VIII […] Se tiró al suelo, al dentrar le dio un empeyón a un vasco- y me alargó medio frasco diciendo «beba cuñao» -«Por su hermana» contesté, «que por la mía no hay cuidao». -«¡Ah! gaucho, me respondió, »¿de qué pago será criollo?-. »¿Lo andará buscando el hoyo?- »¿deberá tener güen cuero?- »pero ande bala este toro 1305 »no bala ningún ternero». Y ya salimos trensaos porque el hombre no era lerdo- mas como el tino no pierdo, y soy medio lijerón, 1310 le dejé mostrando el sebo de un revés con el facón. Y como con la justicia no andaba bien por allí, cuando pataliar lo vi, 1315 y el pulpero pegó el grito, ya pa el palenque salí como haciéndome chiquito. Monté y me encomendé a Dios rumbiando para otro pago- 1320 que el gaucho que llaman vago no puede tener querencia, y ansí de estrago en estrago vive llorando la ausencia. Él anda siempre juyendo, 1325 siempre pobre y perseguido, no tiene cueva ni nido como si juera maldito- Porque el ser gaucho... barajo, el ser gaucho es un delito. 1330 Es como el patrio de posta lo larga éste, aquél lo toma-, nunca se acaba la broma- dende chico se parece al arbolito que crece, 1335 desamparao en la loma. Le echan la agua del bautismo aquel que nació en la selva, «busca madre que te engüelva» le dice el flaire y lo larga, 1340 y dentra a cruzar el mundo como burro con la carga. Y se cría viviendo al viento como oveja sin trasquila- mientras su padre en las filas 1345 anda sirviendo al Gobierno- Aunque tirite en invierno naide lo ampara ni asila. Le llaman «gaucho mamao» si lo pillan divertido. 1350 Y que es mal entretenido si en un baile lo sorprienden; hace mal si se defiende y si no, se ve... fundido. No tiene hijos, ni mujer 1355 ni amigos, ni protetores, pues todos son sus señores sin que ninguno lo ampare-. Tiene la suerte del güey- y dónde irá el güey que no are. 1360 Su casa es el pajonal, su guarida es el desierto-; y si de hambre medio muerto le echa el lazo a algún mamón lo persiguen como a plaito 1365 porque es un gaucho ladrón. Y si de un golpe por ay lo dan güelta panza arriba no hay un alma compasiva que le rece una oración- 1370 tal vez como cimarrón en una cueva lo tiran. Él nada gana en la paz y es el primero en la guerra- no le perdonan si yerra 1375 que no saben perdonar-, porque el gaucho en esta tierra sólo sirve pa votar. Para él son los calabozos, para él las duras prisiones- 1380 en su boca no hay razones aunque la razón le sobre, que son campanas de palo las razones de los pobres. Si uno aguanta, es gaucho bruto- 1385 si no aguanta es gaucho malo- ¡Dele azote, dele palo! ¡porque es lo que él necesita!-. De todo el que nació gaucho- ésta es la suerte maldita. 1390 Vamos suerte, vamos juntos dende que juntos nacimos- y ya que junto vivimos sin podernos dividir... yo abriré con mi cuchillo 1395 el camino pa seguir. Capítulo VIII Los dos viajeros atravesaron juntos por segunda vez aquellos campos: pero en lugar de una noche tempestuosa molestábales entonces el calor de un hermoso día. Enrique para distraerse del fastidio del camino, en hora tan molesta, dirigía a su compañero preguntas insidiosas sobre el estado actual de las posesiones de D. Carlos, a las que respondía —112→ Sab con muestras de sencillez e ingenuidad. Sin embargo, a veces le fijaba miradas tan penetrantes que el joven extranjero bajaba las suyas como temeroso de que leyese en ellas el motivo de sus preguntas. -La fortuna de mi amo -díjole una vez-, está bastante decaída y sin duda es una felicidad para él casar a su hija mayor con un sujeto rico, que no repare en la dote que puede llevar la Señorita. Sab no miraba a Otway al decir estas palabras y no pudo notar el encarnado que tiñó sus mejillas al oírlas: tardó un momento en responder y dijo al fin con voz mal segura: -Carlota tiene una dote más rica y apreciable en sus gracias y virtudes. Sab le miró entonces fijamente: parecía preguntarle con su mirada si él sabría apreciar aquella dote. Enrique no pudo sostener su muda interpelación y desvió el rostro con algún enfado. El mulato murmuró entre dientes: -¡No, no eres capaz de ello! -¿Qué hablas, Sab? -preguntó Enrique, que si bien no había podido entender distintamente sus palabras oyó el murmullo de su voz-. ¿Estás por ventura rezando? -Pensaba, señor, que este sitio en que ahora nos hallamos es el mismo en que vi a su merced sin sentido, en medio de los horrores de la tempestad. Hacia la derecha está la cabaña a la que os conduje sobre mis espaldas. -Sí, Sab, y no necesito ver estos sitios para acordarme que te debo la vida. Carlota te ha concedido ya la libertad, pero eso no basta y Enrique premiará con mayor generosidad el servicio que le has hecho. -Ninguna recompensa merezco -respondió con voz alterada el mulato-, la señorita me había recomendado vuestra persona y era un deber mío obedecerla. -Parece que amas mucho a Carlota -repuso Enrique parando su caballo para coger una naranja de un árbol que doblegaban sus frutos-. El mulato lanzó sobre él su mirada de águila, pero la expresión del rostro de su interlocutor le aseguró de que ningún designio secreto de sondearle encerraban —114→ aquellas palabras. Entonces contestó con serenidad, mientras Enrique mondaba con una navaja la naranja que había cogido. -¿Y quién que la conozca podrá no amarla? La señorita de B... es a los ojos de su humilde esclavo lo que debe ser a los de todo hombre que no sea un malvado: un objeto de veneración y de ternura. Enrique arrojó la naranja con impaciencia y continuó andando sin mirar a Sab. Acaso la voz secreta de su conciencia le decía en aquel momento que trocando su corazón por el corazón de aquel ser degradado sería más digno del amor entusiasta de Carlota. […]