PEPITA JIMÉNEZ – LAS PRINCIPALES CARACTERÍSTICAS DE LA NOVELA (O LAS CARACTERÍSTICAS QUE A MÍ ME GUSTARON) Juan Valera convive con múltiples corrientes literarias, como el fin del romanticismo, el realismo, el naturalismo y el comienzo del modernismo, y se sitúa entre ellas. Así, su estilo es moderno, escogido y cuidado, incluso algunas veces ligeramente arcaico. Pero a su vez, a pesar de estar cuidado, el registro es estándar y en él no encontraremos grandes palabras incomprensibles, sino lenguaje de lo más entendible. La novela es arte, su fin es la creación de la belleza. De ahí que cuide tanto el estilo. Éste se caracteriza por su corrección, precisión, sencillez y armonía; es refinado y académico, representante de un esencial escepticismo. Su realismo no exagera, sino que idealiza, y se fija especialmente en los aspectos más placenteros de la vida eliminando los aspectos más desagradables de la realidad. Interesantes son los análisis psicológicos que realiza de sus personajes. Sus obras poseen una ambientación precisa y los personajes son verosímiles. Se mostró contrario a las novelas de tesis, aunque en sus obras se puede apreciar la tendencia a demostrar una de ellas: en el conflicto entre el deseo y los impulsos humanos frente a los convencionalismos (sobre todo religiosos), vencen siempre los primeros: la vida. En cuanto al estilo, busca la sencillez, de ahí los importantes aciertos estilísticos que apreciamos en sus obras. El libro Pepita Jiménez está dividido en tres partes: Cartas de mi sobrino, Paralipómenos y Epílogo. Cartas de mi hermano. En cuanto a la estructura interna, la primera parte, el planteamiento, se corresponde con el apartado Cartas de mi sobrino; pero tanto el planteamiento como la conclusión se encuentran en la parte Paralipómenos. Así, el apartado Epílogo. Cartas de mi hermano, supone una función informativa extra. La idea principal de la obra, el Realismo, es la creación de la obra artística que provoque el deleite reflejando la realidad, en este caso imitando los sentimientos y las pasiones humanas, y creando además de este modo una obra bella. El detallismo, típico del Realismo, con que describe la zona y los espacios se debe a que Juan Valera escoge Andalucía, tierra natal suya. Pero también los personajes son reales y reflejo de las personas existentes en la realidad. La obra además presenta una parte moralizadora y didáctica. La lección moral más importante en este libro es sin duda la liberación de los sentimientos religiosos y la liberación de las obligaciones morales más retrógradas, haciendo así posible armonizar el amor divino con el amor más profano y terrenal, declarando que es totalmente posible seguir a Dios y cumplir con la bondad que su religión predica sin tener que apartar de la vida las relaciones sentimentales y amorosas con los seres terrenos, lo que nos declara Luis: […] el hombre puede servir a Dios en todos los estados y condiciones, y concierta la viva fe y el amor a Dios, que llena su alma, con ese amor lícito en lo terrenal y caduco. Juan Valera mezcla a lo largo de toda su obra el esteticismo con el único objetivo de hacer obras bellas que hagan deleitarse y entretenerse a aquellos que disfruten de ellos, con el realismo, que le hace escoger ambientes reales y narrar hechos verosímiles. En cuanto al esteticismo cabe destacar las características literarias y estilísticas de la obra. De este modo, Juan Valera se distrae en el estilo de los ideales más puramente realistas y le otorga mayor atención y cuidado. De este modo crea una obra de una gran belleza estética. Al carácter artístico de la obra también contribuyen los ambientes y los personajes idealizados. Lo cierto es que la hermosura del campo andaluz suscitaba la vena narrativa en Valera. El autor recoge esas tierras andaluzas de cerros, olivos y viña; los aledaños de un pueblo agrícola con sus huertas y sus sembrados, pero desde su filtro embellecedor. Es de importancia trascendente la captación de don Luis por parte de la naturaleza que modifica su conducta, sus sensaciones y sus sentimientos. El seminarista describe ampliamente en sus cartas el pueblo andaluz con el mismo amor que lo haría el propio escritor. La naturaleza transmite su sensualidad a los protagonistas, despertando sus sentimientos más naturales. Por ejemplo, en carta del 4 de abril, Luis escribe: Siento una dejadez, un quebranto, un abandono de la voluntad, una facilidad tan grande para las lágrimas; lloro tan fácilmente de ternura al ver una florecilla bonita o al contemplar el rayo misterioso, tenue y ligerísimo de una remota estrella, que casi tengo miedo. Ese mismo impulso natural será el que lo haga entrar en la habitación de Pepita en una noche mágica, la de San Juan, que ejerce fuertemente su poder sobre él, haciendo despertar el sensualismo en su espíritu joven. Así lo anuncia el narrador: Don Luis se sintió dominado, seducido, vencido por aquella voluptuosa naturaleza, y dudó de sí. Me encantó como el autor describió el alrededor de Luis: Pero el cielo sonreía con sus mil luces y excitaba a amar; las estrellas se miraban con amor unas a otras; los ruiseñores cantaban enamorados; hasta los grillos agitaban amorosamente sus elictras sonoras, como trovadores el plectro cuando dan una serenata; la tierra toda parecía entregada al amor en aquella tranquila y hermosa noche. También me llamó la atención la descripción de casa de Pepita Jiménez: Todas o la mayor parte de las casas de los ricachos lugareños de Andalucía son como dos casas en vez de una, y así era la casa de Pepita. Cada casa tiene su puerta. Por la principal se pasa al patio enlosado y con columnas, a las salas y demás habitaciones señoriles; por la otra, a los corrales, caballeriza y cochera, cocinas, molino, lagar, graneros, trojes donde se conserva la aceituna hasta que se muele; bodegas donde se guarda el aceite, el mosto, el vino de quema, el aguardiente y el vinagre en grandes tinajas; y candioteras o bodegas, donde está en pipas y toneles el vino bueno y ya hecho o rancio. Esta segunda casa o parte de casa, aunque esté en el centro de una población de veinte o veinticinco mil almas, se llama casa de campo. El aperador, los capataces, el mulero, los trabajadores principales y más constantes en el servicio del amo, se juntan allí por la noche, en invierno, en torno de una enorme chimenea de una gran cocina, y en verano al aire libre o en algún cuarto muy ventilado y fresco, y están holgando y de tertulia hasta que los señores se recogen. O también la descripción de la misma Pepita Jiménez: Se conoce que cuida mucho sus manos y que tal vez pone alguna vanidad en tenerlas muy blancas y bonitas, con unas uñas lustrosas y sonrosadas, pero si tiene esta vanidad, es disculpable en la flaqueza humana, y al fin, si yo no estoy trascordado, creo que Santa Teresa tuvo la misma vanidad cuando era joven, lo cual no le impidió ser una santa tan grande. En cambio, las manos de esta Pepita, que parecen casi diáfanas como el alabastro, si bien con leves tintas rosadas, donde cree uno ver circular la sangre pura y sutil, que da a sus venas un ligero viso azul; estas manos, digo, de dedos afilados y de sin par corrección de dibujo, parecen el símbolo del imperio mágico, del dominio misterioso que tiene y ejerce el espíritu humano, sin fuerza material, sobre todas las cosas visibles que han sido inmediatamente creadas por Dios y que por medio del hombre Dios completa y mejora. Imposible parece que quien tiene manos como Pepita tenga pensamiento impuro, ni idea grosera, ni proyecto ruin que esté en discordancia con las limpias manos que deben ejecutarle. Por ello y numerosos recursos estilísticos podemos decir que esta obra cumple los cánones del esteticismo. Vemos que todo es bello en Pepita Jiménez: en un bellísimo escenario andaluz, los personajes se limitan a socializar sin que exista apenas conflicto alguno. El autor nos presenta una historia idílica y perfecta. También la naturaleza nos refleja la exaltación de los encuentros amorosos: las estrellas, el cielo, el rocío, etc. Los símbolos son muy importantes dentro de la novela. La parte que a mí me gustó y creo que el autor quería esconder allí la metáfora a la masculinidad es el paseo ecuestre a la finca de La Solana. La estrecha relación entre erotismo y espiritualidad, la coacción que producen las creencias religiosas contra el valor del instinto natural son la base de la novela. La Andalucía rural hermosa y tentadora, que se nos muestra es también la Andalucía caciquil sin signos de modernidad en la que no podía faltar el componente religioso, resultado de una sociedad católica tradicional. En efecto, todo gira en torno a la religión. Los personajes de Valera tienden al misticismo y así sucede en la novela, aunque es éste un misticismo hipócrita: Vargas es un místico frustrado que después de pasar doce años en el Seminario se dará cuenta de su falsa vocación. El ambiente en casa de Pepita respira religiosidad: tras su primer matrimonio, la joven viuda se refugia en la religión, se imagina que su alma está llena de un amor místico que se satisface sólo con Dios. Vemos que el final de su obra maestra adopte el aire maravilloso de final feliz tan característico del cuento. Parece que Valera fue muy aficionado a este género. Están enamorados como nunca el uno del otro. […] Así como el afecto que se tienen, y la ternura y cordialidad con que se tratan y tratan a todo el mundo, ejercen aquí benéfica influencia en las costumbres, así la elegancia y el buen gusto, con que acabarán ahora de ordenar su casa, servirán de mucho para que la cultura exterior cunda y se extienda. Me gusta el estilo de Valera, como describe, como juega con las palabras y como trata los personajes. La verdad es que no esperaba un final feliz, pero estaba allí. Gracias.