los que escriben los precios. Hasta que Anas hizo ademán de despertarse. Lucas dijo a María que silencio, que Anas tenía que dormir. Más todavía. —Ha estado Rosa —dijo Lucas en voz baja. —¿Rosa? —repitió María con un poco de angustia. Cómo explicarle a Lucas que Rosa. —Rosa no —dijo Lucas adivinando lo que pensaba su hermana—; otra Rosa, una chica joven. Y hemos estado hablando del bastón y del Shisha Pangma y de la heladería Humboldt. —Vaya juerga, ¿no? —Pero ya sabía todo lo que le he contado y se ha ido pronto. —¿Y quién era? —No sé —dijo Lucas antes de quedarse en silencio bastante tiempo—. Aquí no hay polillas, María. María alzó la vista y era verdad. La habitación tenía más lejía que cemento. Mucha higiene; demasiada higiene. Y cuarenta días ya sin volver a casa. —Polillas sólo hay en las casas de los viejos —explicó María. —Echo de menos a la polilla de casa, María, a don Rodrigo. —¿Y cuál es don Rodrigo? En casa hay cientos de polillas. —Pero todas son una; todas son don Rodrigo. 16 UnTranviaEnSP.qxd 28/3/08 18:36 Página 16 * —Anas —continuó Lucas—, tú también estuviste en la guerra, ¿verdad? —Sí, Lucas; ayer me preguntaste lo mismo, y anteayer igual —dijo Anas, aburrido/orgulloso. Lucas no hablaba de la guerra hasta que no se quedaban solos. —¿Y por dónde anduviste? —En el sur. —Yo en el monte, como las lagartijas, siete años. Todavía no sabía ni lo que era una polilla. * —¡Pero todavía en la cama, so vago! —María entró en la habitación seria y rápido. —... —Lucas. —El médico me ha dicho que se acabó lo que se daba, que ni caviar ni nada ya, que a casa. «Me voy, Anas», dijo Lucas, e intentó levantarse sin conseguirlo. «No vuelvas», se oyó desde la cama de Anas. María, mientras tanto, había llamado a una enfermera y estaban sentando a Lucas en la cama. Las piernas colgando. —Te he comprado una revista de monte —le dijo María a su hermano. —¿Y cuál viene? —Lucas, feliz ya. —El Annapurna y el Nanga Parbat. —Déjame ver. —Cuando lleguemos a casa. 17 UnTranviaEnSP.qxd 28/3/08 18:36 Página 17 Era difícil vestir a Lucas: cuando le ponían el calcetín izquierdo se quitaba el derecho y cuando le estaban atando la camisa se metía las mangas del pijama por los pies. Y lo hacía con virtuosismo y gracia. —Me voy, Anas. —No vuelvas. 18 UnTranviaEnSP.qxd 28/3/08 18:36 Página 18 María. Ficciones Empiezas a mirar hacia atrás, ¿no? Y encuentras una barbaridad de recuerdos. Algunos bonitos. Pero luego piensas en tu edad y sólo treinta y cuatro años, en abril. Aun así, recuerdos tienes muchos, pequeños y bonitos algunos. Recuerdas, por ejemplo, cómo viste, desde abajo, desde muy abajo, cogida de la mano de tu padre, por primera vez, aquella noria gigante, y qué grande y qué brillante y sus hierros, unos oxidados y otros no, y qué grande era sobre todo. A mí eso me pasa en el cuarto de baño. Cierro la puerta y tengo recuerdos. Normalmente recuerdos buenos. A veces me echan en cara que estoy demasiadas horas en el baño y que al salir no doy explicaciones. Lo que pasa es que los recuerdos no se pueden explicar. Eso es lo que pasa. Y, claro, mi madre se enfada. Seguramente porque está mayor ya, pero no hay que tenérselo en cuenta, no muy en cuenta por lo menos. Mi padre no. Mi padre no escucha nada, o ésa es la impresión que da, como si tuviera una abeja en cada oído, y parece más sosegado que mi madre. Caza polillas y las clava en un corcho. Luego pone el nombre debajo, casi siempre en latín. También escribe mucho. De ahí mi afición, creo 19 UnTranviaEnSP.qxd 28/3/08 18:36 Página 19 yo. Pero él escribe mucho mejor que yo, y pienso copiar algo suyo aquí, en estos apuntes míos, si consigo coger su cuaderno, para demostrar que escribe mejor que yo y que gracias a él tengo yo esta afición. La cuestión es que suelo entrar mucho al baño, para no tener que escuchar a mi madre y para recordar cosas. 20 UnTranviaEnSP.qxd 28/3/08 18:36 Página 20 Lucas. Ejercicios Si tuviera algo importante que decir. De joven hubiera podido contar cosas. De la guerra y de antes. Pero he olvidado casi todas. Algunas no, porque están ahí, dando vueltas. Además, yo he leído poco y eso es lo que se suele decir, no, que para aprender a escribir hay que leer, mucho. Yo sobre todo revistas de monte. A mí me gustan los ochomiles: el Shisha Pangma mucho. Es el más pequeño de los ochomiles, 8.027 metros, y tiene un nombre que llena la boca al decirlo. Shisha Pangma. María y yo solemos jugar a ese juego, a que hacemos una expedición a un ochomil y a que hablamos por radio. Está bien, a veces. Si no se te congelan los pies, o las manos, o los dedos de las manos, que es lo más común. A mí me gustan los ochomiles. El Shisha Pangma, y también el Nanga Parbat. El Shisha Pangma es malo. Ha matado a mucha gente. También el K2. Pero el nombre del K2 no me gusta, tan pequeño, tan científico. El Annapurna sí, y el Lhotse y el Manaslu también, pero menos. María siempre ha leído más que yo. Tiene una habitación llena de libros y con una cama y con un sillón. También me gusta mucho el bastón. Y por eso dejaba abiertas las puertas del taller casi siempre. Cuando había 21 UnTranviaEnSP.qxd 28/3/08 18:36 Página 21 viento no. El bastón me lo regaló Ángel. Luego se murió. Ángel era marino. Segundo oficial. Era inteligente Ángel. Pero le gustaba la carpintería y tenía un poco de envidia. Cuando estaba en tierra iba más que yo a la carpintería. Y me contaba qué chicas, allí, en Australia. Ahora creo que está cerrada la carpintería. También cuando hace sol. No quiero ni pasar por allí. Creo que están medio podridas las puertas. También me gusta el reloj de cuco. Sólo se ha parado una vez. Cuando murió nuestro padre. Bueno, el reloj se paró al de una semana de morir nuestro padre, pero como dice María, decirlo así es como decirlo con más cariño: el cuco se paró cuando se murió nuestro padre. María dice que hay formas y formas de decir. Tengo un amigo en casa. Don Rodrigo. Don Rodrigo es una polilla pequeña. Marrón y nerviosa. Nunca se mueve en la misma dirección. «Tranquilo», le suelo decir a las noches, cuando viene a la bombilla. No me hace mucho caso, la verdad. María ha sido maestra y sabe mucho. Eso dice la señora Verónica. Yo diría que ha leído mucho, eso sí. También los libros que no se podían leer. Yo sólo revistas de monte. A mí me gustan los ochomiles, las expediciones a los ochomiles y el cielo de los ochomiles. También Katmandú. 22 UnTranviaEnSP.qxd 28/3/08 18:36 Página 22 2 Lucas iba despidiéndose de todos por el pasillo del hospital, también de los extintores y de los aparatos de aire acondicionado. Las enfermeras le hacían gestos con las manos, de blanco siempre. Una mujer, que debía de tener unos ciento sesenta y tres años, le dio un consejo que no pudo escuchar y Lucas, sin entender lo que aquella moza pretendía, le dijo que ella también saldría algún día de allí. Había estado lloviendo los dos días anteriores, y los niños-vacación se quedaban en casa, delante del televisor. La lluvia estaba dentro del hospital. No la lluvia en sí; el color de la lluvia. Y al tercer día, aunque en la calle era sol ya, el color lluvia seguía dentro. Cuando Lucas salió del hospital, por lo tanto, hacía sol y tenía la barba bastante crecida. Se quedó mirando al cielo hasta que le dolió. Venían dos niños hacia la plaza del hospital. Uno llevaba un balón y el otro miraba al cielo, como si no se fiara mucho todavía. Lucas les dijo «Hola», porque les hubiera querido decir «Os he estado oyendo todos los días desde aquella ventana». «Si quieres...», dijo el del balón mirando a Lucas, «... jugar con nosotros», siguió 23 UnTranviaEnSP.qxd 28/3/08 18:36 Página 23 el otro. Lucas les dijo que gracias pero que no podía, que estaba lesionado y que el entrenador le había dicho que descansara esta semana, que el próximo partido era importante. Los niños le dijeron que vale y que solían estar en aquella plaza, por si otro día. —No tengo dinero para el autobús, María. La ambulancia se paró justo delante de ellos. Era grande; les apagaba el sol. Y olía a lentejas. * La ambulancia iba paralela a la ría. Lucas miraba con mucha atención el camino de casa. De hecho, Lucas tenía dos tipos diferentes de ojos: los azules, los de antes, y los grises, los de ahora. María le solía decir lo mismo, «Dos cabezas tienes tú, la de ahora y la de hace sesenta años». Y también en la ambulancia llevaba los dos pares de ojos. Los ojos grises no se acordaban de aquellas casas marrones, ni de las rojas, ni de las blancas, ni de aquellas mujeres que parecían estar gritando y que parecían estar amargándose en los balcones de las casas marrones y de las casas rojas. Así que cerró los ojos grises y abrió los azules y vio, en vez de las casas, un campo de fútbol, y a Juan, a Matías, a Joaquín, a Tomás, a Ángel y a él mismo, jugando al fútbol. Sudando y sin dinero. Matías era bueno al fútbol. No reconocía a algunos de los que veía en el campo, no les podía poner nombre. Pero a la vista estaba que eran personas amables, y Lucas sabía que se les podía pedir un favor en cualquier momento, por mucho que estuviesen muertos. 24 UnTranviaEnSP.qxd 28/3/08 18:36 Página 24 —Buena vamos a encontrar la casa —dijo María mirando a los ojos azules de Lucas. —Menudo descanso que habrá tenido —respondió Lucas con los ojos grises ya. —Cuarenta días. —No creo que se la haya llevado el viento. No quiere para nada el viento nuestra casa. * La ambulancia les dejó en la misma puerta de casa. El buzón del portal estaba sudando; las cartas querían huir, volver a la oficina de correos o llegar hasta donde tenían que llegar, pero no querían estar en un buzón. En un buzón tan falto de intimidad y sosiego, además. Sobre todo las cartas del banco y la publicidad de fajas. Por eso sacaban los brazos por la ranura. Alguna había caído al suelo, muriendo en el acto. Tan urgentes las presintieron Lucas y María que no cogieron ninguna. La casa no tenía ascensor e hicieron un descanso en el primer piso (campamento base). Tampoco batieron ningún récord hasta allí: 5 minutos, 47 segundos. En el segundo piso (primer campamento), Lucas se quedó mirando por la ventana de la escalera. Parecía que iban a poner dos farolas nuevas en la calle y, hasta que viniesen del ayuntamiento, estaban tiradas en el suelo, una al lado de la otra, en paralelo, a unos cincuenta centímetros. Se veían bien desde el segundo piso, y era espectáculo agradable de ver, aunque monó- tono. —¿Va a llegar hasta aquí el tranvía, María? —Lucas. 25 UnTranviaEnSP.qxd 28/3/08 18:36 Página 25 —Pero... si hace cincuenta años que quitaron el tranvía. —Es que como han puesto los raíles. Lucas se acordaba del tranvía. Porque el tranvía era Rosa subiendo al tranvía, Rosa bajando del tranvía, Rosa sentada con él, Rosa en el pasillo. También se acordaba de Matías. Matías era el mejor al fútbol y conducía tranvías. Por eso se acordaba Lucas. También era bueno estudiando; «A punto de ir a la universidad estuvo». Pero no; él prefirió el tranvía. Decía que para ver chicas, que en la universidad no había casi chicas. Pero Matías era listo. Lucas decía que todo aquello de las chicas era una excusa: «Lo de las chicas es una excusa; algo tiene ése en la cabeza». Lucas sufrió cuando quitaron el tranvía. Matías murió un año después. También tuvieron que descansar entre el segundo y el tercer piso (segundo campamento). La ascensión duraba ya 17 minutos y 32 segundos. Lucas y María vivían en el tercer piso, si no recordaban mal. Cuando estaba por cumplirse el minuto veinticinco, dijo María: —¿Qué? ¿Atacamos la cumbre? Lucas despertó. Y reaccionó. Se acordó de la revista que le había prometido María en el hospital, y de que se la iba a dar en casa, y faltaban diez escaleras para casa. Hizo de la barandilla piolet y subió los diez peldaños con rapidez y soltura. Tardó 2 minutos y 3 segundos. Cumbre. La puerta no tenía musgo. —Me parece que dejaste la radio encendida —dijo Lucas antes de que María abriese la puerta. 26 UnTranviaEnSP.qxd 28/3/08 18:36 Página 26 —Qué radio... —María. —La de casa. Al otro lado de la puerta se oía una guitarra desordenada. María pensó que, además de ver y decir extravagancias, Lucas empezaba ahora a oírlas. Y era verdad; pero no en aquel caso. Se oía música. Se oía una guitarra cada vez más ordenada. La guitarra calló en cuanto la llave entró en la cerradura. María abrió rápido la puerta, como si la hubiese cerrado el día anterior. Lo primero que metieron los hermanos en casa fueron los ojos. Todo estaba igual: el reloj, el teléfono negro, el perchero que había hecho Lucas, un joven de tirantes con una guitarra en la mano, el espejo, la imitación de un cuadro impresionista... pero no; el joven y la guitarra del joven y los tirantes del joven no eran de la casa: —¿Quién es éste? —preguntó Lucas. —No sé —dijo María sin preocuparse demasiado. —No se asusten; no les voy a hacer nada. Ya me marcho —se disculpó el joven, Marcos, más nervioso que nadie. —¿Quién se ha asustado? —se enfurruñó María—. ¿Tú te has asustado, Lucas? —No, yo no —Lucas—. Ya estamos en casa, María: la revista. —Pensaba que la casa estaba vacía... —dijo Marcos—. Pero estén tranquilos, ya me voy. —¿Y adónde vas a ir? —María. —No lo sé. —¿Has estado a gusto aquí? —se interesó María. —Sí... —dijo Marcos sin entender. 27 UnTranviaEnSP.qxd 28/3/08 18:36 Página 27 —Pues quédate. En la habitación de Ángel. —Está seis meses navegando —informó Lucas—. María, ¿la revista? María sacó la revista del bolso. El bolso era feo y marrón. También para María. Lucas vio las expediciones al Annapurna y al Nanga Parbat, y la fotografía del Annapurna en la portada, al lado de un cielo bajo, porque los cielos de los ochomiles siempre son bajos, a no ser que haga viento, porque el viento difumina los cielos y tiende a subirlos. Lucas desapareció tras una puerta con la revista en la mano, y Marcos se quedó sin saber qué hacer, fuera de juego, delante de María. María dijo que no quería espías en la cocina, que se fuese con Lucas, o a la habitación de Ángel, o a tocar la guitarra, que ya le llamaría para comer. * Lucas estaba leyendo una revista sin hacer demasiado caso a los demás: «No sé lo que me pasa. Todo me da igual. (...) Me dan de beber, me quitan las botas y algunas ropas mojadas..., me dan algún masaje y me meten en el saco. No me importa nada; llego hasta el punto de abandonarme, de no resistir, que es lo que nunca debe ocurrirle a un himalayista. (...) Conmigo el Kangchenjunga se ha portado muy mal. Ya que estaba tan agotado, podía al menos haberme respetado y no haber desatado la ventisca. Ha sido una montaña cruel. (...) A mí el Kangche me ha tratado muy mal». 28 UnTranviaEnSP.qxd 28/3/08 18:36 Página 28 —... yo también, de joven... —siguió diciéndole María a Marcos, en la sala, en el sofá. —Leía mucho María —apuntó Lucas levantando la lupa de la revista. —La cuestión es escribir. Ésa es la frase que dijo María, La cuestión es escribir, y no aclaró nada más, porque empezó a acordarse de los libros que leía después de hacerse maestra; antes de la guerra también, pero sobre todo después de la guerra. No se podían leer, en general. Decían que los escribía Satanás y que Belcebú los traducía y los traía de Europa. María se los tragaba: a Satanás y a Belcebú, a los dos. Los masticaba bien además. Satanás sabía a jamón y Belcebú a patatas. A patatas fritas. —¿Hemos cenado ya hoy, María? —preguntó Lucas. 29 UnTranviaEnSP.qxd 28/3/08 18:36 Página 29 Lucas. Ejercicios Ayer me vino don Rodrigo quejándose. Me dijo que a ver si no era demasiado joven el de la guitarra y los tirantes para vivir en esta casa. Yo le expliqué que no, que tiene humor. Entonces don Rodrigo se marchó, a las bombillas del cuarto de María. Eso es lo que le gusta, la luz. Más que la madera. A veces discutimos, a ver a quién le gusta más la madera, a él o a mí. Yo le digo que él tiene intereses culinarios y que eso no es noble. También le digo que tiene que salir a la calle, a ver cosas. Él me dice que todo lo que quiere ver está en casa. Yo le explico que hay cosas grandes en el mundo, que están los tangos, por ejemplo, o los ochomiles. Eso sí, el Himalaya es frío para una polilla. Bailábamos mucho Rosa y yo. Nos arreglamos desde el primer día. Tenía el cuerpo derecho yo entonces, después de la guerra. El tango: un paso, otro paso, atrás. Y Rosa. Ahora son las escaleras. Las de casa las subo bastante bien, pero no las de San Nicolás. Me ahogo y el corazón me. Sobre todo con bochorno. Pero quiero subirlas todos los días, para saber que puedo. Y las escaleras son el Shisha Pangma también un poco. Cuando se empiezan a subir no se ve nada desde abajo, como si arriba sólo estuviesen el final de la escalera y el cielo. Pero 30 UnTranviaEnSP.qxd 28/3/08 18:36 Página 30 al ir subiendo se empiezan a ver los arcos y los árboles y las personas. Las escaleras terminan justo en el sitio donde paraba el tranvía. Cuando había tranvía. También la carpintería. Cuarenta y tres años en la carpintería. Antes había sido almacén de carbón. El carbón es una pintura sin educación. El taller estaba negro siempre. Limpiándolo todos los días también, negro el taller. Siempre. Sólo tenía una esquina limpia, a saber por qué. Puse una figura de madera allí, en la esquina limpia. Tampoco se puede decir que aquella figura fuera el propio Jesús. Era algo así como un primo de Jesús. No tenía ni cruz. Jesús no tenía hermanos, pero primos sí. La cosa es que hice un primo de Jesús y lo puse en la esquina limpia del taller. Don Rodrigo dice que a él también le cansan las escaleras, que no me preocupe. 31 UnTranviaEnSP.qxd 28/3/08 18:36 Página 31 María. Ficciones Pilar me dijo que probara. Me decía que me metiera en el baño, a recordar cosas, sin más. Y que si se me acababan las cosas que tenía para recordar —en apariencia, claro—, que me inventara nuevas, que, total, lo mismo da recordar que imaginar, que la cuestión es hacer cosas; si es posible bien y disfrutando. Pero si no, un poco mal y disfrutando. Desde entonces me paso horas en el baño y lo que recuerdo es algunas veces verdad y otras no. A veces se me olvida que la mentira es mentira. Lo de ayer por la tarde, por ejemplo. Me acordé de cuando estuve con Alberto. De cómo me abrió la puerta de su casa y de cómo me quitó el abrigo y del gesto que hizo al encender las velas de la cena y de que luego estuvimos. Pero ése es un recuerdo bastante reciente, y me marea un poco y me da algo de calor también. Cuando salí del baño mi madre me preguntó «¿Qué?» y yo le contesté «¿Qué?», como si no hubiese hecho nada malo, y me fui a la cama. Pero se conoce que me faltaba todavía algún recuerdo porque en la cama seguía viendo a Alberto. Olía los olores también. Por eso me gustan más los recuerdos antiguos, de cuando era niña. Era entonces cuando más escribía mi 32 UnTranviaEnSP.qxd 28/3/08 18:36 Página 32 padre. Ahora también escribe algo, y yo le suelo quitar los cuadernos de vez en cuando. A decir verdad los deja encima de la mesa, a la vista; pero yo los cojo con miedo. Es más, los abro con los ojos cerrados. Mi padre escribe muchísimo mejor que yo: «A excepción de alguna nimiedad y, claro está, siempre dentro de nuestros límites —que aunque insustanciales, eran límites—, llegamos a dar, en la década de los sesenta, indiscutible explicación a todo aquello que preocupaba a lo que de humano tiene el mundo. Reunimos toda ideología, lo aclaramos todo, dejando al futuro sin opción a contestar, ridiculizando a todo aquel que hoy quiera ser escritor, enterrando sus ganas. Podría suceder, sin embargo, que nuestra propia explicación careciese de fundamento, de esencia. Entonces, pero sólo entonces, allí donde hicimos de nuestra explicación baluarte, sin que llegue el terror a paralizarnos, emplazaríamos el objetivo personal, en forma, en cualquier caso, de búsqueda especializada. Pero todo esto, no cabe la menor duda, también quedó definido por nosotros, en la década de los sesenta». Ahí está. ¿No lo decía yo? Lo bien que escribe mi padre. Por eso suelo traer a veces los cuadernos al baño. Quiero aprender. Pero no sé yo. Una vez se me mojaron tres hojas del cuaderno. 33 UnTranviaEnSP.qxd 28/3/08 18:36 Página 33