ollCes contaba cómo la d0r. mavtť*-' fcn* en el auto y se sentaba al ^^^%P'^°- E,la dürmida en e' ,m> ťn % m***" llo con la venianilla abierta. ****Lt+> el por el zrnino se veía venir .i^'l1t0 ť| vtaje v co*1 KdespUés Hovía y caía grani. L^^^veran!!'resente. porque él estaba atra-'^S^^r^viendo el tiempo muerto qUe Co V1V iľs antes el hipnoozador despenaba t**°**1lque había granizado y ella se & * Ä -mo no la habia desperado ^P^ui u 1 flustado ver granizar. La nina 04*?Zv>^ É1 estaba enamorad° de eUa' Diego Grillo Trubba Argentinidad A Martin Laffbrgue Saborea la cerveza, y piensa —por enésima vez desde que llegó a Berlin— que el mito de las cervezas alema-nas es cierto. Toman posición en el paladar casi com« si fueran agentes secretos, y luego van ganando territo-rio por la garganta. para hacerse fuertes en el cerebro sin que uno se dé cuenta hasta que el mareo resulta notorio, irreversible. Horacio suspira, y contempla a s us compafteros de mesa. Sus alumnos. La culminadón del curso. Los boludo y pelotiuio —en alemán. pero traduction fiel de sus equivalentes argentinos— se reproducen sin césar, eco de su efectividad docente. Lo mismo sucede con las palmadas en las espaldas de los demás, las car-cajadas efusivas. sobreactuadas, que logran que alrede-dor todos se den vuelta para mirarlos. Hans miente una y otra vez la canrídad de veces que se acostó con una mina—mina, se regocija Horacio co-mo un padre que ve caminar a su hijo por primera vez, dip mina— la noehe anterior, y el resto asiente. como si le creyeran, como si no hubieran aprendido a mentir con naturalidad juntos, con su profesor argentino. Al llegar a Berlín, Horacio no tenia idea de qué hm er Estaba seguro. en cambio. de lo que no debía hacer. »irigirse a una agencia de tunsmo y comprar un pasa-je de regreso. fundamentalmente. Se había despedido de los familiäres en la planta ba-, i de Ezeiza. y luego de los abrazos y lloriqueos de rigor, ya en la escalera mecánica que comenzaba a co-municarlo con el mundo sonado. la tierra prometida, prometió a los gntos que no iba a volver hasta que las cosas no estuvieran bien en el país. Y las cosas no estaban bien. V. de seguro. no iban a cstarlo por largo tiempo. Ésa había sido una de las princ i pa les ra zones por las que al arribar a Berlín no supiera qué hacer pero sí su-piera qué no ha», a Otra era que habia \ i.i|ado con un pásaje sólo de ida. como freno ms< »slayable para no caer en el océano de la nostalgia injuatíficada. 1-1 viajc. si bien deseado. había stirgido de una deci-sión fulminante cuando vio en el noliciero otro informe acerca del alza del desempleo y. luego. sin solución de continuidad, otro reporte de los candidatos con chan-gss de ganar lxs próximas elecciones. con las mismas c.iras de siempre V. fruto de esa misma improvisación que lo había llevado a comprar el pásaje de la noche a la manana. esa impnn badán que había demarcado su esiilo de vida. no se le ocurría qué trabajo buscar Y meooa wúa como bacerio. Las reglas lácitas del emigrante decían que al arribar uno comenzaba desempeňándose de camarero. pero Hondo no terna huen tCúňáo dd equilibno —era un tanio sordo del oído derecho. por lo que inclinaba la cabeza cuando le hablaban—. razon por la cual em-plearse de mozo hahna sigmíicado un sacrificio inútil de tazas. vasos y comida. El lítalo de técnico en electró-nica del Otto Krause, por otro lado. no iba a servirle de mucho. Třes días antes del viaje había ido a legalizar su 22 diploma en el Mmisterio de Relaciones Exteriores, pero, al ver las filas infinitas de desdichados con sus titulos de estudio bajo el brazo que deseaban hacer el mismo tra-mite que el, desechö la idea. Supuso que, de llegar a necesitarlo, si surgia una posibilidad laboral en la que le pedian el certificado, podria pedirselo a sus padres desde Berlin y que ellos se lo enviaran por correo pri-vado. Ademäs, Horacio no legalizö el diploma porque la tarifa estaba dolarizada, y no hacerlo en aquel enton-ces habia sido un recurso mäs para reducir gastos. Porque, y es necesario recordarlo, al llegar a Berlin Horacio casi no tenia dinero. La lögica que guiö sus pasos durante toda su vida habia sido que algo iba a aparecer. Siempre habia sido asi, en Buenos Aires, y cuando la estadistica de golpes de suerte imprevistos fue reduciendose a cero comprendiö que la crisis que azotaba sus tierras era grave. Su razonamiento fue tan bäsico como contundente. Habia aprendido aleman en la escuela primaria, en la epoca en que sus padres aün creian en una educaeiön superior ligada a las raices familiäres germanas, por lo que la opeiön de destinos se reducia a Espafta y Ale-mania. Las noticias que Uegaban de los exiliados que optaran por la Madre Patria eran que el racismo alli era muy fuerte, razön por la cual terminö por comprar un pasaje de Lufthansa. Con la lögica —simple, ilusa— de que allä algo deberia aparecer. Tan solo eso. El dia en que llegö, luego de reservar una cama en el albergue para la juventud, luego de caminar por el centro de la ciudad, ni bien el sol se ocultö tras los edi-ficios grises, fue a un bar. Lo que lo deslumbrö fue la variedad de cervezas en-tre las que podfa elegir, mientjas la chica de la barra esperaba con una sonrisa en los labios a que el se de- 23 cidiera por una en particular. La misma chica —Ingrid luego descubriria que se llamaba Ingrid— que iba a llevario a su departamento, lo desvestiría a los apuro-nes, empujando muebles y lámparas, y con la que ten-drian una sesión amatoria inolvidable. F.l único inconveniente de la experiencia ~el error que le provocaria remordimientos meses más tarde— habia sido el gasto innecesario de los quince euros del albergue juvenil, ya que al final se habia quedado a dormir en casa de Ingrid. La ventaja, en cambio, fue que nunca volveria a pagar las cervezas en el bar don-de ella trabajaba, razón por la cual se hizo un habitue, como asi también de su cama si no habia sedueido a alguna otra alemana. O, como Horacio las llamaba en su interior, con un tono tan carinoso como irónico, mis alemanitas. Aunque está en otro bar. aunque Ingrid se encuentra a un par de kilómetros de (.list.num. Horacio se permite alzar su vaap de cerveza frente a los alumnos, y propone un brindis. No la nombra, pero en d interior recuer-da a esa rubifl cachetona que lo acogiera en su primer dfa en el pais. Que le diera, del mejor modo posible, la bienvenida. Los alumnos alzan sus vasos. y gritan consignas para el brindis. Hans propone por la Argentina. Kurt por las minas, y Horacio no entiende al resto. Endende, si, que le gusta estar acá, con esta gente. Uno de los detalles que lo deslumbró, a los pocos dias de haberse acostado por primera vez con Ingrid, fue que cuando otra rubia —esto también maravtllaba a Horacio; todas eran rubias, con distintas tonalidades— 24 se acercó a él en el bar con el objeto de hablarle de temas tan insulsos que sólo podían ser un pasaporte descarado a otra sesión de sexo violento, la empleada del bar sonnó con picardía y le guiňó el ojo como si no se sintiera celosa, como si lo que estaba sucediendo fuese lo más natural del mundo. Horacio supuso que Ingrid habia actuado de esa forma porque estaba en su ámbito laboral y temía la con-secuencia de su jefe desalmado —con el tiempo, descubriria que el jefe de Ingrid no era desalmado, sino un gordo simpatiquisimo que se preocupaba por el bien-estar de sus meseras como por el de toda la humani-ciad—. Sintió un ramalazo de arrepentimientos, pero la que se le estaba ofreciendo era más flaca que Ingrid, tenia mejores pechos y, como entonces sospechase y luego comprobaria, era aún más efusiva en medio de las sábanas. Se fueron tornados de la mano, y la chica lo llevó a su casa. Otro detaile: todas vivían solas. A la mafiána siguiente, al darse una vuelta por el departamento de Ingrid para buscar los bolsos que lleva-ra desde que se había instalado allí, la pregunta de la alemana lo sorprendió. Quería saber si había pasado bien la noche. En un tartamudeo nervioso que hada aún más ininteligible su alemán tosco de por sí, Horacio intentó explicarle que todo había sido producto de la borrachera, que se dejó Uevar como un imbecil, que la otra se le había ofrecido y resistirse hubiera implicado una falta de respeto a su masculinidad. Ingrid lo interrumpió con una sonrisa. —No somos pareja, no te estoy echando nada en cara. Te lo pregunté en serio, quería saber cómo te había ido. Aparte —seňaló el bolso que Horacio había armádo con la docilidad propia de los condenados—, iestás seguro de querer mudarte? 25 Las alemanas. comprobö aquel mediodia, no eran ce-teas Vivian la sexualidad en forma libre. Como una vez lc öxplicö una mujer que. sin haberio saludado, sin sfe quiera haberie preguntado que hacia ahi. le largo Un to$ nie ytstäs, asiquesi tepasa lo mismo conmigo podria-mos ira reivlcarnos: las mujeres alemanas tenian la mis-ma manera de razonar que los hombres argentinos. Horacio pensö que se encontraba en el paraiso. Si no se iba a lo de Ingrid, que con el tiempo pasö a ser su amiga —la confidente a la que contarle secretos, desnudos sobre su lecho luego de haber hecho el amor—. era porque alguna otra se habia aproximado a el. Habia descubierto una ciudad donde podia tener sexo cada dia. y, ademäs. que las mujeres giitasen du-rante el acto como si de verdad les gustara. Piensa en eso, Horacio. y en que ni un hombre que tuviera disco rigido en lugar de memoria recordaria los nombres de todas las mujeres que lo habian invitado a su departamento desde su arrilx) a Alemania. Berlin, las noches berlinesas, eran el eden. El ünico inconveniente era el dinero, que con el transcurso de los meses comenzö a escasear. Ingrid le prestaba algo, cada tanto. y sus padres le mandaban sumas modestas —que al convertirlas en euros se trans-formaban en irrisorias— desde Lomas de Zamora. pero aun asi no alcanzaba. Ademäs de la cerveza y aloja-miento gratis que le proporcionaba la alemana, debia comer cuando no estaba con su amiga. Y, tambien, ne-cesitaba comprar preservativos, en lo que se le iba la mayor pane del presupuesto. Clava los ojos en Hans: el alumno empieza a entonar el himno argentino, parado encima de la silla. 26 —Oid mortales / el grtto sagrado Horacio recuerda que fue Hans el descubridor in-voluntario de la soluciön al problema que venia aque- landolo. Fara entonces, ya habia perdido el cälculo de mujeres con las que se habia acostado —en un principio marca-ba cruces en su agenda personal, pero despues la vagan-cia terminö con su voluntad contable—. Fue esa, mäs el temor a que Hans lo golpeara —el alemän superaba los dos metros y su ancho era al menos un cincuenta por ciento superior al suyo, y poseia unos punos similares a dos mazas de construcciön—, la razön por la que en un principio dijo no entender de que le hablaba. El alemän se habia arrimado a el por la espalda, y apoyö una mano en su hombro. Al girar el cuello, lo primero que escuchö Horacio fue: —Soy Hans, el novio de la chica con la que te acos-taste la semana pasada. Horacio cerrö los ojos. Supuso que el punto final de aquella fräse era que una de esas dos mazas imponen-tes se estrellara contra su boca. Imaginö el precio de una dentadura postiza en aquellas tierras, y temblö aün mäs. No obstante, segundos despues, al comprobar que los dientes continuaban en su lugar, abriö los ojos y solo chocö con el rostro de Hans, serio, muy pröximo al suyo, que lo observaba. —No pense que tenia novio —intentö defenderse. —No entiendo —respondiö el alemän. —Que si hubiera sabido que tenia novio no me ha-bria acostado con ella —mintiö Horacio, aün ignorante acerca de cuäl entre todas con las que habia tenido es-caramuzas sexuales la semana anterior podia ser la no-via de aquel mastodonte. 27 La pregunta, la inooencia de la pregunta, lo descolo-cö por completo: _-;Por que? Luego, cuando ya lo hubiera invitado a una cerve-za Hans le explicö que no habia ido a hablade moti-vado por celos o venganza, que si la novia tenia ganas de acostarse con hombres a el no le generaba males-tar alguno: al fin y al cabo no estaban casados, y tani-bien el se acostaba con otras. Le dijo, para cerrar su monölogo, para coronar de gloria aquel encuentro, que el motivo por el que estaba ahi era que su novia le habia contado que Horacio era extraordinario como amante. El argentino se quedö boquiabierto. No solo por ha-ber recibido una calificaciön que creia generosa, sino porque ella se lo hubiera contado al novio. Le confesö a Hans, con falsa humildad, que probablemente la chi-ca habia exagerado, que de seguro el tambien debia ser un extraordinario amante. —No, claro —continuö Hans—. Lo que pasa es que con mis amigos —senalö a una mesa donde estaban Kurt, Ludwig y los otros que hoy estän con el a la mesa festejando, mientras todos alzaban los vasos en senal de saludo— nos preguntamos cömo alguien como vos puede ser calificado como un ser apasionado. »Vemos que cada dia se te acerca una diferente, que te convertiste de la noche a la mahana en el hombre deseado del barrio. Y bueno, no sos Antonio Banderas ni Rodolfo Valentino. Digo, no sos el modelo del amante latino en lo fisico, ni siquiera sos atractivo, y pese a ello las mujeres al escuchar tu espantosa pronunciacion del alemän quieren llevarte a su lecho. Por lo que me conto mi novia, tampoco sos un dotado. Es decir. tu fama no proviene de lo que haces sino de la via por la que llegäs a hacerlo. 28 »Lo que intento decirte —concluyö Hans— es que tu exito es pura y exclusivamente porque sos argentino porque te manejäs como argentino. — pudimos deducirlo, por lo que nos interesariu que n< >s des clases donde expliques cömo ser como vos Como ser argentino. —Es que no se si se puede hacer... Hans, te llamahas Hans, mo? —Estamos dispuestos a pagarte —aclarö el alemän Horacio divisö a Ingrid, que con la excusa de limputr la barra habia escuchado la conversaciön. Ella le guiriö el ojo. —Creo que puedo... se puede encontrar la forma de conseguirio —dijo Horacio. —{Te acordäs que me encaraste porque tu novia decia que yo era un gran amante? —dice Horacio, en tanto Hans termina el himno en un ob, juremos con glona morir desafmado. atorado a causa del alcohol. El alemän lo contempla de pie sobre la silla, son-riendo. Alza el vaso: la pregunta le resulta una buena excusa para brindar, y al cerciorarse de que el vaso estä vacio gira y grita hacia la barra que traigan otra ronda. Las clases comenzaron dos dias despues de que Hans le hablase en el bar. Los alemanes querian un titulo con el cual referirse al curso, y Horacio lo bautizo en ale-man, aunque la traduction exacta seria Curso deargen-tinidad para no argentinos. Acordaron realizarlo dos 29 v , o i la semana. martes y jueves de seis a siete de la , lľl|e en el bar donde trabajaba Ingrid. * Ei primer cha Ilonicio llegó a las seis y veinte: SUs glumnos to rrcibieron con una mezcla de preocupación v rechazo. i.cs adarú —Si quieren ser argentinos, la impuntualidad es prj. mordial. La clase de aquel día se centró en los horarios en los cuales arribar a una cita. ja más con menos de veinte minutos tie retraso. In verdad Horaeio se había entretenido con otras actividades —la candidata de la noche previa tenía ľranco en la oticina. v continuó durante el resto del día exigiéndole un esfuerzo físico cjue a él no le mo-lestaba regalar—, y no tenía la más remota idea acer-ca de qué podía dar en la clase a los alemanes. Ni de aquella primera ni de las sucesivas. No existía un pian de estudios. i in sólo interes en cobrarles cada quin-cena los euios que necesitaba para comer, comprar preser\'ativos y devotvef parte de lo que le prestaran Ingrid y sus padres Sin embargo, cuando llegó retra-sado. al pensar en qué exeusa ponerle a sus alumnos, Horacio se dio cuenta de que la impuntualidad era una costumbre en el ľue asi como les habló, en el bar, de cómo los argentinos ereen ser al extremo primordiales, irreempla-zables, y que su asistencia a una cita se transformaba, casi. en un regalo que le hacían al otro. Lo importante es considemrse importante, explicó a sus alumnos en un aleman que con el transeurso de las semanas había ido haciéndose más fluido, aunque no perdía el acento que le gustaba a las nui|eres de los bares. —Si ustedes se ereen el centro del universo, comen-zarán a ser argentinos —continuó. Los alemanes eseuchaban maravillados, y anotaban con fruieiön las palabras que Horacio pronunciaba en tono grandilocuente. La segunda clase, se dijo al final de la primera, tenia que versar en torno al tema que le interesaba a los alumnos. Las mujeres. Les comentö entonces que a las minas —fue enton-ces en que les ensenö el termino, que tan bien habia prendido en ellos— uno les puede decir cualquier es-tupidez con tal de llevärselas a la cama, y que lo ultimo que ha de hacer frente a ellas es admitir lo obvio. —Un argentino niega que haya enganado a su novia o esposa incluso si le muestran una foto donde se prue-ba que lo hizo. De lo contrario no tendria margen para quejarse si se entera de que ella hizo lo mismo. Les conto, tambien, que en la pareja no existen igual-dades posibles, que uno se maneja como si estuviera solo, y que si la contraparte hiciera lo mismo no se le diria nada —negar lo evidente, les recordö—, aunque la venganza no se haria esperar. —Una mujer que se quiere seducir es objeto de cualquier üpo de mentiras que nos permitan llevarla a la cama —escribiö en la pared como si se tratara de una förmula matemätica—, mientras que una pareja con la que fuimos a la cama es objeto de cualquier ripo de mentiras que nos permitan seguir Uevändola a la cama o, llegado el caso, cuando ya nos aburriö, que nos permitan quitärnosla de eneima. Al hablar, sentia dudas acerca de si lo que decia era cier-to. Pero pensaba en sus amigos de Buenos Aires, en lo vi-vido allä, y elevaba al grado de teoria aneedotas diminutas. —Un argentino no tiene problema en decirle te amo a la mujer (si es que eso le permite llevarla a la cama o evitar una discusiön), aunque jamäs le admitiria a sus amigos que utilizö ese ultimo recurso. 31 Sobre ese argumento trató la tercera close. Los amig0s En ella les explicó que no se aceptaba la traición, qUe 1-, amistad era un sitio donde la confianza era sacrosan-ta al igual que el afecto Aclaró que, pese a ello. el afecto no ha de estar acompariado de muestras fisicas con la exception de que se asista a un partido de řutbol y exisia un abrazo ante un gol. —Un amigo le recuerda en forma constante al otro que son amigos. en especial si están borrachos. Y des-pués lo insulta. Y lo abraza. ahí sí. porque está bajo la influencia del alcohol. Les explicó. también. el uso de los insultos en la Argentina —cuándo eran moňvo de pelea, cuándo de car-cajadas, cuándo un recurso para referirse a los demás—. A partir de aquella exposicíón obligó a los alemanes a que se nombraran unos a otros con el término alemán equivalente a bohtdo o pelotudo. Dedicó clases al comproniiso con el iaburo —otro término que les enseňó. y que no figu raba en los dic-ťionarios de espaňol-alemán—. al significado de la família y la centralidad que ocupaba el rol materno, a cuándo mentir —casi siempre—, cuándo ser honesto —casi minca—, al valor de irse de los lugares sin pa-gar, de mir íle atriba. A través del curso. Horacio les enseňó lo que era ser piola, concepio que en un principio los alemanes no atinaban a asi r. Con el correr los meses. sus alumnos comenzaron a iinitar con éxito el acento que él lenia. Iban a bares donde no los conocían, y tenían el mismo efecto en las muieres que hubiera mostrado Horacio con sus novias y parejas. Los alemanes habían conseguido pasaportes falsos en el mercado negro, que los mostraban como argentinos, por si se presentaba alguna duda. Los elo-gios que comenzaron a recibir eran prueba de que las aptitudes docentes de Horacio eran extraordinarias, aunque hubiera ido improvisando todas y cada una de las charlas que les diera. Fue asi como Hans, Kurt, Karl y los otros le aconse-jaron a un reducido y selecto grupo de amigos las clases de Horacio, y la reacción en cadena fue abrumado-ra Llegó a dar una clase tras otra en el bar a lo largo de toda una Jornada. Su fama de capacitador, al mismo tiempo. no hacía sino mcentivar a que las alemanas quisieran acostarse con él, por lo que el paraiso no presentaba dificultades. El paraiso no presenta dificultades cuando Horacio se arrima borracho a Hans y lo abraza, cuando le dice te quiero mucho, amigo del alma, vos sabés que te quiero mucbo, jno? Siente algo extraňo en los ojos del alumno. Siente, también, que una mano se posa en el hombro desde atrás, y una voz grave le pregunta: —^Horacio Buenaventura? Los ve al girar, y se da cuenta de que las cosas están mal. Los dos hombres visten sobretodo, y durante una milésima de segundo todo es blanco y negro, y siente que está en una película de la Segunda Guerra Mun-dial, que es judío y las SS fueron a buscarlo. Le piden el pasa porte, y comprende. Comprende que no tiene escapatoria. Migraciones. Si preguntaron por él, si saben su nombre, es porque hubo una denuncia donde aclararon que él estaba en la Union Europea como inmigrante ilegal. Mira a Hans, y reconoce al traidor. Recuerda el primer encuentro, la sorpresa ante el hecho de que el alemán no juzgara malo que su novia se hubiese acos- , con Horacio, y recuerda las clases en las qUe Je Jxplicö el valor de negar lo evidente, de callarse las furias y ejecutar venganzas silenciosas y fulminantes. Horacio se pregunta cömo estarän las cosas en Buenos Aires. Ve a uno de los oficiales de migraciones pedirle a otro que Harne un patrullero, decirie en Un susurro lo suficientemente claro para que lo eseuche Horacio que se trata de un ilegal. un extracomunitario, y se promete que allä en Lomas de Zamora contarä cuän exitoso fue en Alemania. cömo sus alumnos apren-dieron todo lo que les explicö. incluido el significado de garca Se dice que algo bueno pasarä, que siempre sucede. y toma un vaso de cerveza alemana para disfrutarla por ultima vez. Pero no eneuentra sabor alguno. 34 German Maggiori El Emperador insomne El Emperador Chienglung estaba satisfecho con su rei-nado. El Impeno era vasto y poderoso como en los antiguos tiempos. Sus hijos habian crecido robustos y aguerridos como cangrejos, sus hijas poseian la belleza cristalina del jade. Sin embargo, el elegido a sucederlo en el trono, su deeimoquinto hijo Yongyan, tenia otra visiön: se consideraba a si mismo un joven sin suerte. El seno de la administraeiön imperial estaba colonizada por funcionarios corruptos que no tardarian en llevar a la ruina la Dinastia. Por otro lado, los endemoniados ingleses, ansiosos por entrar en el negocio del contra-bando de opio, soliviantaban a la poblaciön con sus ideas modernas. Yongyan empezö a tener algunos pro-blemas de insomnio, sentia que algo adentro suyo se habia extraviado. Aquel invierno una gran nevada habia eubierto los campos desnudos con su manto helado. La Colina Fra-gante, cercana al Templo del Buda Durmiente, parque de caza del Emperador, habia desaparecido entre los nubarrones que atravesaban el horizonte en una es-tampida silenciosa. Como presagio de la tragedia, la charca del Risco del Demonio Oculto, en las Colinas Occidentales, se habia congelado. Anos antes, cuando Chienglung era un Emperador joven, habia visto en esa charca nadar a los dragones, dos pequenos anima-les marinos, verdes, que se agrandaron abruptamente, 35