JARRAPELLEJOS (Vida arcaica, feliz e independiente de un espaňol representativo) Edición, introducción y notas de Simón Viola colección clásicos extremeňos DIPUTACIÓN DE BADA]OZ DEPARTAMENTO DE PUBLICACIONES 2004 Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en o transmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, por fotocopia o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de la editorial. JARRAPELLEJOS (Vida arcaica, feliz e independiente de un espaňol representative)) Colección Clásicos n° 18 © De esta edición: Departamento de Publicaciones de la Diputación de Badaj oz © De la edición e introducción: Simon Viola Depósito legal: LS.B.N.: 84-7796-757-1 Diseňo y Maquetación: TraSan, S.L. Portada: XXI Estudio Gráfico, S.L. Imprime: Imprenta Parejo-Villanueva de la Serena PRO LOGO El silencio crftico y editorial sobre la obra de Trigo es una de las injus-ticias mas flagrantes de nuestra historia cultural reciente. Una mas, desde luego, y no hay por que insistir en ello. Al fin y al cabo, sobre el narrador extremeno recalan dos acusaciones graves: la primera y mas extendida, la de ser un novelista pornografico; la segunda y mas taima-da, la de ser un mal escritor. Al lector de hoy, del ultimo cuarto del siglo XX, corresponde estimar la validez de ambas acusaciones. Pero Trigo vuelve irreprimible, implacable. Esta aquf, al menos con estos dos libros cimeros, y ya nadie podra llamarse a engano. Hasta ahora, durante los ultimos treinta y seis anos habra que recor-dar la benefica accion de los libreros de viejo, de los puestos del Rastro o del mercado de San Anton, de los de la Cuesta de Claudio Moyano. Allf, en peregrinaciones asiduas, he podido conseguir hasta catorce libros de Trigo, desde las primeras ediciones de la Librerfa de Fernando Fe hasta las de la coleccion de obras completas de la Editorial Renaci-miento. Los precios han variado mucho de diez anos a esta parte. Lo que en los anos sesenta valfa entre cincuenta y cien pesetas, hoy no se encuentra por menos de trescientas o mas. Nada mas natural. En un pafs donde el mundo editorial abandona casi por completo la reedicion 7 de la mayoría de los escritores de segunda o tercera fila -tan significa-tivos por otra parte- y donde las colecciones de bolsillo se dedican sólo a lo que creen "valores seguros", estos libros viejos alcanzan lentamen-te precios de subasta. Las universidades norteamericanas están ade-más ahí, para hacer subir los precios, como los marines estadouniden-ses los de las pirujas de Európa. En otros países -el ejemplo que tengo más a mano es el de Francia-, las colecciones de bolsillo no desprecian a nadie, ni siquiera a los más olvidados escritores. Pero el culto francés por su história literaria ya se sabe que se contrapone al nuestro. Nuestros editores de estas colecciones prefieren el último grito seudocientífico o no menos seudopolítico, libros de un día que pronto caerán en el mejor de los olvidos, pero que en su corta existencia agotaron su edición por mor de una moda indiscriminada. iHay tanto por editar después de los últimos lustros! ŽCómo indignarse si aún carecemos de simples colecciones de obras completas de nuestros mejores escritores? Ahí están Baroja -en curso de remedio, desde luego-, Valle-lnclán, Machado, Pérez de Ayala, o hasta média picaresca, clamando por existir en ediciones completas y rigurosas. El resto es negocio. Felipe Trigo, cuyo nombre coloco en la primera fila, con todos los matices necesarios, supo algo de esto de los negocios. Su primera novela -según Cejador, de quien tomo estos datos- le produjo cien mil pesetas de ganancia, y su renta de derechos de autor, en los aňos diez de este siglo, era de sesenta mil pesetas anuales. Publicó su primera novela en 1 901, algo tarde para un escritor que había nacido en 1 864, en Villanueva de la Serena, provincia de Badajoz. Antes había estudia-do medicina en Madrid y ejercido algunos aňos en el campo, en Trujillanos, de donde saco la experiencia que luego le serviría para es-cribir esas dos novelas autobiográficas -en parte-, En la carrera y El médico rural, sobre sus aňos de estudiante y sobre los de ejercicio profesionál. Después logró entrar en Sanidad Militar; fue destinado a la fábrica de Trubia, y por último marchó voluntario, como médico militar, a Filipinas. Allí se distinguió por su heroico comportamiento, y en una acción belica los rebeldes le machetearon, mutilándole una mano y dejándole por muerto. De regreso a Espafia, alcanzó la categoría de teniente co-ronel retirado, y vivió entre Madrid y Extremadura, dedicándose a la 8 literatura, con un exito de püblico tan inmediato como excepcional, si dejamos aparte La campana filipina, de 1 897. En pleno exito y loor de multitudes, el escritor se suicido en su chalet madrileno, de un pistoleta-zo, en 1 91 6. Y a este respecto recuerdo el conmovedor artfculo que le dedico en aquella ocasion Enrique Dfez-Canedo, que nunca fue gran admirador suyo, hoy recogido en sus Conversaciones literarias. "Perdonadme todos -dejo escrito Trigo a su familia, al suicidarse-. Yo estoy seguro de que nada os servirfa mäs que para prolongar algunos meses vuestra angustia viendome morir. Pensad que en esta catästrofe fue el motivo el ansia loca de crearos alguna posicion mäs firme. Perdonadme, perdonadme. iConsuelo, märtir mfa, hijos de mi alma! Si mi vida fue una equivocacion, fue generosa. Con la ünica preocupa-cion vuestra por encima de todos mis errores. Que sirva esta de mi voluntad de testador para declararos herederos mfos de todos mis de-rechos. Perdon". zQuien puede ponerse en el lugar de un hombre y saber que pensa-ba la mano que agarraba el revolver?, viene a decir Dfez-Canedo. Sin embargo, las palabras finales del escritor hacen pensar en una enfer-medad incurable, aunque ningün dato poseo que la confirme. Para Julio Cejador, este suicidio fue la demostracion del fracaso de las teo-rfas del escritor. Lustros despues, un crftico tan opuesto como Eugenio de Nora no ve mäs que un caso psico-patologico en esta muerte volun-taria. A mi parecer, ambas conclusiones son superficiales y apresura-das. La bibliograffa sobre Trigo es poco abundante y se basa, sobre todo, en un solo libro: Felipe Trigo, su vida, su obra, su moral, de Manuel Abril, cuya primera edicion aparecio en 191 7. El resto son artfcu-los de revistas y periodicos, crfticas apresuradas y polemicas deformadoras. Esperemos que esta resurreccion de lugar a estudios mäs profundos; sobre el libro de Manuel Abril, Jose Bergamfn tiene palabras exactas en el prologo citado, y serä sin duda el punto de par-tida para todos los trabajos posteriores. Por lo demäs, y ya en nuestros tiempos, las referencias a Trigo son episodicas y parciales. El juicio de Julio Cejador -que le dedica dieciseis päginas de su Historia de la lengua y literatura castellana- parece hacer hoy autoridad. Y, sin embargo, este juicio debiera ser revisado, asf como la Historia de Cejador, que, si bien es un tesoro bibliogräfico (empana-do, no obstante, por muchos errores), es un tratado elaborado con un 9 metodo mäs que discutible y de orientacion eminentemente conserva-dora y reaccionaria. Es curioso lo bien que se les daba el conservaduris-mo a nuestros eruditos, casi proporcional a lo mal que se les daba la erudicion a nuestros progresistas. Pasemos. Dfez-Canedo y Leopoldo Alas tuvieron mäs penetracion, pero tal, vez un penchant excesivo por la estetica para tratar objetivamente a un escritor como Trigo, que "hablaba en nombre de la vida" y se negaba a ser lo que se llama "un artista". La doble mala fama de Trigo -mal escritor y novelista pornogräfico- echo doble llave a su sepulcro en la posguerra. Cuando J. C. Mainer, en su üteratura y pequena burguesia, habla de Trigo, lo hace sobre un episodio -el de su relacion con Unamuno- significativo, pero no completo. Eugenio Nora, en su histo-ria de La nove/a espanola contemporänea, despacha a Trigo injusta-mente en una nota a pie de pägina, tal vez inconscientemente influido por Cejador, de quien toma los datos. Y, sin embargo, su obra lleva lfmites cronologicos precisos, de 1898 hasta 1960. Nora justifica este descuido por "motivos principalmente de espacio", y porque tratar a Trigo (o a Zamacois en el mismo caso) "implicarfa la revision del «caso» Blasco Ibänez". Aunque despues admite que toda la literatura narrativa posterior "no puede comprenderse ni explicarse plenamente sin esos tres nombres-frontera (Blasco, Zamacois y Trigo)», considerados como "goznes" del nuevo espfritu y "epfgonos" del antiguo. Dudosa es esta apreciacion cuando menos. Estos tres escritores, si bien por estilo y sensibilidad no son de hoy, sf siguen siendo, por su espfritu, nuestros contemporäneos. La historia espanola es prodiga en parälisis, en detenciones mäs o menos prolongadas, y los precursores se nos convierten muchas veces, en nuestras manos desinocentes, en perfectos contemporäneos. La mejor demostracion es que cuando las obras de Blasco y Zamacois -por ahora, pues Trigo acaba de llegar- se ponen al alcance del püblico, el consumo es inmediato. Y si de algo estamos necesitados es de revisiones, hay que revisarlo todo. De todas formas, la primera novela de Trigo, Las ingenuas, es de 1901. Cae, por tanto, perfectamente de Ueno en el perfodo estudiado por Eugenio de Nora en su voluminoso tratado. Nuestro escritor publica veinticinco libros -dejando aparte el primero sobre Filipinos, ya citado-, y diecisiete de ellos son novelas, dos de ellas postumas: Murio de un beso y En camisa rosa. Otro libro tambien postumo, En mi castillo de luz, se 10 publico bajo el nombre del escritor, pero, según Cejador, es obra de su hi ja Julia, aunque no he visto corroborado este dato en ninguna otra parte. El tema y el estilo son del padre. Tras Las ingenuas, aparecida en dos gruesos volúmenes y que llevó a la fama inmediata el nombre del escritor, vinieron La sed de amar (novela, 1 902), Alma en los labios (novela, 1 902), La altísima (novela, 1 903), Del fr/o a/ frego (novela, 1 903), La bruta (novela, 1 904), un volumen con tres novelas cortas: La de los o/os color de uva - Revelado-ras - Lo irreparable (1905), Sor Demonio (novela, 1905), En la carrera (novela, 1 909), Socialismo individualista (estudio, 1 906), La clave (novela, 1 907), El amor en la vida y en los libros (estudio, 1 908), Las Evas del paraíso (novela, 1 909), Las posadas del amor (novela, 1 909), Cuen-tos ingenuos (relatos, 1 91 0), Los abismos (novela, 1911), El medico rural (novela, 1912), El Papá de las bellezas (novela, 1913), Jarrapellejos (novela, 1914), Crisis de la civilización - La guerra europea (estudio, 1915), Asi paga el diablo - A prueba - El gran simpático (tres novelas cortas, 1916) y Sí sé por qué (novela, 1916), esta ultima considerada por Cejador como su libro mas "poético" y conmovedor, lo cual no es poca concesión en crítico de tal talante. Al ver este panorama, acufiado en tres lustros, la obra de Felipe Trigo se nos aparece como la de un meteoro, como un relámpago que cruzó en pocos aňos nuestra literatura con una fuerza implacable, des-bordada, descomunal; como un auténtico torrente narrativo. Pudo creerse que este torrente, al desaparecer, se desvanecería también de la memoria de nuestras letras. No ha sido asi: esta obra multitudinaria, naci-da con vocación de comunicar, de ser leída por encima de todo -pues Trigo aparece hoy como un reformista, como un revolucionario profun-do, como un moralista en ultimo término-, ha resistido también el paso del tiempo, el secreto impuesto, el silencio. Una obra popular se convir-tió en una obra secreta. A ambas pruebas ha resistido, y se presenta hoy, otra vez, al publico, del cual habia sido artificialmente separada. Es el momento de ver lo que queda de las dos acusaciones que tan generosamente (?) fueron derramadas sobre Felipe Trigo por los pontí-fices de la moral y de la estética de su tiempo. La primera acusación, y la más insostenible, es la de la pornografia. ŽQuién puede sostener hoy sin sonrojarse que Trigo es un escritor por-nográfico? Sin entrar ya en la literatura específicamente erotica, que 11 hoy estä recibiendo por doquier sus cartas de nobleza; sin llegar hasta los extremos del marques de Sade, objeto en nuestros dfas de los mäs sesudos estudios cientfficos y universitarios, polfticos y filosoficos, en el terreno de la literatura general, esta acusacion contra Trigo dice mucho mäs en contra de la sociedad que la formulaba que contra el escritor. Al contrario, el erotismo de Trigo se levanta como una de sus mäximas virtudes. No vamos a decir -serfa un sofisma- que, al lado del erotismo actual, el del narrador extremeno aparece como el colmo de las cau-telas y de las prudencias. Colocando a Trigo en su epoca, la ünica conclusion que puede sacarse es la pudibundez esterilizadora de su contexto, al menos en su formulacion cultural. La vida real, desde luego, era muy otra. Pues, ademäs, y hay que declararlo sin ambages, una de las "caren-cias" mäs lamentables de la literatura espanola de todos los tiempos ha sido precisamente esta, la de su falta de erotismo, o, dicho con otras palabras, la falta de realismo en el tratamiento del material amoroso. Una carencia que llega hasta nuestros dfas y que aqueja a nuestros mäximos escritores, sobre todo en los dos Ultimos siglos. Las represen-taciones del amor en la literatura espanola -si exceptuamos al Arcipreste de Hita, La Celestina, la picaresca o dona Marfa de Zayas y pocos mäs-han sido debiles, elementales, excesivamente idealizadas, o, por el contrario, falseadas por una condena moral repleta de todas las negruras. Los soplos de aire puro en este terreno deben ser saludados como se merecen: con todo respeto. Trigo es un novelista erotico, ello es algo indudable y que no sola-mente no debe negarse, sino que hay que proclamarlo bien alto. Este erotismo no se ve bien ni en El medico rural ni en Jarrapellejos, aunque inspira muchas de las päginas de estos libros, y tal vez de las mejores. En muchas de sus otras novelas este dato se ve con mäs claridad. Lo que sucede es que Trigo hace del amor la clave de su pensamiento -Freud andaba lejos-, la base de sus ambiciones reformadoras, regeneracionistas. Este pensamiento tiene mäs que ver con obras como las de Costa o Zola, con el socialismo utopico, que con el pesimismo noventayochista y posterior, cargado de espfritu burgues. El narrador era medico, y una ambicion de cientificismo traspasa su obra y a veces la extravfa. Lo que sucede es tambien que su erotismo, en un principio cargado de buenas intenciones, le surge violento, atirantado, tal vez 12 deformaci o por misteriosos "fórceps" que su contexto le obligaba a utilizar. En resumidas cuentas, se trata de un erotismo originaria-mente ideál, traspasado de escenas de una violencia inedita en nues-tra literatura. Quien lea El amor en la vida y en los libros advertirá la pureza de las intenciones del escritor, su afán por liberar a la mujer -se trata de un feminista acérrimo, aunque no exento de contradic-ciones-, por construir en torno a un amor liberado, mezcla de "la Venus pagana y la Inmaculada Concepción", la base de una socie-dad socialista futura. Para Trigo, el amor no necesita ser reformado; bastaría con dejar de deformarlo por tantos aňos de aherrojamiento religioso, filosófico, po-lítico y sociál. En su búsqueda de esta libertad, nuestro narrador cae en el utopismo, y ahí se riza el rizo, se cierra el círculo infernal. Pues su erotismo se salva no por sus intenciones ni por la utopía finál, sino por las descripciones que nos ha otorgado por el camino, con su afán de fisiología médica, de rastreo analítico; con su encarnizamiento casi materialista. Vargas Vila -un contrincante en la novela, pero de inferior categoría- califica su escritura de "literatura clínica", de "base patológi-ca, con un solo rádio de acción: los nervios de las mujeres; era un admirable neurólogo ese novelista..; fue un realista, un enorme y opu-lento escritor realista". Elogio unilateral el de Vargas Vila, y por ello mismo contraprodu-cente, pues alimentaba las acusaciones consabidas. Ello es olvidar el proyecto iniciál de Trigo y su démarché hacia la utopía finál, donde la desaparición de la célula familiar es precisamente el cumplimiento del amor y la fundación de una nueva familia. Su erotismo surge, pues, atirantado, violentado por un contexto infeliz, y pierde realismo en sus sueňos utópicos, que encierran, sin embargo, inolvidables lecciones. Además, el amor y la revolución política están en Trigo estrechamente unidos (hasta tienen un capítulo común el citado libro teórico sobre el amor y el de Socialismo individualista), de tal manera que su revolución socialista, teňida de militarismo, de individualismo, y no son éstas sus menores contradicciones, se basa, sobre todo, en una revolución de la persona, del individuo. Tal vez no fuera tan extraviado por estos cami-nos que hoy nos parecen tan utópicos. Bašta con observar el lugar que el sexo, la herencia, la educación por ejemplo, tienen para nuestro escritor en el nacimiento de la sociedad futura. 13 ŽTrigo mal escritor? La segunda acusación ha sido ya bien rebatida, y con mayor autoridad que la mía, por José Bergamín en su prólogo a El médico rural. Quien conozca la prosa del maestro Bergamín, posi-blemente la más perfecta, desde el punto de vista estético, de toda la literatura crítica en lengua espaňola de nuestros días -entiéndase críti-ca, por esta vez, como creación, pues Bergamín es un poeta ante todo, calibrará mejor la medida de sus argumentos. Trigo es un escritor car-gado de violencia textual, que construyó su propio estilo con una deli-berada voluntad formal. No es un mal estilo, es un estilo difícil, pero extrafiamente eficaz, pegado a su materia como la piel a la carne, que nos transmite vibraciones, pulso, humores vegetativos, sensaciones, con una intensidad poco común. Un estilo, desde luego, para traer de ca-beza a esteticistas y normativos, a academizantes de tres al cuarto. Un estilo aparentemente desordenado, pero que posee su propio orden; repleto de elipsis, de atajos, que se encarniza con las palabras porque asi lo decide deliberadamente y en las palabras necesarias. Un estilo, en resumidas cuentas, a estudiar. El primer párrafo, por ejemplo, de Jarrapellejos es inexplicable sin el segundo, y asi, toda la potencia del capitulo entero, con la descripción alucinante, viva, tremenda, de la plaga de langosta, constituye precisamente una de las cumbres de la prosa de este escritor. Un estilo expresionista, arriscado, fuera de lo común, y que, sin embargo, fue aceptado multitudinariamente por sus contemporáneos. Hoy, cuando las normas estilísticas se revisan y se violan tan frecuentemente, la aparente torpeza de Trigo nos ofrece el espectáculo de un texto en fermentación, funcional, merecedor de un estudio más profundo que todas las acusaciones simplificadoras que hasta ahora ha recibido. Hasta el propio Cejador tuvo que reconocer en su tiempo el valor artistico de las obras de Felipe Trigo: "De hecho es el novelista que más vivamente comunica al lector el fuego de sus enardecidos afectos...; toda la escala afectiva la tiene en su mano. Sentía recio y sabía hacer sentir recio: no hay en Espafia quien en este punto le aventaje". Y en otro lugar de su estudio: "Las novelas de Felipe Trigo son técnicamente artísticas: el realismo, el desmenuzamiento de los afectos, la fuerza del pincel, la verdad sincera que chorrea por todas partes, la viveza del diálogo, hasta el mismo descuido del lenguaje, todo contribuye a que sean novelas admirables de vigor, color y verdad". Su conclusion, des- 14 pués de decir esto, resulta paradójica, y el crítico y profesor se empeňa, sin éxito, en argumentarla. Trigo es un mal novelista precisamente por ser excesivamente bueno, "porque la conmoción sensual sofoca el efec-to estético...; la beštia seňorea al hombre y el arte es goce del hombre y no de la beštia". Un conservadurismo tan acendrado como el de Ce-jador, que dice que "el respeto a la ética social de un pueblo debe exigirse en las obras de arte", tendría todavía en los cajones de su censura particular desde Las fíores del mal y Madame Bovary hasta Ulises y la obra entera de Henry Miller. De hecho, el crítico confunde la estéti-ca con el "buen gusto social", y el arte con la moral social. ŽCómo iba a entender a Trigo, aun reconociendo su importancia, si el narrador extremeňo construyó toda su obra contra esa moral, contra ese "buen gusto" hipócrita y esterilizador? Este final del siglo XX ha roto ya con la mayoría de los tabús. Se trata, pues, de un momento propicio para saborear y calibrar en justicia la obra de Felipe Trigo, que, no lo olvidemos, es un precursor contem-poráneo. Nos explica muchas cosas, tanto en sus virtudes como en sus defectos. Se trata de un novelista de talla total, de un autor injustamente relegado, con intuiciones geniales, con utopismos repletos de ingenuidad también, que nos trae, en medio de sus contradicciones, un aire de libertad que no por inédito deja de ser auténtica y rabiosamente hispánico. Y aquí, tras estas breves e inconexas reflexiones, aparece esta "vida arcaica, feliz e independiente de un espaňol representativo", don Pedro Luis Jarrrapellejos. En počas palabras, el retrato cruel de un cacique extremeňo y de la pequeňa sociedad que le rodea. Es la obra maestra, a mi parecer, de Felipe Trigo. Pero tal vez por ello no la más representa-tiva. El tono es casi noventayochista; la crítica social, profunda y acera-da. El erotismo aparece no sólo en algunas páginas espléndidas, aun-que no muy numerosas, sino casi como algo total, colectivo, que lo impregna todo. En Trigo hay dos clases de erotismo: el que describe la realidad, negra, violenta, atormentada, y el erotismo del futuro, el del amor libre e inocente. El de Jarrapellejos pertenece a la primera clase, y es más sombría la pintura cuando la sangre y el crimen aplastan toda posibilidad de futuro. También aquí Trigo se declara como un monár-quico que vota a Pablo Iglesias: "Monárquico, socialista e individualista". Sólo esta contradicción ya debería llevar a profundizar más en el pensamiento y el arte de nuestro escritor. 15 En el erotismo de Trigo, ademäs, no suele haber excesivo maniquefsmo: no hay vfctimas ni verdugos, como en el anälisis social; todos son al mismo tiempo sus vfctimas y sus verdugos. Pues no se olvide ademäs que los protagonistas de este libro no sonsolo Cidoncha o Isabel, los personajes inocentes, sino el cacique, el senor Jarrapellejos, el triunfador, que al mismo tiempo senala cuäl es el verdadero protago-nista: el pueblo de La Joya entero, representacion de una realidad muy concreto. Nos ha faltado la obra de Felipe Trigo; sin el, muchos aspec-tos de nuestra historia, de nuestra cultura, de nuestra realidad, queda-ban difuminados, vagorosos, inconcretos. Viene ahora a explicarnos muchas cosas. Tampoco nos darä la panacea universal; no hay que extrapolarlo, sacarlo de su contexto, contra el cual tan denodadamente lucho. Pero no cabe duda de que forma parte de el y que, de alguna manera, forma parte de nosotros mismos. Y debajo de su violento rea-lismo palpita todo un mundo de sfmbolos, de alegorfas, una ambicion de totalidad. Si en ello, como en sus ambiciones, la obra de Trigo -ademäs de interrumpida por dos veces: su suicidio y la desaparicion de sus libros-ha quedado incompleta y frustrada, no por ello reviste menos impor-tancia. Su desconocimiento tambien frustraba algo impalpable, pero esencial, en nuestra cultura, en nuestra literatura. Pues una parte de las mismas estä secuestrada, y el arte cuando se divide sigue dando arte. Deseo que la resurreccion de Felipe Trigo sea fecunda y completa. Los lectores tienen ahora la palabra. Parfs, enero 1 975 Rafael Conte 16 INTRODUCCIÓN Erigida en un tramo temporal de solo quince aňos, la trayectoria na-rrativa de Felipe Trigo ofrece un perfil singular que razones de predi-lecciones temáticas e instrumentación expresiva convierten en una pro-ducción difícilmente localizable en su entorno. Si la obra de cualquier autor puede considerarse en el centro de una intersección, sometida por un lado al peso de la tradición y abierta, por otro, a propuestas novedosas, la producción del novelista villanovense está marcada de modo especial por su condición de "obra de transición", de literatura caracterizada por un alto grado de "mestizaje" ideológico y estético, circunstancia que explica su resistencia a las clasificaciones históricas y las dificultades para someterla de modo natural a los engranajes de la periodización de la literatura espaňola en el siglo XX. Heredero de los movimientos narrativos decimonónicos, en especial del naturalismo (una circunstancia que, sobrevalorada, convertiría su obra en una aportación epigonal), su producción pertenece al periodo cenital de modernistas y noventayochistas: "Si no lo incluimos entre los antecesores de la generación del 98 es porque cronológicamente pertenece a ella y de sus ideas y sentimientos participa en no escasa medi-da. Le consideramos modernista porque, mientras rechazaba el supuesto 17 intelectualismo del 98, coincidía en cambio con algunas tendencias del modernismo: supremacía de la emotividad, superfluencia erótica, pre-dominio de lo vital sobre lo moral..."1 . Lo cierto es que el propio Trigo fomentó la sensación de "encruci-jada ideológica" en la que vivió, y que reflejará en su obra, sin optar resueltamente por ninguna corriente de pensamiento específica. De un lado, no militó intelectualmente en ninguna de ellas (regeneracionismo, noventayochismo, socialismo utópico, anarquis-mo..., "un poco de todo"), como, por lo demás, tampoco hicieron otros narradores coetáneos: "No podemos considerar a Baroja pre-cisamente como un modelo de coherencia ideológica (aunque los reproches, en este sentido hayan sido menores). Ambos [Baroja y Trigo] responden a su momento histórico contradictoriamente [...]. El objetivo de Trigo parece claro, aunque hoy su ideológia nos parezca confusa"2, y de otro, muchas de las corrientes finiseculares, unáni-mes en su ataque al sistema político de la Restauración, solaparon sus órbitas ideológicas y coincidieron en denuncias y propuestas. Los pasajes que subrayan el eclecticismo de su pensamiento, sin que el escritor procurara rectificar con el paso de los aňos las obligadas contradicciones, son frecuentísimos: "[juntaba y armonizaba] los dos panteísmos, el espiritualis-ta y el materialista; los dos filósofos extremos del sentir, el de los cándidos y optimistas con el de los diabólicos y los escépticos; los misticismos y castidades de Santa Teresa y Tolstoi con los sensualismos y egoísmos de Epicuro y Schopenhauer; los socialismos numéricos de Marx y Saint Simon, con los anarquismos metafísicos o rabiosos de Reclús y Kropotkine; los altivos mentalismos de Nietzsche, final-mente, con los bajos apetitos de cualquier buitre o cualquier gato3". 1 Sobejano, Gonzalo. Nietzsche en Espaňa. Madrid, Gredos, 1967, pág. 228. 2 Marco, J. "Felipe Trigo y su novela socialista y de clave: Jarrapellejos", Archivům, XXIX-XXX, 1979-1980, pág. 147. 3 Trigo, F. El amor en la viday en los libros. Madrid, Renacimiento, 1920, pág. 259. 18 "Yyo, monärquico como usted, porque creo que la autoridad yel orden de una monarquia democrätica, con sus prestigios traditionelles, pueden ser el me/or puente de lo actual al porvenir (Letamendi afirmo: «El progreso no es un tren que corre, s/no un ärbol que crece»); yo, que sin embargo, voto a Pablo Iglesias; yo, individualista, socialista, monärquico... un poco de todo...4" Pero ademäs de esta triple adscripeion (postnaturalismo, 98, modernis-mo), Trigo ha sido incluido desde otros presupuestos (relaciones personales, actividad editorial...) en la "generacion de 1886" (Julian Marfas), o definido con los marbetes de "Literatura galante y novela erotica" (Eugenio de Nora), "Realistas y eroticos" (Luis S. Granjel), "Eroticos" (Jose Domfnguez), o, en fin, colocado junto a un numerosfsimo grupo de escritores en la "Promocion de 'El Cuento semanal'" (Säinz de Robles)5. El breve recorrido de su trayectoria y la falta de evolucion temätica de unas preferencias temäticas a otras (desde, pongamos por caso, el erotismo de Las ingenuas -1 901 - al compromiso social de Jarrapellejos -1 91 4-; recordemos que sus dos novelas postumas llevan tftulos tan "su-gerentes" como Murio de un beso y En camisa rosa) imposibilitan, por lo demäs, los deslindes cronologicos de modo que solo cabe, a nuestro juicio, hablar, a grandes rasgos y con matizaciones constantes, de dos franjas longitudinales presentes a lo largo de toda su produccion: una "novela erotica", heredera de los enfoques naturalistas radicales, y una "novela social" que lo aproxima a las preocupaciones regeneracionistas del 98; esto es, la temätica del amor y la temätica social, "los dos grandes nücleos de los que parte nuestro autor para instalarse en la literatura"6. 4 Trigo, F. Jarrapellejos. Dedicatoria a Melquíades Álvarez. Manuel Pecellín aborda el aspecto de la formación filosófica y política de Trigo en varias ocasiones. Pueden consultarse las páginas dedieadas al novelista en su Literatura en Extremadura II (Badajoz, Universitas, 1981, págs. 159-180), en donde elabora un estudio de conjunto, o, más específicamente, el prólogo a Las piagas sociales (Ayto. de Villanueva / UBEX, 2000, págs. 7-14). 5 Un aspecto desarrollado por este ultimo en La promoäón de "El cuento semanal" (1907-1925). Madrid, Espasa-Calpe, 1975, en especial el capítulo segundo, "El nombre adecuado para los promocionistas", págs. 39-52. 6 Medrano, José Luis. Prólogo 3.EI moralista Madrid, Emiliano Escolar, 1981, pág. 32. 19 Si bien todas las obras de Trigo se proponen transmitir un mensaje etico desde una actitud reformista radical, el novelista consiguio en las novelas de ambientacion regional (En la carrera, 1 909; El medico rural, 1 91 2; Jarrapellejos, 1 91 4) sus mejores logros, al abordar, con un enfo-que social de espacios y tipos representativos, distintos aspectos de la realidad nacional. En este sentido han de interpretarse, en nuestra opi-nion, los subtftulos de En la carrera, "Un buen chico estudiante en Madrid" y de Jarrapellejos, "Vida arcaica, feliz e independiente de un es-panol representativo" [la cursiva es nuestra], asf como sus formulaciones sobre los propositos que le gufan: "estas päginas contienen la historia [...] de una realidad dispersa, la de la vida de las provincias espanolas" ("Dedicatoria a Melquiades Alvarez", Jarrapellejos). Nos encontrarfa-mos, por todo lo dicho, ante un naturalismo social, que tiene su origen en el naturalismo decimononico, del que conserva ciertos rasgos: in-fluencia del medio, insistencia en aspectos degradantes de la realidad, reflejo del habla populär..., pero del que se aleja en su intencion de representacion crftica de la realidad desde una postura ideologica amplia; y es en este sentido en el que "Las novelas de Blasco Ibänez pueden considerarse, junto con parte de la produccion de Trigo y Zamacois, como las continuadoras de la tendencia social que darfa sus frutos en el primer tercio del siglo XX. Pero ninguno de estos novelistas ha de figurar aislado: su obra, con las delimitaciones y matices necesarios, podrfan integrarse dentro del marco del regeneracionismo noventayochista, como una mäs de las Ifneas es-teticas e ideologicas de principios de siglo"7. Las novelas del ciclo social de Trigo, como las de Zamacois y Blasco Ibänez8, se nos presentan de este modo como un puente que enlaza a 7 Roman, Maria Isabel. Prologo 3. La hodega, de Blasco Ibänez. Granada, Biblioteca de la Cultura Andaluza, 1989, päg. 29. 8 De los tres narradores (los "casos frontera" en terminos de Eugenio de Nora), fue el autor valenciano el primero en incorporarse a los enfoques netamente sociales con La catedral (1903), El intruso (1904), La hodega (1905) y La horda (1905). Zamacois, que pasa en esta nueva etapa a editar en Renacimiento (antes lo habia hecho en Sopena, cuyo editor, sin consultarle, hizo vender sus novelas a peseta, con portadas obscenas, en los puestos de la prensa), iniciarä un periodo realista, 20 los naturalistas radicales9, que rechazaron la formula de un naturalismo catolico o espanol, correccion conservadora del programa zolesco, y desarrollaron "la crftica del orden socio-moral imperante y el interes por la conducta fisiologica de los personajes -sobre todo la patologfa sexual-", con la novela social espanola de los anos veinte (Joaqufn Arderius, Ramon J. Sender, Rafael Carranque de Rfos, Juan Antonio de Zunzunegui...) en una tradicion realista ininterrumpida pero desplaza-da por las innovaciones noventayochistas, pues "lo que sf parece evidente es que, de no haber sido por la oposicion noventayochista a la narrativa del realismo, el Camino de la novela hubiera sido otro en Espana: las Ifneas estaban marcadas"10, y no parece en modo alguno casual que Trigo fuera recuperado en los anos en que aün sobrevive un neorrealismo social, comprometido y crftico, en verdad ya residual, cuya deuda lejana con nuestro autor no reconocio nunca: "iQuien le iba a decir que muchos anos despues de su obito, estando sus novelas agota-das y denegadas sus reimpresiones, tendrfa legion de discfpulos en las promociones de novelistas posteriores a 1950!"11 . exento de truculencias y escabrosidades, con El otro (1910), Europa seva (1913) o ha opinión ajena (1913). Eduardo Lopez Bago (1853-1931) fue el abanderado de una corriente narrativa que cultivaron escritores como Alejandro Sawa, Jose Zahonero, Remigio Vega Armenteroy otros autores menos conocidos. Fiel al modelo zolesco, publica obras como El periodistay la prostituta (1884), iUsted no es hombre! (1888), Carambola conyugal (1888) y otros muchos títulos, favorecidos en su difusión por los proce-sos judiciales que acusaban al escritor de inmoralidad. Para más detalles sobre esta corriente y su impulsor puede consultarse la monografia de Pura Fernández, Eduardo Lopez Bago y el Naturalismo Radical. La novela y el mercado literario en el siglo XIX. Amsterdam, Rodopi, 1995. Román, Maria Isabel. História interna de la novela espaňola del siglo XIX, II La novela realista. Sevilla, Alfar, 1988, pág. 322. La história de la literatúra ha fechado esta ruptúra en la emblemática fecha de 1902, aňo en que aparecen La voluntad de Azorín, Amor y pedagogía de Miguel de Unamuno, Sonata de otoňo de Valle-Inclán y Camino de perfección de Pio Baroja. Sáinz de Robles, F. C. Op. Cit., pág. 106 (curiosamente la monografia de Sáinz de Robles y la primera reedición de una obra de Trigo tras la guerra civil coincideron en el mismo aňo, 1975). En el prólogo a. El médico rural (Badajoz, Carisma, 2000, págs. XIX-XX), Gregorio Torres Nebrera subraya el alto grado de coincidencias, 21 Se ha seňalado que en la narrativa de Felipe Trigo, "con una inten-ción crítica tan clara y tan directa, el espacio, o mejor dicho el espacio humano o medio social, adquiere una gran significación", pues una de las bases del pensamiento del autor es "que el ambiente social hace al hombre"12. En sus novelas, todos los espacios rurales constituyen "microcosmos" degradados por el hombre "en mitad de la hermosura de los campos". La miseria y el abandono, los ambientes sociales asfixiantes aprisionados por una tradición convertida en lastre, por la corrupción, la hipocresía y una ética de las apariencias caracterizan a estos entornos provincianos más o menos poblados (Argelez, Alajara, Palomas, Castellar, La Joya...), pero no es más amable la vision de las grandes ciudades que solo fomentan el vicio y el lujo y suelen aportar un ingrediente "deformador" al talante de los personajes. Aunque en sus obras importe más la atmosféra social que la localiza-ción geográfica, Trigo cuidó asimismo de que la descripción de estos entornos físicos que él conocía por experiencia (Badajoz, Mérida, Trujillanos, Valverde de Mérida, Trubia...), fuera verosímil y coherente de unas obras a otřas, y asi lo demuestran anotaciones como la que sigue (para El médico rural): "Será un pueblo como Valverde, ligeramente más grande, pero con un solo médico. Se llamará Castellar; estará próximo a Alajara y será su capital de provincia Argelez. En su piano y aspecto será completamente un Valverde, pero en su contextu-ra moral y tipos tendrá a/go de Trujillanos -tío Perico-, y algún leve recuerdo de tipos de Zal guey y aun de Monterrubio (casa de tío Antonio -la era- los guarros, etcétera)"13. en verdad sorprendentes, entre esta novela y uno de los textos inaugurates del neorrealismo espanol, Los bravos (1954), de Jesus Fernandez Santos: ambos medicos acaban encaramados en la cuspide de un entorno rural de desigualdades y oprobios que en un principio denunciaron, los dos acabaran residiendo en las casas que se han identificado con el poder y el dinero en ambas comunidades, los dos anadiran a su "prestigio social" la posesion de amantes jovenes y hermosas, etc. Martinez San Martin, A. La narrativa de Felipe Trigo. Madrid, CSIC, 1983, pags. 197y199. En los andamios. Madrid, Renacimiento, 1924, pag. 247. 22 La transparencia de la localizacion de las dos primeras novelas del grupo de "crftica social" (localizada En la carrera en Badajoz y Madrid, El medico rural en Palomas-Trujillanos y Castellar-Valverde) ha llevado a pensar en Don Benito como referencia real de La Joya, pues en el tuvo lugar el tristemente celebre crimen de Ines Marfa Calderon (1 902), que Trigo incorpora a la trama argumental. Recordemos como en novelas anteriores a Jarrapellejos (1914), el escritor opto unas veces por el toponimo directo, como el Badajoz de En la carrera con descripciones de diversos lugares de la ciudad reconocibles hasta en pequenos deta-lles, pero en otras empleo nombres de su invencion especialmente cuan-do quiso crear espacios sincreticos que reflejasen un entorno provincia-no sin mayor precision local, pues su proposito es mostrar "la vida de las provincias espanolas". Esto sucede con el Alajara de Las ingenuas (que por las indicaciones de la nota citada podrfa tratarse de Merida, pero en este mismo pasaje vemos como trasvasa con total libertad recuerdos de un lugar a otro) y tambien, pensamos, con La Joya, la ciudad de Jarrapellejos. De un lado, Don Benito no fue una de las ciudades en que vivio y conocio por pro-pia experiencia y, de otro, las referencias paisajfsticas no solo no permi-ten pensar en este lugar sino que lo excluyen de modo rotundo. Las sierras del Brezo [?], el puente de tres arcos sobre el Guadalmina (un rfo de la provincia de Malaga), la estacion de ferrocarril de Las Gargalias a nueve leguas de La Joya (unos cincuenta kilometros pero la Ifnea de ferrocarril Madrid-Lisboa pasa por Don Benito; el toponimo mäs proxi-mo fonicamente es Gargäligas, una aldea junto a Esparragosa de Lares), las aldeas proximas a la ciudad, como Gibraieon (en la provincia de Huelva), Jarilla (perteneciente a Cäceres), Robla (en Leon, junto al rfo Bernesga), el caserfo del cacique, Aläjar (un pueblo de la provincia de Huelva)14 son indicaciones que en modo alguno permiten la localizacion de la novela en Don Benito (las referencias urbanas son menos contradictorias, pero muy vagas: una casino, una glorieta, una ermi-ta...). Puesto que el crimen, no tan lejano en el tiempo (las ejecuciones tuvieron lugar en 1 905), podfa llevar a una asociacion automätica de la En la novela se citan otras localidades inexistentes: Jaramilla, Casar de los Pomares, Cervera la Real (proxima fonicamente a una aldea de Badajoz, Talavera la Real). 23 trama novelesca y de los personajes con la ciudad, Trigo desdibujo el espacio ffsico hasta el punto de no permitir una lectura "localista", pues las referencias, como decimos, impiden un reconocimiento incluso para los lectores de la region (de creer a Octavio, "distamos apenas de Madrid doscientos quince kilometros, y se tarda veintisiete horas", ni si-quiera nos encontrarfamos en una localidad extremena: Don Benito dista de Madrid, por la vieja Ifnea de ferrocarril aün hoy en uso, cuatro-cientos veintiün kilometros). Frente a algunas interpretaciones de la no-vela como "obra de clave" con referencias a espacios y personas reales, lo que encontramos es una obra que pretende reflejar crfticamente un entorno rural marcado por el caciquismo, que Trigo no quiere que sea asociado con una localidad concreto (y le hubiera sido muy fäcil conseguirlo), sino, de un modo mäs vago y generico, con la Espana del sur (con una sola excepcion los toponimos pertenecen a Cäceres, Badajoz, Huelva, Cädiz y Malaga), y hasta tal punto esto es asf que descripciones de una ciudad "ficticia", como Aläjar en este caso, po-drfan servir perfectamente para dibujar el ambiente de La Joya: "...una sentina de ignorancia, debilidades, v/dos y miseria [...] jovenes mentecatos, senoritas que se entregaban y zagalas que se vendian, presidarios subvencionados y politicos orgullosos y cobardes. iOh, si esta fuera la miniatura de Espana!..."15 Si este es el mismo medio social en que los personajes positivos de Jarrapellejos labrarän su infortunio, el medio ffsico se presenta como una fuerza hostil en que la supervivencia se enfrenta a "maldiciones biblicas": las dos cosechas de las que se habla en la novela se malogran, una por la langosta y otra por la sequfa, con procesiones y rogativas como ünico remedio, en tanto el rfo es portador de enfermedades como el paludismo con su estela de tercianas y cuartanas, el tifus, la sarna y la tisis16 : 15 Las ingenuas. Madrid, Renacimiento, 1920 (decima edicion), päg. 299. 16 A diferencia de las alusiones citadas antes, el rio si es un elemento localizador de la trama en las 'Vegas del Guadiana", un rio sin desnivel y sin cauce que en los meses de verano quedaba reducido a una sucesion de charcas infectas hasta el punto de convertir el paludismo en endemico en la region. 24 "...guiados por Barriga, [Cidoncha y Octavio] quisieron ver hasta que extremo el paludismo constituiales a los pobres un azofe. Barrio de pescadores. Casuchas sucias, chicas, sin cristales, Hertas de moscas, con el burro en la cocina, con una sola alcoba, donde tenian que dormir amontona-das las hijas con los padres, en dano de la moral, y conver-tidas por el so/ en hornos del infierno, donde recociase el sudor de los enfermos y el acre vaho de la miseria y de las redes y de los peces". Los estudiosos de nuestro autor coinciden en afirmar que en sus mejores novelas se alimento de sus experiencias y tendio a reflejar, como consecuencia de sus postulados ideologicos, el entorno, rural y urbano, que conocio: "No todas las obras de Trigo -dice a este respecto San Martfn- contienen "marcas" temporales -fechas o acontecimientos que nos indiquen en que epoca transcurre la accion de la novela-, pero se puede decir con seguridad que todas sus novelas y relatos recrean la sociedad de la epoca en que vivio su autor"17. Si pensamos en las tres novelas de "crftica social", estas marcas temporales revelan un progreso cronologico que avanza acorde con el orden de su composicion. Es evidente que En la carrera (1 909) se nutre de los recuerdos universitarios del novelista18, pero el anclaje de la trama en un tiempo historico real remite a un Madrid mäs de una decada posterior a sus anos de formacion academica (1982-1987): se menciona, por los cafes de Madrid, a "Tovar, el de los monos", prestigioso caricaturista granadino que trabaja en los pe- 17 Martínez San Martin, A. op. cit., pág. 206. 18 Cfr. Andrés González Blanco: "La vida del estudiante [...] se puede estudiar admirablemente descrita en su novela En la carrera, una de las mejores de Felipe Trigo, de las más armónicamente escritas. Con sustituir el nombre de Trigo por el de ese personaje estudiantil de una novela tan hermosamente construida, tendremos hecho el relato de las aventuras, estudios y diversiones del mozo extremeňo, jaranero estudiante de medicína, en la capital de las Espaňas", en Felipe Trigo. Antológia crítica, "La Novela Corta", aňo VI, n° 287, 11 de junio de 1921. 25 riódicos de la capital desde 1899; Zamacois es citado como autor de El payaso inimitable (su título completo fue Tick-Nay, el payaso inimitable), una novela de 1900; La Cierva es aludido como el polí-tico que decretó el cierre de establecimientos a la una treinta, quien se hizo cargo del gobierno civil de Madrid en 1903; las novelas de Trigo que los protagonistas comentan a la manera cervantina, Alma en los labios y La altísima, son, respectivamente, de 1905 y 1907, etc. La acción de El médico rural (1912) transcurre de la primavera de 1909 a la de 1910 (hay una referenda vaga a la Barcelona de la "Semana trágica"). Respecto de Jarrapellejos (1914) y dado que el crimen de Don Benito sucedió en el verano de 1902 (la acción se inicia en la primavera del aňo anterior a los asesinatos), nos encon-traríamos con un sorprendente retroceso con respecto a los títulos citados. Un examen atento de las marcas temporales de la obra re-vela que esto no es asi. En realidad, Trigo sitúa la trama por los mismos aňos de composición de la novela lo que le obliga a "trasla-dar" a la segunda década de siglo los violentos episodios del crimen con que la narración se cierra, del mismo modo que trasladó sus aňos universitarios a un periodo notablemente posterior. En efecto, la situación política que se dibuja y ciertos hechos recordados, algu-nos sorprendentemente próximos a la fecha de publicación, hacen pensar, sin la menor duda, en el bienio 1 91 3-1 91 4. Y asi, fuera del cuerpo de la novela, Trigo se refiere a Melquíades Alvarez como monárquico ("Yo, monárquico como usted"), pero no fue hasta 1913 cuando el Partido Reformista, de carácter republicano, se dispuso a colaborar con la Monarquía. El artículo de Mariano de Cavia repro-ducido al final de la novela recuerda en un rápido recorrido por la convulsa historia de Méjico el asesinato de Maděro ("un tal Maděro, sin más título que sus muchos millones, el astuto amparo de los Estados Unidos y unas buenas intenciones liberales (al parecer), se alza con el santo y la limosna, y a poco le quitan la limosna, el santo y la existencia en la horrible forma que se sabe"), sucedido el 22 de fe-brero de 1 91 3. Y en este mismo aňo se localizan episodios como el Centenario Constantiniano del Edicto de Milán (313), la existencia de El socialista como diario ("un periódico cualquiera del día", pero hasta 1 91 3 fue semanario), el descontento de los sectores conserva- 26 dores con Romanones por la "Cuestion del Catecismo" o la muerte de Carlos Tellier, el "inventor del frfo" en octubre de 191319. Al ano siguiente remiten, en fin, las alusiones a Belmonte y Joselito, "los dos taurinos fenomenos", que torearfan juntos por vez primera precisamente en mayo de 1 91 4, el mes que Trigo cita como fin de com-posicion de la novela o el "affaire Caillaux" (la esposa de Joseph Caillaux, ministro radical frances, asesino al director de Le Figaro, Gaston Calmette, quien habfa amenazado meses aträs con publicar documen-tos relativos a la vida privada del polftico) ocurrido en marzo de este mismo ano. Vemos, por todo lo dicho, que Trigo tiende a reflejar el presente que vive y conoce incluso en aquellos casos en que los episodios de la trama le llevarfan a remontarse en el tiempo. Esto sucede con sus experiencias universitarias trasladadas a un Madrid posterior y quizä muy similar, o con el crimen de Ines Marfa, de modo que estos tres tftulos, si bien con notables diferencias tecnicas entre Jarrapellejos y los dos primeros (des-aparicion de la perspectiva de un protagonista-testigo, tratamiento no-velesco de materiales muy ajenos a su biograffa...), novelan tramos cronologicos sucesivos. Respecto del tiempo interno del relato, este progresa linealmente desde una primavera con las cosechas arruinadas por una plaga de langosta (solo en el capftulo IXsabremos que esto sucede en el mes de abril) hasta el verano del ano siguiente. En primavera se sitüan los tres primeros capftulos: plaga de langosta (I), "este mayo de flores a Marfa" (II), un nido de cigüena con polluelos (III). En verano, los dos siguientes: limpiadores en las eras (IV), Roque "iba a cumplir un mes de prision" (V). En otono, los capftulos VI-IX (el 13 de diciembre Purita tiene una nina: su concepcion coincide con el arranque de la novela cuando "iba una tarde a ver la invasion de los langostos"). Los capftulos X y XI trans-curren en un insolito invierno de nieve ("En La Joya habfa nevado co- Tellier muere el 19 de octubre de 1913: en la novela se insertauna nota de prensa, tal vez real, de El imparäal que recoge una informacion periodistica de "nuestro redactor en Paris" fechada el dia 20 (pero no cita el mes). Es plausible, en todo caso, que Trigo introdujera en la novela recortes de prensa reales y coetäneos a la composicion de la obra. 27 piosamente") y sequía ("ni una gota de agua desde enero"). Sigue una primavera descrita en las posesiones de Jarrapellejos (XII) y a continua-ción los asesinatos (XIV, pero hay que recordar que en todas las ediciones de Jarrapellejos, la numeración de los capítulos salta del XII al XIV, una «anomalia» que hemos mantenido) situados en la noche del 20 al 21 de mayo, un mes antes de los hechos reales (sucedidos en la madruga-da del 18 al 1 9 de junio), una modificación explicable puesto que el viaje de los delincuentes a la "feria de Trujillo" constituye en la trama una coartada mantenida hasta el final. Los capítulos restantes se sitúan en un verano de pesquisas, deten-ciones y cierre final del caso por falta de pruebas, cuando Cidoncha lleva ya "cuarenta y tantos días incomunicado" (XVI) y "sesenta y cinco días en aquella mazmorra" (XVII). Como en las restantes narraciones de Trigo, la acción es lineal y solo excepcionalmente se producen "vueltas al pasado" con el fin de relatar una elipsis de la narración. Es lo que sucede en el complejo capítulo V, en que varios principales de la ciudad (Jarrapellejos, el juez, el doctor Barriga) llegan a una velada literaria después de asis-tir a la boda de Petrilla y Melchor (a la que han acudido también los miembros del "Curdin Club": casi todos los hombres han gozado de la "virginidad" de la novia). Es necesario entonces recordar episo-dios pasados (incendio de la era, detención de Roque...) que desem-bocan en esta boda de conveniencia. Salvo este caso, el empleo del tiempo se ajusta, como decimos, a un orden lineal, heredero de un modelo narrativo realista-naturalis-ta. Respecto de títulos anteriores, apenas hay digresiones que deten-gan el avance de la trama, pues Trigo prefiere presentar un mundo a reflexionar sobre él (una de las deficiencias de obras anteriores) o a enfrentar al lector con los pensamientos de un "alter ego" (p. e., Esteban en las dos novelas anteriores) y cuando la acción se remansa, por ejemplo en el capítulo II en que "no sucede nada", el bloque tiene la función de dibujar el ambiente social (jóvenes casaderas, noviazgos, los alcohólicos miembros del Curdin Club, hoscos y pen-dencieros, ...), profundizar en el talante de ciertos personajes desta-cados (el elegante esnobismo de Octavio, la vacua modernidad de Ernesta) y anunciar episodios novelescos posteriores (como la "hi-dropesía" de Purita Salvador). En otras ocasiones (capítulo VI), los 28 pasajes descriptivos (barrio de Pescadores, enfermos de paludismo, de tifus, de sarna) estän al servicio de las tesis de la narracion. Como otras areas rurales, Extremadura ha sido prodiga en crfmenes espeluznantes relatados en sus pormenores por una prensa que tendio a subrayar los aspectos mäs sordidos y alimento la curiosidad malsana de determinados cfrculos de lectores. Trigo tenfa sin duda noticia de algunos de estos sangrientos episodios de la Espana profunda20. Pode-mos imaginär fäcilmente por que prefirio a esos otros asesinatos, moti-vados por la venganza o la avaricia, el "crimen de Don Benito", un episodio que por sus rasgos especfficos (la lujuria, el sometimiento social, el completo desvalimiento de las vfctimas...) encontro anclaje de modo natural tanto en su pensamiento como en los temas predilectos desu narrativa (injusticia social, hombres-verdugos / mujeres-vfctimas...). Convertido muy pronto en asunto de romances de ciego21, el crimen tento a Pfo Baroja, segün confiesa en sus memorias (Desde la ultima vuelta del Camino) y, de hecho, aludirfa a el de pasada en el capftulo primero de Los visionarios (1933), asf como a Ramon Perez de Ayala Victor Chamorro ha novelado dos de estos hechos sangrientos: el "crimen de Berzocana", sucedido a mediados del siglo XIX, en que unos jornaleros asesinan a un rico hacendado junto a su esposa, sus dos hijos y una criada, buscando inütilmente el producto de la venta de una piara de cerdos (El pasmo, Barcelona, Seix Barrai, 1987), y un sordido caso real sucedido en la ciudad de Plasencia a fines del siglo XIX con numerosos episodios pintorescos: muertes, internamientos en ma-nicomios, apariciones imprevistas, enfrentamientos locales que alcanzan a la activi-dad politica... (El muerto resuätado. Madrid, Albia, 1984). En Jarrapellejos se citan otros episodios de "cronica negra" (la violacion y muerte de la mudita de once anos, el guardia civil desollado, el descuartizamiento de Rosa la Manteca por su amante...), cuya veracidad no hemos procurado confirmar. El crimen fue difundido por romances que incurren, como es previsible, en variacio-nes relevantes. Asi ocurre en esta Version que localiza el episodio en "el pueblo San Benito / provincia de Badajoz" y presenta a la madre desconsolada en el entierro de su hija (cuando, en realidad, ambas fueron asesinadas). Veanse algunos pasajes: 'Al salir de misa de once/don Carlos le quiso dar/un beso a Ines Maria/y ellale dio una guantä. / Y le devolvio don Carlos: / Esto me lo has de pagar. / Mira si se la pago / que la cosio a punaläs. / A las doce de la noche / mando al sereno llamar, / dice dona Catalina:/mi puerta no se abre ya. / Es un paso muy seguro, /lo debo de condutar [...] Cuando el entierro pasaba / por la calle de las monjas /dice dona Catalina / que se merece la horca" [...] 29 que lo utilizana en una novela corta, La caida de los Limones, incluida con otras dos en el volumen titulado Prometeo (1 91 6)22. Narrada en primera persona, la novela de Perez de Ayala se ambienta en una pension madrilena en que reside el protagonista, estudiante de Derecho (una situacion narrativa no demasiado distinta de la que en-contramos en otra novela de Trigo, En la carrera, 1 909). Allf conocerä a dos extranas reden llegadas, Fernando y Dominica, hermanas del ase-sino Arias, dos solteronas con la "tristeza de la virginidad vetusta" que han venido a la ciudad para hacerse con ropas de luto que "tienen que estar terminadas para el säbado a las doce en punto". La narracion da entonces un salto aträs para recordar la infancia de Arias, hijo del cacique, un nino sensible y fabulador con arreba-tos violentfsimos (mata al perro de su hermana estrelländolo contra la pared), para el que su padre ha comprado varias titulaciones aca-demicas (Bachiller, Licenciatura de Letras). Enamorado de Lola, la "hija de la viuda de Candelero" y temiendo su rechazo, penetra en la casa de las mujeres a las que asesina con la ayuda de su fiel Bermudo, su criado y hermano de leche. Las coincidencias con el crimen real son muy numerosas, mäs que en la narracion de Trigo: las vfctimas (madre e hija: un hermano de la joven se encontraba en Africa realizando el servicio militar), la pareja de asesinos, la com-plicidad de un sereno, la detencion de un sospechoso inocente, la duracion del proceso (mäs de un ano) y su resultado (dos condenas a muerte ejecutadas en la misma ciudad). Otras circunstancias de la narracion permiten pensar en una locali-dad extremena como lugar de los crfmenes, aunque Perez de Ayala sitüa la accion en la capital de provincia, Guadalfranco, "celebrada en todo el mundo por sus lanas y panos", en donde "la agricultura florecfa Los episodios del caso han sido dramatizados por dos autores regionales, Jesus Alviz en Ines Maria Calderon, virgen y märtir, isanta? (el mismo autor escribiria otra obra teatral sobre el novelista, Yo hablo en nombre de la vida, en que evoca dos momentos de su trayectoria vital, su adolescencia y los momentos previos a su suicidio), y Patricio Chamizo en El crimen de Ines Maria, obra en que subraya el protagonismo del pueblo en el desarrollo y resolucion del proceso. El crimen, en fin, ha sido llevado al eine en dos ocasiones: farrapellejos, de Antonio Gomez Rico, y una de las entregas de La huella del crimen (Imanol Uribe). 30 asombrosamente, merced a mil ingeniosos artificios con que los moriscos regaban y cultivaban la tierra, la cual era fecunda sobre todo en alcor-noque" (pag. 1 65). Por lo demas, el proposito de Perez de Ayala, similar al de Trigo, es la denuncia del caciquismo al que se ve sometida la Espana rural: "Para la proximo legislatura don Enrique cuenta con llevar al Parla-mento a su hijo Arias y a su presunto yerno. Con los calores, han remitido las palpitaciones sediciosas. La hoja clandestina ha dejado de circular. Se cierne sobre Guadalfranco una paz octaviana. El se-nor Obispo, placido y cogitabundo; los senores canonigos, contemplativos y canoros; el gobernador civil, ponderoso hidalgo; el gobernador militar, bizarro caudillo; el coronel de la Guardia Civil, hombre de mano dura y ceno de un solo trazo; en suma, todos los puntales de la sociedad son hechura de don Enrique y estan por su voluntad sostenidos en equilibrio y ensambladura provisorios como el andamiaje de que usa el arquitecto para erigir su fabrica"23 (pags. 203-204). Este estado de cosas, que en la novela de Trigo se perpe-tuara (cierre del caso, ascenso polftico de los asesinos), se vera abo-cado, como ya indica el tftulo, a un completo desmoronamiento (muer-te del cacique, ejecucion de los criminales, perdida de poder polftico de las hijas) en un desenlace mas esperanzador que el del novelista extremeno y mas proximo a los hechos reales. Si Perez de Ayala se propuso novelar el crimen en esta singular obrita que Eugenio Garcfa de Nora califica de "verdadera obra maestra"24, Trigo Pags. 203-204. La misma denuncia late en los poemas que abren cada capitulo: "IPoder! IPoder! iOh vino de divina/borrachera! El mas alto de los bienes [...] IPoder causar al enemigo un dano...! / IPoder brindar al allegado un bien...! (pag. 189). La novela espaiiola contempordnea I. Madrid, Gredos, 1979, pag. 492. El estudioso ana-de en nota: "El relato tiene una base historica; Ayala ha conservado incluso muchos detalles. Se trata del "crimen de Don Benito" (Badajoz), perpetrado a principios de siglo por el hidalgo don Carlos Garcia de Paredes, con la complicidad de su criado [sic] Castejon y de un sereno: asesino, despues de forzarla [sic] a una costurera llamada Ines Maria, y a la madre. La fechoria se descubre por haber visto unos novios [sic] que se cortejaban a escondidas como el sereno abria la puerta a los asesinos". Gran parte del sumario judicial del crimen ha sido reproducido por Maria Dolores Cabezas de Herrera, precedido de una breve introduction en que resume los episo-dios del caso. Vease Ventana abierta, diciembre de 2003, pags. 115-142. 31 lo incorporo a una narracion de mayor calado que ofrece un amplio es-pectro de injusticias sociales y sometimientos eroticos. Recordemos que los preparativos y ejecucion del asesinato aparecen en el capftulo XIV de la novela, en tanto que las contingencias del proceso, investigaciones, decla-raciones, intervencion del caciquey cierre del caso, se desarrollan hasta el fin del relato de modo simultäneo a otros motivos no menores (celebracion del Centenario Constantiniano, aventura amorosa de Octavio con Ernesta ya embarazada), constituyendo aproximadamente un tercio de la narracion completa. Los personajes principales del crimen, por lo demäs, pertenecen plenamente al ämbito de la narracion desde un principio sin que de la impre-sion en ningün momento de "historia adosada" a una trama principal25. Puesto que Trigo somete los hechos reales a una intensa manipula-cion convendrä recordar sucintamente que el asesinato de la joven, Ines Marfa Calderon, y de su madre, Catalina Barragän, tuvo lugar en la calle Padre Cortes de Don Benito en la madrugada del 1 8 al 1 9 de junio de 1902. Con la complicidad del sereno, Pedro Cidoncha, quien logro que las mujeres les franquearan la entrada, Carlos Garcfa de Paredes, sobrino de Enrique Donoso Cortes, cacique liberal que capita-neaba en la provincia a los partidarios de Sagasta (y sobrino a su vez del Marques de Valdegamas), y Ramon Martfn Castejon, penetraron en la casa y acuchillaron a las dos mujeres, aunque ninguna de ellas fue violada, cuando este parecfa el movil del asalto26 . En la vista, celebrada 25 Isabel aparece ya en el primer capftulo ahuyentando las langostas. En el terce-ro alimenta a unas crias de cigüena y atiende la visita de don Pedro Luis. Reaparece trillando en la era (IV) y en varios capitulos posteriores que siguen la evolucion de su noviazgo con Cidoncha hasta el momento de su muerte en el capitulo XIV. Menor protagonismo, pero un notable interes para el desarro-llo de la trama tienen sus padres, Roque y Cruz, y por supuesto, su pretendiente, Juan Cidoncha. 26 Puede tener interes recordar el seguimiento que hizo del caso una publicacion periodica como \a.Revista de Extremadura, organo de marcado acento conserva-dor, que se refirio tres veces a el en las entregas de 1902. En el nümero XXXVI, correspondiente al mes de junio, menciona escuetamente el episodio, que "ha producido general consternacion en el pueblo indignando a todo el vecindario [...]. Las sospechas, que recaen sobre alguna persona de cultura [el primer sospechoso fue el medico que vivia en casa de las victimas], da un interes vivo 32 en Don Benito entre el dieciocho de noviembre y el uno de diciembre de 1 903, fue crucial el testimonio de Tomas Alonso Camacho, un testigo ocular menor de edad que reconocio a los asesinos, pero su declaracion tuvo lugar 45 dfas despues de perpetrarse el crimen y recibio por ello una gratificacion. No fue esta la ünica irregularidad de un proceso sometido a una fortfsima e indignada presion populär en que se entremezclaban razones emotivas y rencor social (una jo-ven hermosa y honesta de extraccion humilde y un heredero de gran-des terratenientes, bebedor y pendenciero). Garcfa de Paredes y Martfn Castejon fueron acusados de dos delitos de asesinato, con alevosfa, nocturnidad, morada de la ofendida y, en el caso de Ines, ensanamiento, y uno de intento de violacion, y condenados a dos a lo que pueda resultar de las diligencias sumariales". El numero siguiente recoge la puesta en libertad del médico e informa de que "confesó el delito un joven extraviado de distinguida familia de aquella población", mientras que la entrega de agosto habla de cómo "receloso, tal vez en demasia, se halla el pueblo de Don Benito, protestando de que se piense llevar a la capital los tres presos coautores del brutal asesinato", pero en ningún momento da el nombre de los asesinos. El numero de noviembre de 1903, coincidente con la celebra-ción del juicio, justifica el poco espacio dedicado al crimen ("Acaso tiene un interés relativo para los jurisconsultos, pero su importancia para el público es nula [!] y en muchos casos superficial") y resume la circunstancias del asesinato: "Dos hombres, cegados por los apetitos de la bestia, se valen como me-diador de un estulto, que por su empleo de sereno habria de ofrecer confianza a dos sencillas mujeres, para que, con pretextos convenidos, se hicieran abrir la puerta de la casa, franqueándoles la entrada. Vense dentro. Arrójanse sobre la desventurada Da Catalina Barragán y la asesinan. Vuelan en busca de su hija que codician hace tiempo, teniéndola amedrentada con sus lascivas pro-posiciones, y ella, que ha escuchado algo anormal, temblorosa y a medio ves-tir, opone sus debiles fuerzas a la entrada de su alcoba de aquellos energúmenos, que vencen con su empuje la resistencia de la puerta. Ya la tiene el seňorito entre sus manos; ya el viejo libidinoso le ayuda, y la intimidan, y la hieren, y la heroica doncella forcejea, se desprende de ellos y huye a otra estancia refu-giándose -ipobre niňa!- bajo un lecho. La sacan a rastras; no rinden su casti-dad, pero acaban con su vida tras veintiuna heridas. óCuándo podrá borrarse el recuerdo de Ines Calderón, tan modesta, tan buena, tan sublime?" (tampo-co en esta ocasión se da el nombre de los asesinos). 33 penas de muerte y seis anos de prision, en tanto el sereno serfa condenado a dos penas de 20 anos de prision como responsable de los homicidios y seis anos por intento de violacion. Aunque numero-sas personas e instituciones solicitaron el indulto, este fue denegado y las ejecuciones se llevaron a cabo el 5 de abril de 1 905 en depen-dencias municipales27. Trigo conservo respecto de estos hechos, que la prensa habfa tra-tado en 1 902 y recordo en 1 903 y 1 905, los suficientes datos como para que el crimen fuera reconocible, pero introdujo asimismo notables modificaciones. Conserva, por ejemplo, los personajes centrales del episodio: las vfctimas, madre e hija, el movil (la violacion de la joven) y los asesinos (uno de ellos, en la ficcion, sobrino del caci-que). Inventa el personaje del padre (Ines era huerfana), cuyo viaje a la feria de Trujillo darä a Saturnino la idea de aprovechar esta opor-tunidad e ir a casa de las mujeres, y sustituye el personaje del sereno por un esbirro, el Gato, pero su papel serä llevar un farol encendido y hacerse pasar por sereno. Sometido sin duda al recuerdo de las informaciones periodfsticas, inventa las circunstancias, pero conserva ciertos detalles "trastocados": localiza el crimen en una tahona-ermita a medio kilometro del pueblo pero mantiene la opcion de dos asesinos y un complice (un expresidiario 27 Durante todo el proceso fue decisiva la firme resolución del pueblo que exigió el cumplimiento de las penas (de hecho, esta es la razón de que el crimen fuera más conocido desde un principio como "crimen de Don Benito"). Solicitaron el indulto todos los diarios regionales: Noticiero Extremeiio (Jose Lopez Prudencio), Nuevo Diario de Badajoz (Valeriano Ordóňez), La Region Extremeiia (Isidora Osorio), La Coalition (Pedro Gazapo), El Correo de Extremadura (Carlos A. Gonzalez), y otras publicaciones como Armasy Letras (Luis Lacoste), iAdelante! (Marcelino Bravo), Extremadura (Julio de la Cierva), MercantilExtremeiio (Antonio Sierra), Veterinario Extremeiio (Victoriano Lopez Guerrero), Bo-letin del Magisterio (Miguel Pimentel) y Revista Agraria (Ramón de Roffignag). Los mismo hicieron los corresponsales de los periódicos nacionales que cu-brieron el caso: El Liberal (V. Ordonez), El Impartial (F. Aberrátegui), Heraldo de Madrid (Ignacio Santos Redondo), La Correspondencia de Espaňa (Manuel Ortega), El Globo (M. Pimentel), Diario Universal (Antonio Chorot), Blancoy Negro (Leopoldo Castro). 34 que en la ficción se convertirá en un frío homicida), sitúa el crimen en el mes de mayo (tal vez por la coartada de los delincuentes: se encontra-ban en la feria de Trujillo), pero se aproxima mucho a la fecha exacta (que retrasa un par de días); Cidoncha, apellido del sereno en la reali-dad, pasará a ser el del novio de Inés, quien será detenido, torturado y puesto más tarde en libertad: en la realidad, esto mismo sucedió a don Carlos Suárez, médico oculista de Villanueva de la Serena que vivia de alquiler en casa de las mujeres (en la habitación en que fue asesinada la joven apareció su maletín). La impresión, en fin, es que Trigo no realize un trabajo previo de documentación, pues en este caso las coin-cidencias serian mayores, sino que introdujo en la novela datos que recordaba de los periódicos en que había seguido el caso y quizá de otras fuentes, pero no operó con tanta libertad como para desfigurarlo por completo. La divergencia mayor con el crimen real, no obstante, tiene que ver con el desenlace del caso (y de la propia novela). En lugar de la ejecución de los asesinos, Trigo hace que el juez, por sugerencia del cacique, cierre el sumario por falta de pruebas: Mariano Marzo será nombrado gobernador de la provincia, Saturnino Cruz le sustituirá como alcalde ("iNadie podrá creer que fuesen los asesinos al verlos de políticos jefes respectivos del pueblo y la provincia!"), el Gato y Melchor serán puestos en libertad e incluso el "estúpido" juez, que no pudo inculpar a estos dos Ultimos sin involucrar a aquellos (una ultima maniobra del cacique que trasvasaria las culpas por las muertes de una clase social a otra), será propuesto para un ascenso. Todas estas "falsificaciones" irritaron profundamente a los secto-res políticos conservadores. Un comentarista de la novela, Avelino Sanz, escribiría: "No: don Arturo [el juez en la ficción] cumplió con su deber, encarceló a Saturnino, encarceló a Mariano Marzo y no soltó al Gato de la prisión, y más tarde, un jurado compuesto de honrados espaňoles, los condenó a muerte, y la sentencia justa fue cumplida; podrá ser por desdicha representative y netamente espa-ňol el Jarrapellejos de la fábula de Trigo, pero ya sabe, y por saberlo no debió decir otra cosa en su libro que en Espaňa, por fortuna para Trigo y para todos los espaňoles, Jarrapellejos no manda en la justicia, ni quedan, por fortuna, aptos para ser inmediatamente nombra-dos gobernadores, los asesinos denunciados a un juez. Triste suerte 35 la de la pobre Espaňa, escarnecida y vilipendiada siempre, y a los cuatro vientos, por las alas poderosas de la letra impresa"28. El novelista no rechazaría la acusación de falsear la história, pero repetiría el argumento de que lo relatado en la novela reflejaba "una realidad dispersa, la de la vida de las provincias espaňolas, de los distritos rurales" (Dedicatoria a Melquíades Alvarez). Contemplado el episodio desde hoy, las modificaciones introducidas por Trigo eran obligadas. Puesto que el propósito es la denuncia de un estado de cosas que se desea transformar, se imponía manipular el desenlace, de modo que en la ficción todo volviera finalmente a la calma y este medio siguiera siendo "un inmenso pudridero" con más personas compradas, garantizada, una vez que se logra la expulsion del único personaje que no ha podido ser "asimilado", la supervivencia del sistema29. Su pensamiento politico y social, su vision de una Espaňa rural abandonada a su propia involución exigían un desenlace de-solador (la ultima frase de la novela es un grito de aclamación de los joyenses: "iViva nuestro gran Jarrapellejooooos...!"), acorde por lo demás con las otras dos novelas del grupo, engullido el "médico rural" por el mismo sistema envilecido que en un principio se propu-so combatir, abandonada la novia adolescente que acabará rodan-do por cárceles y prostíbulos (En la carrera). Una vision panorámica sobre la producción narrativa de Felipe Trigo deja la impresión de que "la médula de [su] pensamiento, el terna alrededor del cual giran los demás es el problema sexual. Estamos -afirma Martinez San Martin- "ante un autor monotemático [...] Existe un terna central al que se subordinan todos los demás"30. Este tema es el erotismo, que suele adoptar, a grandes rasgos, dos modulaciones: "el que describe la realidad, negra, violenta, atormentada, y el erotismo del futuro, el del amor libre e Citado por Marco, J. "Felipe Trigo y su novela socialista y de clave: Jarrapellejos", art. cit., pág. 159. En realidad, la relación entre la clase terrateniente y el pueblo llano cambió por completo tras el crimen. En Don Benito se fundó una de las primeras casas del pueblo de toda Espaňa. Martinez San Martin, A. La narrativa de Felipe Trigo,.op. cit., págs. 69 y 76. 36 inocente"31, pero el anälisis de las relaciones eroticas tiene en cualquiera de los dos casos una pretension globalizadora, pues se propuso "utilizar la temätica amorosa como definitoria de toda realidad y exclusiva actuacion social"32. Relacionado estrechamente con el se halla el otro gran tema de Trigo, la cuestion social, que con variaciones de intensidad late en todas sus obras. Desde la posicion de un reformismo regeneracionista, el escritor denunciarä las lacras de una estructura social cimentada en la opresion, la injusticia, las desigualdades sociales, la hipocre-sfa, la falta de educacion sentimental o el caciquismo. Este ultimo motivo serä recurrente en su trayectoria. Como el adul-terio, otro tema frecuente en el cambio de siglo y en las obras de Trigo, el caciquismo es un asunto literario que lleva inseminados de modo natural una trama y unos personajes (corruptelas, esbirros, personajes sometidos o "comprados"...). El conocimiento directo que de las estructuras sociales de la region tuvo el escritor hace que esta profunda lacra del sistema polftico de la Restauracion aparezca pronto en su trayectoria. En un temprano artfculo aparecido en El liberal recrea una escena que muy bien pudiera pertenecer a novelas posteriores (presenta, por ejemplo, cierta similitud con el cierre de Jarrapellejos): "Yo en el casino de un pueblecillo, donde, igual que en otros m/7, mora todo servilismo, me estremecia tambien v/endo la manada de electores que festejaban al cacique despues de la victoria, sin la menor vergüenza por haber entregado su liber-tad de racionales a aquel hombre que entre ellos paseaba con aire de senor feudal..."33. Conte, R. "Trigo, nuestro contemporáneo", prólogo a Jarrapellejos. Madrid, Turner, 1988, pág. XVIII. Medrano, Jose Luis. Prefacio a El moralista. Op. cit., pág. 28. "Sobre las ruinas (carta casi trascendental)", El liberal (25-IV-1899). 37 Este mismo tipo humano reaparecera en Las ingenuas (1901), si bien sin un protagonismo nftido sino como una figura ambiental mas, pues sus tropelfas no tienen desarrollo narrativo: "...el del centro, la verdadera columna de influencia y de po-der a que se dirigieron las extremosas cortesias, no se olvida-ba facilmente, visto una vez: don Juan Anselmo Valdeiglesias, cacique maximo aunque campechano; hombre fornido, cua-drado me/or dicho, de cara rugosa de /eon y patillas rucias e hirsutas "de boca de jacha" [...] Aunque distanciados en ideas (don Juan Anselmo, como toda su familia, era catolico ferviente), el protegido y el protector mantenian intimo trato, gracias a su mancomunidad en las amorosas conquistas. Rivera con sus sim-patias innegables y el cacique con su depotismo y su dinero, se bandeaban a maravilla entre las pastoras y las criadas"34. En El medico rural (1 91 2) son varios los personajes que se ajustan a este perfil. En Palomas el senor Vicente Porras ejerce su autoridad cam-pechana sobre los lugarenos en escenas de clara filiacion naturalista: "El senor Vicente, digno, con su respetabilidad parcial del gran cacique, bebia poco e imponia el orden a menudo. No habian querido que el medico faltase a la fiesta, primera de las tan celebradas y frecuentes del ofono. Durante el ano entero esperabase la epoca en que cada vecino ofreciales a los de-mas la cosecha de sus vinas; esto constituia en Palomas la magna, la insuperable diversion. A/go asi, recordaba ironica-mente el /oven, como la Semana Santa de Sevilla..., como los juegos olimpicos de Atenas. En efecto, con la barbarie tosca de una degeneracion de siglos que hubiese retornado a lo bestial, hubo luchas, pugilatos... Primero, sencillamente a ver quienes se derribaban echandose la zancadilla; luego a «tiraperro», o sease puestos dos a dos Las ingenuas. Madrid, Renacimiento, 1920 (decima edition), pags. 34-35. 38 opuestamente en «cuatro patas», con una soga atada al cuello y pasada entre los muslos... Tenia el corral sucios charcos que Servian para que bebiesen los cerdos y gallinas, y el merito de los campeones, celebrado con grandes risas, llegaba al colmo cuando los cruzaban arrastrando ya de espaldas y embarrizando a los vencidos..."35. En Castellar, el segundo destino del medico protagonista, este co-metido corresponde a don Indalecio Marquez, "rey del pueblo, listo como un diablo [...] siempre con su sonrisa fanfarrona y dominante, habfale referido el chasco de su propio hijo Juan Alfonso, creyendo deshonrar a la linda Petrita de un vaquero, ya deshonrada por el cuando apenas cumplio catorce anos la muchacha"36, y excepcionalmente, a una mujer, que, una vez desaparecida de la superficie del relato, deja al propio Esteban en los aledanos de un papel semejante. No en balde, como observa Torres Nebrera, la secuencia final de la novela (Esteban conduce una "jardinera"acompanado por su mujer e Ines, su amante y esposa de Alberto) tiene un preciso correlato en el arranque de Jarrapellejos, en que don Pedro Luis gufa un tflburi acompanado por Orencia, amante suya y esposa de Esteban. Finalmente, en esta ultima novela, la figura del cacique planeara sobre el universo envilecido que Trigo recrea "con la siniestra sombra de un mur-cielago brutal, amparador de todos los crfmenes y robos y enganos y esta-fas del enorme pudridero". Y es el proposito de denuncia de este tipo humano el que otorga a la novela un sustrato regeneracionista (al que se suman las utopfas sociales tan caracterfsticas del novelista extremeno), perceptible tanto en las propuestas como en las denuncias del relato37: fo- El medico rural. Edición y notas de G. Torres Nebrera. Badajoz, Carisma, 2000, págs. 41-42. Ed. cit., págs. 141-142. La novela regeneracionista reitera los mismos enfoques del ensayismo y recoge de éste dos temas básicos, ambos presentes en la novela de Trigo: el caciquismo y las lacras del sistema politico. Cultivaron este tipo de novela Pascual Queral {La ley del embudo, 1897), Ricardo Macías Picavea {La tierra de campos, 1897-98), Arturo Campion {Blancosy negros, 1898) o Silvero Lanza {Notiäas biográficas acerca del Excmo. Sr. Marques del Mantillo, 1889). 39 mento de la educacion segun modelos europeos ("iSf, sf; habfa que suprimir alguna escuela, aquella laica especialmente, influenciada aun por el Liceo difunto, y robustecer la religion, aumentando con cuatro o cinco curas mas los diez y siete de La Joya! iHabrfa que ir educando algo mejory reformando las costumbres!..."), independencia del orden judicial (intervencion del pueblo en los juicios civiles, algo que ocurrio en el crimen real), independencia del poder municipal, preocupacion por la higiene (recuerdese el terrible cuadro de los enfermos en vivien-das insalubres del barrio de Pescadores del capftulo VI), interes por la prensa que al dar conocimiento de lo sucedido limita los manejos caciquiles38. Resulta de interes, para confirmar esta huella nuclear en la novela, su cotejo con el texto regeneracionista mas emblematico, Oligarquia y caci-quismo como la actual forma de gobierno en Espana (1 902), de Joaqufn Costa, especialmente con el capftulo titulado "El cacique", elaborado con numerosas citas ajenas (textos periodfsticos, discursos parlamentarios...). He aquf algunas de las concomitancias entre ambas obras: "Una sola persona, ajena a todo cargo oficial, y libre, por tanto, de toda responsabilidad, constituye una magistratura anonima [...] teniendo por suyos al recaudador de impuestos, al alcalde y al juez" (Oligarquia...) "-Pues eso, al alcalde. zPor que a mi? Atras el viejo, un hombreton que precediale, menos exaspera-do, rindio tambien en aduladoras suavidades su reproche: -/Que alcalde, don Pedro Luis, vaigan con D/os y con salu; que alcalde de mi armal iBien sabemos que sin la volunta de uste no se menea por toa esta tierra ni un mosquito!" (Jarrapellejos) Junto a los diarios nacionales que siguieron el caso, Trigo cita en la novela un periodico local, La voz de la Joya (que mantiene a lo largo del proceso un compor-tamiento erratico), de cuya existencia real no tenemos constancia. En un texto prologal a El crimen de Ines Maria (Madrid, 2001, pag. 18), su autor, Patricio Chamizo, menciona un "periodico local editado en el Ateneo, o Casa del Pueblo, que ya era habitual antes de los acontecimientos que nos ocupan, y solo de su information se fiaban todos". 40 "-Pero... iyo, mujer! écómo disponer una cosa que está fuera de mi alcance? Unicamente la autoridad del seňor juez sería la indicada para hacerlo". (Jarrapellejos) "...caciques de aldea [...] que tiranizan como les place a los conveci-nos, siempre que guarden las formas legales, para lo cual son maes-tros" (Oligarquía...) "-"lhala1, -le dijo al Gato, de paso que le gratifícaba, por lo pronto y por su buen servicio como guarda, con un billete de diez duros-. Ve y presenta la denuncia". A las dos horas, Roque ingresaba en la cárcel" (Jarrapellejos) "Consigue acabar con la prosperidad y la riqueza de toda una región, paralizando las obras convenientes a su progreso, por emplear, si viene al caso, los recursos destinados a ellas en una carretera que pase por la puerta de su casa" (Oligarquía...) [Roturación de las dehesas en las que aovan las langostas que esquilman las cosechas] - "Pero, hombre, Andrés, pareces ŕonŕo; équé suscripciones de D/os ni qué roturamientos? éTe piensas que de esa comisión resulte nada, ni que el Gobierno se acuerde de aquí a un mes de la langosta?" -"Pero... Zy si se acuerda, tú?" -"Si se acuerda, con hacernos los suecos, como siempre, en paz. ÍA fe que el duque de Monterrubio no anda al medio, allá en Madrid, por si no sobrase con nosotros\" (Jarrapellejos) [Uso del erario publico para obras privadas] "...la cena, la ilumináciám, la serenata; y hoy disponíanse a telegrafíar esta jira campestre, cuyo interes principal estaba en mostrarle al ilustre personaje [ministro de Fomento] el lago de Alájar [propiedad del cacique], para ver algún día de trans-formarlo en gran pantano de riego" (Jarrapellejos) 41 Presentar el dfa de la eleccion "las actas firmadas y en blanco con el nümero de votos que convenga adjudicar al "encasillado" como se dice" (Oligarquia...) "iDe que puede servir, entonces, que los interventores tuyos, sin yo saberlo, hayan suscrito las actas?... IBahl, hombre, simple, tonto... miralas, soy yo quien las tiene, al fin de la pelea; soy yo quien se las enviarä al gobernador, y excuso decirte si me da por romperlas todas y mandar otras... identicas, con sus seilos y sus firmas". (Jarrapellejos) "...las personas cultas y decentes seguirän huyendo de vivir en tales lugares" (Oligarquia...) "Se largan a bandäs. [...] Er que allega, en cuanti escribe arras-tra otro montan. No van queando ni las ratas. Vende ca uno lo que tiene, burra, cercas, y ihala!... a Buenos Aires". (Jarrapellejos) La denuncia del caciquismo, en que conflufan todos los sectores pro-gresistas, no es, como hemos visto, un proposito nuevo en la trayectoria de Trigo, sino que surge ya en fechas tempranas y su peso en las tramas narrativas (en espacio, en nümero de personajes) va aumentando de modo progresivo hasta convertirse en central de una novela, como conti rma el hecho de que pase al tftulo, y es entonces cuando el erotismo se presenta como lo que realmente es, como "parte" de un sometimiento social que afecta al amplio abanico de relaciones humanas, y no solo al aspecto sexual, de modo que en Jarrapellejos, por la amplitud y profun-didad del anälisis polftico y social, "el erotismo es en esta ocasion una forma mäs de la dependencia social y del sometimiento"39. Un buen ejemplo de lo que decimos es el intento por parte del caci-que de seducir a la joven "Fornarina", razon de varios de sus desma-nes, pero si sus planes le parecen factibles es porque sus padres pueden 39 Garcia Lara, F. El lugar de la novela erótica espaňola. Granada, Dip. prov., 1986, pág. 259. 42 ser comprados: la langosta, que aova en las dehesas de los terratenien-tes, ha arruinado su cosecha, la carencia de seguros agrarios deja a la familia en la pobreza y un "préstamo" que no puedan devolver puede ser la solución a sus propósitos. Tras el incendio de la era, provocado por el Gato, un juez corrupto dará crédito a una hipótesis disparatada y Roque será encarcelado por el testimonio de un expresidiario al servicio de Jarrapellejos. Ahora este podrá tener a la joven a cambio de la libertad de su padre. Puede verse en esta sucinta relación de hechos que la persecución erotica de una joven de familia modesta abre un amplio espectro temático y pone de manifiesto otras lacras "universales" de este entorno (plagas "en-démicas" para los pequeňos agricultores, sometimiento del poder politico a los intereses caciquiles, corrupción de la justicia, falta de seguros agrarios y medidas asistenciales...), en el que la tiranía sexual sobre las mujeres, en especial sobre las mujeres humildes, constituye una parte del todo. Pero en Trigo, a pesar de estas consideraciones, lo erótico nunca será un terna menor y no lo es en este caso40. El novelista no ha querido presentar esta esclavitud "feudal"41 de la mujer como terna subordinado y ello explica su incidencia en la trama tanto en el espacio que se le dediča como en el numero de personajes involucrados en aventuras sexuales. De hecho, un gráfico de las relaciones personales permitiría com-probar cómo las mujeres adquieren en la trama argumental la condi-ción de "núcleos" en torno al cual merodean dos o más hombres: Carmen, la alcaldesa, comparte su intimidad con su marido, Mariano Mar- 40 Si el título de la novela confirma el protagonismo del cacique y del fenómeno del caciquismo en la novela, una de sus portadas apunta al otro gran terna de la narración. En ella, dos mujeres lucen elegantes vestidos en el asiento trasero de un automóvil. La escena se corresponde, en el desarrollo de la trama, con los paseos vespertinos que dan Orencia y Ernesta hasta la estación de ferrocarrril de Las gargalias: la primera de ellas es la amante de un hombre casado; la otra, casada por conveniencia con el Conde Santa Cruz, está a punto de ceder a las pretensiones eróticas de Octavio (sobrino del Conde). 41 Recuérdese la história de Petrilla, con dos hermanas mayores prostitutas -cuyo ciego itinerario vital puede deducirse de la trayectoria seguida por la hermana menor-: vendida por su madre como virgen a quince "seňoritos" para caer más tarde en las garras de los esbirros. 43 zo, y el sacerdote don Roque, padre de la única hija del matrimonio; Ernesta lo hará con el Conde, su esposo, y Octavio; Purita Salvador con Gil y Saturnino; Orencia será el centro de atención de Jarrapellejos y el indeciso Octavio; Petrilla será el objeto de deseo de don Pedro Luis, el Gato y Melchor; Isabel despertará la pasión erótica de Jarrapellejos, Juan Cidoncha y, para su desgracia, de Saturnino. Esta circunstancia ocasiona que latrama, que desarrolla paralelamente motivos eróticos y de crítica social, se articule en torno a historias "femeni-nas" (excepto la de Isabel, todas degradantes, basadas en la conveniencia o en el doblegamiento asumido) que se suceden o se solapan de modo que las relaciones sexuales nunca están ausentes de la superficie del rela-to, como puede comprobarse en el esquema siguiente: História de Orencia [matrimonio con Esteban, relación con el cacique, aceptación social por la "aristocracia" de La Joya] Cáps. I-II Persecución de Isabel [préstamo, encarcelamiento de Roque, chantaje a Cruz] Cáps. II-V História de Petrilla [venta a Jarrapellejos, relación con el Gato, con Melchor, matrimonio] Cáps. IV-V História de Purita [noviazgo con Gil, aparente hidropesía, embarazo, matrimonio de conveniencia con Saturnino] Cáps. VI-VIII História de Ernesta [matrimonio de conveniencia con el Conde, flirteo con Octavio, infidelidad] Cáps. VII-XII Crimen de Isabel [asesinatos, pesquisas, cierre del caso por falta de pruebas] Cáps. XIV-XVII 44 Ausente de la novela el prototipo femenino de "mujer ideal" o emancipácia, todas ellas, a excepción de Isabel, única victima por completo inocente, son descritas como seres deformados socialmente, "maltrata-das por los hombres y por la organización sexual que estos [los hom-bres] han impuesto"42, una organización en la que se defienden con las armas del debil (la venta del amor, el engaňo y el adulterio concebidos como una "rebelión oculta"...). Frente a las dos novelas anteriores del ciclo, construidas con un per-sonaje masculino como "eje estructural" (Esteban, alter ego de Trigo: hipersensible, algo desequilibrado, autor de todas las reflexiones y di-gresiones de la narración), en Jarrapellejos la figúra del cacique, aun-que destacada (pasa a titular la obra, sus manejos abren y cierran el relato...) no adquiere un protagonismo absoluto, pues en este caso el novelista ha construido una obra coral (el numero de personajes es muy elevado), con una mayor insistencia en un reflejo colectivo del entramado de relaciones humanas, como considera el socialista Cidoncha, expulsado ya de este entorno, antes de abandonar definitivamente La Joya, en un pasaje que condensa muy bien el contenido de la narración entera: "Llegó al puente y se sentó. La Joya recortaba su sombría silueta a la luz de las estrellas. No podia quitar del pueblo el espasmo de los o/os. Con su abundancia de torres, cúpulas y cimborios de tanta iglesia, pareciale una monstruosa vegetáciám de hongos sobre un enorme estercolero. Sí, si; pueblo mons-truoso, de monstruosa humanidad en putrefacción, en fermen-tación de todos los instintos naturales con todas las degrada-ciones de una decrépita sociedad en la agónia. Allí, para lle-gar a la posesión del pan y de la hembra -esto que consiguen los pájaros con su bella y sencilla libertad- se pasaba a través de la mentira, de los hipócritas engaňos, del robo, hasta del crimen. Damas que lograban los más altos prestigios por la prostitución y el adulterio, como Orencia y la condesa; Candidas muchachas rendidas al dinero o al despotismo de hombres como don Pedro Luis y el Garaňón; curas con hijos y pú- Martínez San Martin, A. op. cit., pág. 98. 45 blicas queridas y curas alcahuetes, como don Roque y el tuerto don Calixto; novias atropelladas por la autoridad, como aque-lla del barbero; cristianos condes vendedores de reses muertas de carbunco...; alcaldes ladrones de los Positos; estafadores a lo Zig-Zag; bandidos en toda la extensa gama que iba desde el Gato a Marzo y Saturnino; jueces libertadores de asesinos y encausadores a sabiendas de inocentes...; y encima, flotando con la siniestra sombra de un murcielago brutal, Jarrapellejos, amparador de todos los crimenes y robos y enganos y estafas del inmenso pudndero..." En una estructura social casi estamental, personajes de toda condi-cion, con la salvedad de la clase media, la mäs digna y la mas brutal-mente agredida, estan instalados en una inmoralidad, que no arranca con la accion sino que es previa a los acontecimientos. Todos ellos, hombres y mujeres, han visto violentada su propia conciencia, han acep-tado una derrota personal a cambio de un medro social, han asumido un destino forzado por el poder -polftico, economico, sexual-, para contemplar finalmente ese estado de cosas como ünica estructura social posible. De ahf que la dignidad personal haya sido sustituida en este medio por una "etica de las apariencias" que determina el escala-fon de cada persona. En el, las closes altas ejercen sobre el pueblo una pedagogfa inversa al mostrar su inmoralidad como signo externo de su status, por lo que la degradacion descendera por toda la escala social acrecentando su brutal tosquedad, y asf lo que en los personajes en-cumbrados son amorfos comprados (con posesiones, con prestigio social) y matrimonios de conveniencia (Conde de Santa Cruz), seran en los estamentos inferiores violaciones y asesinatos, hasta el punto de que esta acumulacion llega a transmitir la impresion de "sobrecarga" (pero los hechos mäs terribles fueron reales). Senala Joaqufn Marco que "en el esquema de los arquetipos de Jarrapellejos subyace una definicion polftica [...] Jarrapellejos equivale a cacique; Octavio (cuya extraccion social marcarä su evolucion polftica) serä el liberal; Cidoncha, el socialista"43. De ellos, Jarrapellejos serä Marco, J. art. cit., pägs. 158-159. 46 quien ejerza un poder absoluto e indiscutido en tres ambitos principals, el politico (garantiza la victoria electoral del partido y el acceso al poder de sus dirigentes), el económico (defiende los intereses del esta-mento que lidera) y el erótico (autor de todo tipo de desmanes con las mujeres humildes, ha llegado a imponer en su entorno, tan conserva-dor, el prestigio social de sus amantes, recibidas en las mejores casas de la ciudad). Su figura encarna, como se recordaba, "esa magistratura anónima [...] ajena a todo cargo oficial, y libre, por tanto, de toda responsabili-dad" (el diputado provincial es don Florián, un cunero "de las Quimbambas", que cuesta a los ayuntamientos del partido conserva-dor veinte mil pesetas anuales), que detenta el poder real como demos-trará a lo largo de la trama, falseando elecciones, venciendo la resis-tencia de Octavio con un acta de diputado, colocando a los asesinos en el gobierno municipal y provincial... Dueňo de numerosas dehesas, ha dejado su impronta sobre los "centros importantes (Casa Consistorial y otras obras de don Pedro Luis; casino, costeado por don Pedro Luis; pilar y fuente de la ronda, reformados por don Pedro Luis; fábrica de electricidad, prensa de aceite, molino del Guadiana, propiedades de don Pedro Luis...)". Socarrón, audaz, rudo y campechano, subrayado su talante por esos constantes eructos que no reprime en ninguna ocasión (bodas aristo-cráticas, recitales poéticos, entrevista con el ministro), displicente con aristócratas y políticos, el personaje, construido con singular maestría, parece sorprendentemente sometido a quienes domina: a los jornale-ros (intentado un diálogo, ya imposible, con ellos), a Cruz (negando su poder sobre el juez), a Orencia (aguantando el chaparrón de sus recri-minaciones). "-D\, hombre; dime, Pedro Luis... Zpara esto me has traído? -éPara qué, mujer? -trató él de disimular en vano todavía. -Para ver a esa indecente, a la Isabel. -éYo?... éEstá ahí?... Pero hija, niňa, por favor..., iqué culpa tengo yo de encontrarla! éSoy yo, tampoco, o tú, quien hubo de empeňarse en que viniéramos? Le miró ella, dura, blanca, muerta, a punto de llorar o caer en un ataque: 47 -iBien! ÍA casal ÍA escape! iVuelve el coche! -decidió. A menos del ataque, no había más que collar y obedecerla". En contraste con Saturnino, bravucón y pendenciero (y, por lo que sabemos, con el asesino real), lo más sorprendente es que Jarrapellejos no exhiba su poder, sino que lo camufla recurriendo constantemente a la mentira (un signo de debilidad); de este modo podrá seguir presen-tándose ante los humildes, a los que necesitará en la proximo consulta electoral, como garante también de sus derechos y ajeno a las solucio-nes represoras. A esta misma sinuosa habilidad hay que atribuir su intento, fallido, de procesar como asesinos a sus propios esbirros, exo-nerando a Saturnino y a Mariano, con lo que trasvasaría la autoria del crimen a personajes del pueblo llano, desactivando las razones de un enfrentamiento social entre closes. Octavio, el liberal, constituye una contrafigura del cacique hasta que este lo compra. Elegante, afrancesado, indeciso, es un personaje cos-mopolita y, por ello, critico con un sistema tan desfasado en todo de los modelos europeos. Marcado por una rebeldía "debil" y condicionado por su ascendencia (grandes terratenientes rurales), se vera inmerso en un proceso de degradación, ético (desde los reparos morales con la "audazy bella prima sevillana que I lego hasta provocarle en su alcoba" hasta su propósito, logrado, de convertir en amante a la esposa de su tío) e ideológico (aceptación del fraude electoral, traición a los hombres del Liceo), para convertirse finalmente en un conservador integrado y, por ello, en un probable recambio, más culto y moderno, del cacique, con lo que se asegura la supervivencia del sistema, con esta "colabora-ción de la Espafia liberal y progresista con el peor caciquismo"44. Extrafio en este entorno, Juan Cidoncha encarna con su comporta-miento un socialismo utópico que cree en la ciencia como herramienta para solucionar los problemas humanos, pues esta hará posible el pro-greso sin necesidad de revoluciones, siempre contraproducentes ya que provocan bloqueos o retrocesos. Las estructuras sociales adversas solo podrán transformarse, lentamente ("el progreso no es un tren que co-rre; es un árbol que crece", como afirma con palabras de Letamendi), Marco, J. Ibidem, pág. 163. 48 mediante la educacion, y a este fin dedica el personaje su afän: "la ünica verdadera limosna, una limosna noble y trascendente, cifräbase en la siembra de ideas capaces de apresurarle a la humanidad su por-venir de redencion. Dentro de sus medios limitados, el ejercitaba de tal ideal manera la limosna: aparte sus agrfcolas ensenanzas del colegio, teoricas y präcticas, y de las cätedras de dibujo, geometrfa, mecänica y otras ciencias y artes industriales en el Liceo concurridfsimas, aparte tambien los periodicos y folietos difundidos por el pueblo..., acababa de fundar una singular biblioteca ambulante cuyos socios, por dos reales al mes (y eran ciento y pico), provefanse mensualmente de buenas remesas de libros ütiles o recreativos, como manuales cientfficos o tec-nicos, buenas novelas, etc., etc". Sin apoyos solidos, traicionado por su ünico aliado, serä vfctima fäcil de un sistema corrupto que lo expulsara de su seno una vez comprobada la imposibilidad de su asimilacion. El resto de los personajes, en fin, contribuye a formar "un cuadro de pesadilla por el que transitan los amigos envilecidos y pudientes del 'mandamäs' [...] los campesinos zamarreados y manipulados, los esbi-rros de los poderosos, salidos del pueblo, mäs crueles aün que sus propios amos y las mujeres de todos presentadas como presas de una salvaje cacerfa"45. Tras el tantas veces citado juicio demoledor de Clarfn ("un corruptor de menores y un corruptor del idioma espanol"), las opiniones crfticas negativas sobre Trigo han tendido a unir valoraciones eticas y formales. El novelista se vio asf sometido a descalificaciones y ataques sumarios especialmente por parte de sus contemporäneos: Pfo Baroja, Antonio Reyes Huertas ("las novelas de Trigo servirän para entretener a los vie-jos Verdes y a los pollos babosos"), Enrique Dfez-Canedo, Miguel de Unamuno ("No me enojan sus doctrinas [...] me apenan"), Mario Roso de Luna ("la cronica negra, la del crimen del punal o de la mirada, no debiera hallar puesto ni en la prensa, ni en el teatro ni en la novela"). Abundan asimismo los juicios negativos sobre la calidad de su prosa: Julio Cejador ("Escribe muy mal Felipe Trigo"), Enrique Segura Otano ("una prosa retorcida"), Reyes Huertas ("lexico oscurfsimo y trabajoso"), Jose Carlos Mainer ("estilo confuso y pedregoso"), Torrente Ballester Perez Henares, A.: Prologo a Jarrapellejos. Madrid, Bibliotex, 2001, päg. 3. 49 ("estilo interpolado [con el que] no podemos hallarnos de acuerdo"), G. B. Brown ("prosa congestionada y torpísima")... Y sin embargo, aun quienes fustigaron sus deficiencias expresivas reconocieron que Trigo era un aceptable o buen novelista (v.g., Julio Cejador: "Toda la escala afectiva, lo fuerte y lo tierno, lo blando y lo duro, está en su mano: siente recio y sabe hacer sentir recio. No hay en Espafia quien en esto le aventaje"), hasta el punto de que Martinez San Martin podrá considerar "que si Trigo logró una serie de novelas de buena calidad, el estilo o lenguaje de estas novelas no puede ser tan detestable. Y si el nivel medio del autor, en cuanto novelista, resulta digno, el lenguaje medio no puede ser de tan infima calidad"46. Defendieron, de otro lado, el valor de su aportación literaria Emilia Pardo Bazán, E. Gómez Baquero, Francisco Villaespesa, Andres Gonzalez Blanco, Manuel Abril (quien llega a proponer la lectura de su obra, no como la de un literato, sino como la de "un analista, un crítico y un propagandista social") o Sáinz de Robles: "Duro en la construcción de sus obras, extraňo en la sintaxis, oscuro y heterodoxo en su vocabula-rio, su forma literaria es tan personal, que ni ha tenido antecedentes ni seguidores en nuestras letras. Contra lo que creyeron, y siguen creyen-do, críticos y lectores corrientes y molientes, no fue un estilo descuidado, sino precisamente un estilo harŕo cuidado. Y el que convenía más y mejor a sus novelas"47. Lo cierto es que, como seňala San Martin, son perceptibles en las novelas de Trigo dos estilos muy contrastados. Uno, realista o naturalista, sencillo, apto para la narración, y un estilo poemático, retórico y grandilocuente, con una marcada impronta modernista en su léxico que suele reservar para las escenas amorosas o en las digresiones de "doctrina erótica". Este segundo estilo, un lirismo pobre y huero, plaga-do de "formulas linguísticas" muy repetidas ("letanía modernista", se-gún J. C. Mainer), predomina en sus novelas más filosóficas, asociado siempre a historias amorosas ideales y a la morosa descripción de sus utopías predilectas (la visión del hombre y de la mujer del futuro), que perturba el desarrollo de las tramas. Martinez San Martin, A. op. ät., pág. 219. Sáinz de Robles, F. C. op. ät., pág. 106. 50 Como en obras anteriores, en Jarrapellejos podemos encontrar fá-cilmente muestras de ambos estilos, que Trigo gusta de contrastar si-tuándolos en lugares próximos, como en los ejemplos siguientes, que se corresponden, respectivamente, con el final de un capítulo y con el co-mienzo del siguiente: "Se estremecía, se estremecia..., sollozaba ella de dolor, de amor en fuego al fuego de la mano que iba friunfadora sor-teando encajes y batistas para acariciarla los senos, el talie, la espalda... y... /oh/ al fin, sin que pudiese saber cómo la afurdi-da, sin que menos aún Ocfavio pudiese discernir de que ma-nera aquellas suavidades de seda de la came o de seda de la seda y de mieles de la miel pudieron deslizarlos a la gloria del abismo..., fundidos y rodando locos por la gloria se enconfra-ron boca confra boca, alma confra alma, vida confra vida... en un deliquio de ansias desbordadas, de ansias antes mal sabi-das por Ernesfa, sobre fodo, que pob/ó de besos y suspiros el silencio de la luna y de la noche..." "El Curdin, consfifuido esfa noche en la faberna-oficina del Gafo esfuvo hasfa la una animadísimo. Mucho vino y aguar-dienfe (-«iNo abuses, burrol» -hubo de adverfirle con frecuen-cia Exorisfo a Safurnino-), chorizo picanfe de macho y juerga y rasgueado de guifarreo, aunque falfaron las dos niňas nuevas de casa de la Pe/os, cordobesas, que el Gafo promefió". Pero ya dijimos que en Jarrapellejos Trigo opto por presentarnos un entramado social en vez de reflexionar sobre él, "ha dado con una formula que a veces se le ha escapado: ha dejado de predicarnos cómo debe ser la vida y el Amor y los ha hecho surgir de una narración que une la 'rabia de la idea' con el buen quehacer del novelista"48. Esta peculiaridad ocasiona que la novela se vea liberada de un lastre teóri-co, tan reiterado como enojoso, y que, por ello, tenga un peso menor en ella el oneroso estilo caracteristico de estos bloques. Martinez San Martin, A. op. cit., pág. 230. 51 Su prosa conserva, con todo, los rasgos mäs peculiares: abundancia de hiperbatos y elipsis, aposiciones con frecuencia dobles o muy exten-sas, construcciones absolutas de gerundio y participio, reiteraciones al servicio de progresiones ascendentes, pronombres enclfticos y una dic-cion interjeccional que subraya en Jarrapellejos la indignacion por la injusticia social que la obra refleja. La complejidad de artificios en jue-go, especialmente la fortfsima torsion a que somete la fräse, exige un häbito lector con esta expresion formal extrana, singular e inconfundi-ble, pues Trigo "es un escritor cargado de violencia textual, que constru-yo su propio estilo con una deliberada voluntad formal. No es un mal estilo, es un estilo diffcil, pero extranamente eficaz, pegado a su materia como la piel a la carne, que nos transmite vibraciones, pulso, humores vegetativos, sensaciones, con una intensidad poco comün [...] mäs pro-fundo que todas las acusaciones simplificadoras que hasta ahora ha recibido"49. Simon Viola Conte, R. Prologo cit., pägs. XVI-XVII. 52 BIBLIOGRAFIA - ABRIL, M. Felipe Trigo. Exposition y glosa de su vida, su filosofia, su moral, su arte, su estilo. Madrid, Renacimiento, 1917. - BERGAMIN, J. Prologo a El medico rural. Madrid, Turner, 1978, pags. IX-XVI. - CABEZAS DE HERRERA, M. M. "Crimen de Ines Maria", en Ventana abierta, diciembre de 2003, pags. 115-142. - CELMA VALERO, Ma Pilar. La pluma ante el espejo. Salamanca, Acta Salmanticensia, Estudios Filologicos, 1989. - CONTE, R. "Trigo, nuestro contemporaneo", prologo a Jarrapellejos (Vida arcaica,feliz e independiente de un espanol representative). Madrid, Turner, 1975, pags. VII-XIX. - CORREA SANCHEZ, Jose. 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Gana unas oposiciones a Sanidad Militär y marcha a Sevilla en donde funda un periódico, Sevilla en broma, y compone va- 57 rias obras dramaticas (El primo de mi mujer). Medico militar en la fabrica de armas de Trubia (Asturias). 1895 Viaja a Filipinas cuando los tagalos rozan ya la independencia. Capitan medico en una compania disciplinaria, es herido durante una insurrection de presidiarios. Regresa a Madrid para una largay dificil recuperation, en donde se le propone para la laureada de San Fernando. 1899 Regresa a Merida, en donde sigue ejerciendo la medicina. 1901 PublicaLas ingenuas, cuya redaction le llevo dos anos, con una extraordinaria acogida de lectores y critica. 1905 Se traslada definitivamente a Madrid. 1910 Aparecen los primeros sintomas de una neurastenia progresiva que va consumiendolo. Viaja a Paris. 1911 Viaja a Buenos Aires para cambiar de ambiente y descansar. 1913 Se traslada con su familia a "Villaluisiana", una casa ajardinada en Ciudad Lineal. Siguen las crisis. 1916 Se suicida el 2 de septiembre de 1916 a las once de la manana. HISTÓRIA DE ESPAŇA 1879 Fundación del PSOE. Exposition Universal de Barcelona. 1888 Fundación de la UGT. 1890 Ley de sufragio universal masculine 1891 Encíclica Rerum novarum, de León XIII. 58 1898 Guerra contra Estados Unidos. Pérdida de las colonias de Ultramar. 1899 Gobierno Silvela. 1901 Gobierno Sagasta. Costa publica Oligarquiay caciquismo. Estre-no de Electra de Pérez Galdós con manifestaciones anticlericales en toda Espaňa. 1902 Mayoría de edad de Alfonso XIII. 1903 Maura, jefe del partido conservador. 1907 Enciclica Pascendi, condenando el liberalismo y el modernismo. 1909 Semana trágica de Barcelona. 1910 Gobierno de Canalejas. 1911 Fundación de la CNT. 1912 Asesinato de Canalejas. Gobierno de Romanones. Acuerdo con Francia sobre el protectorado de Marruecos. 1914 La guerra europea. Neutralidad espaňola. 1917 Primera gran huelga general revolucionaria en toda Espaňa. Se decreta el estado de Guerra. LITERATURA EN EXTREMADURA 1899 Revista de Extremadura, en Cáceres. Grande Baudesson, L.: Meridionales. 1900 Extremadura. Periódico regionalista, en Badajoz. 59 1901 Trigo, E: Las ingenuas. 1902 Gabriel y Galan, J. M.: Castellanas, Extremenas. 1903 Lopez Prudencio, J.: Extremaduray Espana. Sanchez Ocana, P.: El robledal de Ruidiaz. 1904 Trigo, E: La sed de amar. Noticiero extremeno, en Badajoz. Gabriel y Galan, J. M.: Campesinas. 1905 Muere Gabriel y Galan. La voz de Extremadura, en Madrid. Reyes Huertas, A.: Ratos de ocio. Gabriel y Galan, J. M: Nuevas castellanas. 1906 Trigo, E: Del frio al fuego. Gabriel y Galan, J. M.: Religiosas. 1907 E. Diez-Canedo: La visita del sol. Monterrey, M.: Mariposas azules. 1908 Trigo, E: Alma en los labios. Trigo, E: La Altisima. Trigo, E: La de los ojos color de uva. Trigo, E: La bruta (Heroes de ahora). Archivo extremeno, en Badajoz. Reyes Huertas, A.: Tristezas. 1909 Trigo, E: En la carrera. Trigo, E: Sor Demonic Revista extremena liter aria, en Caceres. 1910 Trigo, E: La clave. Trigo, E: Las evas del paraiso. Monterrey, M.: Lira provinciana. Reyes Huertas, A.: La nostalgia de los dos, Nostalgias. 60 Díez-Canedo, E.: La sombra del ensueňo. Sánchez Ocaňa, E: Pecado venial. 1911 Muere Carolina Coronado. 1912 López Prudencio, J.: Elgenio literario de Extremadura: Apuntes de literatúra regional. Trigo, E: El médico rural. 1913 Trigo, E: Los abismos. 1914 Trigo, E: Jarrapellejos. El socialista extremeňo, en Cáceres. Correo de la maňana, en Badajoz. 1916 Muere Felipe Trigo. Trigo, E: Sísépor qué. Trigo, F.: En mi castillo de luz. Monterrey, M..: Palabras líricas. 61 Jarrapellejos 63 A Melquiades Alvarez Desde la majestad de mi independencia de intenso historiador de las costumbres (no siempre grato a todos, por ahora) permitame usted que le dedique este libro a la majestad de sus talentos (no siempre a todos gratos, por ahora) de futuro gobernante. El, en medio del ambiente un poco horrible de la Europa, le evocarä la verdadera verdad del ambiente de un pais europeo, el nuestro, cuya cristalizacion en un medioevalismo barbaro, ya sin el romantico espiritu de lo viejo, y aun sin los generosos positivismos altruistas de lo moderno, le hace todavia mas horrible que los otros. No le dire que estas paginas contienen la historia de una integra realidad; pero si la de una realidad dispersa, la de la vida de las provincias espanolas, de los distritos rurales (celula nacional, puesto que Madrid, como todas las ciudades populosas, no es mas que un conglomerado cosmopolita y sin tipico caracter), que yo conozco mas hondamente que usted, acaso, por haberla sufrido largo tiempo. Si usted lee este libro con un poco de mas reposada atencion que hayan de leerlo miliares de lectores de ambos mundos, quizas mas pronto y mejor pueda verse en buen Camino la intencion con que lo he escrito. Me llaman algunos inmoral, por un estilo; a usted, tambien, 65 algunos le llaman inmoral, por otro estilo; pero usted, que por Espaňa habrá llorado muchas veces lágrimas de sangre de dolor, y yo, que por Espaňa di mi sangre un día y por Espaňa suelo llorar cuando escribo, sabemos lo que valen esas cosas. Y yo, monárquico como usted, porque creo que la autoridad y el orden de una monarquía democrática, con sus prestigios tradicionales, pueden ser el mejor puente de lo actual al porvenir (Letamendi afirmó: «E1 progreso no es un tren que corre, sino un árbol que crece»); yo, que sin embargo, voto a Pablo Iglesias; yo, individualista, socialista, monárquico... un poco de todo... tan dolorosamente aficionado a los toros como a Wagner..., yo, desde la majestad de mi independencia de «hombre que escribe» (no de artista ni de novelista -dejemos esto para los del castillo de marfil-), en nombre de la Vida, que no es de marfil, sino de angélica bestialidad de carne y hueso, le digo a usted: vea si en dejar pasado a la história barbara de Espaňa el asunto de este libro, no está todo el más urgente empeňo de gobierno digno de la majestad de un gobernante1. Felipe Trigo «Villa-Luisiana». Ciudad Lineal, Madrid, 1914. 1 Melquiades Alvarez (1864-1936) fue catedratico de Derecho en la Universidad de Oviedo y politico. Tras la Semana Tragica (1909) formo parte de la Conjun-cion Republicano-Socialista. En abril de 1912 fundo, junto con Gumersindo Azcarate, el Partido Reformista, formacion de caracter republicano que, desde el ano siguiente, se planteo incluso la posible colaboracion con los gobiernos del reinado de Alfonso XIII. 66 I La odiosa gasa volante era cadavez menos tenue. Cruzabalas alturas desde hacia media semana, con su rumor de sedas, orientada siempre al Sur, desde las sierras del Brezo, y ya aquí, según avanzaba el cochecillo, iba obscureciendo el sol, como en un eclipse. Fatidica luz de tristeza turbia, esta que filtraba el velo de maldición tendido entre el cielo azul y la hermosura primaveral de la campiňa. A Orencia divertíala2 crispadamente y parecíala el moteado velo que ella solía ponerse en los sombreros. Recogida en la estrechez del tilburi3 contra la hercúlea corpulencia de Pedro Luis, atento a las arrancadas del avispado potro al sentirse los langostos4 en el lomo y las orejas, reía y sacudíase, también nerviosa, los que empezaban a caerla encima de la falda. Menudeaban. Más densa y más baja por momentos la plaga aérea, tal que en una amenaza de total invasion del mundo y los espacios, lo 2 Uso laista caracteristico de Trigo, que mantendremos en la reproduction del texto. 3 Tilburi: carruaje de dos ruedas grandes, ligero y sin cubierta, tirado por una sola caballería, a propósito para dos personas. 4 Langostos: langostas, uso propio de la región. 67 regaba todo de los repugnantísimos insectos. El trote del caballo levantábalos del polvo del Camino, y se veían en los ribazos de flores, menudos, cubriendo los macizos de jaras y madroňas. Los grandes trepaban vigilantes y lentos por los canchos, por los troncos de los árboles, igual que los espías de un ejército invasor. -iAh, por Dios, qué porquería! -exclamó Orencia, descargándole un convulso sombrillazo a uno enorme, que quedó prendido del pescante. Y como al descompuesto ademán el potro se encabritó, Pedro Luis, después de refrenarlo, hubo de insistir: -iBah, mujer! iDebías volverte! iDebíamos volvernos a la casa! -iNo! iQue no! iSigue! Voluntariosa. Habíase despertado hoy con el antojo de ver la plaga en las no lejanas fincas, donde era cuadro horrible, y empujando el perezoso, para más prisa, por un lado del lecho, mientras ella saltaba por el otro, empleó en seguida, no obstante, sus tres horas de tocador en arreglarse, en peinarse, en ponerse los zapatitos como de baile, la clara y ceňida falda de nacáreos botoncillos que hacíala aparecer como estatualmente desnuda, y la blusa lila de linón, que transparentábala el corsé y las moreneces marfileňas del escote. Amaba lo trágico, sin perjuicio de desvanecerse a la menor impresión, lo mismo que al perfume fuerte de una rosa. Una noche, despierta por el gritar de los pastores, se obstinó en ir aver la pelea de lobos y mastines; salieron, pisando barro; los cruzó entre las encinas una sombra, y tuvo Pedro Luis que retornarla en brazos, desmayada. Una tarde quiso presenciar la extracción de un ahogado en la laguna; lo sacaron los guardias y el porquero; tendiéronlo sobre el murallón; horriblemente hinchado el cadáver, hizo «gruuú», vaciándose de agua y pestilentes gases por la boca; Orencia cayó a tierra, con un síncope, y durante medio mes sólo supo perfumarse, rezar y no dormir, con la vision aquella ante los oj os. ÍOh, sí! iChiquillaencantadora! iAdorabilísimay elástica muňeca!... Pedro Luis estaba cada día más contento de que le hubiese cabido en suerte tal tesoro. Doblábala la edad, puesto que él, aunque lo disimulara su fuerte complexion, frisaba en los cincuenta y nueve aňos, y la dulce y delicada pasión que ella le rendía no pudiera atribuirse, en modo alguno, a futilezas despreciables -hombre no bonito, casi feo, él, quizás, 68 de enmaraňadas barbas grises, Hena de manchas la ropa; pero de tantos talento, poderío y experiencia de la vida, tan altamente situado por encima de leyes y trabas sociales, que, despreciando la nimia vanidad de un cuello limpio, propia de cualquier mamarrachete de La Joya, sentábase a su placery con las piernas a lo largo en las visitas, eructaba cuando de una manera natural se lo pedía la digestión, y no le daban miedo ni asco aqui, por ejemplo, ahora, estos langostos que iban posándosele en las piernas y que harían estremecerse a aquellos pobres seňoritos de los ternos cepillados, como al potro, como a Orencia, y como a él mismo si tuviese la misma condición asustadiza de caballo o la misma histérica educación de la seňorita...-. iBah, los prestigios de su nombre, don Pedro Luis Jarrapellejos!... Sino que se estremeció, de pronto, al sentir la convulsión de horrible susto con que Orencia se dobló sobre sí propia. -iOh, por Dios! iAquí! iQué asco! iAquí! iAquí! iQuítalo en seguida! -iEl qué, mujer? -iAquí! iUn langosto! iAnda! iAnda! -Pero, idónde? -Pero, iaquí! iPareces tonto! iAquí! Pero, ianda, hombre! Detuvo el coche. Ella, sin cejar en los chillidos, cogíase en las rodillas, con ambas manos, un puňado de la ropa. Trató Pedro Luis de buscar, inútilmente, entre los finos y apretados dedos llenos de sortijas, y Orencia, muerta de terror, porque estaría destripando el langosto a través de la tela del vestido, tuvo que indicarle: -iDebajo, hombre, torpe, debajo! iTonto! iPareces tonto! Comprendió él. Alzó la falda, la enagua, después, y la camisa, buscando al fin entre los cendales de batistas perfumadas. Cogió y retiró de una pata al colosal langosto, por suerte sin reventar, y en tanto que la liberada del tormento reclinábase medio desmayada al rincón de la capota, pudo unos instantes contemplar aquel hechizo de piernas bien ceňidas en la seda de las medias..., aquella Celeste semiluna de mořena carne blanca que había quedado también al descubierto en uno de los muslos, sobre el juego teatral de los lazos y dorados de una liga... Se dobló, rápido, y depositó un beso en la divina carne profanada por el animal inmundo con su frío y áspero contacto. Pero esto restituyó en sí a la pudorosa en otra convulsión que la hizo erguirse electrica y arreglarse el desorden del vestido. 69 -iLoco! -habíale reprochado únicamente. Y cuando, reclinada en su hombro, al partir el cochecillo, volvió a sentir los menudos besos que dábala en el pelo, mimosa, se quejó: -iCualquiera que te crea, niňito, embusterito, falso! Te gustan todas. Te han gustado siempre. iAh, si yo pudiese en La Joya seguirte por las noches! -iVolvemos a las de ayer? -Dime pesada, si quieres. Tengo razón. Convencidísima estoy de que a no ser por nuestros hijos, por los niňos... iBah! Asi que llega al pueblo una mujer que vale cuatro cuartos, como esa Ernesta, como esa dichosa Ernesta, tan estúpiday tan tonta con sus rumbos de ciudad, pierdes el juicio. iA qué tienes tú que florearla? iA qué tienes, tampoco, que pararte con los necios de la cruz? -iDe la cruz? -Si, para ver a Isabel la panadera, la Fornarina...5, como la llamáis, tal que si fuese algún prodigio. iEs esto bonito? i Es esto, o no, hacerme vivir en sobresaltoľ... Se interrumpió, echándose una mano al peto y la otra dentro del escote... iOtro langosto!... Un grito... Lo saco, crispada... y ino!... iah, tuvo que reírse!... Se lo había parecido el escapulario; lo besó y lo restituyó a su dulce asilo entre los senos. Pero, sobrecogida nuevamente de terror, miró fuera del coche. Dejado el camino, buscaban la trocha de los Valles, cruzando una pradera. Eran tantos los langostos que la alfombra verde de la hierba, fina y frondosa, desaparecía bajo una capa gris. Se amontonaban en el cauce de un arroyo, casi cegándolo; y desde que entraron en el robledal, abundaban de tal suerte, por el suelo, por las piedras, por los troncos, colgados de las hojas como minúsculos y diabólicos gimnastas, que la capota del tílburi los dejaba caer en granizada al rozar con el ramaje. El trotar del potro los aplastaba o hacíalos saltar en raudal por ambos lados, como el agua al paso de una rueda de paletas. Y seguía, seguía también volando por la altura, 5 Fornarina: mujer romana de comienzos del XVI, de extraordinaria belleza, inmor-talizada por Rafael que la tomó por modelo en numerosas ocasiones. Como la protagonista de la novela, era hija de un panadero de donde tomó el apodo (un diminutivo del itsXianofomaio, "panadero"). 70 siempre hacia el sur, con su rumor sedoso, la inmensa nube de la plaga que entenebrecía los horizontes. -Si, mira, Pedro Luis, hijó -tornó a su terna Orencia, dolida, y ciňéndose a los pies la falda, para que no le entrasen más langostos de aquellos sacudidos de las ramas-. Sufro lo indecible. No habiamos hecho más que pasar lo de la herrera, y sé que ahora no dejas a sol ni a sombra a la Isabel. iEs esto vivir? iTienes tú derecho a martirizarme de este modo? i Oh! Una explosion de llanto la abatió contra el paňuelo; y Pedro Luis, contento, a un tiempo apiadado y orgulloso de la delicadisima sensibilidad de la sensible, sonreia. Lo de la herrera fue un pequefio lio, en que el joven cura tuerto, don Calixto, primo de ella, le sirvió discretamente; sólo que, descubierto al fin por el marido, que no osó iclaro! decide al «rey del pueblo» una palabra, el pobre diablo se apartó de su mujer y se desquitaba contra el cura a gritos («iLadron de mi honra! iAlcahuete! iSinvergüenza!») cadavez que le encontraba... Un poco de escándalo, en verdad. -Dime, Pedro Luis -lamento la buena Orencia-, ipor que no te corriges? iQué buscas en las otras que yo no tenga para ti, que yo no pueda darte?... No eres un chiquillo. Has de cambiar. Te quieren las demás porque te explotan. Convéncete, hombre, por Dios, de que sólo en la formalidad y la decencia... Hubo de callarse. El potro se espantó. Alguien acababa de aparecer detrás de un chozo. -Tu marido -dijo Pedro Luis, reconociéndole. -iAhL. iEusebio! iEusebio! Era un hombre con polainas, con marsellés6 de buen corte, y que iba cargado de palos y de cuerdas. Esperó al borde del sendero. -Hola. iAdónde vais? -A ver la plaga. -iTú! iA los Vallesľ... Te vas a morir de miedo, Orencia, hija. Vuélvete, que después te pones mala. Intervino Pedro Luis, que había puesto al paso el potro: 6 Marsellés: chaquetón de paňo burdo, con adornos sobrepuestos de pana o paňete. 71 -Es lo que yo la aconsejo, Eusebio; pero... inada! -Quita, qué miedo. Y tú, iadónde vas? -Llevo estos trastes ahí, a los pastures, porque van entrando en la avena los langostos. Pedro Luis, amable, le brindó: -iQuieres montar? Es tu Camino. -Gracias, padrino; está cerca. -Pon esas cosas, al menos. -Gracias, gracias. Pueden mancharles a ustedes. iVayan con Dios! El mismo apresuró al caballo con una palmada en el anca, y atajó por una linde. -iQué bueno es el pobre! iCómo me quiere! iCómo nos quiere! -contestó Orencia, enternecida. Le contempló un rato entre el verdor de los forrajes. Buen mozo, aunque rudo; rubio como un italiano rubio que solia ir a La Joya tocando el arpa, y trabajador y aficionado al campo cien veces más que a la botica. De nuevo Pedro Luis se sonreía en la fruición de sus orgullos. Necesitaba ser quien era él, con sus cincuenta y nueve a la cola, para verse idolatrado de tal modo por la linda mujer de un hombre joven, guapo, de carrera. Cierto que el infeliz, a través del baňo científico y de las limpiezas seňoriles a que a esta pulcra Orencia le obligaba, descubría su cáňama cerril. Se puso a recordar, en tanto la miedosa protegiase contra los langostos detrás de la sombrilla. La história, que acreditaba cual ninguna las piedades e hidalguías de su excelente corazón y su donjuanesca habilidad, traia de fecha nueve aňos. Muerto el farmacéutico, su íntimo amigo don Juan Gorón, padre de Orencia, dej ó a éstay a la viuda en una miseria cruel que no tenia más salvación que la farmácia. Eusebio, justamente, terminaba tal carrera. Pedro Luis, su padrino, a quien la pobre aperadora7, madre del muchacho le atribuia la paternidad, igual que de otros chicos tantas madres (la del cura tuerto, verbigracia) por si acaso, como al cura, le sacaba de 7 Aperadora: esposa del aperador, el encargado de cuidar de la hacienda del campo y de todas las cosas pertenecientes a la labranza. 72 pobrezas costeándole el estudio. Resolvió casarlo con Orencia: ella tendría el boticario que le faltaba a la botica, y Eusebio la botica que le hacía falta al boticario. Y... bueno, la verdad, Orencia, entre respetuosa y agradecida al fiel amigo de su padre, entre enamorada y sorprendida, en la rebotica, una tarde, meses antes de la boda, le concedió al protector galante su inocencia sobre aquel cajón de malvavisco... Todo inducía a creer que el hijo de la aperadora, dichosísimo con su redonda posición, mientras de zamarra los hermanos seguían matándose en el campo, sin el menor intento de protesta al padrino poderoso y a la linda seňorita con quien nunca habría soňado, estaba en autos de aquello desde antes de casarse. Le nació un sietemesino; impúsosele al padrino del papá oficial un nuevo padrinazgo, y poco a poco, Eusebio, por no estorbarles el idilio, del que pronto pudo sorprender escenas sueltas, llegó, primero, a retardarse jugando en el casino hasta bien pasada media noche, y luego, a resignarse en lecho y cuarto aparte de la esposa. Vino otra hija; juzgó el hombre de íntegra concienciay amparador de todos, que no debía regatearle una pequeňa parte, siquiera, de su enorme capital a su nueva prole, lo mismo que habíale costeado a Orencia la boda y el ajuar y había remozado la farmacia, y bastó una indicación de ella, en tal sentido, para que le entregase Eusebio quince mil duros contantes y sonantes, con los cuales compraron este quinto8 del Mimbral. ÍOh, las bellas noches a descanso pleno que gozaban desde entonces los amantes! -«No, no; a mí no me toca Eusebio. No podría, sin creerme rebajaday sin que Dios me castigue, seguir siendo de los dos» -repetíase la honesta delicada y devotísima creyente-. Dispusiéronse para ellos un cuarto a todo lujo, Heno de espejos, de sedas, con un crucifijo de plata y de marfil encima de la cama, y para Eusebio otro muy limpio, adonde él, irreverente, se permitió cierta noche zampar a una pastora de aquellas con quienes, libře de enojosos miramientos sefioriles, consolábase mejor el infeliz. Descubierto el laňce por Orencia, luego 8 Quinto: parte de dehesa o tierra. El término se repite unas líneas más adelante en cursiva pues es utilizado con otra acepción: «quinta parte de la herencia que, aun teniendo hijos, podia el testador legar libremente, según la legislación anterior al Código Civil». 73 que el olor cabruno la hizo encontrar unas horquillas morroňosas en las sábanas, le riňó; y le riňó asimismo Pedro Luis, a la hora del almuerzo. «Hombre, Eusebio, esas aventuras se tienen fuera, por los chozos. Ya ves qué educación le vas a dar, si no, a los ninos.» Eusebio casi lloró de vergüenza y de dolor, no obstante lo comedido de la reprimenda de su mujery del padrino. Una perfecta armonía. Se debían guardar las apariencias. El propio Eusebio se encargaba de entretener a los muchachos a fin de que por las maňanas no entrasen en la alcoba suntuosa hasta haberse levantado, o vestido siquiera, Pedro Luis; y éste, siempre por las formas, disimulando también para con su propia mujery sus dos hijas casaderas, hubo de cuidar que el quinto estuviese situado, con respecto de una dehesa suya, linde al medio. De tal modo pasaba con Orencia largas temporadas sin que nadie tuviese que decir. No obstante, iclaro! toda La Joya, desde casi al mismo tiempo que el marido, sabia las relaciones. Hasta hubo habido, en la primera época, un conato de desprecios y rechazos de las reparosas amigas para Orencia antes de casarse. Y la boda, que empezó a rehabilitarla; la publica seriedad de ella, después; su mistico fervor en las iglesias, y sobre todo, los respetos al formidable poderío de don Pedro Luis Jarrapellejos, que dio para la joven ejemplo de consideración haciendo que sus mismas hijas la siguiesen visitando... restituyéronla plenos los decoros que aún la hubo de acrecer el verla propietaria de un quinto, con borregos y con coche. Querida o no de su querido, y por él enriquecida o no, que esto alia ellos lo verian, Orencia, pues, por fueros de belleza y de decencia y juventud, quedaba en La Joya como una institución de amistad y de simpatía entre las muchachas. Se reunía con ellas y las damas honorables; las guiaba; oíanla sus consejos; era ella constantemente la que llevaba iniciativas con las monjas y los curas en las fiestas religiosas. Por cuanto a la mujer de Jarrapellejos, la pacífica doňa Teresa, burguesamente gorda a reventar y tullida de reúmas, limitábase a no estar muy amable con la rival, cuando la recibía en su casa entre las jóvenes, y a implorarle a Dios, en sus continuos rezos, indulgencia para las incorregibles faltas del marido. Y asi, de una desvalida huérfana, que otro en la situación de Pedro Luis, sin reparos al difunto, hubiese convertido en una publica y 74 deshonrada amante sostenida a poca costa, él, hombre de nobleza y corazón, había ido haciendo una seňora por todos los conceptos. -iAh! iqué es eso? -dijo Orencia-. iCuánta gente! Doblado el camino sobre una loma, aparecía la carretera. Llenábala una extraňa muchedumbre. Carros, mulas, borricos, hombres y mujeres, con toda clase de artefactos. Eran los perjudicados por la plaga. Desde el dia antes no cesaba la peregrinación desesperada, inútil, tratando de defender sus fincas cada cual como podia. Un horror, el gesto de tanto extenuado por la angustia y la fatiga. Cuando Orencia se vio entre ellos, sintió una pena que la ahogaba. Saludaban, dejando paso al cochecillo, sombrero en mano, y componiendo una sonrisa. «iVaigan con Dios!» «iDios los guarde!» Algunos atrevíanse a preguntar, con un arable servilismo que ocultaba los rencores: -Don Pedro, qué, ise trae, o no, la gasolina? -Ya está encargada a Madrid -respondia el interrogado. Y para desentenderse de la verdadera manifestación de quejas que no habría tardado en rodearle, excitaba al potro con la fusta. -Qué, don Pedro Luis, iy la gasolina? -le gritó como con irritada insolencia un viejo. -iPara llegar, Quico, para llegar! -Si, para llegar... y si allega, cuando allegue, no quea raspa en los sembrao. S e amostazó Jarrapellejos: -Pues eso, al alcalde. iPor qué a mí? Atrás el viejo, un hombretón que precedíale, menos exasperado, rindió también en aduladoras suavidades su reproche: -iQué alcalde, don Pedro Luis, vaigan con Dios y con salú; qué alcalde de mi arma! iBien sabemos que sin la voluntá de usté no se menea por toa esta tierra ni un mosquito! El piso de la carretera desaparecía bajo un tapiz de langostos pequefios, obscuros. El tílburi rodaba sin ruido al aplastarlos. Toda en repugnancia Orencia, viendo voltear junto a si las ruedas aceitosas, tuvo el valor de sobreponerse a su impresión por otra impresión de caridad: -iMira, mira: van llorando aquellas dos!... Si les ha de servir la gasolina, ipor qué no la traéis? 75 El amante sonrió. Siempre debería haberla en La Joyay los pueblos inmediatos, puesto que cada dos o tres aňos sufrían el mismo azote; pero los alcaldes (sin que, por ser amigos, pudiera evitarlo Pedro Luis) no atendían más que a robar. Afortunadamente, los langostos, levantados de las dehesas próximas, las suyas entre ellas, que era donde aovaban, se iban lejos esta vez, no habiendo caido sino aqui con verdadera profusion. Sonaron gritos. En dirección contraria venia una mujer descompuesta, con las ropas chamuscadas, negra de humo y de sudor, y seguida por tres niňos, que también lanzaban agudisimos clamores. -iQué pasa? iQué os sucede? -les preguntó Jarrapellejos al cruzar, parando el coche. -iQué ha de sucedé! -lamento la mujer sin detenerse y sin quitarse las manos de los ojos-. iMaldita sía mi suerte, y premita Dios que estallen cuatro seňoronesL. Advirtió con quién hablaba, y sin detenerse tampoco, corrigió en subito temor a su imprudencia: -iQué ha de sucedé, sino que nos quean sin pan los bicho, que to 1'han repelao! Perdiose carretera arriba, con su fúnebre coro de criaturas y su himno de miseria. Dominando Jarrapellejos el impulso de favorecer a la rebelde, hizo que también continuase el cochecillo. Junto a él, la bella amiga pedíale a Dios clemencia para tantísimo infortunio. Los tules que cruzaban el cielo eternamente, habían dejado de parecerla los que ella poníase en los sombreros. No caían los langostos, no, para que jugasen sus niňos clavándoles alfileres en los ojos. Eran el hambre, la ruina, la muerte9. 9 La plaga de langosta era un mal endémico de la región que la prensa abordaba con frecuencia. Véase la descripción que l&Revista de Extremadura (n° III, junio de 1900) hacía de ella: "Cógese por arrobas y hay quien cobra dos, tres, cuatro pesetas por los costales que de ella presenta, como escriben de Badajoz; para extinguirla se pensó en el envio de 8000 soldados que ya no vendrán según parece, por no poderieš ofrecer los ayuntamientos siquiera una mejora en la alimentation, pues los recursos los han gastado en las elecciones, al decir de algún periódico; el gobierno presta además auxilios de dinero para la compra de gasolina; se ha hablado de trenes que no han podido marchar sobre los rieles, engrasados por el insecto que aplastaban, y ha habi-do necesidad de polvorear los carriles con arena para el avance". 76 Se convenció más en cuanto, dejados atrás los olivares, dio vista el tílburi al pleno cuadro de tragédia. Llamas, acá y allá; columnas de humo que levantábanse pesadas por las cuestas en la luz de eclipse del espacio; hombres y mujeres en fila, rodeando los cuadros de las siembras, y chillando y agitando su desesperación como energúmenos. Decoración dantesca, de infierno, cerrada al fondo y a los lados en la angostura negra de unos montes. Los humanos alaridos resurgían a ratos en tristísimo concierto, tal que si los contorsionados trabajadores que se retorcían por todas partes se estuviesen abrasando en las hogueras. Ya no rezaba Orencia. -iOoooh! -había sido su única estupefacción de comentario. Y como, al llegar al río, rígida de espanto, tendía una mano sobre las de Pedro Luis impidiéndole guiar, él detuvo el coche. -iPara! iSí, para! iQué horror! Estaban al final del viejo puente de tres arcos que salvaba al Guadalmina10. Dominaban el vasto y lúgubre escenario. Orencia lo miraba todo. Asombrábala que hubiesen podido cambiar de tal manera a la desolación y la fealdad aquellas paradisíacas vegas donde poco hacía estuvo ella pescando con los niňos. No se veían en el remanso los nenúfares. Las margaritas y los musgos de los canchos ocultábanse también por las riberas, bajo lo gris, bajo lo sucio. Roňa viva e infinita que nada respetaba, que invadía las aguas lo mismo que las tierras y los aires. Campos de pobres expuestos a las inundaciones torrenciales en invierno, y a los cuales la fatalidad quería ahora infligirles su máximo rigor, el verde de los centenos, de las cebadas, de los trigos, ennegrecíase asimismo por la turbia irrupción devastadora. Las espigas doblegábanse al peso que tenían que soportar, o caían segadas por las sierras de los voracísimos insectos. Cortaban lo que no podían comer; manchábanlo con la baba sépia de su boca. Sin medios ni para mal defenderse contra ellos, abrumados cada vez más por los que les iban entrando incesantemente desde fuera, a saltos, en sábana, en montón, los dueňos de las siembras cejaban de rato en rato en la tarea para alzar los brazos 10Guadalmina: riachuelo de la provincia de Malaga que nace en Sierra Bermeja. 77 al cielo y proferir en maldiciones...; pero pronto, luego, tenaces, proseguian con mas ahinco. Dijeranse los locos de un inmenso manicomio suelto por el valle. Orencia y Pedro Luis, cerca, lejos, en todas las ondulaciones del terreno y a todas las distancias, los veian correr medio sepultados en las mieses, agitando palos, cuerdas, latigos y mantas..., al mismo tiempo que daban grandes voces. Tan ciegos se empenaban en la lucha que algunos, ya desesperados, con sus furiosos trallazos a diestro y siniestro causabanse mas dano que el que intentaran evitar. Felices los que para el ardor de su trabajo contaban con familia numerosa. Las hijas y las mujeres, despojadas de sus faldas, a falta de otra cosa, sacudianlas por el aire. Los ninos, hasta los de tres anos, con tal que supieran tenerse en pie, corrian y chillaban tambien en ala levantando polvaredas de langostos. Habian abierto zanjas en las lindes. El ansia de los desdichados cifrabase en contener en ellas la invasion. Los que no tenian quienes les ayudasen a manejar azadas y esportillas, tendian barreras de lienzo firmes en estacas. Pero llenabanse las zanjas, rebosaban pronto igualmente los rimeros de langostos por lo alto de los lienzos, y antes que los denodados luchadores lograran aplicarse a sepultarlos con tierra o a abrasarlos con fogatas de retama, ya nuevas oleadas de la marea terrible, inagotable, estaban saltando por encima. Algunos, en sustitucion de aquella suspirada gasolina, empleaban el petroleo. Trabajo y gasto esteriles, perdidos, sin tregua ni esperanza. Un minuto sobraba para volver a llenar del infesto lo que se habia creido limpiar en una hora. Extenuados, tenian que volver a empezar, sin haber tomado aliento mas que en aquellos segundos angustiosos de las baldias imprecaciones. Miraban entonces, observaban el estrago, consideraban lo poco, lo cada vez menos que les quedaba por salvar, y muchos, viendo totalmente segadas o comidas sus cosechas, tronchados los Verdes tallos sin espigas, abandonaban al fin las tierras sombriamente. Las mujeres y los ninos los seguian, llorando, en una congoja de alaridos que perdiase hacia la altura con el humo y las cenizas... Eran las familias enteras, eran los tristes derrotados, en exodo hacia el pueblo, en exodo hacia el hambre... Cruzabanse entre los que seguian enloquecidos la batalla, sin que unos a otros concedieranse atencion en la urgencia o el dolor de su egoismo, y cruzaban igual el puente, al 78 pie del coche, sin notarlo, muertos de pena, y sin que tampoco el contristado y poderosisimo senor Jarrapellejos osara turbarles con vanas frases de consuelo la majestad de aquella angustia. Orencia rezaba nuevamente, con gran fe. Persuadida de la ineficacia del humano auxilio ante la magnitud de la catastrofe, y pensando que deberia irse a La Joya para organizar a escape rogativas, se lo dijo a Pedro Luis: -«Bien, si, bueno; como quieras. Aunque creo que eso es mejor para la lluvia...» -repuso el, muy preocupado en contemplar algo que Orencia no podia ver por la situacion del cochecillo, alguna suelta escena del cuadro de desastre. Ella, en cambio, contemplaba otras escenas. A cien metros del tilburi, un hombre, atacado de subita demencia, arrancabase las canas a punados y queria matarse a golpes de azadon en la cabeza; dos hijos suyos lograron dominarle y llevarsele sujeto: -«iPadre, padre, por Dios!...» El anciano sangraba por la nariz y expulsaba por la boca cien duras blasfemias contra aquel Dios que los hijos le invocaban. Orencia acrecio sus oraciones en fervor. Tal vez la plaga justificabase como un castigo divino a la maldad de estas gentes descreidas, de estas gentes soberbias e inmorales. Era notable el olvido de pudores femeninos que por todas partes se advertia; quitadas las faldas y las chambras, a lo mejor, para carear a los langostos, muchas mujeres, negras por el calor, enteramente desgrenadas, maldito si en la angustia del trabajo percatabanse siquiera de estar luciendo los hombros y las piernas. Pero reparo, reparo la delicada, salvando la indignacion que siempre la deshonestidad la producta, el ansia esteril de tantos infelices. Un grupo, cerca, en una hoja de centeno, se obstinaba en defender las ültimas espigas. A enjambres volaban delante de ellos los langostos, dirigidos a la zanja hecha al borde del sembrado. La zanja se llenaba; otros langostos, saltando en contraria direccion, caian a ella por millones de millones. Entre los que venian de dentro, rechazados, y los que llegaban de fuera sin cesar, formaban remolinos que ocultaban a los que en vano intentaban detenerlos... iAh, si! comprendia Orencia la imponente magnitud de lo espantoso. El suelo todo, por todas partes, no era mas que un densisimo y movible manto de la plaga ambulatoria. Algo asi como si la propia tierra, cansada de su quietud en su esplendor primaveral, viva ella tambien, 79 se hubiese ido pudriendo en una vida de miríadas de átomos de horror de lo sucio y lo siniestro para ahogar las hierbas y las flores. Y emigraba, emigraba aquello a saltos de los minúsculos seres que formaban la eterna sábana infinita del monstruo inagotable. Una vibración, el suelo. Una ebullición de chispas grises, como de moscas, en que cada cuerda de langostos brincase huyendo de la legión que en un solo instante de reposo pudiera atropellarlos y envolverlos. Asi, microscópicos payasos infernales de una tropa colosal, Orencia, desde el coche, veíalos por su izquierda subir, subir al terraplén, cruzar la carretera, bajar al lado opuesto..., continuar, en fin, aquel trémulo avance de marea, de inundación eternamente inacabable y destructora. Seguían su paso, seguían sus saltos, seguía el conjunto de la horrenda marea su reptación, orientada exactamente igual que aquella otra que nublaba al sol pasando con su lúgubre rumor de sedas por la altura, y nada ni nadie era capaz de contenerlos. Colmaban los huecos de las piedras, Uenaban los baches y barrancos, acumulábanse y se removían en las desigualdades del terreno enredados unos sobre otros, lo mismo que viscosos manojos de imperdibles, y los que por hallarlos a su paso precipitábanse en las zanjas o en el río, formaban el montón o la flotante costra por donde seguían cruzando los demás... iAdónde iban? iQué fatalidad o qué maldito designio misterioso los guiaba?... Tal fue la curiosidad de Orencia, de improviso. Quiso que se lo explicara Pedro Luis, y se lo preguntó, turbándole su abstracción. El no lo sabía tampoco. Hipótesis y nada más. Era de suponer que la plaga, al alzar el vuelo los primeros bandos, tomase entera la misma orientación. Esto sucedíales a las ovejas, que, por donde corría una, corría todo el hatajo. Por lo demás, y calmando a la afligida, que no acertaba a vislumbrar cómo las pobres gentes pudieran verse libres del azote, él expuso su esperanza, su casi seguridad de que las falanges sueltas, desprendidas de la inmensa nube, o que tal vez desde las dehesas inmediatas venían saltando, sin haberse lanzado a los aires todavía, de un momento a otro levantaríanse también y seguirían el rumbo general hacia Dios supiese qué parajes. El mal, iclaro!, para los infelices que no tenían otras cosechas estaba en que veríanlas destruidas, por pronto que 80 ya se marchasen los langostos; pero él, y Eusebio y los grandes propietarios, podían estar relativamente tranquilos con respecto a la extension... -iOh! -óQué? Orencia, repentina, había saltado en el asiento. Advertida de las plácidas miradas que él seguía lanzando allí cerca, allí afuera, sin cesar, habíase doblado curiosa a investigar por delante de la capota, que a ella la estaba ocultando lo que fuese. -iAh, hombre, vaya por Dios! -volvió en seguida a recogerse, lívida, temblando-. iVamos, hombre, por Dios! iQué poca vergüenza! Un segundo hubo de sobrarla para divisar a quince metros a la Isabel, a la Fornarina, a aquella aborrecible muchachota de ojos negros que era en La Joya la preocupación constante de los hombres. La reconoció, la había reconocido su corazón, todo en celosa ira, a pesar de su apariencia de fúria desgreňada y de su congestionado rostro cubierto de chafarinones de sudor y de tiznotes. Medio desnuda, casi haraposa, con una faldilla corta, ayudaba en un trigo a su padre y a su madre. No habíala visto Orencia, en verdad, durante aquel breve segundo, sino empeňada como una leona furiosa en el trabajo, nada atenta a Pedro Luis, al parecer...; pero éste, ioh, si, si!, con la atención o sin la atención de ella, era lo innegable que se había estado complaciendo en contemplarla las piernas y los brazos... El impudor de estas mujeres tornó a herir a la Orencia delicada tanto como el descaro y la desconsideración de Pedro Luis. Se irguió, más pálida, ganada por el desaliento rabioso y dulce que habíala sido inútil con el infiel ya muchas veces: -Di, hombre; dime, Pedro Luis... ipara esto me has traído? -iPara qué, mujer? -trató él de disimular en vano todavía. -Para ver a esa indecente, a la Isabel. -ÍYoľ... iEstá ahíľ... Pero hija, niňa, por favor..., iqué culpa tengo yo de encontrarla! iSoy yo, tampoco, o tú, quien hubo de empeňarse en que viniéramos? Le miró ella, dura, blanca, muerta, a punto de llorar o caer en un ataque: -iBien! iA casa! iA escape! iVuelve el coche! -decidió. 81 A menos del ataque, no habia mas que callar y obedecerla. Pedro Luis hizo al caballo revolverse, y lo puso al galope de un fustazo. Sonreia. Sentiase halagado en el orgullo. Sabia cuanto mas enamora a las mujeres la aureola tenoriesca. Silenciosa al lado suyo, aparte lo posible, en el rincon, sollozaba Orencia contra el perfumado panolillo sujeto con ambas manos a los ojos. 82 II Domingo; y en este mayo de las Flores a Maria, que ya iniciaba las animaciones de La Joya. Las muchachas habian invertido la mitad de la maňana al espejo, peinándose, pintándose, vistiéndose; habíanse lanzado con sus primaverales galas a la misa de once en San Andrés; habían ido después a dejarse ver de los muchachos y continuar admirándose las unas a las otras en «Los Fenomenos» y demás tiendas de la Calle de las Tiendas, y ahora, por la tarde, esperando la novena, anochecido, juntaríanse en casa de las Rivas, donde hoy era la reunion. Orencia entre ellas, porque al mismo tiempo que a charlary a divertirse iban a reorganizar la Asociación de San Vicente de Paul, por si habia que socorrer con leche a los enfermos de las muchas familias arruinadas por la plaga. Atas las faldas (excepto Purita Salvador), ocupada la otra mano en las sombrillas, y silenciosas y en fila y sobre la punta de los pies para destripar los menos langostos posible, Orencia, Pura y Ernesta tenian que cruzar heroicamente el pueblo. Vecinas puerta al frente aquellas dos, y casi vecinas de la tita Antonia de la hermosa forastera, de intento habian pasado temprano a recogerla con el fin de sorprenderla de trapillo y comprobar si fuese cierto, según tanto 83 repetíase, que no se pintaba, que se baňaba y que de su tocador, bien a diferencia también que todas en La Joya, no le hacía ningún misterio a las amigas. Y... ioh, si!, destruida la duda en toda su extension. Admiradísimas la linda boticaria y la especie de rubio payasito lleno de albayalde que era Pura Salvador, marchaban procurando fijar en la memoria los detalles de las limpiezas exquisitas que habíanla visto en los dientes, en las manos, en los pies, en las uňas de las manos y los pies, con unas cosas a que la brava asi capaz de recibirlas a plena confianza decíales polisiar o polisuar" , y con unas raras pastas y esmeriles de cuyo uso y marcas tomaron notas por si ellas decidieran cuidarse igual... las uňas de las manos, cuando menos. iQué uňas, Dios, las de Ernesta! iQué piesL.iDescalza pudiera ir a las visitas!... Ahora sí, comprendíase que una mujer no se lavotease y perfilara tanto, a no ser para... desnudarse con los novios..., lo que venia a corroborar, si no el embarazo de Ernesta y que hubiésenla traído a sacarla del apuro (puesto que la vieron el vientre en el baňo), que fuese verdad la história aquella del tejado. La misma tita Antonia, tonta de remate, contábale a quien quisiera oirlo que su sobrina estaba como desterrada de Valladolid para hacerla olvidar a un capitán muy guapo, pero pobre; y puesta a decir sandeces, afiadia que, aunque no fuese rica Ernesta por su padre, célebre abogado, viudo, que ganaba un dineral con la misma sencillez que lo tiraba en lujos y mujeres, ella iria a dejarle un pasar con su dehesay sus dos vifias. Además, conocíase el lance por Gil Anton, el primo y medio novio de Pura, cadete de Caballería: el capitán, a cuyas relaciones oponiase tenaz el presunto suegro, se mudó a una casa de huéspedes contigua a la de Ernesta; desde la azotea pasaba a un tejado inclinadísimo y charlaban en una reja de guardilla; y una noche se descuidó, rodó, y fue a parar al patio de la novia, rompiéndose una pierna; tuvieron que auxiliarle y recogerle la propia novia, el papá de ésta y las criadas... Trasladado al hospital, el hombre se ofreció a acallar el escándalo de la ciudad entera con la boda... Pero ya el orgullosisimo abogado, que querría algún rey para su hija, teniala prisionera a doble Have; y cuando el de la pierna rota se euro y fue a verle y reiterarle sus ofertas, ni le quiso recibir, y le dio 11 Polisiar o polisuar: polissoir, cepillo de uňas. 84 a manera de firmísima respuesta este viaje de la loca. Orencia le habia oido contar todo esto, con el aňadido de la sospecha de embarazo, a Pura directamente, a la rubita recién salida del colegio de las monjas, y más tímida y callada cada vez. Juntamente, toda la impresión de dudas y reservas que la forastera la inspiraba, trocábase en una especie de galante compasión a la rubita, siempre alerta en mudas curiosidades infantiles asi que veíanla junto a don Pedro, y siempre melancólica bajo las tiranías de la educación monjil y de su madre. Si las monjas del colegio, por sistema y garantía futura de virtud enseňándola a prescindir de las limpiezas, teníanla ahora condenada a no reír, a esconder las manos con vergüenza, a no mover mucho el pescuezo en la gorguera de rizados, para no lucir con los blanquetes de la cara lo sucio del cogote, y de las uňas, y de los dientes amarillos..., la madre, la alcaldesa, la más que experimentada doňa Maria del Carmen, querida del párroco don Roque, por mayor y aun más eficaz garantía de castidad, sin duda, obligándola a llevar viejas las medias y enaguas y camisas remendadas, impediala bailar en los bailes, a la pobre, y correr con las amigas en el campo, y hasta sentarse a plena despreocupación de las cortas faldas de moda en las visitas, para no lucir las piernas y los bajos... iOh, si, si, bah!..., pensaba Orencia, pensaba que entre la gorrineria de Pura Salvador y de la mayor parte de las sefioritas de La Joya, y los aseos, ya equivocos de tan exagerados, de esta Ernesta fanfarrona y «ciudadana», estaba el justo medio de colonias y dentífricos y lavoteo general todos los sábados que ella venia poniendo en practica de antiguo. Desembocaban a la Ronda del General Rivas, sin nadie aun, por el sol de siesta que abrasaba, y amparándose más en las sombrillas y redoblando cautelas entre la abundancia de langostos, cuesta abajo, pudieron la muy bella forastera y la farmacéutica gentil (claro es que no la pobre Pura) llegar a casa de las Rivas alzándose las faldas un buen poco. Fueron acogidas regocijadamente en la reunion, donde todavía se quitaban los sombreros, recién acabadas de entrar, Luz, Remedios y Gertrudis Jarrapellejos, de negro, sobrinas de don Pedro Luis, bizca la mayor y fúnebres y largas como mangas de parroquia. «iHola!» «iHola, nenitas!» «iQué elegantona, Ernesta!» «iQué mona, Encarnacion!» «iQué peripuesta, Orencia, tú, y qué bonita! iAnda, anda, más que una soltera!»... 85 Igual que siempre, las mudas envidias acabaron concentrandose en las distinciones de Ernesta, de la exotica, que vestia esta tarde un traje seda topo. Tenian de par en par las dos ventanas. El salon lucia un retrato al oleo del general, gran cazador, padre de las ninas, que daba nombre a la Ronda, y que poco antes de morir ascendio de coronel pasando a la reserva, y unos medallones antiguos con sendos relieves de pasta de marfil, en fondo jaspe, de Neron y otros cesares romanos. Con motivo del crema traje de etamine12que estrenaba Orencia, y del asombro causado en Ernesta porque todas a aquella la extranasen su gusto juvenil para vestirse, lanzaronse a discernir si hacia bien o mal la mayor parte de las casadas de La Joya abandonandose en su adorno. Contra ello protestaban muchas, adictas de la vallisoletana hermosa y de la farmaceutica; mas no falto quien apoyase la nota de orden, dada con mesura por Luz Jarrapellejos, y estallo la discusion. Reian. Cruzabanse en aguda musica de gritos los varios argumentos. No lograban entenderse. A mas de Joaquina y Petra, las dos alegres y nada feas duenas de la casa, y de las seis que acababan de llegar, estaban Nieves y Piedad Jarrapellejos, hijas de don Pedro Luis, de luto siempre por cualquiera de su parentela dilatada, altas como el y con la misma cara leonina del padre, aunque con ojos azules; Encarnita Alba, preciosa miniatura de humor jovial, y que cojeaba algo a consecuencia del tumor bianco13 sufrido en la ninez; Dulce Marin, fresca morenucha bien metida en carne y desparpajo, y su hermana Jacoba, guapa tambien y buena moza, pero insignificante de puro simple, lo cual la hacia cargar perpetuamente con los valses del piano para que las otras bailasen. Estaban, ademas, la comedida y simpatica Eduvigis Porra y su novio, desde que tenian los dos once anos, Cleofe Buenaventura: un joven palido, abrumado de premios en la recien concluida carrera de Derecho, y solo atento a los estudios para hacer oposiciones a Etamine: estamena (traduction literal), pero aqui "vestido elegante que tiene la urdimbre y trama de la estambre". Tumor bianco: artritis tuberculosa de un miembro, caracterizada por la tumefaction palida de la articulation. 86 Registros y casarse cuanto antes. Cleofé constituía el modelo de virtud seňalado por las madres del pueblo a sus hijos, generalmente borrachos y gandules... Sino que estos dos, como si no estuviesen. Apenas cambiados los saludos, se habían vuelto a su rincón, detrás de una latania14 (fieles a la costumbre de todas las parejas de novios de La Joya), y maldito si les llegaba a interesar ni estorbarles el fragor de la polémica. -«Pues, i si senor!» -«Pues, ino senor!» -«Las casadas se deben a sus hijos y su hogar!» -«Pues, ino sefior!» -«Pues, isi sefior!» -«Aparte de que se pueda atender a la casa y los pastures compuesta igual que de trapillo, las casadas les deben conservar la ilusión a sus esposos!... iPor qué se ha de hacer de novias la farsa de engaňarlos? iPor qué ellos después buscan fuera devaneos?» -«iPorque si, porque son hombres, y es lo natural!» -«iNo, hija, no; no veo lo natural! iPorque ven a las otras más bonitas!»... Trajo un recado el sacristan de San Andres. Al seňor párroco don Roque le impedían venir dos bautizos y un entierro. Veríalas en la Iglesia después de la novena. Partió, dejándolas el frío como sepulcral de su presencia, y la boticaria anticipó algo de sus planes: reorganizar la hermandad de San Vicente, y dedicarle un trisagio en Las Flores, ya que las rogativas parecían mejor para la falta de agua, a la plaga de langostos. Eran un horror. Referíalas el cuadro por ella en los Valles presenciado. Cortada asi la discusión, que de si propia, por otra parte, había ido agotándose, no supieron de qué hablar. Arrastraron a Jacoba a la banqueta del piano. Ernesta, con su bella voz de contralto, cantó La Matinata, de Folchi, y\a.Plegaria de La Tosca. Cantaron después a coro el Ven y ven y el vals de La viuda alegre. Los de Chopin, últimamente, aunque bien ejecutados por Ernesta, fraccionaron las conversaciones por las sillas, engendrando algún bostezo. Un espíritu muerto empezó a volar, con las moscas, sobre aquellos rostros aburridos de rígidas caretas de albayalde y bermellón. Las Jarrapellejos referíanle a la boticaria los progresos del manto que le bordaban a la Virgen. Purita íiLatania: palma de la isla de Borbón (en la actualidad, isla Reunion, perteneciente al grupo de las Mascareňas), y que en Europa se cultiva en invernáculos, con hojas en forma de abanico. 87 Salvador, al otro lado, contábale a la despreocupadísima Dulce que había estado viendo a Ernesta baňarse y arreglarse. -«iBafiarse?... pero ibafiarse?» -«Sí, en una banera». Asombro. En La Joya, quitando la gentuza que por julio se tiraba al río, y salvo el orgulloso de Octavio y el conde de la Cruz, que tenían baňos de mármol en sus casas, no se baňaban más que los enfermos de mucha gravedad. Ernesta, además, no se pintaba. Sus manias, las uňas, los dientes y los pies... -«iOh, bah! -exclamó Dulce, mirándola de reojo, y al oído de Purita-. iMe quieres decir para qué le sirve tanto limpiarse a una mujer, y especialmente si es soltera?»... Voces en la Ronda. Excepto Eduvigis y el novio, fueron todas a las rejas. Un borrico respingaba, escapado a unos gitanos. Entretúvolas buen rato su captura. Luego, disimulando en los abanicos los bostezos, vieron cruzar un galgo, al trote; vieron regar el suelo al dueňo de un kiosco y vieron acercarse a una desmelenada gitanilla, que las pidió limosna, liena de churretes. Lo único que no veian, por mucho que miraban, era a los muchachos. Ernesta comprobaba una vez más el cruel aburrimiento que acometia a las infelices en cuanto llevaban juntas y se habían admirado los trapos diez minutos. No las trataban los sefioritos de La Joya, salvajes y co mo cazados a lazo casi todos. En las tiendas y en la puerta de la iglesia, cruzaban de largo, o las observaban en grupos desde lejos. Incapaces uno a uno de acercárseles, por un recelo de barbarie que no supiese qué decirlas, únicamente osaban hacerlo dos o tres reunidos. Y para esto esperaban ellas los tan ansiados domingos, luego de pasarse la semana reformando trajes y sombreros. Bostezaban, bostezaban, mirando hacia la Ronda. Era la Ronda del General Rivas el orgullo de La Joya; pueblo casi ciudadano, y orgullo a su vez de los demás de la región por muchas cosas importantes, como los comercios de escaparates con pistolas y molinillos de café, el eléctrico alumbrado, los gramófonos del juez y del jefe del telegraf o, las bicicletas y los caballos de Octavio, Julio Pérez, Luis Gonzalez (elBrocho), el tílburi de Orencia, los otros siete coches de siete ricos, y la berlina, el landó y el automóvil del conde de la Cruz de San Fernando. Todos los joyenses, aunque al llegar sus parientes y amigos forasteros hubiesen tenido en la diligencia que cruzarla, ya que 88 abriase desde la misma glorieta del gran puente arabe sobre el Guadiana, les volvian a mostrar y les hacian fijarse en las bellezas y amplitudes de la Ronda: al centro la carretera, bordeada de acacias a cuya sombra acampaban las tribus de gitanos; a los lados, jardines con arboleda, con girasoles, con malvas reales, con tres kioscos amarillos de agua y aguardiente; un enorme pilar, con fuente de tres piatos, restaurada en una juvenil y alcaldesca dominacion de don Pedro Luis Jarrapellejos (segün decia una lapida, por mas que, naturalmente, la construccion fuese arabe), y aün sobraba sitio para instalar durante el estio un cinematografo, que, a partir de media tarde, le anadia el estruendo de su organo al ruido y a la animacion de los carros que cruzaban, de los bravos herradores que sudaban trabajando a las puertas de sus tiendas, y de las gentes que iban o tornaban de paseo o de San Andres, templo en moda para todo y que regia y tenia con grandes lujos el riquisimo parroco, primo de don Pedro Luis, don Roque Jarrapellejos. Los forasteros, una vez admiradas tantas cosas de la Ronda, solian oirle al feliz indigena a quien hubiesele cabido la suerte de mostrarselas, este apostrofe, en sorites15, que se le achacaba a don Pedro Luis, de cuando estudio Logica y Etica: «La Ronda del general Rivas es lo mejor de La Joya; La Joya es lo mejor de Extremadura; Extremadura es lo mejor de Espana; Espana es lo mejor del mundo; luego La Joya es lo mejor del mundo.» Es decir, que La Joya, aunque pequeno, era la verdadera joyita de Espana. «Cuando menos -anadian, de jandose de exageraciones-, aqui en La Joya, pueblo que guarda cuidadosamente todas las puras espanolas tradiciones de virtud, en religion, en costumbres, en politica y en todo, es donde los extranjeros debian venir a conocer la raza. iOh, si aprovechando las ruinas arabes y los beilos panoramas, se decidiese a favorecer el turismo nuestro gran Jarrapellejos!»... -iContra; vaya un nombre! -solian los forasteros exclamar, abrumados de tanto oir Jarrapellejos-. iEs un mote? Sorites: raciocinio compuesto de muchas proposiciones encadenadas, de modo que el predicado de la antecedente pasa a ser sujeto de la siguiente, hasta que en la conclusion se une el sujeto de la primera como el predicado de la ultima. 89 Claro es que no lo preguntaban si no fuesen de muy largo; porque, en otro caso, conocíanlo demás, y les sonaba a maravilla. No; iqué iba a ser mote?... Apellido, y orgullo y timbre de la familia poderosa, aunque chocara, hasta habituarse a su grandeza, como Recaredo, Fredegunda, Doňa Urraca y varios de la Historia. Según unos, provenía del gobernador de la alcazaba de Alajar16, Arap-el-Yej, o Ara-pe-Iej; según otros, de un caudillo, ascendiente de don Pedro, que a sablazo limpio (1808) les desgarró lapiel sl muchísimos franceses; y no faltaban, en fin, quienes rebajaban su origen (los enemigos del cacique, y entre ellos Gómez, el director de La Voz de La Joya), achacándoselo a un célebre bandido de caminos que, no haría un siglo, se enriqueció a fuerza de robar y matar por la comarca. -iOh! iYa vienen! iYa vienen! -anunció lacoba de improviso, cortando los bostezos-. iAhí están! Referíase a los muchachos... y inada! Decepción. El Curdin-Club. El grupo de borrachos que, al verlas, torció hacia los paseos de enfrente. Cruzaban el pueblo a todas horas, mudos y solemnes, tal que una permanente comisión de pésames y entierros, y no iban más que recorriendo las tabernas. Delante, Exoristo, imuuú!, grande, el jefe, el más grave, rubio hipopótamo, que mugía e iba perdiendo la facultad de hablar, de tanto vino y aguardiente; detrás, y entre otros, Saturnino, con su aire chulapón y su sombrero cordobés, sobrino nada menos que del conde de la Cruz, con el cual vivía; iuna lástima de chico!; y el que aún era mayor lástima, Mariano Marzo, guapo, lišto, concejal, de la familia de don Pedro Luis, y que en llegando la ocasión sabía enjaretar un discurso como un angel, y ponerse como nadie la levita. Volvió la Ronda al abandono. Pero declinaba el sol y tardó menos en aparecer alguna gente. Don Atiliano de la Maza, caballero setentón, de nariz enorme, siempre Hena de rape, y poeta, con varios amigos se 16 Alajar: nombre que recibe el caserío de Jarrapellejos a donde llevará de cacería al ministro de Fomento. En realidad, es un municipio formado por la villa de este nombre y otřas aldeas en la provincia de Huelva, en el partido judicial de Aracena, lugar de retiro de Arias Montano, en donde escribió los Comentarios sobre la Biblia. El nombre del pueblo significa en árabe «piedra» (por un gran peňasco que domina la población). 90 detuvo a anunciarle a Ernesta que la estaba componiendo tres sonetos para su cuarta colección de cien sonetos. Continuaron, y las saludó y piropeó el grupo del juez. En defecto de los jóvenes, los viejos floreaban a las chicas. Otro asustado, de pronto: Manolo Alba, a pesar de que estaba su hermana en la reja; detúvose, y hubieron de salvarle dos que venían detrás. Juntos, acercáronse y entraron. Tornó la reunion al alborozo. Uno de los llegados, Gómez, rechoncho solteroncete ya maduro, de fuerte bigote negro, de barba tan recia que al afeitarse quedábale la cara azul hasta cerca de los ojos, y director y redactor único del quincenario católico y conservador La Voz de La Joya (de brava oposición perpetua a la política local, a la de los Jarrapellejos, por cuestión de unos pleitos larguísimos sobre una cuantiosa herencia que no le pudo Gómez ganar al párroco don Roque, a causa de lo cual dijo en el periódico que a éste «le habían hecho eura sin vocación, en la época de los apuros pecuniaros de su casa...»), traía un numero de La Voz con un artículo dedicado a Ernesta en saludo ditirámbico; el otro, caballista, cazador, bastante torpe, pero buenazo, solo, rico y, por lo tanto, «buen partido» para las más de cuatro que le pescarían de buena gana, no cesaba de sentarse y levantarse, y cada vez que se levantaba arreglábase con un golpe de mano y con unas genuflexiones leves, que le ponían las piernas en paréntesis, la cruz del pantalón. Usábalos de punto, siempre, y era aquella una costumbre que hacía sonreír a las muchachas. En una viňa tenia una querida con tres hijos; en un cortijo, otra querida con cuatro; en una dehesa, otra con dos, todas de lo más florido que salía entre las pastoras. Le daba ello fama de conquistador, aunque por timidez no lo hubiese probado aún con seňoritas; y ellas, en la intimidad, igual que sus amigos, llamábanle el Garaňón17, aunque llamábase Gregorio. -«iGregorio, hijó, hombre!, ipor qué no te estás quieto?» -decíale alguna vez alguna, en confianza, y en particular Dulce Marín, no desesperada de llevarle pronto o tarde al matrimonio-. No podia ser; sudaba, sentía comezones y hormiguillos por la sangre, y andaba que saltaba de los nervios. 17 Garaňón: asno o caballo semental, y de aquí, hombre sexualmente muy potente. 91 Manolo Alba, en cambio, parecía un mosquita muerta, con sus húmedos y largos ojos de ciruela y su sonreír de colegial en la cara palidísima de orej as transparentes, y era un cazurro de cuidado. Acostado hasta la una, traia con las sirvientes de su casa un trajin de mil demonios. No habia quien le hiciera aplicarse en sus cursos lib res de Derecho. El colmo de la dejadez, de la pereza. Se tumbaba en un sillón, por pereza tocaba la guitarra, y ni a tiros lograban levantarle. De niňo lindo, poco menos que anteayer, habia dado un estirón y habia echado un bigotillo que no importaba para que las amigas de su hermana le siguiesen tratando maternales. Refiianle con frecuencia, y le reňían ahora, pasados la lectura y el comentario del articulo. -«Pero, niňo, Manolito, ipor qué estás siempre tendido? iPor qué te estás tanto en la cama?» -«iAer! ty dónde se está mejor?» -«Pero, niňo, Manolito, ipor qué no estudias? iNo ves Cleofe?» -«iAer! iEs uno un perro, lo comprendo! No puedo estudiar porque estoy debil, tal vez de haber crecido mucho». Tenia grácia la resistencia pasiva de Manuel, que, a lo tonto a lo tonto, sin hablar, por menos de dos cuartos, largábale en blando un disimulado sobón de codos a la primera de estas reprensoras que llegara a descuidarse. Luego relamiéndose, les decía con plena franqueza a los amigos: -«iAer! iSi vieses qué duras las tiene la Fulana!» Y, naturalmente, cuantas presumian de hallarse en caso tal, excepción hecha de la Orencia severísima y la encopetada colección Jarrapellejos, prestábanse a los descuidos con el fin de que Manuel lo pregonase... Dejaron a Manuel. -iOctavio! -habia saltado como un grito triunfal de Petra en una rej a. Resonaban los cascos de un caballo. Corrieron todas, y Gregorio, y Gómez -éste contrariadisimo por la fulguración de alegría de la hermosa forastera a la mágia de aquel hombre, después que pareció agradecerle tanto los elogios del articulo. Fanfarroneando destrezas de jinete en un magnífico alazán de levantado rabito de plumero, a la moda madrilefia, Octavio se acercaba. Diríase un principe. Traia su consabido traje gris de montar, gorra pequeňita, casaca abierta atrás y con traba, calzón de bolsa, ajustado a la rodilla por una serie de botones, polainas avellana y espolines. Ato, esbelto, pagado de su tipo inglés con bigote color paja y de la 92 blancura de sus dientes, tan blancos que hasta que vino Ernesta no habianse conocido otros en el pueblo, ya sonreiala desde largo, por lucirlos. LIegó, saludando con la fusta y la enguantada mano, metió el caballo en la acera, y luego de repartir un ramo de rosas de su quinta, reservándole a Ernesta la me j or, bastó una indicación de Gregorio, co mo inteligente en caballos también, para que se pusiese a ejecutar con el suyo escarceos y evoluciones. No se diria de La Joya, ni aun de Valladolid -pensaba la vallisoletana-este hombre de veintiséis aňos, finísimo, guapísimo..., divina pareja para ella. La hacía el amor, y desde que le hubo conocido, era la nueva intensísima ilusión que la borró los vivos recuerdos del capitán y del tejado, poetizándola la cómica tosquedad de todo lo demás de este pueblucho. Con la rosa en la boca, insinuó: -iNo entra? ÍAh! Orden de miel. Se desmontó Octavio, y le encomendó la conducción del caballo a un guardia municipal que estaba entre los chicos que se habían juntado a verí e maniobrar. Ya en la sala, leyéronle el artículo de Gómez. Lo ponderó. En seguida, su amena conversación de crónicas mundanas, de viajes y teatros, monopolizó en una de las rejas a Ernesta, a Orencia y a todas las Jarrapellejos. Selección aristocrática. Las otras, salvo las Rivas, habían viajado poco y no se entretenían con estas cosas. Chafado el periodista, empezó a hablarlas mal de Ernesta; y Dulce se llevó aparte a Gregorio. Pero hasta Dulce contemplaba celosa la pareja de preferencias mutuas que formaban Octavio y la muy bella forastera. ÍOh, si, Octavio, aquel Octavio de las principescas cortesías, y desesperación de sus paisanas! Buscábalas ahora diariamente porque estaba Ernesta. Hijó único, su padre, muerto tiempo hacía, fue gobernador de Tarragona y de Murcia. Emparentado de lej os con el conde, mas no tan rico que varias de ellas no le duplicasen y triplicasen en caudal, hubo de educarse, mientras siguió la carrera de Derecho (aquí, todos eran o intentaban ser abogados), en casa de otros parientes marqueses y ganaderos de Sevilla, que le aficionaron a la esgrima, al tennis, al polo, al tiro de pichón, a correr y derribar reses bravas..., a las genealogías y ejecutorias de nobleza y a la História y la política... Por esto, y a pesar de envidiarle con 93 cordial odio el automóvil, cultivaba lieno de digno y filial comedimiento las simpatias del conde de la Cruz de San Fernando, senador, a la mira de sucederle alguna vez. Atormentado prisionero de las altiveces de su estirpe, Octavio, tan feliz en apariencia, sabíase lieno de contradicciones y zozobras. Aborrecia al pueblo, y les impedía a su madre y a él trasladarse a Sevilla la falta de medios para vivir con el mismo tren que sus parientes. Podia quizás estar siendo diputado, en lugar del botarate forastero don Florián, y ni lo intentaba por no mendigarle a nadie los sufragios y exponerse a una derrota. Abominaba lo plebeyo, y un poco por las ideas modernas de sus libros de Filosofía y Sociológia, y un mucho por la burla del Destino, que no le quiso hacer hidalgo millonario, ya que no también, de paso, conde o marqués, detestaba de potentados y condes y marqueses, soňando con tremendas reivindicaciones populäres. Sin embargo, no toda la culpa le correspondía a la suerte, sino a los recónditos orgullos que manteníanle en su altivez innata Uenándole de perplejidad: pudo ser título y magnate casándose con Berta, la audaz y bella prima sevillana que llegó hasta provocarle en su alcoba algunas noches, y... no la tocó, de horror a que sus padres pensasen que con el escándalo forzaba un matrimonio no consentido quizá de otra manera; se pudo casar con Margarita, única hija y heredera de este viudo conde de la Cruz, rica, aunque no como la otra, si bien, al revés que Berta, mística y formal, y la escasa belleza de la j oven contúvole su designio oculto en una vacilación de dignidades con sobrado espacio para que ella decidiese su vocación claustral y profesara en un convento. Hoy pues, Berta, casada con un duque, y Margarita con Cristo. iAh, si, por digno, por orgullosamente digno e indeciso él!... Lieno de nostalgias dolorosas, todavia muchos ratos desde su casa contemplaba, en la vecina del conde, por encima del jardín, aquellos dilatadísimos corrales de graneros y laneras, aquellas manadas de mulas y bueyes de labor, aquel automóvil y aquellos coches que podían ser suyos. Harto comprendida la propia situación, y necesitando el reflexivo Octavio, en todo caso, de una boda que a la vez que le dejase éticamente tranquilos el orgullo y la conciencia le acrecentase de considerable modo el capital, al objeto de lanzarse a sus grandes esperanzas en politica... claro es que alflirteo con Ernesta sólo le otorgaba el valor de 94 un pasatiempo. Había venido, evocábanle sus lujos a la noble y loca prima sevillana, más sensualmente hermosa Ernesta que la prima, a la verdad, y... «iGru! iGru!» ÍAh! «iGru! iGru! iGru!» iConcho! IEl conde!... El auto, la bocina. «iGru! iGru! iGru!» iDe vuelta? Cortada la conversación y lo que Octavio pensaba mientras hablábale a Ernesta sumiéndose en la luna azul de sus ojos negros y terribles, vieron acercarse el automóvil. El conde, al verlas, hizo que el chauffeur lo detuviese. Descendió, por saludarlas y por conocer y ofrecerse a Ernesta, de cuya tita Antonia era muy amigo. El coche y él venían llenos de polvo, de Madrid; y sin embargo, don Jesus, según le nombraban cariňosamente las muchachas, no traía balandrán de dril18, ni gorro de automovilista, ni anteojos, y si los mismos sombrerete hongo y trajecito y corbatita negros con que aquí andaba por las Calles. Pequeňo y recortadito, con sus vivos y redondos ojos y su bigote cano, movía las manos pálidas en eucarística lentitud de bendición; y más que un conde, pareciole a Ernesta, admirada de la lluvia de piropos que a ella y las demás las iba derramando, una especie de tieso empleadillo setentón de notaría. Engaňábase en diez aňos; el conde contaba sesenta nada más. Viudo tres veces, y la tercera de una bonita Socorro de veinte abriles, bien que se volvería a casar indicaba su afición a las muchachas -las cuales, por su parte, correspondiendo amables a la suave cortesía de don Jesus, habíanse amontonado una tras otra a la reja-. Manolo, en la ultima fila, aprovechaba el barullo para estar metiéndole el codo por un lado del pecho a la simple de Jacoba. Gómez, indignado contra este conde del canasto, que de nuevo arrebatábale la atención de las amigas, le ponía de viejo verde y avaro, en tanto él las seguía encantando, extasiando, embelesando con sus flores. -«iBah, el mezquino... que había comprado automóvil para no gastar en los viajes a Madrid en diligencia y en tren!» -«iPero, hombre -replicaba Petra 18Balandrán de dril: vestidura talár con esclavina, de tela fuerte de hilo o algodón crudos. 95 Rivas- si, siendo senador, en el tren viajaba de balde!» -«iBueno, por ahorrar la diligentia!...» Marchose don Jesus, al fin, con un adios predilecto para Octavio, con una ultima mirada para Ernesta, dejando atras una estela de admiraciones entre el polvo de su auto; e inmediatamente, a una fräse despectiva de Gomez, surgieron halagüenas otras frases: -iQue fino! -iQue galante el conde! -iQue cortes! -Pero... ipor Dios! ininitas! -iBah! iMas simpatico y amable den veces que vosotros! -iYa lo creo! -iClaro! -iClaro, claro, si! -iVamos!... ique os casariais con el? -iPor que no?... Como Socorro. El colmo. Oyendolo, a Gomez se lo llevaba Lucifer. Habia huido asqueado hacia el piano, y le acosaban a protestas. iQue mas daba la edad?... Educadisimo, agradable, guapo todavia el conde. Orencia, con su grande autoridad, y las Jarrapellejos, con la suya, llevaban lavoz cantante en el coro femenino de alabanzas. Por suerte, Gomez vio aliarsele a Octavio y Ernesta, quienes opinaban tambien, e intentaron razonarlo, que por muy bella persona que fuese el conde para amigo, era ya imposible que pudiera hacer la ilusion y la amorosa felicidad de una muchacha. Nuevas protestas, nuevo ardor de todas sosteniendo lo contrario; y como arremetian contra Gomez, cuya voz penetrante de corneta las exacerbaba, Ernesta y Octavio fueronse a un sofa, lejos de donde Dulce charlaba con Gregorio, y del rincon de la latania, en que seguian comedidos departiendo Eduvigis y Cleofe. -Comprendera usted, Ernesta -dijo Octavio, jugando con los guantes y la fusta, y despues de atender los dos otro momento al griterio- que antes prefiera uno morir de santa solteria que cargar con mis paisanas. Idiotas, llanamente. Vea su moral. Las almas amarillas, igual que los dientes y el pescuezo. Una tal carencia de ideales, una tal confusion de la poesia de la vida con los mas toscos intereses, que de buena fe, ide buena fe, crealo, las conozco!, piensan que pueda ser lo mismo un trovador el bruto de Gregorio, porque es rico, o un viejo, porque es conde. -iQué horror! iRepugna eso! Y es cierto, y lo que me ha chocado más, ya que se pintan asi, ipor que no se limpian los dientes? -Porque no tienen sentido común, Ernesta; porque son en todo la incongruencia y la inconsciencia. Tropa de payasos. Se educan en las monjas, unas monjas cristianamente puercas y cerriles que gastamos por aquí, y éstas las ensefian que la excesiva limpieza es pecado de impudicia. No obstante, se pintan, se embadurnan lo mismo que demonios, sin que a ello tengan las monjas nada que oponerle. Cumplen la regia de la orden, que a las hermanas prohíbelas los cuidados del cuerpo y de la boca, y bašta..., aunque el pintarse, en realidad, constituya la infracción más torpe de aquellas honestidades que hacen radicar en la falta de limpieza. Va con el aseo, en razón inversa, la virtud de La Joya, desde el punto de vista, al menos, religioso...; iy usted, Ernesta, porque se baňa, se encuentra en muy propincuo riesgo de ser conceptuada terrible pecadora!... -iQué gentes! iQué barbaridad! -rió ella, torciéndose hacia él como a un refugio de ideal, y asi cifiéndose más la opulencia de los muslos en las dóciles sedillas de la falda. Octavio se estremeció, tan cerca envuelto en la ola sensual de vida bella y de perfumes. Queriendo disimularlo, porque siempre habían sido la fuerza suya el dominio y la frialdad, era lo cierto que se le iba metiendo demasiado adentro el esplendor de pagana grácia que efluviaba19 esta mujer. Fue ella, pues, mostrándole el blanco-azul luna de sus ojos en lánguidas miradas, y el blanco nieve de los dientes en sonrisas de la roja flor amplia y fresca de su boca, la que guió ágil al pobre deslumbrado por los escabrosos derroteros a que la conversación los conducía... 19 Efluviaba: efluía (el Diccionario recoge la forma «efluir», no «efluviar»), emanaba, irradiaba. 97 III Las Hij as de Maria20 estaban muy contentas del trisagio. Al sexto dia de la novena un ciclón barrió la plaga de langostos. -«iMilagro, milagro!» -decían en gracias a la Virgen, repitiendo lo que los seňores sacerdotes demostraban desde el púlpito-. Algunos escépticos explicábanlo de un modo natural: lo mismo que cualquiera medianamente observador, en este pueblo de las moscas, podia notár que las moscas, y las mariposas también, disminuían notablemente después de los fuertes vendavales, el ciclón, que tras una tremenda granizada estuvo soplando treinta horas entre remolinos de polvo, de tejas y de ramas desgajadas de los árboles, habría arrastrado a los voracísimos insectos. El hecho, milagro o no de la piedad divina, era que desaparecieron. No quedaba uno. Cierto que el ciclón arrancó chozos, descuajó encinas y asoló huertas y olivares. A los arruinados por la langosta, uniéronse casi en doble numero los nuevos damnificados, para pedir limosna o manifestar por las Calles su sorda irritación. Veianse negras las damas de San Congregation mariana formada por jóvenes que ejercian el apostolado entre los círculos de amigos y en el entorno familiar. 99 Vicente de Paul, presididas por Orencia, repartiéndoles raciones, y Gómez, maligno, pronto a hacer arma politica de todo, enumeraba los destrozos en La Voz de La Joya, y fomentaba la protesta. Dos emisarios del gobierno, llegados tres semanas antes, recorrian los campos, en no se supiese qué estudios o que posibles problemas de socorro. Ignorábase si su viaje obedecia al clamor de La Joya, o al de la provincia entera, y al de las próximas, castigadas más cruelmente, según la prensa de Madrid, por la plaga que aqui tenia sus perennes focos de reproducción. Vivian en la posada, y hoy acompaňados por el alguacil, que era al mismo tiempo sacristán de una parroquia, se dirigían plaza abajo a la reunion de autoridades que iba al fin a celebrarse. Junto al Ayuntamiento estacionaban grupos de braceros, al sol, sudando, con sus chaquetones pardos y sus fajas encarnadas. Al ver a los delegados, ultima esperanza del pobre en este rincón del mundo desamparado de justicias, hubo un conato de rodearlos e informarlos de sus quejas; pero desistieron, porque el Mocho, el alguacil, ex presidiario además, hombre de malas pulgas, era uňa y carne de caciques. -Si quien'ostés -dijo el Mocho- puen torná café despacio en el Casino, y asín lo ven. Aunque la cita era a las cuatro, nadie empezaria a acudir hasta las cinco. Cómodo, nuevo, una joyita el Casino, con sus adornos de yeso y sus amplios ventanales. El Mocho les enseňó la sala de juego, espléndida. Mesa de ruleta; mesa de monte. -«iAer, de noche, si les tira a ostés la timbirimba!»... -«iQuien lo ha hecho?» -«iAer, quién quien'ostés que ľhaiga hecho: don Pedro Luis!» Veían después por la ventana los edificios, también nuevos, del Ayuntamiento y del Teatro, discordantes con los demás de la vieja plaza, e informándose acerca de quién hubiese realizado aquellas obras, obtenían igual contestación: -«iAer, don Pedro Luis!» La luz electrica, los rótulos de las calles, el uniforme de los guardias... -«iAer -insistía el Mocho, admirado de que pudieran tales cosas preguntarse-, quién quien'ostés que haiga hecho na, más que don Pedro Luis Jarrapellejos, el que lo hace to, el que pue to, el amo!» Tenia razón. A pesar de que el conde de la Cruz fuese el alto inspirador de la politica, y de que sus consejos, y aun en cierta manera los de Octavio, como j oven serio y orientado a la moderna, se oyesen en determinadas ocasiones, don Pedro Luis, campechanote, 100 era el que mandaba, en intimo contacto con el pueblo. Sin haber querido serlo nunca -«ipa qué?», contaba el Mocho-, él hacía y deshacia los diputados y traialos de coronilla... Un tanto molestos por la omnimoda autoridad del cacique, ambos delegados, en su condición de representantes del Gobierno, burláronse ligeramente del uniforme de los guardias. Y, sin embargo, dos personas que cruzaban la plaza entonces, Octavio y Juan Cidoncha, iban precisamente lamentando la insignificancia de aquella comisión a que el Gobierno, y como siempre, encomendaba la tardía salvación de la catástrofe. Ni ingenieros, siquiera. Pobres diablos de peritos agricolas con los que no sabrian que hacerse en la capital de la provincia y se ganaban unas dietas. Los grupos de trabaj adores le abrian respetuosa calle de saludos a Cidoncha: -iDon Juan, que lo diga osté! -iDon Juan, que no nos abandone! Medias palabras. Ansias contenidas por temor a Octavio. -iDescuidad, hombre, descuidad! -calmábalos Cidoncha, con un gesto de firmeza en que refulgía la serenidad de la razón. Entraron en el Ayuntamiento. El portero les pasó a la desierta sala de sesiones. Sentáronse, a esperar. Cidoncha habiales hablado a aquellos infelices en el Liceo de Artesanos varias noches. Próxima la siega, venia recomendándoles que se uniesen al objeto de impedir la desastrosa competencia de sus propias hijas y mujeres. Ellas, según costumbre inveterada, iban a segar, a reventarse al sol los dias enteros por una peseta, y ellos veianse precisados a emigrar durante esta época del afio, en busca de un jornal de cuatro o cinco. Le habian pedido a Cidoncha que les representase en la reunion, para esto y para todo. -Si, hombre -le animaba Octavio- aprieta bien. Y, además, los debías organizar en Sociedad de Resistencia. iPobre gente! No podría ayudarle él, por su especial posición entre amigos y parientes; pero veria complacidisimo que se empezase a quebrantar el regimen de feudo. Intimos los dos, con el alma abierta a las noblezas de la vida, siguieron abominando de las arcaicas miserias de La Joya y de Espaňa. Mientras moriase de hambre y suciedad la mitad de la 101 nación, el Gobierno, heroicamente enfrascado en discutir en las Cortes si era constitucional o no la ultima crisis de las cuatro habidas en un mes, creia cumplir con comisiones o bromas de Gaceta. Pan y duchas, he aquí la formula de la general redención para Octavio. -Si, si, Juan -insistía, reforzando su argumento, a la vez que le informaba de cosas de esta Joya, donde Juan llevaba pocos meses-; un pais de idiotas, de famélicos, de sucios. No se come. Lo mismo que ves ahí fuera a esos extenuados de fatiga, acartonados por el aire y por el sol, fíjate y advertirás que hasta la mayor parte de los ricos llevan crónico en la cara el rastro de la debilidad, del salón21 de ovej a muerta que consumen. Crían ganados excelentes y los venden en Madrid. Guardar, atesorar, ochavo a ochavo, o jugar a la ruleta. Nos diezman las epidemias y nos abruman las plagas, con gran contento de don Pedro Luis y de sus bravos corifeos, que asi afirman el dominio. La miseria sirve para prostituir a las mujeres y para volver a los maridos borrachos y gandules. Regimen de servilismo, en fin, que envejece los cuerpos y las almas de pura hambre y porquería, mal disimuladas por las cloróticas22 muchachas con caretas de albayalde; y ya ves tú, porque soy un poco independiente y tengo cuarto de baňo en mi casa, y porque tú te baňas y han averiguado que se baňa Ernesta, nos juzgan raros a los tres, y a ella punto menos que una... Se irritó; sabía que circulaban soeces comentarios acerca de los aseos de Ernesta, acerca de ciertos detalles de sus íntimos cuidados, sobre todo, pues nadie al parecer entendía que una joven necesitase ser tan absolutamente limpia desde el pelo hasta los pies, y vestirse al interior con tan rabiosa pulcritud, como no fuera... «para dej arse desnudar», y olvidó sus dolores sociológicos lanzándose a charlar de la hermosa calumniada. Sólo con Cidoncha permitíase tales confianzas el prudente, el altivo Octavio. Se conocían desde pequeňos, de haber estudiado juntos en Sevilla; y si bien la distinta posición los apartaba, porque Cidoncha no era más que el hijo de un humilde labrador de Grazalema, habialos unido con viva simpatia el talento y la afición a los estudios. Cidoncha 21 Salón: carne conservada con sal (salazón). 22 Cloróticas: anémicas, pálidas (una palidez producida por la deficiencia de hierro en la dieta). 102 siguió la de Ciencias, a más de la carrera de Leyes. Se fue a Madrid, ganoso de horizontes, lieno de esperanzas, y su pobreza y su rígida honradez, que repugnaban los medios de indecoro, le hicieron fracasar en el intento de meterse, por recomendación de un caciquillo de su tierra, a periodista. No había perdido la relación epistolar con Octavio, y éste le proporcionó la cátedra que ahora desempeňaba en el colegio de La Joya, adjunto al Instituto. Modesto, con modestia de perdones y condescendencia para todo, encastillada en su filosófico concepto de las cosas, a plena fe creía en el poder virtual de las ideas y en un porvenir mejor del mundo hecho por la ciencia y por la higiene. Habíase instalado aquí en un blanco cuartito limpio, de los abuelos, por cierto, de la famosa Isabel, de la famosa Fornarina, y lejos de envanecerse con la amistad de Octavio, redujo su vida desde luego a las obligaciones del colegio, donde explicaba Agricultura y procuraba aficionar a los alumnos con un pequeňo campo de experimentación; a organizar en el Liceo clases de dibujo y artes aplicadas, siendo él el profesor de casi todas, con gran sacrificio de su tiempo; a la gimnasia sueca y a pasear solo fortaleciéndose con el metódico ejercicio al aire libre, cuando no le buscaba Octavio, distraído en los deportes y tertulias, y a conversar y bromear con Isabel, admirando su belleza, en las frecuentes ocasiones que iba a visitar a los padres de su madre la alegrisima muchacha. Una gloria verla tan lozana entrar, Hena de harina: cerraba el libro Cidoncha, y de extremo a extremo de la mesa reían y charlaban largamente, en tanto trajinaba fuera la abuelita. Al principio, estas visitas de la joven habian sido raras y sin orden; ahora, cada noche, novios ya; y por nada de la tierra dejaba de esperar a Isabel el profesor. Las sefioritas, que habian acogido indiferentes la llegada del humilde forastero, acabaron por fijarse en sus corbatas, en sus cuellos limpios, en sus empaques de hombre no vulgar y en el absoluto desdén que las mostraba: ni una vez intentó acercarse a ellas. Los seňoritos, los hombres, por su parte, rectificaban, enteramente desorientados, con motivo de Isabel, el concepto de fatuo apoštol con gravedad de burro que les hubo de merecer el catedratiquillo al contemplarle solo por los campos. No concurria al casino de seňores, y de vuelta del paseo solia tomar cerveza en el Liceo con la gentuza. iEra posible que un 103 tipo asi hubiera venido a que se le entregase sin mas ni mas \a.Fornarina, incluso buscandole en su casa, inecia!, cuando habia sido y seguia siendo la de ella el paso de procesion de tantos como la acosaban ofreciendola dinero, collares y sortijas, hasta fincas y matanzas? Acerca de estos asuntos del corazon, tanto o mas que de sociologias, placianles a Octavio y Juan las confidencias. En el profundo abandono de algunas noches de luna por el puente, oyendo cantar los mirlos en los sauces, aquel habia llegado incluso a contarle al discreto amigo su aventura con la prima sevillana. Ahora se empenaba en la no facil tarea de describir fisica y moralmente a Ernesta; evocaba de ella encantadores gestos y audacias a que la conversacion parecia arrastrarla sin querer. Creia Octavio en la complejidad de las almas femeninas. Ardua cuestion la de fijar por apariencias los quilates del fondo de virtud de una mujer, y de una mujer a la moderna, especialmente. -Bueno, pero, iestais en relaciones? -No, Juan; aunque como si lo estuvieramos, de hecho. No debo proceder con ligereza. Es demasiado guapa para que pueda uno estar cierto de no llegar hasta la burrada de casarse, con tal de verla suya, si no cediera de otro modo. Exponerme a un riesgo asi, seria insensato. En primer lugar, porque Ernesta, a pesar de que yo no creo que se comprometiese irreparablemente en su valisoletano lance del tejado, pues que no hubiese olvidado por mi tan pronto al capitan, ni fuese su padre tan tonto que con el opusierase a la boda, es al fin y al cabo una mujer frivola, acaso un poco bruta, y sin duda de mucho menos valor espiritual que plastico. En segundo lugar, tampoco su posicion me convendria; le falta capital; y aparte mezquinas ambiciones, y no tratandose de quien con sus cualidades ofreciese la garantia de una solida Ventura, logico es que busque una esposa que aporte al matrimonio siquiera lo que yo. La vida imponeseme con grandes exigencias, so pena de renunciar a ser diputado algün dia..., gobernador, como mi padre... «Ministro, quizas... y con harto mas motivo que los tantos que lo son en este desgraciadisimo pais de los ministros botarates» -iba a haber dicho. Pero se contuvo ante el ecuanime Cidoncha, que de puro servil ni adulador limitabase a escucharle sonriendo; y con otra pregunta, 104 recíproca de la que le había hecho él, volvió a las cordialidades su ímpetu altanero. -íY tú, Juan, y tu Isabel?... imarcha la cosa? -Sí; desde anteayer... ino! iCuándo fue la ultima vez que estuve a verte? -El lunes. -Justo. El lunes. Desde el día siguiente, hace tres, va también por las siestas a mi casa. iOh! Reflejó tal inefable dicha la frase, cortada por el dichoso para engomar y encender un cigarrillo, que Octavio palideció, mirando con envidiosa ira al buen amigo que, no obstante su faz de inteligencia, lucía en la angulosa cabeza pelada a rape la estirpe del patán. Por él había ido sabiendo cuándo Isabel le consintió cogerla una mano, besarla una mano, besarla en la cara una vez..., una sola vez y con juramento de no volver a consentirselo... iEra ahora el triunfo, la entrega total de aquella incomprensible Fornarina?... Sin que se pudiese decir que Octavio había formado nunca en la grotesca turba de sus asediadores, no dejaba de ser cierto que la había mirado al pasar a caballo por la ermita, que por hacerla su amante hubiera dado un mundo, que a ella no habíala parecido mal la rubia gentileza del jinete..., y que él, por el vanidoso temor a un desaire, nunca la dijo nada, asi dejándosela a este bueno de Cidoncha. iRidicula, bien ridicula, a la verdad, la indecision, la perplejidad orgullosa que haciale andar rematadisimamente mal de todo, hasta de lumias23, en un pueblo donde a puntapiés teníalas cada títere, y las criadas y pastoras parian más que las ovej as! Prolongábase la pausa del cigarrillo, cual si Juan, tendido en la butaca, saborease el humo y los recuerdos, y Octavio le excitó: -iBien! iQué! iTodo? iYa? -iOh, no! -repuso Juan-. Va por las tardes... iVerás! Tú sabes que soy aficionado a la pintura; no habrá otro, ni mejor ni peor, por lo visto, en La Joya, y enteradas las Hi) as de Maria, me escribieron, aunque no debo de serlas agradable, enviándome un cromo y rogándome una copia al óleo para un estandarte de la Virgen. Accedi, Lumias: prostitutas. 105 y de acuerdo con Isabel estoy haciendo, en vez del cromo, su retrato. A Isabel, que no debe de serlas tampoco muy simpática, le divierte eso de que, como los sefioritos la veneran a prueba de desdenes por su puerta, ellas y todo el mundo tenga que adorarla en imagen por las Calles. LI ega a las dos. Trabajo hasta las tres. i Una morena virgen graciosa, ciertamente, con la bella faz de todas las purezas en su misma travesura juvenil! -Pues... que dure, Juan, que dure... O, mejor dicho, iperdona! que no dure. -iComo... que no dure? iQué? -La virgen, en persona, para el pintor que va consagrándola en efigie. Tardó Juan en comprender. Se incorporó, con un gesto de respeto: -iBah, no!; te digo que... al contrario. Cada vez más cerca de mí, en la confianza de mi cuarto, y cada vez más lej os. Sigo rectificando mi juicio de Isabel. Se la juzga una loca complacida en agradar, a la espera de la venta de su honra en la elección más acertada, y ni yo mismo, engaňado también por su fama y por su corpachón de mujerota, acababa de entender que no es más que una candidísima niňa de diez y ocho aňos, rebosando la alegría de la juventud, de la salud y del triunfo en que la tiene el perpetuo asedio de los hombres. «El seňorío de La Joya me ha espantado los novios de mi clase» -decíame la otra tarde, tratando de justificar «por qué era novia mía, la novia del seňorito menos seňorito y menos antipatico»-. Quise abrazarla, y lloró. Estaba divina de honradez y de belleza. Sincero, la dije entonces que yo no era un «sefiorito», sino el hijó de unos pobres, como ella; y por su madre y por mi madre, la juré el respeto que a una hermana. Tan sincero, Octavio, brotó este sentimiento de mi alma, que aquella noche no dormí, ni duermo a gusto desde entonces, a fuerza de pensar si no estará pasando la felicidad a mi alrededor, en esa sola vez que se nos brinda en la vida, con Isabel, con la delicadísima criatura digna de todo sacrificio, a trueque, como tú decías, de la sólida Ventura que acaso sea capaz de forjarle al hombre que la cautivó en un poco de delicadeza (aunque torpe yo para otras empresas creyese lo contrario), entre tantos como ofrécenla billetes y sortijas. Octavio se le quedó mirando fijamente. Era él quien tardaba esta vez en comprender, a pesar de la claridad de lo que oia. -iChiquillo!... pero... icasarte? iHablas en serio? -iPor qué no?... De pobre a pobre, vale más Isabel, y es más inteligente y discreta que cualquier pobre seňorita a la cual yo hubiese de aspirar como una carga de estultez y de cintajos. Seňorita también, sólo con vestirla, hay en ella la sana bondad de corazón y los hábitos de laboriosidad, de que tú y yo hemos hablado tantas veces, y tan importantes para las madres que hayan de empezar a darle a nuestra patria los futuros ciudadanos. -iBravo, Juan! -no pudo menos Octavio, caluroso, de aplaudirle. Y como Juan guardó silencio, solemne de serenidad, él, Octavio, sobre Juan vertiendo en admiraciones y respetos su sorpresa, enmudeció asimismo con una emoción compleja de íntima alegría por aquellas inesperadas honradeces de Isabel que le libraban del dolor de verse arrebatada por otro una posible y guapísima querida. No fue torpe, pues, sino avisado, no intentándolo siquiera...; y los torpes y los tontos serían estos que seguían acosándola para quedarse con un palmo de narices... -iBravo, Juan! -repitió-. Siempre también creí notár en esa Fornarina... Hubo de callarse. Abierta la pesada puerta con estruendo, entraron al salón los dos comisionados y cuatro o cinco concejales. De éstos, borracho, alegrito cuando menos, uno, Mariano Marzo, del Curdin-Club. Se acercó a saludar a Octavio y a Cidoncha, con su flamenca simpatía que llenábalo todo de sonrisas y de ademanes desenvueltos. Minutos después llegaban el juez, el registrador y unos cuantos propietarios. Luego, más concejales, el síndico, el alcalde, cinco curas. Pasada la hora de plazo que a la pereza de los joyenses se le solía conceder en toda cita, iban acudiendo puntuales. Dos médicos. Detrás el capitán de la Guardia Civil. En seguida otro grupo de respetables contribuyentes; y solo, desafiador con su áspero bigote y su rechoncha traza de limpio zapatero, Gómez, que, luciendo un numero de su periódico y lápiz y cuartillas, fue a aislarse en un rincón, como al banco de la prensa. Llenábase el salón. Oblicuo el sol, entraba por los tres balcones. Un horno aquello. Empezaba a oler muy mal. Ultimamente, con su gigantesco y barbado adlátere Zig-Zag, apareció el no menos barbado y gigantesco seňor Jarrapellejos, haciendo al 107 concurso levantarse entre un murmullo de saludos. Subió al estrádo. Le desparramó a uno encima, sin querer, la lumbre de su puro. A Octavio le dio un apretón de manos. El alcalde le brindó la presidencia. El, modesto, sonriente («iNada de molestarse, seňores, seňores! iY vamos a empezar!»), prefirió un lado de la mesa, junto a Gregorio, el Garaňón, que, al volver a sentarse, se arreglaba la cruz del pantalón, con las piernas en paréntesis. -Aer! iContra con don Pedro Luis! -decíase a si mismo en la puerta el Mocho, admirando su llaneza-. Hasta para él había tenido una afectuosa palmadita. iQuién se lo hubiese dicho al furtivo cazador, cuando estuvo en el presidio justamente por matarle un guarda! Y era lo que irritaba a Octavio, que no podia sufrir en Jarrapellejos esta especie de impúdico servilismo a la inversa con tal de asegurarse el de las gentes. El alcalde tocó la campanula. -Seňores: en vista de las circunstancias que atravesamos, se ha convocado a esta reunion con el objeto..., se ha convocado a esta reunion para... para... Titubeó. No lo sabia. Le acorrió don Pedro, a media voz: -Hombre, Fabián... para dar cuenta de los trabajos hechos en la extinción de la langosta, para ver de remediar la situación y para oír a los peritos. -Eso es... para dar cuenta de los trabajos de extinción de la langosta, para... Repitió la frase, y en giros llanos, pero nada torpes, púsose a pormenorizar aquellos municipales trabajos de extinción. No, no, Fabián Salvador, el padre de Purita, no era torpe, sino, al revés, un despreocupado de los formulismos y responsabilidades de su cargo que, con hábiles improvisaciones, salia de atolladeros. Antiguo camarada de don Pedro Luis, el juego le arruinó, y don Pedro le hizo alcalde. No había más alcalde que él, desde que empufió la vara, seis aňos atrás. Se le vio rápidamente reponerse... alzar la hipoteca de su casa, comprar tierras, lucir de nuevo a la familia por la carretera del puente en coche... Los fieles amigos achacaban tal prosperidad al simple hecho de haber perdido el vicio a la banca; Gomez, en cambio, portavoz del siempre postergado y pequeňo grupo conservador, en su dichoso 108 periódico no dejaba de largar insidias sobre los trigos del Pósito, la venta y los arriendos de la dehesa boyal y los Consumos, las contratas de obras del Teatro y del mismo Ayuntamiento. Se le dejaba despotricar, a Gómez, hombre de puňos. Después de todo, maldito si nadie hacía caso de La Voz de La Joya. Puntualizaba, puntualizaba el alcalde la labor municipal. Gasolina, treinta y dos latas. Vigilancia de guardias rurales a caballo avisando a tiempo los sitios en que amenazaba la langosta. Ciento treinta y tres peones conteniendo la plaga con zanjas y barreras... -«Bien, si; poco y malo -salto del fondo del salón la voz metálica de Gómez-. Y aun ello, no para los Valles; para fincas, donde no hacía falta, en realidad, de cuatro paniaguados». -«iFuera!», se gritó; y siguió el orador, impávido. Dada la insignificancia del fondo de calamidades y lo difícil de aumentarlo, proponía una permanente asociación particular contra las futuras eventualidades de la plaga, por medio de suscripciones, o quizás, mejor, un recargo de las cédulas. Asi tendríase siempre gasolina. «El municipio ha cumplido bien, dentro de sus medios, y... He dicho.» Una salva de aplausos sancionó la gestión del municipio. Surgieron algunas protestas de la gente que en el pasillo se agolpaba, detrás del Mocho, y se amenazó con mandar desalojar. Les fue concedida la palabra a los peritos..., sino que ya un eura, don Roque, habíase anticipado, levantándose. Largo sermon de voces destempladas y tonos conminatorios. El publico, al cuarto de hora, bostezaba. Entendía don Roque, adornándolo con citas en latin, Trahit sua quemque voluntas24, que todos los males del pueblo no eran más que un castigo de la cólera divina a la inmoralidad y la incredulidad. (-«Oye, éste -le inquirió a Octavio Cidoncha- ino es el querido de la madre de Purita Salvador?» -«Si, de la alcaldesa. Ata esa mosca por el rabo.») Habló de «Gomarra y de Sodoma». (-«iGomarra o Gomorra?» -dudó el registrador. -«Hombre, no sé; me suena aún más Gamorra» -vaciló también el juez-.) Quería que, en vez de profanas suscripciones, y puesto que ya funcionaba la hermandad de San Vicente, constituyéranse para darle al culto mayores faustos que habrían de aumentar la religion... Se le aplaudió mucho. "Trahit sua quemque voluntas": A cada uno le arrastra su pasión. 109 -iPido la palabra! -gritó Cidoncha, indignado. Le fue concedida, dejando a uno de los delegados sentarse nuevamente. En contraste con la hueca oratoria de don Roque, produjo expectación la del profesor de Agricultura, reposada, pero enérgica. Unas invocaciones suaves a la humana fraternidad, y pasó en seguida a proclamar que no debía concederse de limosna lo que debía otorgarse por derecho. La miseria presente se podía conjurar, en parte, evitando el mezquino y cruel ahorro que representaba el que las mujeres trabajaran y los hombres emigrasen en la siega. Solicitaba para éstos, además, el reparto del trigo comunal del Pósito y la condonación de arriendos de unas fincas, de la dehesa boyal o de las particulares, cuyas cosechas habían perdido por culpa de la ajena incuria. La langosta, según la frase consagrada, no era más que la piojera de los pueblos. La sufrían los que no querían limpiarse. (-«iBravo!» -aventuró Octavio tímidamente, si bien provocando murmullos de aprobación hacia la puerta-. El alcalde, sonriendo a Octavio, amenazó con la calle a los de fuera del salón.) Y, ahora bien, el modo de limpiarse, el único modo de limpiarse, dejando por siempre a un lado gasolinas e inútiles socorros, estaba en roturar las dehesas, donde desde tiempo inmemorial venían aovando los langostos. Esto era tan sencillo, tan breve, en la región, en Espaňa entera, vergüenza de naciones, como limpiar con un peine y un poco de jabón la cabeza de un muchacho. -« i Ay de los que, no haciéndolo -terminó-, fueran culpados de la tremenda responsabilidad cuando los humildes acabaran de enterarse!» Hubo que acallar otra vez a los humildes. Fuerte rumor de contraprotesta en el salón. -«iAy ay, anarquista! -gloso al oido del vecino un viejo propietario-. iMe parece que en La Joya te vas a caer con el equipo!» Y levantado, pudo al fin tirar de papeles el más gordo de los emisarios del Gobierno. Memoria. Ciňéndose a lo de su incumbencia, leía los técnicos datos obtenidos por las calas y sondeos. Más de diez minutos con la enumeración de las dehesas en donde aovaban los langostos, y que deberían ser roturadas: Iboleón, Las Margas, y El Terrajo, de don Pedro Luis Jarrapellejos; Camuňas y Zorita, de don Roque Jarrapellejos; Las Pelas, de don Romualdo Jarrapellejos Galván; San Fernando y Piedras Biancas, del seňor conde de la Cruz de San Fernando; Gorgorillas, de don Andres Rivas Falcón; Zarzalejos, de don Gregorio Falcón Jarrapellejos (saltaron Rivas y el Garaňón en sus 110 asientos, poco menos de brutales); Monterrubio, del seňor duque de Monterrubio, de Madrid; San Beitran... Siguió la lista. Acabó la lista. Octavio se tranquilizó. -«iEstupidos!» -pensaba, a pesar de su íntima alegría-. Habíanse limitado a la zona norte. No habían ido por su dehesa. Pero, irritadísimo el seňor Rivas, con su respetabilidad de grueso y viejo propietario, y con voz torpe de caňón, acalló los «ibravo, bravo!» y los «imuy bien!» del mal bicho de Gómez, para afirmar que, siendo La Joya un pueblo esencialmente ganadero, seria una atrocidad meter los arados en las dehesas. La langosta, al salir, en abril o mayo, daňaba poco las hierbas; y salvadas éstas, nada importaba que algún aňo se comiese los sembrados. -«iQuienes son labradores aquíľ... iCuatro gatos, cuatro gatos!... También yo y todos nosotros tenemos trigos y cebadas, y algunas veces se los comen. iQué más da! iNo seré yo quien se ponga a roturar, ni aunque me aten. Y de mi parte, al menos, pueden ustedes decide al Gobierno, seňores comisionados, que si quiere arar las Gorgorillas habrá de ser por su cuenta y mandando más ejército que al moro!» Se sentó, dando en el brazo de la butaca un puňetazo que le pilló un dedo a Gregorio. Grandes aplausos. Gómez vociferaba inútilmente. Hízose la calma, y nadie más quiso intervenir. LA qué? Quedaba perfectamente manifiesta la voluntad de la asamblea. A Mariano Marzo, orador fluido, y a impulsos de sus borracheras rebelde en ocasiones, le habían reventado el discurso que traía dispuesto, acerca de la necesidad de roturar. Se levantó don Pedro Luis, y resumió, no sin sorpresa de todos; la roturación parecíale lo único urgente e importante; se debía proceder de acuerdo con la Dirección de Agricultura, en vista de aquellos datos que presentarían los seňores delegados, y que, por lo demás, ya existían de aňos atrás en los centros oficiales. Para lo restante, relativo a los socorros, una comisión de estudio quedaría nombrada incontinenti. Era don Pedro Luis, y nadie rechistó. La comisión fue nombrada: presidente, el seňor eura, don Roque Jarrapellejos; vocales, otros dos seňores curas, Mariano Marzo y Gregorio... que ya bajaba los estrados arreglándose la cruz del pantalón. Con el alcalde, los Ultimos, permanecían don Pedro Luis y el grupo de parientes y altos propietarios. Rivas, bufaba. -«iLo que es yo no doy un real más a suseripciones; y creo lo de roturar un disparate!» Ill Calmábale el diplomático cacique. -«Pero, hombre, Andres, pareces tonto; iqué suscripciones de Dios ni qué roturamientos? iTe piensas que de esa comisión resulte nada, ni que el Gobierno se acuerde de aquí a un mes de la langosta?» -«Pero... ty si se acuerda, tú?» -«Si se acuerda, con hacernos los suecos, como siempre, en paz. iA fe que el duque de Monterrubio no anda al medio, alia en Madrid, por si no sobrase con nosotros!». Se admiraron. He aquí el hombre que sabia quedar bien con todo Cristo. Efectivamente, en la puerta, cuando salia con Zig-Zag, los mismos braceros rindiéronle una ovación más grande que a Cidoncha. Zig-Zagy don Pedro Luis se fueron paseando hacia la ermita, situada a medio kilómetro del pueblo, al lado opuesto del puente y de la Ronda. Reanudaban la conversación que habian traido antes, de Isabel. -«Y bien, itxx crees?...» Si, creia Zig-Zag todo lo del profesor música celeste. Un pelagatos más feo que Carracuca. La chica fingia aquello para darles guayaba25, y nada más, a los que andábanla rondando. Visto el juego de ella y de la madre, como en todas: hacer rabiar un poco, aguardando un buen postor. -No, caramba, tú..., que ya llevan tres o cuatro aňos del juego; desde que Isabel tendria catorce. -Y qué. iQuién la ha dicho nada formalmente? Mucho la gente en la cruz, frente a la ermita; mucho florearla y seguirla, pensando cada memo que por su cara linda la pueda conquistar, y poco ofrecerla más que algún billetejo de diez duros o zarcillos de la feria. -Gregorio, sin embargo... -iEl Garaňón?... iBah! Echarle a la Cegata con la pretension de Uevársela por tres pesetas diarias a una finca. iNo es la Isabel mujer para alcahuetas ni esos precios! Escuchaba atento Pedro Luis. Zig-Zag era una autoridad en la materia. Moreno bronceado, de rizosa barba negra terminada en dos puntas, que le llegaban al pecho; guapo y arrogante como un guerrero moro, justamente le debia el mote a su exacta semejanza con el moro de los libritos de papel de fumar Zig-Zag. En cierta ocasión, habiendo ido con los prohombres de La Joya a cumplimentar al rey Alfonso Darles guayaba: darles largas (en America, "guayaba" es mentira, embuste). 112 XIII, al paso de éste hacia Lisboa, por la estación de Las Gargalias26, le dijo: «iCaray, caray; su majestad estará cansada!»... y con motivo de tal frase, que dio mucho que reír, algunos llamábanle Caray; pero prosperó más y le quedó, en definitiva, aquel otro sobrenombre de Zig-Zag. Ex albaňil medianamente enriquecido, jugaba al monte, organizaba las cacerías de los seňores, acompaňándoles no počas veces para servirles de broma y diversion; buscaba minas, mentía bastante y, a pretexto de que acostándose primero su mujer hartábanse en ella los chinches y mosquitos, que luego, gordos y reventando de sangre en las paredes, a él no le picaban, pasábase solo las noches enteras recorriendo en alpargatas las Calles de La Joya, y husmeando lios por tapias y por rejas. Lo notable estaba en que, tiernamente enamorado de su esposa (salvo en aquella egoista desconsideración de los chinches y mosquitos), nunca trataba de aprovecharse de los secretos que iba descubriendo -dichoso, nada más, de podérselos participar a los amigos-. El era el primero en saber las pastorcitas y artesanas que se echaban al raso, si no se le anticipaban los mismos que lograban deshonrarlas, y él garantizaba las purezas materiales de Isabel, hasta la fecha, por las calmas nocturnas de la ermita. -De modo, que... tú opinas... -insistia don Pedro Luis, tornando al otro extremo de la conversación tenida antes. -iQue si!... Que la langosta y el ciclón los ha dejado a perdone usted por Dios, que me consta que el padre ha ido a pedirle mil pesetas a réditos al Zurdo para atender a la tahona, que sé que el Zurdo no se las ha querido dar, sabiéndole arruinado..., y que están pasando las moras, y que esta es la ocasión de que usted le ofrezca a la madre lo que quiera. Se habían sentado en la escalinata de la cruz. Miraban la puerta de Isabel. La pintoresca vivienda de ella, al borde de la carretera, aislada de las demás del pueblo por huertos y cercones, era una abandonada ermita que habían comprado y arreglado sus padres. El atrio, cerrado con tapias y convertido en jardin, por encima de las frondosas copas de una higuera y un nogal dejaba ver el cimborio de Gargalias: no existe como topónimo, aunque si el cercano fónicamente "Gargáligas", un caserío en el municipio de Puebla de Alcocer. 113 tejas renegridas entre una ruidosa volateria de gorriones, de vencejos, y la azoteilla del antiguo campanario, sin campanas. Otro campanario que habia tenido un esquilon, a media curva del cimborio, tenia ahora un nido en que estaban criando las ciguenas; y justamente, a pretexto de cuidar de los ciguenos, de darles de comer, todas las tardes subiase alii la Fornarina, sin mas objeto, en realidad, que coquetear dejando que de lejos la admirasen los tenorios de la cruz. -iMirala! -le dijo don Pedro Luis a Zig-Zag, largandole un codazo. Acababa de aparecer en la azotea, armada del cestito y de la cana. -iEh?... iLa... nina! Nos havisto, sinduda. Seanticipa. iMe parece, o yo estoy tonto, que la cosa significa algo para usted! Se estremecio Jarrapellejos, se sonrio. Hombre listo, dudaba, sin embargo. En esta trabajadora familia, que con la tahona vivia desahogadamente; que, arrendada o no, disponia ademas de una labor de dos yuntas de borricas y de un carro, iserian verdad sus grandes apariencias de honradez, o entraria en sus calculos vender a la muchacha?... iAh, Fornarinal... Ni el ni Zig-Zag hablaron mas, extasiados de belleza. Por encima de las tapias, por encima de los arboles, en la aerea azoteilla, la gentil silueta de arrogancia se recortaba contra el cielo. Tenia a la cabeza un panolillo de seda azul, atado atras, a la turca, y llenos de harina la cara y los arremangados brazos. Iba sacando del cesto pan o lo que fuera, prendiendolo en algun alfiler de la cuerda sujeta a la punta de la cana, y dandoselo a los ciguenos... que abrian el pico, empinandose torpes en el viejo nido de pastos y malezas. Aparentando no haber visto a los que alii abajo la admiraban, de espalda a ellos, asi mejor podia lucir las esbelteces del talle y la poderosa redondez de la cadera al inclinarse a la baranda. -iQue mujer, Virgen Santisima! -pondero Zig-Zag-. iParte un napoleon27 de un cuesco! «iGuarro!» -penso don Pedro Luis, a quien la hermosura delicada de Isabel inspirabale poeticas ideas. 27 Napoleon: moneda de plata de cinco francos, que tuvo curso en Espana con el valor de diecinueve reales. 114 Volvió a dudar. ijusta la fama de honrada irreductible de su madre o estrategia para explotar mejor a la chiquilla?... Un pensamiento, de pronto, púsole de pie: «En todo caso, bueno fuera no desperdiciar la ocasión de sus apuros para obligarla con un préstamo..., con un préstamo que tal vez no le pudiese pagar, al fin, más que con la niňa». -iEspérame! -díjole a Zig-Zag, sin más explicaciones. Y con la urgencia de dejarlas, siquiera, obligadas cuanto antes; de que otros, Gregorio tal vez, no le ganasen por la mano..., pasó junto al pilar, cruzó la carretera, y llamó a la puerta de la ermita. Dejando su distracción en la azotea, le abrió la propia Fornarina, a quien la tapiay las ramas del nogal habianla impedido mirar quién fuese. Al verle, púsola encarnada la sorpresa. No ignoraba que le debia su apodo, grato al fin, a este viejo galanteador que siempre deciala cosas por las calles. -iHola, don Pedro! -sonrió. -iHola, Isabel! icómo estás? -Bien, Ly usted? Entraba él, venciéndola la pasiva y leve resistencia. -Muy bien, gracias -respondió; y hubo de aňadir, dándola paternales palmaditas en el hombro, según costumbre suya con las jóvenes-: Tú, tan guapa, tan ingratona, digna de ser la reina de Espaňa. íY tu madre? Querría hablarla. -Ha salido. -iOh! iEstás sola? Ella, alejándose, sacudiéndole de un manotón el brazo, porque tocábala la cara, repuso: -Está mi padre. iLe llamo? -No, mujer; no es igual; querría hablar con tu madre y contigo. ÍQué arisca eres! Y qué simple, además; imira que haber ido a enamorarte, según dicen, de ese tonto de Cidoncha! -iTonto?... iCree usted, don Pedro? Sonreíale, pícara, habiendo dejado al medio, por defensa, unas cubas de azucenas. El hábil camastrón28 confirmaba el gusto de Camastrón: persona disimuladay doble que espera la oportunidad de hacer las cosas. 115 seňoríos de la hermosísima muchacha en sus botas finas, de punta de charol, y en el corte de aquella ceňida y vieja falda que se ponía para el trabajo. Nada de refajos ni aparejos redondos. -Y si no es tonto... peor para ti, Isabel. iQué vas a sacar de un hombre asi? Tú, con ese cuerpo, con esa cara, con sólo que lo quisieras, podías tener... hasta coche en La Joya..., como otras que lo tienen. Fue recogida por la singular burlona ruborosa la alusión a Orencia. Sonreía, sonreía..., y acercábase don Pedro. Pero ella dio otra media vuelta a las macetas, prestamente. -Qué, iaviso a mi padre? Con una mano le estaba indicando la puerta, con la otra, el sitio de atrás, de los corrales, en donde su padre estaría. Era una alternativa, tan suave como firme que desarmó al tenaz. -Bien; avisale, mujer. Pero al verla ir, en un revoleo de faldas que la descubrió un poco de la prodigiosa pierna por encima de la bota, la llamó: -Oye, oye, niňa, Isabel, ven, primero..., te iba a decir... -iQué! -Ven... iQué prisa tienesľ... iAcércate! -iPara qué? -Para que si; iescucha!... iVoy a comerte, quizás? -No -dijo ella, volviendo-; a mi no me come nadie, y bien lo sabe usted, don Pedro. iQué quiere? Cauta, no obstante, dejaba ahora entre los dos una especie de estanquillo que estaba al pie del pozo. Y como su sonreír de burla y seguridad acabó de desconcertar al cacique gigantesco, éste se limitó a divagar, hundiéndose las negras uňas en la gris maraňa de las barbas. -iQué prisa tienes, chiquillaľ... iQué estabas haciendo?... iQué les das a las cigueňas? iPan? -No, esto: renacuajos. Seňalaba al pequeňo estanque, en cuya agua verde pululaban los panzudos y viscosos renacuajos a miliares, -i Ah! i Los crías aquí? -Aquí los crío. -Y los comen bien... las cigueňas... -Regular. 116 -Claro... idados por ti! iCapaz sería yo de pagarte cada uno a cinco duros! Un nuevo intento de aproximación de él, la hizo partir ligera, riendo, en busca de su padre. Risa de coquetería extraňa... iLe trasteaba Isabel?... Orencia tendría razón. A su edad, acaso, las demás mujeres le iban queriendo ya para explotarle. iQué más daba! No por eso gozaba él menos a la que caía de su cuenta, y que se despidieran los otros, jóvenes o no, cuando él se proponía. La riqueza era un don que Dios concede, como la misma juventud. Puesto, ibah! isería suya esta muchacha! Miraba la casa, la ermita. A la izquierda el horno y las paneras. Todo limpio. Sillas buenas. Jaulas de grillos y jilgueros. ilba a costarle!... Nada respiraba la miseria en el jardín. -Don Pedro..., pero don Pedro, tanto gúeno por aquí... iCómo no ha entrao?... iQué tonta la chiquilla! iPase, pase usté! Afeitado el padre, en mangas de camisa, con la cara inexpresiva de otro cualquier labradorcete, y ajeno, sin dudas, a aquellos trapicheos de novios profesores y a aquellas ínfulas de grandeza de la hija y la mujer, vendría del pajar y sacudíase los zapatones. Le condujo al interior. La nave de la ermita hallábase dividida con techos y blancos muros que habíanla convertido en una pequeňa vivienda confortable, doblada de graneros. Unicamente el fuste de una columna empotrado en un rincón, delataba la antigua arquitectura en la estancia a que pasaron. Más dentro, un dormitorio con cama de hierro limpísima, con lavabo de Vitoria, con cortinas claras..., que debía ser el de Isabel. El rey que hubiera llegado a la casa, no le inspiraría a Roque, al dueňo de ella, más turbaciones de veneración. Hízole sentarse, sin sentarse él; le pareció más cómodo después un sillón de madroňo para ofrecérselo, y lo aligeraba de un gato, de un bastidor de bordar y de unas almohadillas de costura... S obre la mesa había una jarra con claveles. -Siéntate, hombre, Roque, siéntate. Mira, vengo a verte, porque tú sabes que yo, sabiendo la excelentísima persona que eres tú, y tu fidelidad en las elecciones, te aprecio como amigo... -iVa a haberlas? -inquirió Roque veloz, no pudiendo entender de otro modo la visita, y alzando una mano tal que si fuese ya a depositar en la urna su sufragio. 117 -No, no se trata de eso. Ahora, al revés, se trata de que yo te pruebe lo que soy amigo tuyo, y de verdad, de cuerpo entero...; se trata de demostrarte que hasta la pared de enfrente pueden mis amigos disponer de mí y mis intereses. Te ha tocado perder mucho, casi todo, con esto del ciclón y la langosta; no has querido ir a buscarme, como otros, sin duda temiendo molestar, y yo, que sé que el Zurdo se te ha negado ayer a cierta petición... vengo a ti a decirte: icuánto necesitas? Al bravo apostrofe, que habia hecho palidecer a Roque de infinita y honrada gratitud, acompaňó la acción de sacar y brindar abierta la cartera, que siempre el millonario llevaba atascada de billetes. Roque lloró. La emoción le embargo por un instante en el solo afán de besar aquellas manos. No acertaba a hablar. No acertaba a comprender que pudiese merecer tantas bondades; y llorando, llorando, queriendo siempre besar las manos generosas, rechazaba la cartera. Torpe el diálogo, a partir de aquí, fue el seňor Jarrapellejos quien de clemencia en clemencia tuvo que conducirlo hasta dejar encima de la mesa, no las mil pesetas que el timorato Roque creia necesitar, sino dos mil... en dos solos billetes. -Pero, i don Pedro de mi alma, que no le podré pagar este verano, por mucho que arrecoja uno de lo poco que le quea! -iYa me pagarás! iTú crees que yo me arruine? -Pero, i don Pedro de mi alma, que sobra con las mil! -iQuita, Roque, bobo! La. que vas a andar con estrecheces?... iY cuando quieras más, más; vas y me lo pides! -iPero, don Pedro de mi vida y de mi alma, espérese usté, por Dios, siquiá un cacho de recibo! -Qué recibo; ihombre, hombre! Mas, ioh, no! ibah, no!... En esto se obstinó Roque tan terco que tuvo don Pedro que esperarse... IV Sentado en el taburete, al centro del sombrajo, espiaba Melchor la lejanía. Los demás, tumbados contra los aparejos de las bestias, tenían cerca el cántaro del agua. Ya uno con el escalofrío de la terciana29, no cesaba de beber. Otro, muy flaco e hidrópico del vientre, incapaz de soportarse nada en la cintura, mostrábalo venoso y tenso a través de un jirón de la camisa. No hablaban. Inyectados los ojos, absortos bajo la sensación de su tormento en el seco ambiente que negábales hasta el consuelo de sudar, se rascaban el ardor de los brazos y el cogote. Eran los limpiadores -nuevamente por una calma del aire forzados al descanso. Un perro ladró. Moviéronse detrás del sombrajo las espigas y apareció un hombre con bandolera de chapa y escopeta. -A la pa e Dio. El Gato, guarda de las eras. Huyéndole al sol, desde bien temprano estuvo durmiendo y cazando en las próximas alamedas del Guadiana. Tiró al suelo el sombrero y dos patos que traía, y se sentó. Teráana: fiebre intermitente que repite cada tres días. 119 -Vaya un diíta, ieh? pa los que no tenemos más remedio que chincharno. Ni las cigarra, ni las jormiga han salío de sus bujero. iTra ca un cigarro, Melchó! La falta de tabaco haciale anticipar el regreso de aquellas frondas agradables. Dia de prueba el de hoy, a la verdad. S e respiraba llama. Olia a retostado pasto en todas partes. Dijérase que, especialmente en el bochorno de fuego de la siesta, no habian ardido solas las eras por milagro. Amaneció con una aurora de calma sofocante, sin una nube, y sin nubes iba declinando el sol en los trágicos resplandores de su lumbre. La planicie tendia la dorada abundancia de las mieses hasta la colina de las huertas, tras la cual alzaba el pueblo las siluetas de las torres. Incierto y agitado intermitentemente el aire de horno, levantó a menudo a los espacios el tamo de las parvas en abrasados remolinos. Continuaban las faenas de acarreo. Continuaba la trilla con reatas de mulas y caballos, con rodillos de paletas que solian llevar en el pescante una mujer. Cien veces habíase agotado en los botijos el agua como caldo. Bebían, bebían las gentes sofocadas, escociéndoles la piel con una sensación de quemadura, y bebían aquí también el del frío de la terciana y el del vientre hinchado, a mudas y fugaces compasiones contemplados por los otros. El Gato se fijó en el de la fiebre. Se compadeció. -«iVete a casa, hombre!» iSí, si, a casa! iQuién le ganaba el jornal? Había atrapado aquello desde mayo, llevaba gastados en quinina treinta reales, porque ya no se la daba por la iguala el boticario, y eran siete de familia. -«iRediez!» -reparó luego el Gato en el hidrópico. -«Y tú, hombre, Colás, icómo andas?» -«Rematao. Pa estallá uno de estos día.» Enfermo hacía dos aňos, el médico decíale que «lo daba de aquí, de la asaura», que bebiese leche, que no hiciese naday que, si no, no curaría. Su mujer, embarazada, hubo de sustituirle, hasta que veinte días atrás viose acometida de parto en pleno campo, en plena siega; parió sobre unos haces y murió de insolación y de hemorragia cuando la transportaban al pueblo en parihuelas. La «cría» murió también. El padre, dejando la cama, tuvo que volver a trabajar para atender a otros tres niňos, de quienes cuidaban mientras las vecinas. -iNo ťhan socorrío en la Asociación? Ali dan leche. 120 -Una semana me la dieron. Despué, dicen las seňoras que tien a otros que atendel. Fatigábase Colás, sólo con responder a las preguntas. Tuvo que aflojarse más el pantalón. Su rostro era ya el retrato de la muerte. Y el Gato se irritó: -iMe caso en Ronda! iQu'esto lo pua naide consentí! iEstás malo?... pos amuélate y trabaja y echa los reaňos po la boca; que si se enferma mi jaca, bastante hago con pagale el albeita30 y la cebá. Y si no estás malo, lo mesmo: cuatro rales en ivierno, escuérnate criando una familia, y yo me acostaré con tus chicas cuando sean grandes y libraré a mis hijó mandándote los tuyos a la guerra. iCuatro rales, seňó! iCómo quedrán que se valga asi dengún cristiano?... Pague osté casa, leňa, luz, zapatos y ropa y pan pa cuatro u cinco; pague usté médico y botica..., y allá le van contribucione y consumos que lo balden, y la cárcel si llueve y no hay jornal y se sale uno al campo a buscase unas tarama. Mucho con que se iban a rotural las dejesas, y sin rotural siguen; mucho con que se iba a queá lagente a la siega, y ila e siempre!... los padre, los marío, fuera, y las hija y las mujere aqui, de día a matase por la cochina pesetilla y de noche a perdel la poca lacha31 que las quea, a na que se descuidian, aguantando en la parva al seňorito. Mirailas allí, aquéllas, ise les pue asi desigí a las probe ni vergüenza?... medio en pelota, pa no morise sofocás, y er carrero abajo aupándolas a gateá por los varale. iRediez con las cosa de este mundo, y rediez con los beato seňorito y seňore d'este pueblo, a toas hora sin pensa más que en caele a arguna entre las pata... que es ya un asco!32 Miraron los oyentes. Más que el forzoso impudor de las mujeres, chocábales la indignación del Gato, que no sólo no tenia hijas ni mujer, sino que siempre había defendido a los sefiores. Sobre algunas pequeňas parvas, al lado de aquellas otras en que trillaban los trillos y los mulos Albeita: albéitar, veterinári o. Lacha: vergüenza, pundonor (voz del caló). Este parlamento del guarda, un personaje siempre al servicio de los poderosos, concentra las dos líneas temáticas de la novela: las míseras condiciones de vida de los campesinos y el sometimiento sexual de las mujeres del pueblo a los deseos de los seňores (con un fin ciertamente inconfesable: pretende negociar con la emi-gración de las gentes). 121 y caballos, únicamente volteaban desmedradas recuas de borricas. Era la recolección de los pocos desdichados que habían tenido la suerte de salvar parte de su hacienda en estas fértiles vegas de la inmediación de La Joya, acaparadas por los ricos y nunca muy atacadas de langostos. Aunque este aňo los Valles fuesen un desierto, los carros llegaban aquí, colmados, del confín del horizonte. Se los veía lentos avanzar, alzando polvaredas de la tierra seca y de la paja, y pararse acá y allá entre las rubias montaňas de gavillas. Ruedas arriba, asaltados por las semidesnudas mujeres, empezaba la descarga. No habían vuelto aún los braceros emigrantes. Apenas quedaban otros hombres que los mozos de sol dada fija y los gandules y enfermos que no habían querido o podido partir. El Gato proseguía: -iQué tierra nuestra tierra, Dios! iMardita sea! Sali de aquí a la siega, me paice una tontuna. Allá, lejos, ďuna ve, familia y to, a America pa siempre. Trasantié estuve en Jaramilla, de ahí junto a Cervera la Reá, y aquello es entendelo. S e largan a bandás. Primores m'han contao. Er que allega, en cuanti escribe arrastra otro montón. No van queando ni las ratas. Vende ca uno lo que tiene, burra, cercas, y ihala!... a Buenos Aires. Les dejó un segundo bajo la mágia del nombre sonoro. Después, continuó el relato de lo que había aprendido en Jaramilla. Era el mismo cuadro de contrastes que les acababa de ofrecer a los molineros del molino, y que en tres días llevaba repetido muchas veces por las eras. iOh, Buenos Aires! Gran ciudad, donde desconociase el hambre y rodaba la plata a puntapiés. Sobraba el trabajo, faltaban los hombres, y hasta andaban silvestres en los campos las piaras de caballos y carneros por no haber quien las guardase. El que se iba, al mes empezaba a mandarles a la novia y los parientes regalos y billetes. Una escribia diciendo que estaba de moza en una fonda, que ganaba treinta pesos y el doble de propinas; su hermana, de costurera, treinta y cinco, y su hermano, ciento, en un café. -Echay la cuenta, y a ve si no resurtan cinco u seis mil rales mensuales, que n'hay Cristo que los gane aqui ni en medio siglo. Ademá, y esto sus dirá mejor lo que pasa en Buenos Aires -terminó sacando una carta y mostrando los auténticos sellos y timbres del correo-: un ciego que pide se emborsa diarios diariamente de limosna, 122 siete duros... iveilo en esta carta que m'han dao; y lela tu, Melcho, que no se diga que lo invento! Le alargo el papel a Melchor, indicandole en donde el pasaje comenzaba: «Pues, sabras, padre, que debo decirte tamien que aqui no hay pobres, porque tos tienen pa come y pa ajorra con su trabajo, y no premitirian tampoco echase a las Calles a pedi; pero, sabras, padre, que el otro dia estaba yo a compra una purga en la botica, y entro un ciego y sin decil na comenzo a sacarse del bolsillo punaitos de moneas de a dos reales. Y alla va un punaito; y otro punaito, y otro punaito; y aluego, el boticario fue y se las conto y se las cambio por siete pesos; y yo le apregunte al boticario que me dijo que era lo que venia a cambiale toas las noches de lo que sacaba de dejale pedi en la Avenia de Mayo por sei ciego. Pues sabras, padre, que me acorde de tio Tanasio, que lo es, y que si hubia quien lo trujese en el vapor, debia venirse cuanti ante» El asombro tenia a todos excitados. De pie, porque volvia a soplar el viento y lo debian aprovechar para la limpia, escuchabanle al Gato sus arengas. La cosa no necesitaba comentarse. De a dos realillos hasta la moneda mas pequena, la moneda de limosna, y i siete duros un ciego! Aunque gastase dos en comer, como un conde, ahorraria «diarios diariamente» cuatro o cinco. Preguntabanle, se informaban, y el Gato respondia cumplidamente. Se habia hecho amigo en Cervera del representante de la Compania de emigracion, y el facilitariale todo al que quisiese sin mas que un anticipo para arreglar los documentos. Pagaban los pasajes. -Pa dir. LY pa gorvel? -desconfio uno. -Hombre, Moro, pa gorvel ca cual cuando quia y que le paezca. -IY si despues de allega, que no hay mas remedio que achantase, resurta to mentira? -iPor que va a resulta? -Porque le tengo oido de lee a mi amo don Julian lo que traen de Buenos Aires los periodico. Revolviase el Gato. El recelo de Moro les aguaba el entusiasmo a los demas. «iPa chasco, los periodicos!» Defendian a los amos, y no iban a declarar que fuese aquello Jauja. Entre creer a don Julian «qu'era un ganso y no s'habia movio de La Joya, y creer a los que mandaban 123 guitay llamaban a sus hermano y sus padre, no cogia duda denguna». Además, se estaba aquí «tan rematadamente daos al mesmisimo demóngano, que na se perdiese por cambiá, manque hubiá de sel en el infierno». Desfilaban los limpiadores con un murmullo de aprobación, con el alma en los oj os Hena del miedo y el ansia de aquel lej ano paraíso. Solamente el hidrópico, apoyándose en el bieldo33 y con la otra mano en el vientre enorme que mal podían las piernas sostener, marchaba y lo había escuchado todo con la impávida tristeza del que ya hubiese estado oyendo la redentora promisión desde la tumba. Melchor, el ultimo, empezó a desperezarse: -Me voy tío Ramas -dijo. -iAónde? -Torna, a limpiá. -Bah, hombre, que limpie el seňó arzobispo de la diócesi. Fuma. Tra ca otro cigarro. Le entregó el muchacho la petaca, y el Gato filosofó: -Pa el cochino sueldo que nos dan, bastante hacemo. Despué de to, lo que se deja de hacé es lo que se saca de la vida. Unos a matarno, rompiéndono los brazo y derritiéndono los seso, iguar que burros condenaos; otros, a guardá, a beberse la cerveza ar fresco del Casino, y a jugase los billete. Por supuesto, que er dia menos pensao se me atufan las narice, armo otra vez er jollín, y que venga aquí de guarda el arzobispo de la diócesi. iTra ca un papel! Le dio el papel. -Riete tú, Melchó -prosiguió el Gato-, de Ceuta junt'a esto. En Ceuta estuve, y ni se pasa la mitá de estas fatiga, ni hace la mitá de este caló. Presillo por presillo, ar menos a la sombra, y segura la gandalla34 . Y no es que yo me pua quejá, que bien ves tú si me quieren o no y si me miman los seňore... pero ivamo! a que no tengamos na paque ellos tengan to, es mu duro resinnase. Bieldo: horca de maděra utilizada para aventar el cereal en las eras con el objeto de separar la paja del grano. Gandalla: gandaya, comida (utilizado solo en frases hechas como «buscarse la gandaya», buscarse el sustento). 124 -iPor qué fue, tio Ramas, por lo que estuvo usté en presillo? -Por na: por dale unos trompis al aperaó de don Andres Rivas, hasta queale sin sentio, que dicen que murió de las resurta, y por Uevame unas cochinas mula, en total, que no valían siscientos rales. Melchor estaba distraido, siempre mirando hacia el pueblo. Aguardaba a la Petrilla, hija de la querida del Gato, y que al anochecer veniase a las eras con su madre, para cenar y dormir bajo el cielo, echadas de La Joya por el calor y los mosquitos. Tuvo la sorpresa de verlas surgir de entre unos montones, ya bastante cerca. Petra y él, eran novios. Aunque ella habia cumplido apenas quince aňos, y él veinte, por hijó de viuda libre del servicio, trataban a todo escape de casarse. El Gato le hablaba, pues, como de familia. Nunca estaba de sobra un compaňero convencido -por más que, hasta la fecha, habiase bastado él en las noches de invierno a la sencillisima tarea de esperar a los sefiores que salian del juego y pedirles (sonrisa en boca, garrote en mano y puňal en el bolsillo) cinco duros. -«Don Fulano, si usté quisiá haceme el favó de argo, porque anda uno tan mal con un sueldo tan chico y tantas bocas en la casa...» El sueldo consistía en dos pesetas diarias que le había asignado el Ayuntamiento, como conserje de la prisión municipal (y claro es que, habiéndola judicial, no tenia que guardar nada) tan pronto como hubo vuelto del presidio. Diplomático sistema del cacique, del gran Jarrapellejos, del hombre que sabia quedar bien con todo el mundo: a los amigos que se arruinaban al monte35, los nombraba alcaldes, secretarios, administradores de consumos, a fin de que pudieran reponerse; a los ladrones y asesinos los domaba en simpatias haciéndoles guardar las vidas y haciendas de los otros. Gente de cuidado, no obstante, don Pedro Luis era el primero en darles unos duros al verlos aparecer por las tinieblas. En esto consistia el sueldo del Gato aumentado ahora con un suplemento de diez reales, asimismo del municipio, como guarda de las eras; y por cuanto a las bocas de su casa, habían sido más, cuatro: la de esta Sabina que llegaba, la dulcera, que haciendo dulces y vendiendo vinos y licores manteniale a cuerpo de rey en calidad Monte: juego de cartas de envite. 125 de fiel amante, y las de las tres hijas de Sabina -Estrella, Aurora y Petra-; sino que Estrella y Aurora, según habían ido cumpliendo los quince aňos, con dos de intervalo, se habían metido a prostitutas y estaban la una en Madrid y la otra en Badaj oz; y sólo quedaba Petra, a quien el Gato, con las consiguientes trifulcas y enérgicas y celosas oposiciones de la madre, quería a todo trance deshonrar, ya que no pudo hacerlo con las otras, antes que se casase con Melchor o se fuese también con las hermanas. Pasaban Sabina y la muchacha; Sabina descubrió a «su hombre» y se acercó a entregarle de la cesta el tabaco que traía. Iban a cenar conejo frito. «Llevate esos patos, pa manana.» El Gato anticipábase un trago de la bota. Melchor, en tanto, fue furtivo junto a Petra: -«Ya sabes... esta noche, en cuanti la luna sarga y sientas que hago la corneja...» -«iChist! iSí, bueno!... que van a oirte» -le impuso ella, turbada de inquietud su cara granuja de angelillo. Era menudita y rubia, casi roja. Tenia la boča encarnada y muy pequeňa, muy pequeňa. Fingíale al novio indiferencia, apartada algunos pasos, y Melchor, disimulando a su vez, se echo al hombro el bieldo y se alejó hacia los montones de la limpia -no sin antes reafirmarla-: «iEn er soto e Tablaj onda!» -Aire pa alante itú! -le dijo a la chica el Gato, puesto en marcha con la madre. Petra se adelantó, temblando. La voz de este hombre la aterraba. Había prometido retorcerla el pescuezo, y más de una vez había tenido la madre que acudir a quitársele de encima -toda araňada ella, medio muerta-. Y no era que, al fin y al cabo, por si misma la importase mucho complacerle, sino que la celosa madre, que ya una tarde la puso negro un ojo, con juramento de cruces teniala dicho que la iba ahogar si se dejaba. Caminaban los tres, a su sombrajo. El Gato se informaba de Sabina. -«iQué, viste a seňá Cruz?» No, no pudo verla Sabina esta tarde. Cuando fue a su casa ya se había venido seňá Cruz. Ahora buscaríala y la hablaria. Tratábase de la madre de Isabel, la Fornarina, y de un encargo de don Pedro Luis, importante para todos. Sólo de gratificación, habíale anticipado a Sabina don Pedro quince duros; y la entregaria veinticinco más, si con mafia lograba que la Cruz cediese a que la Isabel se le entregase... 126 -i Mira, mira, qué de golosos, la Isabel!... i na ma de asuponerse que vendría dende esta tarde! iQué suerte la de argunas! Indicaba ella la era de Zig-Zag, cerca de la cual iban cruzando. Sentados en la especie de glorieta que formaban las gavillas, charlaban el Garaňón, Mariano Marzo y el médico Barriga; pero, más aún que charlar, contemplaban cómo allá no lej os la Fornarina guiaba un trillo. -iConchi! -admiró el Gato- ini las mosca a la miel! iLa gúelen! iMira quiénes más vien'a caballo p'allí! Don Pedro Luis, acompaňado de Zig-Zag. AI lado del caballote tordo, de don Pedro, aún parecía más diminuta la negra jaca jamonera en que al no menos gigantesco ex albaňil arrastrábanle las piernas. Nadie ayer aquí de todos éstos. Maravillosa su sagacidad por haber aprendido tan a tiempo que hoy en la era de Isabel la trilla empezaría. Sabina y el Gato apresuráronse a ganar su cobertizo, en la del Garaňón. Soltaron los patos, las cestas. Ella partió inmediatamente a buscar a sená Cruz. El a ver de dar alguna otra conferencia americana en otra parte. Por cuanto a Petrilla, alejábase hacia el rio con un cántaro al cuadril. Fue una dispersion que no pudieron ver don Pedro y su fiel acompaňante. Según éstos avanzaban, Zig-Zag, más claro de la vista, reconocía a los que formaban junto a su chozo la tertulia. Digo, ieh? iahí es nada! iel Garaňónl Temible rival, aunque bruto, por su tenacidad y desprendimiento. Los otros, ipsiá!..., sin un cuarto, incluso Mariano Marzo, que a escape se arruinaba de tanto jugar y emborracharse, y queriendo, sin más que por bonitos, calzarse a la Isabel. Tropezó la minúscula jaquita, poniendo a Zig-Zag en riesgo de salir con toda su musulmana humanidad por las orejas, y una vez que la hubo refrenado, el jinete insistió en ponderarle al buen amigo las ultimas noticias que sabia del Garaňón: en primer lugar, la Sastra, de gancho con la madre de Isabel, era diestra en el oficio; en segundo lugar, el Garaňón habia mandado que la ofreciese la casa y el olivar de Los Tej ares... -iBueno, hombre, tonto, tú..., pues yo te voy a confesar! -resolviose don Pedro Luis a anonadarle mirando y sonriéndole desde lo alto del tordo caballote-; la Sastra será la Sastra y lo que quieras tú, y un mundo ese olivar de Los Tejares...; pero yo le he echado a la madre de 127 Isabel, a Sabina la Dulcera, más lista y decente cien veces que esa vieja, que ese trapo de la Sastra... Y ibueno! icuánto crees que puede valer el olivar? Dispuesto a los asombros, por saber con quién trataba, Zig-Zag repuso: -Doce o trece mil reales. Don Pedro le miró. Llegaban. Apresurose a concretar: -iBien! Tres mil duros, contantes y sonantes, en pasta minerál catalana, y en la mano, para que compren el cortijo de Álvarez el Pito, que está en venta, tiene el encargo de ofrecerlas la Sabina. Habrán hablado esta tarde. Vengo por la contestación. -iRe... contra! -iEso..., y coche antes de un aňo! iLo has de ver! Dejaron los caballos; los ataron. Estaban cerca de los otros. Acogidos con sonrisas maliciosas, le fue cedido a don Pedro un trípode de encina, y el ameno Mariano Marzo continuó charlando acerca de la actualidad: la boda del conde de la Cruz. Sin embargo, confluían todas las miradas hacia el lugar en que, a unos cincuenta metros, guiaba la Fornarina el trillo. La hermosa. La bella desdeňada y codiciada. La gentilísima, que lo mismo con novio que sin novio seguía riendo a los piropos cuando, blanca de harina, cruzaba por las calles con el cesto de pan a la cabeza. Maldito si estaba ahora el profesor, y con tal de volver más tarumba a los que ella bien sabía que la estaban contemplando, se había prendido, coqueta, en el sombrero un manojo de espigas y amapolas. Puesto el sol, ni el sombrero haríala falta, en realidad; a no ser porque el espejo, en casa, la hubiese dicho cómo bajo las anchas y pajizas alas agraciábanla los rizos negros. Para mayor encanto, los arrebatados fuegos de su cara se aumentaban a las rojas luces del crepúsculo. En la mano izquierda llevaba los ramales de las tres peludas y ágiles borricas, y en la otra el látigo. Nueva la parva, las largas pajas de las gravillas, mal deshechas aún, ocultaban como en una fofa nube de oro el carro en que daba vueltas la hechicera y rústica deidad. -«LaFornarina (frase del poético don Pedro, cortando breve aquella sabrosa charla sobre el conde) estaba aquí transfigurada en la Cibeles36». 36 Cíbeles: diosa de la agricultura representada en un carro adornado de espigas, como las que lleva la protagonista en el pelo. 128 Su padre y un mozuelo, trabajando en otras cosas, la acompaňaban; la madre, no; y esto pareciale de buen augurio al que suponiala con la dulcera en conferencia interesante. Pero volvían al gran suceso que traia al pueblo en sorpresa y en asombro. El conde de la Cruz se casaba con Ernesta. Con Ernesta, con la misma -Gregorio se acordaba- que al conocerle una tarde en casa de las Rivas, se hubo de indignar hasta casi la repugnancia y el horror porque juzgábanle las otras agradable. I El colmo! Octavio, ya casi su novio, al vérsela de pronto arrebatada, cogia el cielo con las manos. Es decir, suponiase que lo cogiera, porque, dadas las reservas de su orgullo, habiase limitado a retirarse de reuniones y a morder a caballo por los campos su derrota. iAh, una mujer como aquella, de veinticuatro o veinticinco afios, de viva llama, y un hombre de cerca de setenta, tres veces viudo!... Indulgente con toda humana flaqueza, Jarrapellejos trataba de explicarlo. De una parte Octavio, aunque había probado estar apasionadísimo de Ernesta, no llegaba a acabar de comprometerla seriamente en el noviazgo; y ella debió comprenderle, al fin, demás pagado de su juventud y de su estirpe para llevarla al matrimonio. De otra parte, pobre la infeliz, pero digna por su educación y su hermosura de los faustos de una reina, los coches y el automóvil y la corona condal debieron voltear en sus desvelos, por encima del desconfiado amor que Octavio la inspirase, desde que el conde le planteó su proyecto a tita Antonia. A diferencia de Octavio, el conde era bastante rico para no tener que reparar en que lo fuese su mujer. -iAh, si! -aňadió sarcástico Mariano Marzo, que si bien contento por el desastre del Octavio vanidoso, no podia sufrir que ni legitimamente se llevase a la bella forastera un conde carcamal- iy lo bastante viejo para no intentar conquistas sino a cuentas de una boda! -Hombre, Mariano -defendió don Pedro-, conquistas... ya ves tú que... con dinero... -De otro fuste, tito, ibah!... porque al conde, con la respetabilidad de su beaterio y su alta dignidad, le da por madamitas... Tres lleva, y no seré yo quien a la ultima defienda porque fuese prima mia, que, en resumen, lo mismo éstas que las otras..., isalvo el modo de venderse! El caso era que, una vez obtenido el asentimiento de Ernesta, ella habia tenido una cruel escena de ruptúra con Octavio; que el conde 129 había ido a Valladolid a pedirla, y que habíase acordado encargar a Paris y a Madrid el ajuar a todo escape, completándolo bajo la dirección de tita Antonia y bajo la envidia que a las amigas de la futura condesa espléndida las causaba el ver bordar tantos escudos y Coronas por almohadas y camisas y manteles. Tanta envidia, mal disimulada en corteses atenciones, que hasta decíase que dos habían llegado a enfermar: una, Joaquina Rivas, un tanto esperanzada por los habituales floreos del conde a sus ojos garzos; otra, Pura Salvador, cada día más escuchimizada y triste, con su carita rubia de payaso... Mas, no, bah, ioh!, acerca de esto, ahora, aquí, justamente Barriga, el joven médico, podia poner las cosas en su punto. Clientes suyas, ambas, sus enfermedades no tenían nada que ver con tales tonterías de la malicia. Y en Pura, menos; una niňita que tenía su novio cadete, el primo Anton, y que claro es que no se habría ilusionado nunca con el conde. Joaquina, padecía de paludismo; iqué relación iba a establecerse entre esto, que era una infección, y la envidia? Una ictericia, un histerismo... ibien!; pero icuartanas?37 ... Y a Purita Salvador, la pobre, a consecuencia de un paludismo larvado, también, habíala sobrevenido una ascitis... -iUna qué? -Una ascitis. -tY qué es eso? El médico la tuvo que explicar. Agua, hidropesía. La había vuelto a reconocer esta mafiána. A consecuencia de los infartos del hígado y del bazo, la sangre circulaba mal, y el vientre íbala creciendo. -Oye, tú, Barriga -deslizó maligno el Garaňón, de pie, arreglándose el pantalón en la entrepierna-, ty no será más bien una barriga? Fue esta vez Barriga quien tuvo que inquirir: -iCómo... una barriga? -iToma! iEmbarazo! La duda, que, en verdad, tratándose de una seňorita, de una pudorosísima chicuela, no se le habría podido ocurrir más que a este Gregorio barbarote, hizo protestar a todos. Afortunadamente, 37 Cuartanas: fiebres, casi siempre de origen palúdico, como sucede en este caso, que aparecen de cuatro en cuatro días. 130 el medico, harto oportuno, opuso su rotunda suficiencia a aquella duda que aqui surgia por primera vez y que no hubiera tardado en extenderse con la misma falta de fundamento que lo no menos estüpido de achacarle una hidropesia abdominal a envidias por el conde. -iOh, bah! iHombre, bah, Gregorio! -reconvinole don Pedro Luis, reafirmando con su digna autoridad, podria decirse, incluso al medico-. iQue barbaridad! iPurita! iPobrecilla! Y como al mismo tiempo vio que alla atras llegaba a su sombrajo la dulcera, se levanto y partio rapido, diciendo: -«iVuelvo!» Iria a su era. Se alejaba de Isabel y no tenian por que entrar en alertas los rivales. Siguieron estos oyendole a Barriga el plan de diureticos y tonicos que habiale establecido a Pura Salvador, y unicamente Zig-Zag, con el rabillo del ojo, pudo advertir de que sagaz manera su amigo y la Sabina escondieronse a charlar detras de unos montones. El cauto observador noto asimismo que al poco rato llegaba al sombrajo del Gato una muchacha con un cantaro de agua a la cabeza; y que, no mucho despues, Sabina se acercaba a hablarla, sostenia con ella una breve discusion, y volvianse las dos a esconderse con don Pedro en conferencia. iQuien seria? iLa hija menor de la dulcera?... Lo creyo a primera vista, y ino!... esta, mas alta, a menos que igual que sus hermanas, y en un ano que no la veia el, hubiese dado un estiron. En junio pasado, descalza, sin pecho, parecia una garrapatilla, una criaturita de once anos... Diez minutos despues, las dos mujeres se alejaban por un lado, y don Pedro se acercaba por el otro. Volvio a fijarse Zig-Zag en la muchacha, alta, rubia, encarnadita, con la boca muy pequena, muy pequena, sin apenas pecho en su cuerpo fino y recto de criatura, y volvio a parecerle la hija de Sabina. Don Pedro, montado en su caballo, saludaba, y le Hämo: -iBuenas tardes, senores! iHala, tu, Miguel, que nos marchamos! Zig-Zag ardia en curiosidad. -iQue? -inquirio, cuando los jacos hubieron avanzado veinte metros. Don Pedro Luis tenia la abstraida gravedad de las grandes trascendencias. Tardo un poco en contestarle: 131 -Esta noche, en cuanto cenes, si quieres acompaňarme, vete a casa. Tenemos que estar aquí a las... iA qué hora sale la luna? -A las once. -Pues, antes de las once. Era una orden. Era el gran seňor que unas veces le dispensaba arable su protección y su amistad, y que ahora le hablaba respetuoso; y como no le dijo más, picando adelante su caballo, tampoco Zig-Zag juzgó oportuno, por lo pronto, osar a pedirle pormenores de su triunfo. iOh, al fin, para él... laFornarinal iY en esta misma noche!... Často y todo, enamorado de su esposa como estaba Zig-Zag, que habia acompafiado muchas veces en aventuras semejantes a don Pedro, guardándole la espalda, sentia esta vez casi el dolor de la buenaventura de su egregio amigo con una tal mujer, con una tal divinamente humana virgen, capaz de hacerle perder el juicio a San Antonio. Melchor se alzó un poco, comprobó que dormían los compafieros, incluso el hidrópico, que se estuvo quejando rato antes, y salió de la parva a cuatro pies. Dejó la era. Dio la vuelta por otras de detrás y ya fuera de todas, salto la larga valla de piedras de la cerca que llegaba a la del Gato. Agachándose, avanzó. Le habian ladrado dos perros. La luna, en menguante, surgia inmensa por entre las torres de La Joya y la arboleda de las huertas. Volvia a reinar el silencio sobre el lej ano y monótono rumor de las presas del molino. Llegó el furtivo, y antes de resolverse a asomar la cabeza por lo alto de la pared, púsose a escuchar. El Gato le inspiraba miedo. Redoblando las cautelas, comprobó la inmovilidad de las cuatro o seis personas que dormían sobre esta parva. Es decir, una, Petra, no dormiria, aguardando la sefial. Al Gato le reconoció por la escopeta, tendida al lado de la manta. Púsose los dedos en la boca, y siseó, dos veces: iPsiiiiii! iPsiiiii! La corneja. Se alejó inmediatamente de las eras, cruzando los rastrojos. En el soto, se sentó. Doblada la suave ondulación de dos colinas, no percibía ya más que la mitad de la dištancia recorrida y por donde también «ella» hubiese de llegar. Bajo los sauces, al borde de la sombra, aguardábala, espiaba el momento en que alia arriba apareciese. Era la tercera noche que iria a tenerla; era Petra la primera, la unica que habiale hecho conocer las plenas delicias locas del cariňo, como era él el único y el primero que a ella hízoselas sentir, y la gratitud de toda 132 su carne estremecida le aumentaba la pasión al infinito. Creyérase otro hombre, desde que le reveló dulzuras ni soňadas de la vida esta mujer, esta novia de fino cuerpo, ardiente; esta chiquilla que se ataba a él como una cuerda y le mordía y le sofocaba. Petra le invito a esto, hacía seis noches, citándole aquí mismo, contándole que el Gato quería ser el que la deshonrara, a todo trance, y viniendo a «ser pa él», aunque el Gato, si llegara a percatarse, la hubiese de matar; y ya Melchor, en aquella cita, inquieto por el miedo al Gato y el dolor y el sangrerío de la muchacha, acudió tres noches después a la segunda cita, igual que voluntarioso e impaciente había provocado esta tercera, importándole bien poco que el Gato los pudiera sorprender y atravesarles juntos de un balazo. Pero... subía la luna, subía la luna, pasaba el tiempo, y Petra no venia. El pensaba proponerla la boda cuanto antes, llevársela incluso a su casa, desde mafiána mismo, y tenerla para él solo y para siempre. Sabina, celosa del Gato y de la hija, habría de favorecerlos. Tales reflexiones entretenían la desesperación del feliz, mientras seguía ascendiendo la luna por el claro cielo, y Petra no llegaba. Sonaba aquí más cerca el ruido del molino. Los mirlos cantaban en las frondas. Olía a mastranzos. Húmeda la hierba, veíase aún la huella de los cuerpos de los dos, de las otras noches, al pie de un tronco, donde él puso la faja por almohada. Había tenido las otras veces que conformarse con mirar a Petra al resplandor de las estrellas y a la lumbre del cigarro; esta noche, sus ojos la pudieran contemplar a la luz clara de la luna. Mas ipor qué tardabaľ... Media hora, una hora, tal vez. ÍHabría tornado mal la dirección? iSe habría perdido? iHabríanla visto su madre o el Gato levantarseľ... Dijérase que pasaba algo extraordinario. Desde hacía buen rato, los perros, como si sintiesen gente, no cesaban de ladrar, en las eras, y allá abajo, en el molino. Otra media hora, aún, otro medio siglo, quizás...(iqué sabía ya él de tiempos ni medidasľ). Y Melchor se levantó. La insistencia de los perros del molino en el ladrar, en un ladrar furioso, que recrudecíase a momentos, tal que si alguien se acercara y se alejase vagando alrededor, hízole creer que Petra, extraviada, le buscase. Echo a andar ansioso de encontrarla. iSí, sí, se habría perdido! Menos cautos, y con menos claridad en las pasadas citas, él pudo esperarla cerca del vallado. 133 Marchaba, guiándose por el ladrido de los perros. Subía primeramente, sin embargo, al sesgo de los árboles, la media ladera del rastrojo, por si ella, desesperanzada de hallarle, retornase ya a la era. Pero en cuanto ganó la colina y oteó un poco al otro lado la pendiente, se detuvo. Más; tuvo que aplastarse al suelo, entre las pajas. -«iQuien va?» -le habian dicho con voz ronca, de improviso. A počas varas de él, encima de una peňa estaba, sentado y fumando, un hombre. Fumaba un puro. Melchor habíale visto la lumbre al quitárselo de la boca para darle aquella voz. Era una especie de gigante con barbas, que tenia un garrote en una mano. i Qué haría allí y quién pudiera ser?... Imposible continuar sin ser visto. Se achantó breves instantes el muchacho, y luego se deslizó por detrás de la loma, cuesta arriba. Al asomarse otra vez, ya proximo a las eras, vio otra especie de fantasma. Uno con escopeta. No tardó en reconocerle, por su paso siniestro y peculiar: el Gato. Venia hacia él, justamente como en la dirección del soto, bien porque hubiese echado de menos a Petra y la buscase, bien porque estuviese dando una vuelta en el desempeňo de su oficio; y Melchor no tuvo ahora más remedio que correr la cuesta hasta el río mismo, y esconderse en la alameda. Ya allí, se tranquilizó al ver de lejos que el Gato, después de trazar en el rastrojo un semicírculo, encaminábase a la pozuela de la fuente. Iría al aguardo de las liebres: habiendo luna, Melchor debió preverlo, y no exponer a Petra a una sorpresa. Esto sería lo que la hubiese tenido en vela y sin poder moverse de la parva. De todos modos, él debiera ganar la suya y acostarse. Cerró y guardó la navaja, que había prevenido en la fuga, por si acaso. No pudiendo ir a procurarse la protección del vallado ni cruzar recto a la izquierda los rastrojos sin que le descubrieran aquellos trágicos fantasmas del Gato y del hombre que parecía vigilar desde la peňa, quedábale el recurso de dar la vuelta entre los álamos. Avanzó, pues, por la tupida selva, liena de carrizos y de enredaderas silvestres de tronco a tronco. Hundíase en charcos de la ribera, y más de una vez viose precisado a abrirse paso cortando con la navaja los tallos y las brozas. Los mirlos cantaban en lo alto del ramaje. Seguian ladrando lúgubremente los perros, según se acercaba el ruido del molino. Noche horrible en la serenidad de su belleza. Desde un claro divisó Melchor algo asi como otras sombras, algo asi como si 1 Q.A Siguiente ^