El papel de la educación en La barraca En el presente trabajo vamos a analizar una de las novelas del escritor valenciano Vicente Blasco Ibáñez, concretamente La barraca. Esta pertenece al así llamado ciclo valenciano, en el que el autor hace homenaje a su tierra natal y trata los problemas sociales de la época. A primera vista, la novela de La barraca no trata sobre la educación, ni hace de ella su tema central. Además, si consideramos que de los diez capítulos, de los que consta la novela, tan solo en uno se habla de la escuela y de la enseñanza en más profundidad, podría fácilmente dar impresión de que este tema aparece en la novela de forma superficial, sin tener mayor importancia para la historia y para el texto en sí. Sin embargo, como trataremos de mostrar en este trabajo, aunque explícitamente se hable poco de la educación, esta tiene una importancia significativa con gran cantidad de alusiones a lo largo de todo el texto novelístico. A pesar de que el lector tiene que esperar hasta el sexto capítulo para oír hablar sobre la educación, los cinco capítulos previos le van, por un lado, introduciendo en el argumento de la novela, y por otro, presentando el contexto histórico y en especial, el trasfondo de la sociedad rural valenciana. Ya aquí se puede intuir levemente la posición de la educación dentro del contexto de la novela, o quizá más bien, la falta de ella. Lo podemos observar bien en el cuarto capítulo donde se desarrolla la escena del tribunal y se explica su funcionamiento. Se trata de un sistema de juzgar arbitrario, basado en el juicio inmediato de siete jueces, llamados “las siete acequias”, sin tomar nota de los testimonios y sin comprobar los hechos. Un veredicto inmediato y definitivo. Aunque pudiera parecer extraño, los huertanos se enorgullecen de su tribunal por ser rápido y eficiente, y por “no perder tiempo” con la anotación de los hechos, como se puede apreciar en el siguiente fragmento: [...] nada de papeles, pues éstos sólo sirven para enredar a los hombres honrados. La ausencia del papel sellado y del escribano aterrador era lo que más gustaba a unas gentes acostumbradas a mirar con miedo supersticioso el arte de escribir, por lo mismo que lo desconocen. Esto deja adivinar dos cosas: en primer lugar, la poca objetividad durante los juicios, por lo cual es más que probable que algunos de los acusados fueran condenados injustamente, y en segundo lugar, un elevado nivel de analfabetismo y poco criterio a la hora de evaluar las cosas. Eso no quiere decir que la gente fuera tonta por no saber escribir o por no haber ido a la escuela, pero sí es cierto que la falta de educación en combinación con la superstición puede llevar a que vea las cosas de manera muy simple y a que no se pare a pensar acerca de otros puntos de vista. La huerta valenciana forma una especie de universo cerrado, casi hermético, que sigue enclavado en el pasado y continúa siendo fiel a las tradiciones medievales. El argumento de la novela es interpretado por huertanos valencianos que forman una especie de personaje colectivo, excepto de unos pocos que tienen más protagonismo. Sin embargo, no todos pertenecen plenamente a la huerta, es decir, no todos encajan del todo en el estereotipo del huertano típico de esta novela. Se trata del pastor llamado el tío Tomba y su nieto Tonet, del maestro don Joaquín y su mujer Josefa, y de Batiste Borrull junto con su familia que sin conocer la turbia historia de la barraca del tío Barret, llega a la huerta y sufre las hostilidades de los vecinos. De hecho, son precisamente estos personajes los únicos que les dirigen la palabra a los Borrull, personajes que no habían pasado toda su vida en la huerta, sino que conocieron otros ambientes y otras condiciones, lo que quizás les hizo ser más abiertos. Todos estos personajes están insertados dentro del contexto histórico de la España de finales del siglo XIX, época de crisis en más de un frente – económico, político, social y cultural – que se hace más visible especialmente en el ambiente rural, donde cualquier tipo de avance por lo general siempre llega con retraso. Se muestra la vida diaria de la gente de la huerta, se describen los trabajos del campo y también se deja entrever la importancia de conseguir una buena cosecha, ya que esta representa la fina línea entre sobrevivir y sacar adelante a los suyos, y entre la miseria y no tener nada que llevarse a la boca. No hablamos de ningún tipo de lujos, sino de subsistencia básica. En el otro extremo están los amos, los dueños de las tierras, en las que trabajan los huertanos. Estos viven bien, y como deja entrever el texto, lo hacen a costa de los trabajadores, sin tener comprensión para los incovenientes que puedan suceder. Sí es cierto que ya no se trata de una sociedad feudal y que cada uno es libre, pero a efectos prácticos los pobres siguen siendo servidores de sus amos, ya que las circunstancias no les permiten dejarlo todo y cambiar de vida. Se podría decir que los personajes viven en una especie de mundo semifeudal donde los pobres están atrapados en una espiral en la que no les queda más que luchar por el pan, ya que a los señoritos de Valencia no les interesa que los huertanos cambien; al revés, lo que les interesa es que sigan siendo ignorantes para no empezar a clamar por sus derechos. Y dentro de este marco de profunda crisis de valores, fuerte atraso cultural y de una sociedad rural pobre e ignorante, se desarrolla la novela. A lo largo de todo el texto, la educación es presentada como la clave del progreso, imprescindible para la renovación necesaria de la sociedad y el abandono de comportamientos que frenan o imposibilitan su avance. Sin embargo, dadas las condiciones en las que viven los huertanos, la educación no ocupa un lugar privilegiado en su vida. La propia introducción de la escuela desvela mucho: [...] ante el amontonamiento de viejos tejados, paredes agrietadas y negro ventanucos del molino, fábrica antigua y ruinosa, montada sobre la acequia y apoyada en dos gruesos machones, por entre los cuales caía la corriente en espumosa cascada. El ruindo lento y monótono que surgía entre los árboles era el de la escuela de don Joaquín, restablecida en una barraca oculta por la fila de álamos. Nunca el saber se vió peor alojado; y eso que, por lo común, no habita palacios. Era una barraca vieja, sin más luz que la de la puerta y la que se colaba por las grietas de la techumbre; las paredes, de dudosa blancura, pues la señora maestra, mujer obesa, que vivía pegada a su silleta de esparto, pasaba el día oyendo y admirando a su esposo; unos cuantos bancos, tres carteles de abecedario mugriento, rotos por las puntas, pegados al muro con pan mascado, y en el cuarto inmediato a la escuela, unos muebles pocos y viejos, que parecían haber corrido media España. Para nada se trata de una introducción buena, más bien refleja la poca estimación que se le tenía a la educación, y representa la indiferencia tanto por parte del gobierno, como por parte de la sociedad y de los propios vecinos en lo referente a la enseñanza. Incluso la figura del maestro, don Joaquín, resulta algo polémica. Se puede decir que la huerta lo respeta y en cierto modo admira todo lo que había vivido el maestro. Está claro que dentro de la huerta se trata de la persona más culta y sabia, pero es un poco en el estilo de “en tierra de ciegos, el tuerto es rey”, dado que tanto su condición como su modo de enseñar dejan mucho que desear, como vamos a ver a continuación. En realidad no es maestro, no tiene título, y a lo largo de su vida había desempeñado diferentes profesiones. Y aunque estas le permitieran conocer diferentes partes del mundo, como consta en el propio texto: [...] era un pájaro gordo venido a menos. Y [...] empujado por la miseria, había caído allí con su enorme y blanducha mitad como podía haber caído en otra parte. Y si a esto le sumamos la visión que tiene de sí mismo, obtenemos una figura casi grotesca de un maestro. El llevar una corbata de colores chillones sobre la sucia pechera, [...] era lo que le consolaba de su miseria; especialmente aquella corbata, adorno que nadie llevaba en todo el contorno y él lucía cual un signo de suprema distinción: algo así como el Toisón de oro de la huerta. Aparte de eso, don Joaquín habla de sí mismo como de la dignidad del sacerdote de la instrucción y de su escuela como del templo de la buena crianza. Como vamos a señalar más adelante, esta última afirmación guarda cierto paralelismo con otro espacio de la huerta, la taberna, lo cual resulta algo preocupante. Luego está el trato de urbanidad que les da el maestro a sus discípulos que oscilan entre la edad de cinco a diez años. En primer lugar, les habla en castellano, lengua desconocida para los niños, puesto que en la huerta se habla solamente el valenciano, y en segundo lugar, les da el trato de usted, los llama señores y se dirige a ellos por su apellido, en lugar de por su nombre. Todo esto estaría bien si no chocara tanto con su manera de enseñar, ya que de esta manera se resume a gestos vacíos, lo cual asimismo veremos a continuación. Parece que don Joaquín cree sinceramente en que está haciendo una buena obra al esforzarse en educar a los niños de la huerta y meterles en la cabeza conceptos básicos de la enseñanza. Y también se nota que cree en que la educación es la única manera de cómo renovar a las personas e inculcarles otros valores, y de este modo, invertir el estado de incultura en el que viven. De hecho, él mismo lo expresa en más de una ocasión: Son ustedes unos bestias. Me oyen como si les hablase en griego. ¡Y pensar que los trato con toda la finura, como en un colegio de la ciudad, para que aprendan ustedes buenas formas y sepan hablar como las personas!... En fin, tienen ustedes a quien parecerse: son tan brutos como sus señores padres, que ladran, les sobra dinero para ir a la taberna e inventan mil excusas para no darme el sábado los dos cuartos que me pertenecen. [...] [...] Sin mí, ¿qué serían ustedes? Unas bestias, y perdonen la palabra; lo mismo que sus señores padres, a los que no quiero ofender. Pero con la ayuda de Dios, han de salir ustedes de aquí como personas cumplidas, sabiendo presentarse en cualquier parte, ya que han tenido la buena suerte de encontrar un maestro como yo. ¿No es así?... Todas estas descripciones e introducciones señalan que la huerta es un lugar abandonado por el Estado y fuera de la modernidad, y como ya hemos mencionado anteriormente, anclado en una situación con escasas posibilidades de ser revertida. En lo que se refiere al modo de enseñar del maestro, este se basa en dos pilares: el de la constante repetición para memorizar los conocimientos y el del castigo, cuya combinación puede resultar mortífera en el proceso de aprendizaje. Aunque la memorización en algunos contextos puede ser útil, si se convierte en el único modo de aprender, resulta más bien inútil e ineficiente. Repetir las cosas sin darles más significado y sin pensar sobre ellas nunca ha dado muchos frutos, y eso se puede percibir también en el texto. Lo describe ya la primera frase dedicada a la presentación de la escuela: Era un rumor de avispero, un susurro de colmena, lo que oían mañana y tarde los huertanos al pasar frente al Molino de la Cadena, por el camino que va al mar. Lo curioso es que la palabra “avispero” aparece de nuevo en el texto, pero en un contexto completamente distinto; para referirse a la muchedumbre congregada alrededor de la taberna. Como vamos a comprobar en breve, no es la única coincidencia. Así que por un lado tenemos la recitación de la materia, y por otro, el castigo, representado por el único objeto nuevo de toda la escuela: [...] la luenga caña que el maestro tenía detrás de la puerta, y que renovaba cada dos días en el cañaveral vecino, siendo una felicidad que el género resultase tan barato, pues se gastaba rápidamente sobre las duras y esquiladas testas de aquellos pequeños y salvajes. El maestro castiga a los alumnos de forma bastante arbitraria, ya que descarga su cólera por fallos académicos, mal comportamiento, por hurgarse las narices y hacer pelotillas, por dirigirse a los compañeros con motes en lugar de por sus nombres, etc. Los castigos inspiran miedo, sobre todo en los más pequeñitos que no han tenido tiempo de habituarse a estas prácticas, como el pequeño Pascualet que hasta hizo de vientre delante de toda la clase en una de las ocasiones. La educación basada en castigos, ya sean físicos o psicológicos, y en amenazas, es peligrosa, dado que muestra a los niños que la agresividad es algo normal y legitima su uso. Si ya es difícil escapar a la influencia negativa de los padres en casa – en este caso los hijos heredan el odio y la hostilidad que los padres profesan hacia la familia Borrull – y si además este tipo de conducta se consolida en la escuela, donde los niños pasan el día entero, no es de extrañar que al final vean la agresividad como parte legítima del comportamiento humano. La figura autoritativa del maestro en la escuela y del padre en casa los cohíbe, pero en cuanto salen de su alcance o del pájaro que todo lo ve y todo lo cuenta (amenaza que utiliza el maestro para que los niños no hicieran trastadas por el camino a casa), y se encuentran fuera de su control, no dudan en reproducir el comportamiento al que están acostumbrados de casa o de la escuela, y se ensañan con los hijos de Batiste; de hecho, ninguno se salva y cada uno sufre alguna clase de ataque físico a lo largo de la novela. Hasta que un día la cosa va demasiado lejos y todas estas hostilidades se cobran un alto precio: la muerte de Pascualet, el hijo pequeño de los Borrull. Esto no quiere decir que el maestro sea responsable por la muerte del niño, ya que en realidad es consecuencia del odio que la huerta siente por los Borrull, pero sí que es cierto que el modo de educar empleado por el maestro consolida el comportamiento que causa la muerte de Pascualet, ya que los niños que lo tiraron a la acequia, actuaron en base a lo que siempre han visto. La muerte de Pascualet es por tanto el motivo más significativo de la novela, ya que muestra directamente a lo que la falta de educación, o bien una educación inadecuada o negativa, puede contribuir, a pesar de que no sea la única causa de lo ocurrido. Así las cosas, la escuela por sí sola no es capaz de revertir el daño y luchar contra el abandono por parte de todo el mundo. Sin darse cuenta de ello, es el propio maestro el que señala que existen ciertos paralelismos entre la escuela y la taberna, donde se juntan los hombres de la huerta y donde avivan su odio contra el enemigo común, al escandalizarse de que los niños se refieran a otros por su motes, en lugar de por sus apellidos: ¡Qué explosión de cólera la de don Joaquín! Lo que más le irritaba era la afición de los muchachos a llamarse por los apodos de sus padres y aun a fabricarlos nuevos. -¿Quién es Morros d´aca?... El señor de Peris, querrá usted decir. ¡Qué modo de hablar. Dios mío! Parece que esto sea una taberna... Uno de ellos se ha mencionado más arriba: el sonido del avispero, del rumoreo que se percibe en ambos espacios; en la escuela recitaban los niños, en la taberna, sus padres. Otra semejanza consiste en los instrumentos violentos para mantener el orden que hay en cada espacio: la caña del maestro y la porra del tabernero. Y otra, también mencionada ya y quizás la más significativa, se puede observar en el modo en que se refiere don Joaquín a su figura como maestro y a su escuela en comparación con la descripción del tabernero Copa y el “arte” de regentar su establecimiento. En el primer caso don Joaquín dice que es el sacerdote de la instrucción y que su escuela es el templo de la buena crianza, y en segundo lugar, Copa es el sumo sacerdote de este templo de alcohol. Estos paralelismos que ofrece el texto novelístico no pueden ser casualidad y parece que intentan degradar la posición de la educación huertana al nivel de lo vulgar, ya que estas comparaciones indirectas permiten la ridiculización de la figura del maestro y con ello lo degradan en su posición. Teniendo en cuenta estas reflexiones, se puede ver que la educación realmente tiene su papel en la novela y que esta plantea varias ideas que vale la pena analizar con más detalle, especialmente al señalar que a pesar de que la educación sea imprescindible para el progreso de la sociedad, no vale con cualquier tipo de educación. Y es que los modelos de comportamiento incorrectos y hasta negativos, ya sean heredados de los padres o transmitidos por la escuela, pueden resultar igual de dañinos, o incluso más de lo que lo puede ser la propia falta de educación. Lo malo es que las expectativas de cambio son pequeñas mientras el Estado siga desentendiéndose de la educación en los ámbitos rurales y mientras la huerta siga siendo la gallinas de huevos de oro para los señoritos de la ciudad.